16/8/22

Martí, cronista de la Exposición Universal de París 1889

Los pabellones latinoamericanos de la Exposición Universal de París (1889) en la revista LA EDAD DE ORO, de José Martí 



página de títulos del número 3 de La Edad de Oro
Nueva York, septiembre de 1889
(imagen tomada de la edición facsimilar coeditada por el Centro de Estudios Martíanos y la Editorial Letras Cubanas.
La Habanam 1989)

De los artículos redactados por el escritor, poeta, periodista y político cubano José Martí (1853-1895) para su única obra explícitamente dedicada a la infancia, La Edad de Oro (inicialmente una revista, sus únicos cuatro números aparecieron en Nueva York de julio a octubre de 1889), sobresale por su importancia “La exposición de París”. Se trata en rigor de un reportaje… salvo que Martí no visitó la exposición universal organizada con mucha pompa por la República Francesa a fin de celebrar su primer centenario (de hecho, solo estuvo en Francia en dos breves ocasiones: a fines de 1874 y en diciembre de 1879).


sumario del número 3 de La Edad de Oro
reproducido en la edición facsimilar coeditada por el Centro de Estudios Martíanos y la Editorial Letras Cubanas en ocasión del centenario de la famosa revista martiana.


Fue para la Exposición Universal de 1889 que se levantó la torre Eiffel, que asombraría al mundo con su prodigiosa estructura de hierro, de 300 metros de altura, a orillas del Sena. A su alrededor, a sus pies podríamos decir, se construyeron los diversos sitios de la exposición: la inmensa Galería de las Máquinas, que rivalizó en popularidad con la misma torre, el Palacio de las Industrias, y el de las Bellas Artes y de las Artes Liberales; una reproducción de la Bastilla (cuyo asalto un siglo atrás había dado inicio a la Revolución Francesa), la Exposición Colonial y su tristemente célebre Zoológico humano (en que súbditos del imperio colonial francés representaban su propio papel para diversión e instrucción de los franceses). También merecen destaque la Historia de la Habitación Humana que, por cierto, ya había aportado –en texto e imágenes– el material para otro artículo memorable: “Historia del hombre contada por sus casas”).

vista general de la Exposición Universal de París 1889

Todas las construcciones e instalaciones tenían carácter temporal, y si la Galería de las Máquinas resistió hasta 1909, a la torre Eiffel solo la salvó su utilización como antena de radio durante la primera guerra mundial. De los pabellones nacionales, alguno que otro fue trasladado a diversos lugares de Francia e incluso al extranjero. Es el caso fabuloso pabellón argentino que, tras una accidentada negociación viajó a Buenos Aires y se convirtió en Museo de Bellas Artes hasta que una infausta decisión urbanística acabó con él en 1933. Más suerte tuvo el pabellón de Chile, que fue inicialmente trasladado a Viña del Mar y actualmente es sede del Museo Arquetín, en Santiago.  


pabellón de Chile

Llama la atención que de los 42 países que aceptaron la invitación oficial (muchos reinos de Europa se negaron a asistir –oficialmente al menos- a un evento que celebraba el centenario de la sangrienta caída de la monarquía francesa), 15 fueran latinoamericanos: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Paraguay, República Dominicana, Uruguay y Venezuela.

Cada país era libre del contenido y forma de su presencia en la exposición, pero desgraciadamente nuestras jóvenes repúblicas no expusieron otra cosa que productos agrícolas y materias primas, descuidando toda presencia de las artes e incluso de la artesanía. Siguiendo una lógica parecida, los pabellones fueron diseñados por arquitectos franceses que raramente tuvieron en cuenta las tradiciones arquitectónicas de los diferentes países. Solo los pabellones de México y Ecuador rindieron homenaje a su ilustre pasado precolombino.

vista frontal del pabellón mexicano donde se reconocen líneas de la arquitectura azteca

pabellón de Ecuador inspirado en un templo inca


El imponente pabellón mexicano fue muy celebrado, tanto como el del entonces Imperio de Brasil; pero no tanto como el de la República Argentina que llegó a ser considerado como una de las maravillas de la exposición (y como tal aparece en la postal promocional que reproduje al comienzo de este artículo.

el fastuoso pabellón de Argentina todo en hierro y cristal

pabellón del Imperio del Brasil


En su artículo “La exposición de París” (incluido en el tercer número de La Edad de Oro; en septiembre de 1889, cuando aún el evento recibía público) Martí incluyó imágenes de los pabellones latinoamericanos. Eran grabados de segunda mano, de escasa calidad y por eso me he esforzado por ilustrar estas notas con imágenes más claras halladas en internet. 

el colorido pabellón de Bolivia

pabellón de Costa Rica

pabellón de la república de El Salvador en una postal de época

el pabellón de Guatemala con unos aires germánicos que serían corregidos por un pabellón de aires más centroamericanos en la exposición de 1900

pabellón de Paraguay

pabellón de la República Dominicana 

pabellón del Uruguay

el pabellón venezolano logra incorporar rasgos del barroco latinoamericano

Si Martí se excusó ante sus lectores por no haber encontrado un grabado del pabellón de Ecuador, nada dijo de la ausencia del pabellón de Honduras… que tampoco yo he logrado encontrar en los bancos de imágenes de internet (un amigo me informa que Honduras y Haití solo presentaron algunos de sus productos en unos sencillos kioscos (más bien vitrinas de tienda). Si bien ignoro lo que llevó a Honduras a esa decisión, en el caso de Haití ya sabía que la confusa situación política impidió la participación de la primera república latinoamericana en la Exposición Universal. El pabellón haitiano fue vendido a Hawái y, tras la clausura del evento, fue remontado en La Garenne-Colombes, no lejos de París, y aún es posible ver el nombre de Haití en uno de los paneles de cerámica que cubren sus fachadas.   

