15/5/20

ANDERSEN Y MARTI: DOS CANTOS PARA UN RUISEÑOR


"ANDERSEN Y MARTI.

DOS CANTOS PARA UN RUISEÑOR"



Bien sabido es que el gran intelectual cubano José Martí (La Habana, 1853-Dos Ríos, 1895) realizó la proeza de redactar él solo la mayor parte de los textos informativos y de ficción incluidos en los cuatro números de La Edad de Oro (Nueva York, julio-octubre de 1889). Los textos que tomó de otros autores se limitó, por lo general,k a traducirlos. Pero en el caso del único texto que tomó de Hans Christian Andersen, que 14 años después de su muerte seguía siendo una referencia universal, Martí procedió a una muy interesante adaptación del cuento "El ruiseñor".
Si la versión original se apoya en la convicción de que no hay más que un ruiseñor: el verdadero, de canto portentoso e inimitable, comparable a la poderosa individualidad de esos artistas románticos entre los que el propio Andersen se inscribe, la versión del cubano parece subrayar la oposición entre el arte verdadero y el falso.

              Martí quiso corregir unos « excesos » imaginativos y subjetivos de Andersen que disentían del programa de La Edad de Oro, tan claramente expresado en el prólogo del primer número, en la circular que cierra cada uno de los cuatro volúmenes y en la correspondencia de su creador
[1].

La victoria del arte auténtico y sencillo sobre la engañosa superficialidad del lujo, tan bellamente expresada por el cuento, no podía dejar de seducir a Martí, pero él emprende su adaptación  menos desde consideraciones -morales y estéticas- que podemos calificar de individuales, que desde un criterio de utilidad social que en La Edad de Oro se manifiesta en el compromiso con la información verídica, los valores democráticos y un muy martiano principio de virtud.

Pero hallan otros que la Revista Venezolana no es bastante variada, ni amena, y no conciben empresa de este género sin su fardo obligado de cuentecillos de Andersen y de imitaciones de Uhland, y de novelas traducidas y de trabajos hojosos, y de devaneos y fragilidades de la imaginación, y de toda esa literatura blanda y murmurante que no obliga a provechosos esfuerzos a los que la producen ni a saludable meditación a los que leen, ni trae aparejada utilidad y trascendencia. [2]

En el citado artículo, Martí define y defiende conceptos de literatura y periodismo que no han cambiado cuando, ocho años después, incluye "El ruiseñor" en una nueva revista, que es su única obra destinada expresamente a la niñez. Pero la belleza y hondura del cuento logran unir estéticas separadas por la pertenencia a generaciones consecutivas; el danés, suscrito al romanticismo, produce sus últimas obras en la época en que el cubano, que terminará inventando el Modernismo, se estrena.
Hans Christian Andersen siempre reclamó para sí el término danés digter, que unge al poeta con cierta aura divina. El artista incomprendido, el valor de lo sencillo-auténtico y el poder redentor del arte son motivos recurrentes en su obra. Hombre de orígenes extremadamente humildes que luchó siempre por el éxito personal y el aplauso de la aristocracia (la de « sangre » y la del espíritu), Andersen tenía aspiraciones que estaban prácticamente en las antípodas de las de José Martí, quien consagró toda su vida, en una actitud entre épica y mística, a la libertad, la democracia y la justicia.
Para el danés, escribir era librar su alma y liberar su imaginación; para el cubano, la literatura (como el periodismo) era un instrumento de mejoramiento humano y, en el caso de su revista para niños, una herramienta para el conocimiento del mundo y la forja del carácter.
Pero a la larga, Andersen y Martí comparten una postura que los define como escritores modernos: saben vehicular, a través del relato para niños, la pasión de sus vidas. Que una de esas pasiones fuese personal y la otra política, termina por no ser más que un detalle.

 El "cuento de hadas chino" 



