LAS INSUPERABLES HAZAÑAS DEL INVENCIBLE SÚPER PECHO
(capítulo estrenado en VIOLAS. Revista villaclareña de literatura. Santa Clara, Cuba, diciembre de 2021)
un Super Pecho "design" |
—¡Tú no vas a ninguna parte! —le advirtió su padre—. Mientras no termines la tarea, de aquí no te mueves. Y salió dando un portazo que puso a bailar los números del cuaderno de Matemáticas.
Pedro Chupe miró el cuaderno, miró la puerta y al fin dejó escapar la mirada por la ventana.
—Si antes ya no era fácil, ahora…
El sol brilló todavía un buen rato. Pero unas gruesas nubes lo cubrían a intervalos cada vez más prolongados y al final, cuando la oscuridad dominaba cuanto se veía afuera y buena parte de lo que había adentro, arrancó uno de esos aguaceros que prometen acabar con la quinta y con los mangos.
—Por lo menos no me pierdo un día agradable encerrado con los torturadores.
Al pensar que los días de lluvia eran ideales para jugar en la compu, Pedro se enfureció tanto que disparó una mirada fulmi nante contra los odiados números. No se preguntó si lo hacía con la intención de hacerlos desaparecer o con la esperanza de intimidarlos a tal punto que libraran sus secretos. El caso es que debió hacer tal esfuerzo mental que comenzó a sentir que la cabeza se le hinchaba, que la vista se le nublaba y que todo comenzaba a dar vueltas a su alrededor: la cama ocupaba el lugar de la ventana que ocupaba el lugar del escaparate que ocupaba el lugar del poster de Los Ninjas que ocupaba el lugar de la puerta…
Tan rápidamente giraba todo que dejó de distinguir los detalles. Sus ojos solo percibían un torbellino, multicolor primero y, pronto, gris, al tiempo que sus orejas se llenaban con un silbido furioso.
Pedro Chupe intentó convencerse de que tales cosas eran imposi bles, que la que giraba era su cabeza, y trató de detenerla, apretándola con ambas manos. Como el torbellino no se detuvo, clavó los codos en la mesa y hundió el rostro en el cuaderno cuyas hojas, sorprenden temente, eran lo único que permanecía inmóvil en medio del caos.
No supo cuánto tiempo después abrió los ojos. La oscuridad era total. Apretó el botón de la luz y nada se encendió. Afuera rugía el temporal y supuso que se había producido un corte de electricidad. Los vidrios de la ventana no dejaban ver otra cosa que las gotas que se aplasta
ban contra la pulida superficie, arrugando la perfecta opacidad que se adivinaba al otro lado. Cayó un relámpago, muy cerca, con ruido a la vez ronco y agudo, y, por un momento, la habitación fue invadida por una luminosidad que resultó fantasmal no solo por su relumbre eléctrico sino porque duró un tiempo inaudito.
Pedro había dado un respingo, pero a continuación lo petrificó una segunda sorpresa: el demorado resplandor le había permitido distin guir claramente una silueta cuya imponente musculatura quedaba resaltada por un ceñido traje verdeazul que completaban antifaz, guantes y capa color fucsia. Alzó las manos instintivamente, como para protegerse, pero el intruso hizo exactamente el mismo gesto. Y entonces, estupefacto, advirtió que sus propias manos estaban cu
biertas por guantes color fucsia y que sus flacuchos brazos se habían vuelto extraordinariamente musculosos. Comprendió entonces que lo que había visto antes era la imagen que le devolvía el espejo del escaparate y que la capa fucsia colgaba de sus propios hombros.
Se palpó el pecho hercúleo, cubierto por un tejido fino como la seda, pero recio y elástico como el caucho. Y al instante comprobó que toda su piel sentía el contacto con aquella materia desconocida.
—Lo más extraño —se dijo con una voz que era y no era la suya— es que veo perfectamente en medio de la oscuridad.
Era raro, sí; pero más todavía era que nada de aquello le sorprendía verdaderamente. Como si lo esperara desde hacía mucho tiempo o como si siempre lo hubiera sabido.