 

pabellón de Hawai, inicialmente concebido para la república de Haití
tal como se lo puede ver actualmente no lejos de París.

6/3/22

UN CUENTO DE GUERRA


Este cuento de guerra no habla de la agresión rusa a Ucrania, pero habla de una guerra provocada por el delirio de grandeza de un gobernante sin escrúpulos, capaz de mentir y poner en riesgo a su propio pueblo con tal de satisfacer su megalomanía.

Los aventureros de la cometa
Editorial Panamericana
Bogotá, 2020
ilustraciones de Jaime Troncoso
https://www.panamericana.com.co/los-aventureros-de-la-cometa-589294/p


LOS AVENTUREROS DE LA COMETA es mi más reciente libro latinoamericano... pero no es tan reciente si miramos bien. La primera versión de este libro apareció en 1996 con el título de "Las aventuras de Rosa de los Vientos y Perico de los Palotes" en la editorial El Arca (Barcelona) o "Las aventuras de Rosa de los Vientos y Juan de los Palotes" en la editorial Capiro (Santa Clara, Cuba). Dos años después se publicó en francés y bastante más tarde en Argentina.


La Biblioteca Internacional de la Juventud (con sede en Munich, Alemania) escogió esta novela fantástica como uno de los mejores libros infantiles publicados en el mundo. Varios críticos de diversos países también lo han elogiado y, personalmente, lo creo uno de mis mejores libros.




He aquí un fragmento del capítulo-cuento número seis, que comienza con una extraña carta del soberano de los protagonistas:







      

 

PAIS REINO PUEBLO                   

Día cuarto del quinto mes del sexto año.

 

 

Sres. Rosa de los Vientos y Perico de los Palotes.

Almirantes del Aire, Condes de la Cometa, Marqueses del Barrilete, Duques del 

 Volantín y futuros Príncipes del Papalote.    

En algún lugar del cielo                        

Distantes súbditos:

Bien podéis imaginar que solo una grave circunstancia puede hacer a un REY olvidar un agravio (aún carezco de un campo de golf digno de mi regia persona), pero por encima de los sentimientos y orgullos del MONARCA están los intereses de su ESTADO (hasta el punto de que, incluso si tuviera dónde, faltaríanme ánimos y tiempo para recrearme con los placeres del juego).

Vayamos, sin más dilación, a los hechos: ¡NUESTRO AMADO REINO CORRE MORTAL PELIGRO! Mi CORONADA CABEZA sufre preocupación y desasosiego, y lo comparte con sus súbditos, ante la actitud amenazante del Gran Imperio Ote.

En nombre de vuestro amor a la TIERRA NATAL y ejerciendo mi autoridad como SOBERANO, os convoco.

No tardéis.  LA PATRIA os necesita.

 

Don Cacho Quinto

REY POR LA GRACIA DE DIOS Y DEL PUEBLO     

 

 

–¿Peligro mortal!

–¡El Gran Imperio Ote?

Rosa de los Vientos y Perico de los Palotes quedaron tan impresionados por la carta que descuidaron el pilotaje y la cometa fue atrapada por un remolino.

Todo el que ha empinado cometas, barriletes, papalotes o volantines sabe lo complicado que resulta sacarlos de un mal viento. Imagínate entonces lo que sucede cuando uno está en la cometa caída en desgracia.

Ante la gravedad de la situación, Perico tuvo que saltar por  la borda y, colgando en el vacío, luchó con los frenillos. Rosa, por su parte, redujo el peso de la cometa tirando muebles y cacerolas, y después se empeñó en destrenzar la cola. La frágil embarcación aérea dejó de volar en círculos y de dar peligrosas zambullidas en el aire, pero todavía tuvieron que faenar un buen rato antes de ponerla sobre una brisa segura.

–¿Qué rumbo llevamos? –preguntó Perico en cuanto pudo trepar a bordo.

–El rumbo del País Reino Pueblo, naturalmente.

Entonces pudieron releer la chiringa real, pero no sacaron nada en limpio. El rey no adelantaba el menor detalle sobre la repentina amenaza del Gran Imperio Ote.

La última vez que los imperiotanos habían invadido a su minúsculo vecino fue durante el reinado del belicoso emperador Macro Altonio el Malversador (el mismo que, sin ser poeta, había escrito el larguísimo Himno Imperial, cuyo verso más conocido es aquel que dice: "Imperio tan Extenso, ¡oh, Brújula del Universo!"). Pero de eso hacía veinte años y desde entonces las dos naciones habían mantenido relaciones normales. Lo cierto es que a los imperiotanos les gustaba tanto tragar territorios ajenos como saborear las miniaturas de chocolate que eran una exclusividad del País Reino Pueblo. Y  como el gigantismo con que se hacía todo en el Gran Imperio Ote, resultó funesto para la producción de miniaturas de chocolate, a los tres meses de ocupación, ambos países firmaron el Tratado de Quitaypón, que garantizaba la independencia del País Reino Pueblo y devolvió el trono a la dinastía Pulgar y al rey Cacho Tercero–Cuarto.