una versión de este trabajo fue publicada en
2004 por la revista
China Juvenile & Children Publication
El especialista en literaturas escandinavas Régis Boyer, propone el 12 de julio de 1838 como fecha de una primera versión del cuento que nos ocupa. Andersen apuntó ese día en su agenda: "Escrito ‘El ruiseñor y la caja de música’", pero entre el 11 y el 12 de octubre de 1843 hace una anotación que parece desmentir la anterior: "Pasé la noche en Tívoli para la celebración de Carstensen. Volví a casa y comencé mi cuento de hadas chino"[3]... que no puede ser otro que el que publica un mes después con el título de "El Ruiseñor".
Boyer considera que la nota de 1838 puede referirse tanto a "El ruiseñor" como a "El porquerizo", cuento en que una caja de música tiene un rol importante, y argumenta: "la moda de las chinerías estaba viva a comienzos del siglo, en Dinamarca como en toda Europa: el motivo reaparece muchas veces en toda la obra de Andersen y la lista sería aquí ociosa. Apasionado como era por el teatro, el autor pudo también tomar sus motivos chinos del libreto de Scribe para la ópera de Auber El Príncipe de China, representada en el Teatro Real (de Copenhague) el 29 de enero de 1836"[4].
Que hubiera una primera versión desconocida, que el autor hubiera tenido dos veces la idea del cuento, o que lo concibiera efectivamente al terminar la primera temporada del más famoso parque de diversiones de Dinamarca, el caso es que Andersen no se inspira en la China real, que no conoció mediante una documentación fiable, sino en las chinerías imaginarias. Los primitivos pabellones del Tívoli, de madera y lona, fueron Morisco, Turco y Chino, sin contar el bazar oriental o el Concert Hall (todavía en pie), que, según rumores difundidos probablemente por el propio inventor del parque, habría sido diseñado por el emperador de China en persona.
En líneas generales, el romanticismo danés consideraba que un artista, fuese poeta o pintor, debía trascender su país y buscar inspiración en climas exóticos. Andersen viajó abundantemente por Escandinavia, Alemania, Francia, Gran Bretaña... y sobrepasó los límites, entonces pintorescos, de Europa (Nápoles, Andalucía, los Balcanes...), para llegar a Malta, Marruecos y Turquía. En El cuento de mi vida[5] explica: « Los viajes son para mi espíritu como un baño refrescante y restaurador. Necesito de ellos, no para remozar mi inspiración, sino para dar en un marco común vulgar, una expresión y una forma novedosa e inédita »[6].
O sea, que tras el decorado y el condimento estilístico oriental, se encuentra Dinamarca. La relación de Andersen con su país fue una sucesión compleja de amores y desengaños, de loas y reproches, que se hacen explícitos en su correspondencia y en sus diarios, y se adivinan en cuentos como el que nos ocupa.
Es en su infancia, relata el propio Andersen, que se produce su primer encuentro con la China fabulosa: « Una anciana lavandera me había asegurado que el Imperio de la China estaba justamente debajo del río de Odense. De tal modo que yo esperaba en las noches de luna ver surgir de las aguas a un príncipe chino que, tras haberme oído cantar, me llevaría con él a su reino, me llenaría de riquezas, me colmaría de honores y me permitiría regresar enseguida a Odense, donde haría construir castillos para radicarme en ellos »[7].
Al acontecimiento farandulero que pudo servir de detonante, y al sueño infantil que pudo ser la raíz de la fabulación, el biógrafo danés Elias Bredsdorff añade el vínculo pasional que suministraría la tesis del cuento. Si éste fue efectivamente escrito en octubre de 1843 se confirmaría que Andersen se inspiró en Jenny Lind, una talentosa soprano sueca también conocida como “El ruiseñor del Norte”.
Recuerda Bredsdorff que cuando la Lind se presentó en Copenhague en el otoño de 1843 aún no era conocida fuera de Suecia y el público prefirió asistir a una ópera italiana tradicional en el Teatro de la Corte. Andersen, que había conocido a la soprano tres años atrás y ya la tenía como el más durable de sus amores platónicos, la habría representado en la figura del ruiseñor auténtico, reservando a la compañía italiana el triste rol del ruiseñor artificial. Un detalle que invoca Bredsdorff  en apoyo de su hipótesis es que cuando la diva sueca cantó para el rey de Dinamarca, éste la premió con diamantes, de la misma manera que, en el cuento, el emperador ofrece al ruiseñor su chinela de oro.
El ya mencionado escandinavista Régis Boyer evoca otra anécdota, registrada en las memorias de la artista y cantante Charlotte Bournonville :

Uno de los más cercanos amigos de mi padre, un joven muy amante de la música, estaba peligrosamente enfermo y la pena que le causaba no poder escuchar a Jenny Lind contribuía notablemente a empeorar su estado. Cuando Jenny Lind lo supo exclamó: “Querido señor Bournonville, déjeme cantar para ese enfermo”. Era arriesgado someter a un enfermo grave a tal emoción, pero dio resultado. Pues después de escucharla, se recuperó [8].

Perteneciente al círculo de amistades de la Lind y los Bournonville, nuestro escritor pudo estar al tanto de este suceso. De cualquier manera, tanto Jenny Lind como el propio Andersen fueron  grandes artistas y espíritus sensibles, a menudo incomprendidos, de modo que les cabía el rol del ruiseñor. Muchos son los escritos, de ficción o no, en que el autor danés defiende su convicción de que el genio innato, cuyo talento natural sería de esencia divina, es necesariamente superior al artista de cultivo. Andersen tuvo una formación académica tardía y accidentada, y penó por el reconocimiento académico que nunca obtuvo.