Un nuevo relámpago y un trueno bárbaro hicieron entonces temblar las paredes, y un poderoso ventarrón espatilló la ventana. En medio del estrepitoso vendaval se escuchaban gritos.
—Vienen del Hueco —comprendió al instante.
El Hueco era la hondonada, situada al otro lado de la casa de Pedro, donde se levantaba una quincena de casas. Delante de ellas corría una cañada de cemento y, separándolas de la parte alta del barrio, un montículo sobre el cual crecía un inmenso algarrobo.
El árbol había sido abatido por el primer rayo de la tormenta y blo queaba la cañada, haciendo que el agua se empozara en la excavación hecha por una empresa constructora para los cimientos del nuevo hospital. De un momento a otro, el improvisado dique formado por el tronco y toda clase de desperdicios saltaría, y toneladas de agua fangosa se precipitarían con fuerza destructora sobre El Hueco y sus aterrorizados habitantes.
—¡Este es un trabajo para Súper Pecho! —se escuchó gritar Pedro Chupe y, sin siquiera saber cómo, salió volando por la ventana. Lo primero era impedir que siguiera lloviendo, y para ello Súper Pecho se elevó hasta las nubes y se puso a girar como un trompo gigante, provocando tal ventolera que en instantes el cielo quedó despejado. Desde aquella altura, su súper vista le permitió estudiar la situación: relieve, volumen de líquido, vías de evacuación, obstáculos... —¡No hay un segundo que perder! Mis súper oídos captan inquie tantes crujidos en el tronco del algarrobo. El dique va a ceder y si eso ocurre… ¡la tromba arrasará El Hueco!
Súper Pecho dio un giro vertiginoso, pero esta vez en posición horizontal, para coger impulso, y salió disparado hacia el algarrobo. Se sumergió en las turbias aguas y un instante después emergió, llevando el inmenso árbol en hombros. Para impedir que el agua inundara las casas del Hueco, nuestro héroe usó su súper soplido. Agua, fango, piedras, ramas, desechos y uno que otro elemento de construcción corrieron por la cañada… que quedó tan limpia como el día de su inauguración.
Siempre con el árbol encima, Súper Pecho voló hasta los cerros que bordeaban la ciudad, donde abrió a patadas un hoyo suficientemente profundo para sembrar otra vez el algarrobo.
Todos los prodigios que he contado, ocurrieron en menos de veinte minutos. Con la misma rapidez y precisión, nuestro héroe atravesó la ventana y se posó con la suavidad de un módulo lunar provisto de potentes retrocohetes. El traje y la capa eran de una materia que no retenía el agua y se habían secado durante el vuelo de regreso, pero las botas estaban cubiertas de tierra de los cerros y Súper Pecho las dejó al pie de la ventana. Buscaba un lugar donde colgar la capa, cuando sus ojos se posaron en el cuaderno que seguía abierto en la página de la maldita tarea de Matemáticas.
—¡Ajá! —se dijo—. Con mi súper inteligencia, resolveré el problema en unos segundos.
Sin embargo, apenas fijó la mirada en los números, estos comen zaron a agitarse, y pronto giraba toda la habitación, produciendo un silbido que no tardó en transformarse en rugido, taladrando los oídos y el cerebro mismo del súper héroe. Una irresistible debilidad se apoderó de todos sus miembros y tuvo que sentarse. Tres segundos más tarde, incapaz de mantener la cabeza erguida, se desplomó sobre la mesa.
Una caricia en sus cabellos despertó a Pedro Chupe. Lo primero que advirtió fueron sus manos, sin los guantes color fucsia, y sus brazos, de nuevo enclenques. Al alzar la vista, vio a su madre, que le decía:
—Sal a coger un poco de aire fresco. Aprovecha la escampada. —Sí, pero… la tarea de Matemáticas… —balbució.
—Está completa y sin un solo error —declaró su padre, que estaba junto a la ventana, con el cuaderno en las manos—. ¿Ves que, cuando tú quieres, puedes?
—Fue Súper Pecho —murmuró Pedro—. Sin embargo, creí que... —¿Creíste qué? —preguntó distraídamente su padre, y se acercó para colocar el cuaderno, cerrado, sobre la mesa.