 

La casa voladora surcaba hacía dos semanas el cielo del Gran Imperio Ote. Asomados por la borda, Perico en las mañanas y Rosa por las tardes, pasaron todo ese tiempo tratando de descubrir algún indicio de preparativos bélicos, pero nada detectaron.

Caía la tarde de un jueves claro, cuando avistaron en el horizonte una masa multicolor que flotaba a respetable altura: ¡era el Barrio Aéreo del País Reino Pueblo! El lugar que con su trabajo en la Real Fábrica de Arquitecturas Volantes, habían fundado Rosa de los Vientos y Perico de los Palotes.

–Siento un bulto aquí, en el fondo de la garganta –dijo ella.

–Yo también, pero lo mío es en el comienzo del estómago.

–Es como una alegría asustada.

–Eso –concluyó él–: unas ganas de reír y llorar al mismo tiempo.

Era la emoción del regreso al terruño.

Cuando estuvieron más cerca comprobaron que el Barrio Aéreo había crecido mucho. Eran tantos los cometas, papalotes, barriletes y volantines que las cuerdas que los ataban al suelo formaban una barrera impenetrable y la sombra que proyectaban era espesa como nubes de tormenta.

Rosa y Perico se miraron. Todavía no habían descubierto en qué consistía la amenaza del Gran Imperio Ote, pero tuvieron la certeza de que problemas no faltaban en el País Reino Pueblo.

 

 


 II. La ciudad abandonada

 

Rosa de los Vientos y Perico de los Palotes fueron recibidos con una fiesta de pompa y alegría desaforadas. El colorido, de por sí chillón, de los cometas, barriletes, papalotes y volantines había sido reforzado con lentejuelas y pegatinas; serpentinas con los colores del reino tendían ligeros puentes entre las diversas "obras de arquitectura volante" y verdaderas trombas de confeti caían sobre los recién llegados. Hasta algunos fuegos artificiales (lanzados con extrema prudencia) celebraron el arribo de los que, por todas partes, carteles y banderolas calificaban como "BENEFACTORES DEL REINO" y "SALVADORES DE LA PATRIA".

Rosa y Perico fueron conducidos hasta el nuevo Palacio Real Volante, que ocupaba los cuatrocientos metros cuadrados de papel de china de la mayor cometa que haya existido jamás.

–¿Qué os parece, mis entrañables súbditos? –preguntó don Cacho Quinto, que había salido a recibirlos a la escalinata de papier maché–. ¿No es éste un palacio digno de la dinastía Pulgar?

–Me parece que debe necesitar demasiado viento para mantenerse a flote –consideró Rosa.

–Y ha de proyectar una sombra enorme –estimó Perico.

Sus observaciones levantaron un rumor de inquietud entre los cortesanos. Por razones que sabrás más adelante, las palabras ‘viento’ y ‘sombra’ habían adquirido matices subversivos. El Canciller intentó disimular las críticas de  Rosa y Perico.

–Indudablemente el nuevo palacio real no tendría defectos si hubiera sido diseñado por vosotros, Exquisitos Arquitectos de su Alteza Real.

Perico iba a responder que ellos nunca hubiesen construido semejante disparate volante, pero Rosa se lo impidió con un oportuno pisotón, al tiempo que decía:

–Su Majestad nos mandó venir porque un gran peligro amenaza al País Reino Pueblo. Estamos ansiosos por saber de qué se trata.

A un gesto del rey, los cortesanos se retiraron. En la sala del trono sólo quedaron el Canciller, el Ministro de Defensa y el Consejero Real para la Industria y el Comercio. Don Cacho Quinto se sentó y los demás lo imitaron.

–Nuestros envidiosos vecinos del Gran Imperio Ote no soportan que el País Reino Pueblo crezca hacia arriba –comenzó a explicar el Canciller.

–Han declarado materiales estratégicos el papel de china, el hilo grueso y las cañas imprescindibles para la construcción de arquitecturas volantes –precisó el Consejero Real para la Industria y el Comercio–, y como el Tratado de Quitaypón nos prohibe...

–¡Preparan secretamente la guerra! –intervino, iracundo, el Ministro de Defensa.

El rey abrió los brazos y declaró con serenidad grave, algo nerviosa:

–El bienestar de mi pueblo está amenazado.

Rosa y Perico se consultaron con la mirada. Tras una pausa preguntaron qué era lo que se esperaba de ellos.

–Necesitamos un medio capaz de protegernos de los imperiotanos –explicó el Canciller.

–Un medio persuasivo –precisó el Consejero Real para la Industria y el Comercio

–¡Que los haga bajar la cabeza y renunciar de una vez a decidir lo que podemos hacer o no! –chilló el Ministro de Defensa.

 Rosa y Perico volvieron a mirarse, preocupados.

–¿Qué medio sería ese?

–Un arma.

–¡Un arma invencible!

–Os hemos llamado –declaró Cacho Quinto con los ojos brillantes como las piedras de su corona– para que construyáis una poderosa escuadra de cometas de combate.

 

 

Rosa y Perico pidieron veinticuatro horas para reflexionar. Una escolta regiamente uniformada los condujo hasta el alojamiento que el Canciller les había preparado.

–Aquí podrán descansar sin miedo a ser molestados –informó el jefe de la escolta–. Mis hombres y yo respondemos de ello.