El canto asiático de Martí



            El cuarto número de La Edad de Oro -que casi concluye con "Los dos ruiseñores", comienza con el extenso y detallado artículo "Un paseo por la tierra de los anamitas". Allí se percibe la fascinación que ejercen sobre el escritor y político cubano tanto las culturas y costumbres del Lejano Oriente como la resistencia de sus pueblos al colonialismo europeo. Martí no podía dejar de identificarse con aquella lucha, máxime en momentos en que el independentismo cubano pasaba por una crisis de apatía.
Uno de los aspectos que mejor distingue la versión martiana del original es la precisión en detalles sobre la China verdadera. Casi toda la primera de las cinco y media páginas que ocupó el cuento en la revista, fue compuesta por Martí con información sobre la cultura china, que alterna con ideas políticas y éticas propias.
La perogrullada con que Andersen busca obtener, desde su primera línea, la  sonriente complicidad del lector: "En China, por supuesto lo sabes, el emperador es un chino y todos los que lo rodean son chinos"[9], la sustituye Martí por una información y un elemento valorativo: "En China vive la gente en millones, como si fuera una familia que no acabase de crecer" [M : 121].
Nótese que donde Andersen utiliza un pretérito de convención narrativa: "Fue hace muchos años, pero es precisamente por eso que vale la pena escuchar la historia, antes de que sea olvidada" [A : 232], Martí utiliza el presente periodístico y hace un juicio político severo y proselitista : "...y no se gobiernan por sí, como hacen los pueblos de hombres, sino que tienen de gobernante a un emperador, y creen que es hijo del cielo..."[M : 121].
El objetivo de Martí en su extensa digresión introductoria es dar, como nuevos ejes del cuento, una imagen de la China real y principios esenciales, en particular respecto al colonialismo: "Pero los chinos están contentos con su emperador, que es un chino como ellos. ¡Lo triste es que el emperador venga de afuera, dicen los chinos, y nos coma nuestra comida, y nos mande matar porque queremos pensar y comer, y nos trate como a sus perros y como a sus lacayos!" [M: 121].
El emperador de Martí es más complejo que el de Andersen, pues posee rasgos positivos y negativos: se muestra justo y preocupado cuando va "por las casas de los chinos pobres, repartiendo sacos de arroz y pescado seco" [M: 121];  culto cuando conoce y comparte con su gente las enseñanzas de Confucio; amante de la grandeza de espíritu y de los ancianos, enemigo de la corrupción y la ostentación, y valiente patriota al marchar sobre el invasor tártaro al grito de: "¡Cuando no hay libertad en la tierra, todo el mundo debe salir a buscarla a caballo!"[M: 121]; una frase que podría firmar cualquiera de los paladines de la independencia cubana, desde Carlos Manuel de Céspedes y Maceo al propio Martí.
No es que el protagonista de Andersen sea monolítico, pero sus arranques autoritarios y sus rezagos de soberbia e ignorancia son apenas evocados con suave ironía, recayendo las mayores críticas sobre sus estúpidos cortesanos. El personaje de Martí tiene, en cambio, perceptibles zonas oscuras, en particular cuando se embriaga y es la vergüenza de  sus súbditos; pero el narrador aclara que "eso no sucedía muchas veces, sino cuando se ponía triste porque los hombres no se querían bien ni hablaban la verdad" [M: 121]. Palabras muy parecidas las ha utilizado el cubano para referirse a sus propios momentos de pesimismo o melancolía.
Allí donde Andersen deja suelta su imaginación o esconde una burla a la sociedad danesa que tanto le decepcionó, Martí prefiere colocar información verosímil sobre China o hasta da libre curso a su pasión por la ciencia y la tecnología. El gusto por la precisión científica lleva al adaptador a aprovechar una poética invención  anderseniana: "El palacio del emperador era el más lujoso del mundo, todo hecho de la porcelana más fina..." [A: 232], para explicar que dicha materia está  "...hecha de la pasta molida del mejor polvo kaolín" ; aunque enseguida modula, con el lirismo que le conocemos: "... que da una porcelana que parece luz, y suena como la música, y hace pensar en la aurora, y en cuando empieza la tarde..." [M: 121].
Es a esta altura que Martí regresa al texto de Andersen, y no vuelve a abandonarlo, en lo esencial, hasta el final.

Una lectura ideológica de « Los dos ruiseñores »