Pedro Chupe quedó mudo y su padre lo ayudó a ponerse en pie. —Hazle caso a tu mamá y da una vuelta por el barrio. —En El Hueco pasaron un buen susto —añadió esta—. Ve a ver a
tu amigo Dientu y pregúntale si hay algo en que podamos ayudarles. —Sí, sí. Ya voy.
Pero antes de salir del cuarto exploró cuidadosamente el escapara te, los rincones e incluso debajo de la cama… Pero ¡nada! No halló el menor rastro de traje verdeazul o de capa, guantes y antifaz color fucsia. Al pie de la ventana, por otra parte, no había ni un gramo de tierra. —¿Lo soñé todo mientras resolvía el maldito problema? ¿Seré un sonámbulo matemático?
El Hueco hervía de animación. Todo el mundo hacía algo: recoger trastos desparramados por el viento, arreglar un tejado o una ven tana, sacar el agua que había conseguido entrar en las casas… Pero todo lo hacían mientras comentaban admirados que una fuerza misteriosa había levantado el gigantesco algarrobo, cargado con toda clase de desperdicios y evitado, con una pasmosa eficacia, que la tromba de agua y fango arrasara las casas.
—Estaba muy oscuro —dijo Dientuzo—. Pero yo vi un bulto ver deazul llevarse el árbol.
—¿Un bulto verdeazul? —replicó Barbarita la Salvaje—. ¡Qué disparate!
—¿Me llamas mentiroso? —se encrespó el otro.
—Te llamo miope —replicó Barbarita—. El bulto era color fucsia. —Ni verdeazul ni fucsia —terció Largui Lucho—. Ustedes están delirando. ¿Qué «bulto» podría arrancar semejante arbolazo, arrastrar toda aquella escombrera y llevárselo todo al diablo? —Yo qué sé —respondió el Dientuzo—. Un helicóptero ultramo derno…
—Un robot volador de esos —precisó Barbarita—. ¿Cómo se llaman…?
—Tú quieres decir un dron —adivinó el largo Lucho—. Bueno, es posible… Pero pónganse de acuerdo porque, lo que fuera, no puede ser a la vez fucsia y verdeazul.
Pedro Chupe los había escuchado, sin intervenir, y murmuró: —Bárbara Rita vive en el último piso del «12 plantas» y al ver a Súper Pecho desde arriba solo notó la capa fucsia. El Dientuzo, en cambio, vive en El Hueco, y lo vio desde abajo; por eso solo percibió el color del traje…
Largui Lucho, que tenía un oído fenomenal, le dio un manotazo en la espalda.
—¡Tú siempre tratando de poner de acuerdo a estos dos!
—Yo no he dicho nada —protestó Pedro, nervioso.
—Sí que has dicho —lo emplazó Largui Lucho—. Y creo que tienes razón: el súper dron debe ser fucsia por arriba y verdeazul por abajo, por eso Barbarita y Dientu vieron colores distintos… Pero tú, ¿cómo lo sabes? ¿No irás a decirme que saliste durante la tormenta?
Pedro negó enfáticamente con la cabeza y los otros se echaron a reír: —Chupete les tiene miedo a los truenos… —se carcajeó una. —…Y pánico a los rayos —se desternilló el otro.
—¿Te pasaste la tormenta escondido debajo de la cama, y soñaste con el súper dron bicolor? —concluyó el tercero.
Pedro Chupe aguantó el chaparrón de burlas con su resignación habitual. Pero cuando ya regresaba a casa, se dijo:
—Puede que yo haya soñado un poco…, ¡pero el problema de Matemáticas no se resolvió solo!
Súper Pecho fue mi primer personaje de ficción.
creo recordar que mi primer Súper Pecho era más o menos así no tengo dudas de que lo dibujaba con uno de aquellos lápices bicolores que integraban el bagaje de todo escolar |
presento Super Pecho a los niños del colegio de Chatillon sur Loire |
Super Pecho dibujado por Louise (Chatillon-sur-Loire) |
No hay ocasión en que no me pidan que continúe las aventuras de mi primer héroe... y al fin me he decidido.
Este pudiera ser el primer capítulo:
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