El Pabellón de Visitantes Ilustres era una casa-cometa del más fino papel de China, con varetas de palisandro y paredes de papel pintado; las ventanas eran de papel de celofán y el suelo estaba cubierto por un espeso tapiz de papel crepé bordado con hilos de papel de plata.

–Esto es una jaula de oro, Perico.

–Lo mismo pienso, Rosa. Y temo, además, que nos estén ocultando cosas.

No tuvieron tiempo para más conjeturas: una chiringa mensajera acababa de colarse por el balcón con una graciosa pirueta. Estaba hecha con la portadilla de un libro en cuyo centro se podía leer:

VER EL BOSQUE Y NO VER LOS ÁRBOLES

–¡Es un mensaje en clave! –dedujo Rosa.

Una hora más tarde, otra chiringa se coló por una ventana. Estaba hecha con la portadilla de otro libro donde se leía:

PEDIR PERAS AL OLMO

–Hay alguien verdaderamente interesado en explicarnos lo que sucede en el País Reino Pueblo –concluyó Perico.

–¿Tienes alguna sospecha?

–Sí, y vamos a ir en busca de nuestro anónimo mensajero.

–¿Cómo podremos hacerlo? Ya has visto que estamos aislados en esta cometa de lujo.

–Mientras haya brisa y una cuerda vegetal, Rosa de los Vientos y Perico de los Palotes tienen por donde escapar...

Caía la noche cuando lo tuvieron todo listo: el paracaídas improvisado con el tapiz de papel crepé debía proporcionarle a Rosa un apacible descenso, mientras la gruesa capa de cebo aplicada por Perico a su cinturón le permitiría deslizarse por la cuerda que ataba a tierra firme el Pabellón de Visitantes Ilustres.

Se despidieron en la cola de la cometa.

–Tengo miedo –confesó Rosa– ... por ti.

–Soy yo quien teme que pueda ocurrirte algo malo –contestó Perico.

–Entonces todo irá bien –aseguró la muchacha–. Si pensamos el uno en el otro, todo irá bien.

–Nos encontramos en el centro del pueblo.

Rosa planeó lentamente, poniendo toda su atención en evitar las cuerdas que ataban las numerosas cometas, papalotes, barriletes y volantines. Perico, por su parte, tenía que frenar a todo momento su descenso para evitar que el roce le calentara demasiado el cinturón. Fue un trayecto penoso, pero instructivo para ambos.

El Barrio Aéreo se componía de "calles" dispuestas en tres niveles. El nivel alto lo formaban las gigantescas cometas de lujo en las que reposaban el palacio real, las mansiones de los grandes funcionarios y las de los comerciantes ricos; todas con jardines, piscinas y garajes para las pequeñas cometas de transporte, último modelo.

El nivel intermedio lo formaban los amplios barriletes, papalotes y volantines en los que se hallaban los teatros, restaurantes y oficinas, así como las extrañas cometas y barriletes de apartamentos en que vivía la clase media.

En el tercer nivel sólo había pequeñas y anticuadas casitas voladoras, pues las mejores brisas las consumían las pretensiosas “arquitecturas volantes” de los niveles superiores. De todas formas, hasta allí llegaba tan poco sol que para nada habrían servido jardines y piscinas.

Cuando tocaron tierra, Rosa y Perico se hallaban en extremos opuestos del pequeño reino. Los dos se pusieron inmediatamente en camino hacia el lugar de la cita, descubriendo con sorpresa que no les resultaba fácil orientarse.

¡El País Reino Pueblo había cambiado tanto...! En lugar de las casitas apretujadas y multicolores que tan bien conocían, ahora no había más que almacenes de cacao y papel de china, depósitos de cordeles y cañas, fábricas de chocolates en miniatura y cometas gigantes...

Por todas partes reinaban la oscuridad y el moho. Pero lo más sorprendente fue que no se cruzaron con un solo ser vivo en todo el trayecto desde los límites del pueblo (que eran los del reino) hasta el centro, donde se alzaban sus únicos dos árboles. El olmo y el peral permanecían juntos como siempre; pero a pesar de no ser invierno, en sus copas sólo había unas pocas hojas amarillentas.

–¿Viste a alguien? –preguntó Rosa en cuanto se reunió con Perico.

–¡Ni siquiera gatos vagabundos, perros callejeros o gorriones! –respondió él–. Parece una ciudad abandonada.

–Es que es una ciudad abandonada –precisó una voz cavernosa. 


III. El arma secreta

 

El que había hablado se hallaba sentado entre el olmo y el peral. Su ropa, su piel y sus cabellos tenían el mismo color de polvo y hojas muertas que dominaba el pueblo. De no ser por el brillo de sus ojos, mal hubieran podido distinguirlo del montón de libros mohosos sobre los que se hallaba sentado.

–¡El filósofo del reino! –exclamaron Rosa y Perico.

–Ex filósofo del reino –corrigió el hombre–. Ahora simplemente soy el Sereno de la Nación. Sólo yo vivo aquí abajo. Los demás vienen únicamente durante el día, a trabajar en las fábricas y depósitos, y a las cinco de la tarde se produce la estampida hacia las alturas. En el País Reino Pueblo nadie más tiene los pies en la tierra; todos duermen con la cabeza en las nubes y sueñan con poseer un castillo en el aire.