Más que cambios, lo que siguen son adiciones a lo poco que el original dice de las verdaderas costumbres y modos de vida chinos (« estaban guisando pescado en salsa dulce, e inflando bollos de maíz, y pintando letras coloradas en los pasteles de carne » [M: 122]), o mensajes de valor general («¡Parece que en los libros se aprende algo ! ¡Y esta gente de mi palacio de porcelana, que me dice todos los días que yo no tengo nada que aprender! » M: 122]). También Martí da una visión más ideologizada de los personajes (a veces con mordacidad: « El maestro de música le echó encima un discurso al relojero, y le dijo traidor, y venal, y chino espúreo, y espía de los tártaros... », aunque enseguida vuelva a ser serio y didáctico: « Porque estos maestros de música de las cortes no quieren que la gente honrada diga la verdad desagradable a sus amos » [M: 124-125]).
Esta matización de los personajes le sirve al cubano para resaltar sus preferencias republicanas. Si Andersen no duda en ridiculizar a los cortesanos, al emperador lo trata con el respeto debido a su condición; entre tanto, sus personajes populares –el pescador y la cocinerita- están individualizados, pero sin llegar a poseer vida interior.  Nótese, además, que cuando el emperador está moribundo, el danés olvida comentar la reacción popular, a diferencia de Martí, que dice que el pueblo iba a la puerta del palacio a preguntar cómo estaba el soberano y,  al saber que no mejoraba,  « ... se iba a su casa llorando » [M:125].
En « Los dos ruiseñores », el emperador tiene impulsos muy violentos; como cuando el ruiseñor rechaza ser distinguido con la chinela de oro y dice: «...gracias en un trino tan rico y vigoroso, que el emperador no lo mandó matar porque no había querido colgarse la chinela » [M: 123], o cuando en lugar de amenazar con « golpes en el vientre » (en el texto de Andersen), les promete « pasearse sobre sus cabezas ».
Otro aspecto de mucho interés es la reflexión en torno al arte. Martí va más allá de la mofa de Andersen a los cortesanos y hace del maestro de música el personaje abiertamente negativo que no existe en el cuento original. Las amargas experiencias que lo forzaron a abandonar sucesivamente México, Guatemala y Venezuela, tras chocar con esa calamidad latinoamericana que es la cultura oficial, demagógica y servil,  inspira sin dudas estas irónicas palabras: « ... mil veces mejor es el pájaro artificial, decía el maestro de música: porque con el pájaro vivo, nunca se sabe como va a ser el canto, y con éste, se está seguro de lo que va a ser: con éste todo está en orden, y se le puede explicar al pueblo las reglas de la música » [M : 124].
El cubano llega a sugerir que la proximidad misma del poder es dañina para el arte verdadero. Así,  la frase del ruiseñor de Andersen: « yo no pienso construir mi nido en el palacio » [A:240] se vuelve: « yo no puedo vivir en el palacio, ni fabricar entre los cortesanos mi nido » [M:126], y cuando el pájaro pide al emperador no revelar a nadie que él le contará la vida de la gente humilde, donde Andersen se contenta con decir: « será mejor así » [A: 241], Martí  asegura convencido: «¡... porque le envenenarán el aire al pájaro! » [M: 126].
Hans Christian Andersen procedía de las clases más humildes del reino de Dinamarca y se elevó, a golpes de talento y devoción, hasta la amistad de reyes y dignatarios, dentro y fuera de su país. Su corazón permaneció siempre junto a la gente sencilla, y así lo expresan sus cuentos, nutridos a menudo del acervo popular que él se dio la tarea de llevar a los marmóreos salones. Lo dice el ruiseñor en su hermoso parlamento final: «¡Yo cantaré para ti los felices y los que sufren ! ¡Cantaré el mal y el bien que te ocultan! ¡El pajarillo cantor vuela por todas partes: a donde el pobre pescador, al tejado del campesino, a todos los que están lejos de ti y de la corte! » [A: 241]. Pero el gran escritor danés también vivió seducido por el oropel de esas clases altas que creía haber alcanzado con su talento y pureza espiritual, y nunca abandonó del todo la fantasía infantil de creerse hijo natural de un noble o del mismísmo rey de Dinamarca.
Martí, de origen algo menos humilde, hace de su compromiso popular la causa de su vida. En su versión, « el  pescador » bastante convencional de Andersen se convierte en todo un grupo social y la reacción de « los pescadores » ante el arte natural es intensa, emotiva y transformadora (« se les veía sonreír del gusto, o llorar de contento, y abrir los brazos, y tirar besos al aire, como si estuviesen locos [...] Y las mujeres estaban contentas, porque cuando el ruiseñor cantaba, sus maridos y sus hijos no bebían tanto vino de arroz » [M : 122]. Esta relación pueblo-arte es correspondida por el pájaro, en sintonía con los versos martianos: « Con los pobres de la tierra / quiero yo mi suerte echar » cuando al rechazar la invitación a instalarse en el palacio, explica: « Los pescadores me esperan, emperador, en sus casas pobres de la orilla del mar. El ruiseñor no puede ser infiel a los pescadores » [M: 126].
En lugar de esta declaración de solidaridad con los humildes, Andersen hace una declaración de fidelidad al soberano que jamás podría ser firmada por el convencido republicano que era Martí: « ¡Amo tu corazón más que tu corona, y sin embargo, tu corona está rodeada de algo sagrado! » [A: 241]. La salvedad con que el danés empieza la frase no es, sin embargo, poco relevante: no se trata de la feudal sumisión al emblema de la monarquía, sino de afección por la persona que lo porta. No olvidemos que el escritor danés tuvo una relación muy especial con varios de los reyes que, durante sus 70 años de vida, se sucedieron en el trono de Dinamarca; en particular con Christian VIII, que reinaba cuando se publica « El ruiseñor ».
Pero Martí no solo suprime la frase que acabo de citar, sino otras que en el cuento original reflejan respeto a los monarcas. La mayor modificación en este sentido conduce al adaptador, precisamente, a su única infidelidad de fondo. Por su carácter podría tratarse de un lapsus, pues resulta de una simple inversión de términos... pero un lapsus no completamente involuntario.
El conflicto principal del cuento: la sustitución del ruiseñor verdadero por uno artificial, se presenta cuando el emperador de Japón regala a su colega chino un ruiseñor de oro y piedras preciosas, capaz de cantar una de las melodías del pájaro vivo. Acompaña ese regalo el siguiente mensaje: « El ruiseñor del emperador del Japón es pobre en comparación con el del emperador de China » [A: 236]. Este retórico alarde de modestia, típico de la cortesía asiática -como bien sabría Martí- aparece en su versión transformado en lo contrario, un desvarío vanidoso: «El ruiseñor del emperador de China es un aprendiz, junto al del emperador del Japón » [M: 124]).     
ilustración original del francés Adrien Marie
que inspiró a Martí para su cuento
"Nené traviesa"

Cuestión de formas

La mayoría de las adaptaciones de “El ruiseñor” que he leído, no hacen sino empobrecer, aligerar, simplificar y reducir la prosa y las intenciones de Andersen. No es para nada el caso de la versión de Martí. Me he detenido largamente en la introducción de su propia visión del mundo, pero también cabe evocar la transformación de pasajes que podrían resultarle largos, gratuitos, pedantes u oscuros al joven hispanoamericano que lee el cuento casi medio siglo después de haber sido escrito. Por otra parte, ha de tenerse en cuenta la voluntad de Martí de dotar a La Edad de Oro de una unidad de tono y estilo.
No olvidemos que se trata de una revista, y que junto a cuentos –realistas o « de magia »- y poemas, hay apuntes biográficos, pequeños ensayos etnográficos, artículos sobre novedades tecnológicas, etcétera. A semejante diversidad Martí da coherencia -y estética trascendencia- mediante la alada solemnidad (posmodernista) de su prosa, tan distinta de la efervescente oralidad (romántica) de Andersen.
Aunque en más de una ocasión Martí suprime notas ligeras y humorísticas presentes en el original, esto no significa que su versión sea siempre más grave. En « Los dos ruiseñores » hay situaciones visuales y vivas (« se pusieron a correr los mandarines, con las túnicas de seda cogidas por delante, y la cola del pelo bailándoles por la espalda: y se les iban cayendo los sombreros picudos ») y  notas de irónico humor (« ¡Oh, virgen china!- le dijo el mandarín:- ¡digna y piadosa virgen!: en la cocina tendrás siempre empleo ») [M: 123]. Y si a Martí no le gustan las onomatopeyas ni esos monosílabos sonoros y maleables que el danés  –conocedor del cuento popular y frecuentador de la narración oral- tan bien supo utilizar, recurre a sus portentosas dotes poéticas para traducir unas y otros. Así, donde Andersen detalla: « ... hubo un ¡svup! dentro del pájaro, algo saltó ¡surrrr! todas las ruedecillas giraron y la música se paró » [A : 238], el cubano se limita a: « saltó un resorte de la máquina del ruiseñor, como huesos que se caen sonaron las ruedas, y paró la música » [M : 124] , salvando su parquedad fonética con la impactante sonoridad de un símil.
En armonía con su anticlimático comienzo, el final de « El ruiseñor » resulta un curioso anti-final : « Los sirvientes entraron a ver su emperador muerto... Y allí estaban ellos, y el emperador dijo: « ¡Buenos días!» [A: 241].
Aparentemente, a Martí no le pareció bastante con la implícita sorpresa de los lacayos y cortesanos, y engrosa las dos líneas anteriores hasta llenar dos párrafos. En el primero, presenta la imponente imagen del emperador levantado de sus (casi) cenizas por el canto (lo recuerda) del ruiseñor: « Los mandarines entraron de repente en el cuarto, detrás del mandarín mayor, a ver al emperador muerto. Y lo vieron de pie, con su túnica imperial; con la mano de la espada puesta al corazón. Y se oía, como una  risa, el canto del ruiseñor... ». El segundo párrafo viene a explicitar la reacción de los funcionarios palaciegos, subrayando lo indignos que son de su señor: « -¡Tsing-pé! ¡Tsing-pé! dijo el gran mandarín, y dio diez y ocho vueltas seguidas con los brazos abiertos, y se echó por tierra, con la frente a los pies del emperador. Y a los mandarines, arrodillados en el aire, les temblaba en la nuca la cola.» [M: 126]. De esta manera, Martí consigue cerrar su texto con un mensaje no menos importante por implícito: la verdadera fidelidad no es la de los lacayos aduladores, sino la del individuo libre (el ruiseñor) que se somete al único yugo honorable: el del afecto.