–¿Fue usted quien nos mandó las dos chiringas mensajeras! –afirmó, más que preguntó, Rosa.

–¿Puede contarnos lo que verdaderamente está pasando! –suplicó, más que interrogó, Perico.

El ex filósofo del reino resumió lo acontecido desde que ellos abandonaran el pequeño país. Todo había ocurrido tan rápidamente que nadie se dio cuenta de hacia donde iban, y después les resultó imposible dar marcha atrás.

–Siempre nos había gustado vivir codo a codo y lo superfluo era mirado con indiferencia, pero de repente todos quisieron tener más espacio, todos quisieron ascender. Ganamos altura, pero perdimos el cielo. Basta dar una mirada en torno para ver lo que ha sido de nuestra tierra desde que las “obras de arquitectura volante” le quitan el sol.

–¡Esto no puede seguir así! –decidió Perico–. Pero antes tendremos que ocuparnos del conflicto con el Gran Imperio Ote.

–No sé de ningún peligro o amenaza que venga de afuera: nuestro enemigo somos nosotros mismos –apuntó filosóficamente el ex filósofo del reino–. Pero si hablas del motivo por el cual les han hecho venir, sólo se me ocurre pensar en el proyecto de Su Majestad de utilizar la fuerza aérea para recuperar la grandeza perdida de la dinastía Pulgar.

–Entonces ¿no es para proteger al País Reino Pueblo que nos han convocado? –se asombró Rosa–. ¿Las cometas de combate no se usarán como arma defensiva?

El ex filósofo  soltó su célebre risita sarcástica.

–Arma defensiva... arma ofensiva... ¡El mismo perro con distinto collar!

Rosa de los Vientos y Perico de los Palotes estaban confundidos. Se sentían atrapados entre falsas mentiras y aparentes verdades. Necesitaban consejo, pero el único que podría darles uno se negaba tozudamente.

–Dar un consejo es lo mismo que tomar la decisión que corresponde a otro. Y decidir en nombre de los demás es la causa de todos los males del siglo.

–Pero ¿a qué le teme? –exclamó Rosa–. Usted es un sabio.

–¡Tonterías! Un filósofo no es un sabio. La filosofía sirve para explicar cómo le parece a uno que funciona el mundo y no para decir qué hay que hacer para que el mundo funcione bien.

Y con esas palabras les dio la espalda. Volvió a sentarse entre los libros apilados bajo los dos árboles del reino y arrancó una página para confeccionar una pajarita de papel. Parecía haberse olvidado completamente de sus visitantes y se puso a canturrear:

Al hombre de seso gordo

que ve el bosque sin ver los árboles,

peras tomadas de un olmo

tendremos que recetarle...

 

De regreso al Pabellón de Visitantes Ilustres, Rosa y Perico se pusieron a trabajar febrilmente. Le habían encontrado un sentido a la coplilla del filósofo y estaban dispuestos a cumplir con lo que creían su deber... al precio que fuera necesario.

Al día siguiente, los planos estaban listos y entregados al Ministro de Industria y Comercio y al Secretario de Defensa, encargados de su ejecución.

–Lo que estamos haciendo es muy peligroso –dijo Rosa, abrazando a Perico–. Creo que no me atrevería si no estuviéramos juntos.

–También el filósofo está con nosotros, aunque no haya querido decirlo claramente.

–Pedir lo imposible –murmuró Rosa–: es decir, que tú y yo nos convirtamos en traidores y que el enemigo disponga de un arma capaz de salvar al País Reino Pueblo.

–Nos esperan momentos difíciles –suspiró Perico–. Pero algún día se comprenderá que fuimos olmos dando fruta y no perales que parieron estériles hojas.

Con la rapidez y discreción que correspondía a la creación de un arma secreta, se realizaron modificaciones a la más rápida cometa de transporte existente, y en su cola prendieron cuatro enormes cuchillas, especialmente forjadas por el herrero del reino.

El rey Cacho Quinto y sus ministros habían invitado a los cortesanos importantes a presenciar el vuelo de prueba, pero como no había lugar para un polígono secreto, y como en el País Reino Pueblo todo acaba por saberse, muchos fueron los que se levantaron aquella madrugada para escudriñar por los visillos el histórico acontecimiento.

El rey dio personalmente la orden de empinar la cometa tripulada por Perico de los Palotes y Rosa de los Vientos. Hábilmente, los muchachos la colocaron sobre una brisa y evolucionaron con precisión y donaire, arrancando gritos de entusiasmo a la selecta concurrencia.

Cuando ya parecía que la experiencia iba a concluir, la cometa de combate hizo un giro inesperado y segó con las cuchillas de su cola la cuerda que sostenía el Pabellón de Visitantes Ilustres, la del Campo de Marte y la suya propia. Las dos gigantescas cometas oficiales se fueron a pique, mientras la que tripulaban Rosa y Perico, libre de toda sujeción, volaba hacia la frontera, ¡ay!, tan cercana.

El Secretario de Defensa fue el primero en comprender que no se trataba de un accidente, sino de una demostración de fuerza del arma terrible que Rosa de los Vientos y Perico de los Palotes estaban llevándose a territorio enemigo.

El rey no tardó en comprenderlo también y con aquellas “arquitecturas volantes” vio hundirse sus sueños de grandeza y la esperanza de tener su ansiado coto de caza en los bosques situados al otro lado de la frontera con el Gran Imperio Ote.