dibujo de Roberto Fabelo
A modo de conclusión

La comparación entre “El ruiseñor” de Andersen y “Los dos ruiseñores” de Martí enfrenta un obstáculo prácticamente insalvable: ignoramos cual fue la versión que sirvió de base a la adaptación.
En 1871, año en que Martí llega deportado a España, se produce la primera traducción de un texto de Andersen al castellano. En 1879, año del segundo y último paso del cubano por Madrid y París, aparece el primer libro del danés en nuestra lengua. Ya entonces Andersen era famosísimo, pero es improbable que Martí se interesara en él antes de que su "hijita del alma", María Mantilla, le acercara verdaderamente a la cultura infantil.
Esto último ocurre después de haber emitido la desfavorable opinión sobre Andersen que cité al comienzo de este trabajo, es decir, durante la segunda residencia de Martí en Estados Unidos (1881-1895). En Norteamérica, Andersen era tan célebre que algunas de sus obras llegaron a aparecer en inglés antes que en su natal Dinamarca. Nunca sabremos si el redescubrimiento del genio de Odense por el mártir de Dos Ríos se produjo en una de estas ediciones norteamericanas, en una traducción al castellano o en francés. Martí enseñó esta última lengua a “Mademoiselle Marie” (así la llama en uno de los más bellos y famosos textos de La Edad de Oro: “Los zapaticos de rosa”) usando publicaciones parisinas que dejaron diversa huella en el contenido y la forma de su revista.

Edición facsimilar
Centro de Estudios Martianos y
editorial Letras Cubanas
La Habana, 1989

Bibliografía

ANDERSEN, Hans Christian: Oeuvres. Paris. Gallimard, 1992. Colección La Pléiade,   tomo I. Traducción, notas y presentación de Régis Boyer.

_______________________ : El cuento de mi vida. La Habana. Gente Nueva, 1989.
 Elias BREDSDORFF: Hans Christian Andersen. Paris. Presses de la Renaissence, 1989. Traducido del inglés por Claude Carme.
MARTÍ, José: La Edad de Oro. La Habana. Centro de Estudios Martianos & Editorial Letras Cubanas, 1989. Edición Facsimilar.
___________:  Obras completas. La Habana. Instituto Cubano del Libro, 1963-1973. Tomos 5, 7 y 8.
Y numerosas traducciones de “El ruiseñor” a media docena de lenguas.

Notas




[1] “... Les vamos a decir cómo está hecho el mundo: les vamos a contar todo lo que han hecho los hombres hasta ahora. Para eso se publica La Edad de Oro: para que los niños de América sepan como se vivía antes, y se vive hoy, en América y en las demás tierras...” (A los niños que lean “La Edad de Oro”, prólogo del primer número, julio de 1889).
“... poner en las manos del niño de América un libro que lo ocupe y regocije, le enseñe sin fatiga, le cuente en resumen pintoresco lo pasado y lo contemporáneo, le estimule a emplear por igual sus facultades mentales y físicas, a amar el sentimiento más que lo sentimental, a reemplazar la poesía enfermiza y retórica que aún está en boga, con aquella otra sana y útil que nace del conocimiento del mundo; a estudiar de preferencia las leyes, agentes e historia de la tierra donde ha de trabajar por la gloria de su nombre y las necesidades del sustento...” (circular incluida en el reverso de contratapa de cada número de La Edad de Oro). 
[2]  Martí : Obras completas, tomo 7, p. 208
[3]  Boyer,  In : Andersen : Oeuvres, p. 1354
[4] Boyer,  Ibid.
[5]  En danés Levnedsbogen significa El libro de vida, pero se tradujo de manera más azucarada, traicionando en cierto modo el tono de simple apunte biográfico que domina la obra.
[6]  Andersen : El cuento de mi vida ; p. 129
[7]  Andersen : Op Cit ; p. 29
[8]  Boyer,  Op Cit, p. 1355
[9]  Andersen : Oeuvres, p. 232 (todas las citas de «El ruiseñor » son traducciones mías de la versión francesa   de Régis Boyer).

A partir de esta nota, las citas de las respectivas versiones del cuento están indicadas en el texto, entre corchetes, con la inicial del autor seguida de dos puntos y el número de página.

10/5/20

TAITA OSONGO en EL CAMINO DE LA LIBERTAD

Editorial Gente Nueva
La Habana, 2016

Otra vez el camino del monte

por Lázaro Andrés


Alguna vez he contado como la bibliotecaria de mi pueblo me llevó a conocer la obra de Joel Franz Rosell. Por entonces tendría yo unos doce años y mi interés en cuanto a la llamada Literatura Infantil y Juvenil se centraba en las novelas de misterio de Enid Blyton.  Casualmente, ya no quedaba en la biblioteca ningún libro de esta autora que yo no hubiese leído y la amable bibliotecaria (qué tiempos aquellos en que las personas que trabajaban en estos lugares eran amables, eficientes y conocedoras del oficio) me sugirió la lectura de El secreto del colmillo colgante. Muchos años después pude leer otros libros de este autor, descubriendo su capacidad para transitar desde el misterio y la aventura detectivesca de la pandilla de Robin Red Corsair hasta las travesuras de una bruja habanera o las peripecias de Taita Osongo.

Y justo me propongo comentar El camino del monte, un libro en el que Taita Osongo es  protagonista y que fuera publicado en la colección Tesoro de la Editorial Gente Nueva en el 2016 con ilustraciones del propio autor.

Para comenzar el análisis habría que aclarar dos aspectos: el primero, que este pequeño cuaderno se emparenta con una obra mucho mayor, La leyenda de Taita Osongo, donde el personaje del título y los que lo rodean son perfilados más claramente, constituyendo toda una saga que escapa a este somero escrutinio y, en segundo lugar, que esta obra sigue una tradición en el manejo del tema central, la esclavitud, que ya había aparecido en Yan el cimarrón de Edwigis Barroso, publicado en 1984 por la propia editorial Gente Nueva y Tatanene cimarrón de Teresa Cárdenas Ángulo, publicada por la Casa Editora Abril en 2006.


Desde el nombre de su protagonista, que evoca el Sóngoro Cosongo de Nicolás Guillén, Joel Franz Rosell deja claras sus intenciones de rescate de un elemento fundamental en la formación de la nacionalidad cubana, aunque ello no impide que en su obra prevalezca la vocación por la universalidad del mensaje, como señalaremos más adelante. Su Taita Osongo se hermana con Yan o Simbao, el abuelo de Tatanene, en el origen, el sufrimiento, la lucha, en el conocimiento de la naturaleza y lo que puede ofrecer al hombre en esa búsqueda del camino del monte que para todos estos personajes deviene camino hacia la libertad. Pero si en los libros de Barroso y Cárdenas sus protagonistas desarrollan sus vidas en Cuba, Rosell opta por la ambivalencia. 

Taita Osongo es rey y hechicero de un pequeño país de África donde es apresado por los traficantes de esclavos que lo traen a América. Si en el citado libro de Teresa Cárdenas, Tatanene precisa fijar las coordenadas geográficas de su antepasado y el abuelo Yan deviene colaborador activo de nuestros mambises en las guerras de independencia, Joel Franz Rosell hace del escenario mágico convencional tan propio de los cuentos tradicionales un arma para concederle universalidad a su texto, pues la trama podría desarrollarse perfectamente en Cuba, Colombia, Brasil, Haití o el sur de los Estados Unidos, por ejemplo. 

Dicho en pocas palabras: Rosell busca y alcanza un equilibrio entre los elementos identitarios que definen la nacionalidad cubana y aquellos que pueden ser asumibles en otros entornos.

En el libro de Edwigis Barroso, escrito en una época poco feliz para la literatura cubana en general, los elementos mágico-religiosos son considerados una superstición debida a la ignorancia de los esclavos. Cárdenas y Rosell, que escriben en una época de mayor apertura, dan relevancia a estos aspectos, al punto de ser parte esencial del relato, con lo que recuperan para el universo infantil ese mundo que ya describiera Carpentier en El reino de este mundo.

Otras inevitables coincidencias podrían señalarse en los tres textos: la crueldad con la que se trata a los esclavos, la aparición del personaje del rancheador con sus perros jíbaros, la descripción de la huida, pero, más que insistir en rasgos comunes al hablar de estas tres obras, o buscar otras referencias en el manejo del folclore y las tradiciones presentes en la obra de Dora Alonso, quiero detenerme en algunos aspectos que pueden hacer de El camino del monte, más que una revisitación al universo del esclavo cimarrón, un texto único e interesante para el público infantil.




Joel Franz Rosell basa su historia en la clásica dicotomía entre el héroe que debe vencer diferentes obstáculos para alcanzar sus propósitos y el antihéroe que vuelve a tener un nombre que es todo un símbolo de opresión: Severo Blanco. Enriquecido gracias a la trata negrera, el antihéroe es un latifundista, dueño de la vida de Taita Osongo, a quien maltrata, pero cuyos poderes mágicos teme. Así, decide deshacerse del esclavo, imponiéndole como condición que abandone sus extensos dominios. Para lograr su meta, Taita Osongo deberá sobreponerse a la fatiga y, en un recurso habitual en los cuentos tradicionales, encontrará a lo largo de su recorrido a diversos personajes a los que ayudará y que, a su vez, le ayudarán en el futuro.