 *  *  *

 












4/1/22

"Super Pecho", mi primer personaje


LAS INSUPERABLES HAZAÑAS  DEL INVENCIBLE SÚPER PECHO  


(capítulo estrenado en VIOLAS. Revista villaclareña de literatura. Santa Clara, Cuba, diciembre de 2021) 

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un Super Pecho "design"







—¡Tú no vas a ninguna parte! —le advirtió su padre—. Mientras no termines la tarea, de aquí no te mueves. Y salió dando un portazo que puso a bailar los números del  cuaderno de Matemáticas. 

Pedro Chupe miró el cuaderno, miró la puerta y al fin dejó  escapar la mirada por la ventana. 

—Si antes ya no era fácil, ahora… 


El sol brilló todavía un buen rato. Pero unas gruesas nubes  lo cubrían a intervalos cada vez más prolongados y al final,  cuando la oscuridad dominaba cuanto se veía afuera y buena  parte de lo que había adentro, arrancó uno de esos aguaceros  que prometen acabar con la quinta y con los mangos. 

—Por lo menos no me pierdo un día agradable encerrado  con los torturadores. 

Al pensar que los días de lluvia eran ideales para jugar en la  compu, Pedro se enfureció tanto que disparó una mirada fulmi nante contra los odiados números. No se preguntó si lo hacía  con la intención de hacerlos desaparecer o con la esperanza  de intimidarlos a tal punto que libraran sus secretos. El caso es  que debió hacer tal esfuerzo mental que comenzó a sentir que  la cabeza se le hinchaba, que la vista se le nublaba y que todo  comenzaba a dar vueltas a su alrededor: la cama ocupaba el lugar  de la ventana que ocupaba el lugar del escaparate que ocupaba el  lugar del poster de Los Ninjas que ocupaba el lugar de la puerta… 

Tan rápidamente giraba todo que dejó de distinguir los detalles. Sus  ojos solo percibían un torbellino, multicolor primero y, pronto, gris, al  tiempo que sus orejas se llenaban con un silbido furioso.  

Pedro Chupe intentó convencerse de que tales cosas eran imposi bles, que la que giraba era su cabeza, y trató de detenerla, apretándola  con ambas manos. Como el torbellino no se detuvo, clavó los codos  en la mesa y hundió el rostro en el cuaderno cuyas hojas, sorprenden temente, eran lo único que permanecía inmóvil en medio del caos. 

No supo cuánto tiempo después abrió los ojos. La oscuridad era total.  Apretó el botón de la luz y nada se encendió. Afuera rugía el temporal  y supuso que se había producido un corte de electricidad. Los vidrios  de la ventana no dejaban ver otra cosa que las gotas que se aplasta 

ban contra la pulida superficie, arrugando la perfecta opacidad que  se adivinaba al otro lado. Cayó un relámpago, muy cerca, con ruido a  la vez ronco y agudo, y, por un momento, la habitación fue invadida  por una luminosidad que resultó fantasmal no solo por su relumbre  eléctrico sino porque duró un tiempo inaudito. 


Pedro había dado un respingo, pero a continuación lo petrificó una  segunda sorpresa: el demorado resplandor le había permitido distin guir claramente una silueta cuya imponente musculatura quedaba  resaltada por un ceñido traje verdeazul que completaban antifaz,  guantes y capa color fucsia. Alzó las manos instintivamente, como  para protegerse, pero el intruso hizo exactamente el mismo gesto. Y  entonces, estupefacto, advirtió que sus propias manos estaban cu 

biertas por guantes color fucsia y que sus flacuchos brazos se habían  vuelto extraordinariamente musculosos. Comprendió entonces que  lo que había visto antes era la imagen que le devolvía el espejo del  escaparate y que la capa fucsia colgaba de sus propios hombros. 

Se palpó el pecho hercúleo, cubierto por un tejido fino como la  seda, pero recio y elástico como el caucho. Y al instante comprobó  que toda su piel sentía el contacto con aquella materia desconocida. 

—Lo más extraño —se dijo con una voz que era y no era la suya— es  que veo perfectamente en medio de la oscuridad. 

Era raro, sí; pero más todavía era que nada de aquello le sorprendía  verdaderamente. Como si lo esperara desde hacía mucho tiempo o  como si siempre lo hubiera sabido.

Un nuevo relámpago y un trueno bárbaro hicieron entonces temblar  las paredes, y un poderoso ventarrón espatilló la ventana. En medio  del estrepitoso vendaval se escuchaban gritos. 

 —Vienen del Hueco —comprendió al instante. 

El Hueco era la hondonada, situada al otro lado de la casa de Pedro,  donde se levantaba una quincena de casas. Delante de ellas corría  una cañada de cemento y, separándolas de la parte alta del barrio, un  montículo sobre el cual crecía un inmenso algarrobo. 

El árbol había sido abatido por el primer rayo de la tormenta y blo queaba la cañada, haciendo que el agua se empozara en la excavación  hecha por una empresa constructora para los cimientos del nuevo  hospital. De un momento a otro, el improvisado dique formado por  el tronco y toda clase de desperdicios saltaría, y toneladas de agua  fangosa se precipitarían con fuerza destructora sobre El Hueco y sus  aterrorizados habitantes. 