El universo mágico propio de las fábulas y la influencia de los elementos de la tradición y leyendas de la cultura africana, sus huellas en el folclore de Cuba, dominan el recorrido del héroe. Está el güije, presencia reiterada en el imaginario del centro de la isla, la lechuza y el majá, este último retomando la leyenda africana de la pérdida de sus extremidades, pero con un giro interesante: la desaparición de las patas no es un castigo divino, sino una opción que el animal aprueba y supone una liberación.

El encuentro de Taita Osongo con estos personajes sigue un patrón idéntico. El protagonista en fuga descubre al personaje secundario en deplorables condiciones físicas e inquiere los motivos. Los interrogados, a modo de queja, afirman no poder soportar su situación actual. Taita Osongo quiere saber si es que carecen de libertad y, al conocer que no es esa la causa de sus penas, busca los motivos y justo en la explicación de los mismos, Joel Franz Rosell hace un guiño al momento actual. El güije ha visto reducido su espacio vital, su laguna ha desaparecido por el uso indiscriminado del agua; la lechuza no soporta el ruido, la agitación del universo que la rodea, y el majá sufre para sobrevivir debido a que sus extremidades más que contribuir a su desplazamiento lo imposibilitan, un guiño a la necesidad de deshacernos de lo superfluo en pro de lo que resulta imprescindible. Velada o no, hay una referencia ecologista, un mensaje subliminal para los más pequeños respecto a la necesidad de proteger nuestro entorno y los recursos de que disponemos.

Pese a su agotamiento, Taita Osongo socorre a los tres personajes, no solo proponiendo una solución, sino contribuyendo a llevarla a cabo, transmitiendo con ello el mensaje de solidaridad, de la necesidad de hacer siempre el bien al prójimo para sentirnos bien con nosotros mismos, más allá de la espera de cualquier recompensa. La ayuda que el protagonista recibe para alcanzar el triunfo que significa respirar a sus anchas el aire verde y puro de la libertad deviene, más que premio a la bondad y el desprendimiento, justicia; pleno reconocimiento de que la amistad consiste en dar lo que se tiene y no solo lo que sobra, incitando a los pequeños lectores (ojo, no hay que considerarlos nunca lectores de pequeñeces) a recordar esa cita martiana que afirma que se es bueno porque sí.

Con un lenguaje diáfano, muy acorde con las características del grupo etario al que va dirigido, El camino del monte apoya su diégesis con imágenes resueltas en pocos trazos y figuras humanas simplificadas, variedad cromática y elementos simbólicos como el bastón y el calzón corto que definen la humildad y fatiga de Taita Osongo, o  la corpulencia, sombrero y bigote de negreros y/o rancheadores. 

A diferencia de la defensa de una negritud ninguneada o al menos menospreciada que propone Cárdenas con Tatanene…, o el exceso de corrección y detalle del texto de Barroso, Rosell apela a contar una historia más sencilla, cuyo mensaje pueda ser asimilado por niños de cualquier geografía y probablemente allí radique su mérito, ese duende que recorre toda la narrativa de este autor y lo convierte en alguien capaz de convencer con lo que escribe y de vivir muriendo hasta alcanzar (…) la perfección soñada, palabras de la gran autora de libros para niños Nersys Felipe, aparecidas en el libro El fuego sagrado. Los escritores cubanos para niños se confiesan para describir el ideal de un autor de literatura infantil.



Bibliografía

Alonso,Dora: Ponolani. La Habana. Ediciones Granma, 1966.  
Barroso, Edwigis: Yan el cimarrón. La Habana. Gente Nueva, 1984.
Blyton, Enid posee una amplísima bibliografía publicada en España por las editoriales Molino y Juventud en los años 60)
Cárdenas Ángulo, TeresaTatanene cimarrón. La Habana. Casa Editora Abril, 2006.
Carpentier, Alejo: El reino de este mundo. México, D.F. Edición y Distribución Iberoamericana de Publicaciones, 1949.
Felipe, Nersys: "La escritora que a veces soy" en El fuego sagrado. Los escritores cubanos para niños se confiesan. La Habana. Editorial Gente Nueva, 2013 (primera versión: Guantánamo. El Mar y la Montaña, 2006).
Guillén, Nicolás: Sóngoro Cosongo. Poemas mulatos. La Habana. Úcar García, 1931.
Rosell, Joel Franz: El secreto del colmillo colgante. La Habana. Gente Nueva, 1983, 
____________: La bruja de La Habana Vieja (para que se enteren de lo taviesa que es Porfiria Xenobia Marieka). Santa Clara. Editorial Capiro, 1999.
____________: Taita Osongo. El camino del monte.  La Habana. Editorial Gente Nueva, 2016. Ilustraciones del autor.
____________: La leyenda de Taita Osongo. Fondo de Cultura Económica. México, 2006; Editorial Capiro. Santa Clara, 2010 y Ediciones Matanzas, 2014). Primera edición, en lengua francesa: 2004 (Ibis Rouge. Cayena). Edición más reciente, en francés, con ilustraciones del autor: 2017 (Orphie. Saint-Denis de La Réunión)




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