—¡Este es un trabajo para Súper Pecho! —se escuchó gritar Pedro  Chupe y, sin siquiera saber cómo, salió volando por la ventana.  Lo primero era impedir que siguiera lloviendo, y para ello Súper  Pecho se elevó hasta las nubes y se puso a girar como un trompo  gigante, provocando tal ventolera que en instantes el cielo quedó  despejado. Desde aquella altura, su súper vista le permitió estudiar la  situación: relieve, volumen de líquido, vías de evacuación, obstáculos... —¡No hay un segundo que perder! Mis súper oídos captan inquie tantes crujidos en el tronco del algarrobo. El dique va a ceder y si eso  ocurre… ¡la tromba arrasará El Hueco! 

Súper Pecho dio un giro vertiginoso, pero esta vez en posición  horizontal, para coger impulso, y salió disparado hacia el algarrobo. Se  sumergió en las turbias aguas y un instante después emergió, llevando  el inmenso árbol en hombros. Para impedir que el agua inundara las  casas del Hueco, nuestro héroe usó su súper soplido. Agua, fango,  piedras, ramas, desechos y uno que otro elemento de construcción  corrieron por la cañada… que quedó tan limpia como el día de su  inauguración. 

Siempre con el árbol encima, Súper Pecho voló hasta los cerros que  bordeaban la ciudad, donde abrió a patadas un hoyo suficientemente  profundo para sembrar otra vez el algarrobo.

Todos los prodigios que he contado, ocurrieron en menos de veinte  minutos. Con la misma rapidez y precisión, nuestro héroe atravesó  la ventana y se posó con la suavidad de un módulo lunar provisto de  potentes retrocohetes. El traje y la capa eran de una materia que no  retenía el agua y se habían secado durante el vuelo de regreso, pero las  botas estaban cubiertas de tierra de los cerros y Súper Pecho las dejó  al pie de la ventana. Buscaba un lugar donde colgar la capa, cuando  sus ojos se posaron en el cuaderno que seguía abierto en la página  de la maldita tarea de Matemáticas. 

—¡Ajá! —se dijo—. Con mi súper inteligencia, resolveré el problema  en unos segundos. 

Sin embargo, apenas fijó la mirada en los números, estos comen zaron a agitarse, y pronto giraba toda la habitación, produciendo un  silbido que no tardó en transformarse en rugido, taladrando los oídos y  el cerebro mismo del súper héroe. Una irresistible debilidad se apoderó  de todos sus miembros y tuvo que sentarse. Tres segundos más tarde,  incapaz de mantener la cabeza erguida, se desplomó sobre la mesa. 


Una caricia en sus cabellos despertó a Pedro Chupe. Lo primero que  advirtió fueron sus manos, sin los guantes color fucsia, y sus brazos,  de nuevo enclenques. Al alzar la vista, vio a su madre, que le decía: 

—Sal a coger un poco de aire fresco. Aprovecha la escampada.  —Sí, pero… la tarea de Matemáticas… —balbució. 

—Está completa y sin un solo error —declaró su padre, que estaba  junto a la ventana, con el cuaderno en las manos—. ¿Ves que, cuando  tú quieres, puedes?  

—Fue Súper Pecho —murmuró Pedro—. Sin embargo, creí que... —¿Creíste qué? —preguntó distraídamente su padre, y se acercó  para colocar el cuaderno, cerrado, sobre la mesa. 

Pedro Chupe quedó mudo y su padre lo ayudó a ponerse en pie. —Hazle caso a tu mamá y da una vuelta por el barrio.  —En El Hueco pasaron un buen susto —añadió esta—. Ve a ver a  

tu amigo Dientu y pregúntale si hay algo en que podamos ayudarles. —Sí, sí. Ya voy. 

Pero antes de salir del cuarto exploró cuidadosamente el escapara te, los rincones e incluso debajo de la cama… Pero ¡nada! No halló el menor rastro de traje verdeazul o de capa, guantes y antifaz color fucsia.  Al pie de la ventana, por otra parte, no había ni un gramo de tierra. —¿Lo soñé todo mientras resolvía el maldito problema? ¿Seré un  sonámbulo matemático? 

El Hueco hervía de animación. Todo el mundo hacía algo: recoger  trastos desparramados por el viento, arreglar un tejado o una ven tana, sacar el agua que había conseguido entrar en las casas… Pero  todo lo hacían mientras comentaban admirados que una fuerza  misteriosa había levantado el gigantesco algarrobo, cargado con  toda clase de desperdicios y evitado, con una pasmosa eficacia, que  la tromba de agua y fango arrasara las casas. 

—Estaba muy oscuro —dijo Dientuzo—. Pero yo vi un bulto ver deazul llevarse el árbol. 

—¿Un bulto verdeazul? —replicó Barbarita la Salvaje—. ¡Qué  disparate! 

—¿Me llamas mentiroso? —se encrespó el otro. 

—Te llamo miope —replicó Barbarita—. El bulto era color fucsia. —Ni verdeazul ni fucsia —terció Largui Lucho—. Ustedes están  delirando. ¿Qué «bulto» podría arrancar semejante arbolazo, arrastrar  toda aquella escombrera y llevárselo todo al diablo? —Yo qué sé —respondió el Dientuzo—. Un helicóptero ultramo derno… 

—Un robot volador de esos —precisó Barbarita—. ¿Cómo se  llaman…? 

—Tú quieres decir un dron —adivinó el largo Lucho—. Bueno, es  posible… Pero pónganse de acuerdo porque, lo que fuera, no puede  ser a la vez fucsia y verdeazul. 

Pedro Chupe los había escuchado, sin intervenir, y murmuró: —Bárbara Rita vive en el último piso del «12 plantas» y al ver a  Súper Pecho desde arriba solo notó la capa fucsia. El Dientuzo, en  cambio, vive en El Hueco, y lo vio desde abajo; por eso solo percibió  el color del traje… 

Largui Lucho, que tenía un oído fenomenal, le dio un manotazo en  la espalda. 

—¡Tú siempre tratando de poner de acuerdo a estos dos!

—Yo no he dicho nada —protestó Pedro, nervioso. 

—Sí que has dicho —lo emplazó Largui Lucho—. Y creo que tienes  razón: el súper dron debe ser fucsia por arriba y verdeazul por abajo,  por eso Barbarita y Dientu vieron colores distintos… Pero tú, ¿cómo  lo sabes? ¿No irás a decirme que saliste durante la tormenta?  

Pedro negó enfáticamente con la cabeza y los otros se echaron a reír: —Chupete les tiene miedo a los truenos… —se carcajeó una. —…Y pánico a los rayos —se desternilló el otro. 

—¿Te pasaste la tormenta escondido debajo de la cama, y soñaste  con el súper dron bicolor? —concluyó el tercero. 

Pedro Chupe aguantó el chaparrón de burlas con su resignación  habitual. Pero cuando ya regresaba a casa, se dijo: 

—Puede que yo haya soñado un poco…, ¡pero el problema de  Matemáticas no se resolvió solo!


Súper Pecho fue mi primer personaje de ficción.

creo recordar que mi primer Súper Pecho era más o menos así
no tengo dudas de que lo dibujaba con uno de aquellos lápices bicolores
que integraban el bagaje de todo escolar

  
Lo inventé cuando tenía 10 años, en las páginas de mi cuaderno de matemáticas… que era entonces un simple bloc de hojas de papel liso, fabricado con bagazo de caña. Un papel barato y una forma que me permitía fácilmente hacer desaparecer aquellas hojas donde, en lugar cifras y problemas de quebrados (y otros quebraderos de cabeza que intentaban enseñarnos en sexo grado por entonces), lo que había eran aventuras de este súper-héroe que yo dibujaba con un lápiz bicolor.



No creo que hubiera mucho texto en aquellas aventuras. Eran una especie de tira cómica o historieta gráfica muy elemental, cuya acción se reducía a las batallas de Súper Pecho contra bandidos, científicos locos, monstruos, robots asesinos y otros enemigos… que siempre acababan fulminantemente derrotados.


Pero la vida de Súper Pecho fue breve. Al terminar sexto grado, había en Cuba un pavoroso examen llamado “Prueba de Nivel”, que servía de puerta de acceso a la enseñanza secundaria. Se hacía en dos días: uno consagrado a la prueba de letras (Español, Historia, Geografía) y otro destinado a la prueba de ciencias (Matemáticas, Ciencias Naturales…). Yo pasé muy bien mi examen el primer día, pero en el segundo me salieron algunos terribles problemas de quebrados: los mismos que convertían cada una de mis noches en pesadillas, cuando mi padre (brillante profesor de matemáticas) fracasaba estrepitosamente ante mi biológica incapacidad ante aquellos problemas de cálculo más que elemental.



Cuando sonó la campana del recreo (era para el resto de la escuela, que no se examinaba ese día) yo salí ingenuamente a comer mi merienda antes de continuar. Cuando volví me habían recogido el examen incompleto (¡por supuesto!) y mi nota fue tan baja que debí repetir el 6° grado.

La culpa de aquel fracaso la pagó Súper Pecho, pues atribuí a tiempo que yo pasaba dibujando sus aventuras mi falta de atención en las clases de matemáticas. Por eso decidí no dibujarle más aventuras.

Él era un súper-héroe, él ganaba todas sus batallas, pero yo ni siquiera era un súper niño y perdí la única batalla que tenía por delante: la prueba de nivel.


De esto han pasado muchísimos años y ya le he perdonado. Hace algún tiempo le doy vueltas a un libro con algunas aventuras de Súper Pecho. Cada vez que visito una escuela y los chicos me preguntan sobre mis inicios literarios debo hablar de Super Pecho y dibujarlo. 

presento Super Pecho a los niños del colegio de Chatillon sur Loire


Super Pecho dibujado por Louise (Chatillon-sur-Loire)


No hay ocasión en que no me pidan que continúe las aventuras de mi primer héroe... y al fin me he decidido. 
Este pudiera ser el primer capítulo:


En realidad, debo agradecerle a Súper Pecho haber repetido el 6° grado, porque me tocó hacerlo en la escuela anexa al Conservatorio Musical, donde no aprendí a tocar ningún instrumento, pero sí se me facilitó el descubrimiento de la Biblioteca Provincial (en un edificio cercano) y su maravillosa provisión de libros de aventuras (de Tintín, de Kásperle, de los Mumín, de Oscar y Kina), detectives (los inventados por Enid Blyton, Malcolm Saville, Montserrat del Amo y Ake Holmberg) , viajes, leyendas y otras maravillas… que alimentaron mi próxima pasión creadora: la literatura.

Solo dos años después terminé mi primera novela… 
                                                                                                 ...pero ésta es ya otra historia.


Bocetos de personajes y situaciones para el futuro Súper Pecho
 





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