En 2004, la revista Publicaciones infantiles y juveniles en Chine, presentó una traducción en mandarín de mi artículo « Andersen y Marti : dos cantos para un ruiseñor », estudio comparativo del cuento « El ruiseñor », de Hans Christian Andersen (Odense, 1805 - Copenhague, 1875) que fuera adaptado por el escritor, pensador y político cubano José Martí (La Habana, 1853 - Dos Rios,1895) e incluido en el cuarto y último número de su revista infantil La Edad de Oro (Nueva York, 1889) con el título significativo de “Los dos ruiseñores”.
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DOS CANTOS PARA UN RUISEÑOR
El cuento chino de Andersen
El "cuento de
hadas chino"
Bibliografía
tapa de la revista Publicaciones infantiles y juveniles en China |
primera página del número que contiene "Los dos ruiseñores" |
índice del número 4 que presenta también "Un paseo por la tierra de los anamitas", un importante artículo referido al extremo oriente |
A diferencia de los otros textos de La Edad de Oro que no fueron escritos por el propio Marti (los otros dos cuentos son del francés Edouard de Laboulaye, que los había adaptado a su vez de tradiciones nórdicas), “Los dos ruiseñores” no es una simple traducción, sino una versión libre. Los cambios introducidos por Martí reflejan claramente sus ideas políticas y su admiración por la resistencia china al dominio occidental que tenía lugar a fines del siglo XIX. En ese sentido el cuento de Martí es realista, mientras que la versión de Andersen utiliza la China imperial como mero marco exótico. Por otra parte, todo el resplandor de la prosa modernista del gran escritor cubano y su admirable capacidad para comunicarse con los pequeños resaltan en la adaptación.
La primera traducción integral francesa de La Edad de Oro comenzó a publicarse (número a número, como en la versión original) en 2012. Es la iniciativa de la modesta asociación de Lyon (la segunda ciudad de Francia) L’Atelier du Tilde. En febrero del año siguiente, durante la Feria Internacional del Libro de La Habana tuve la satisfacción de presentar los dos primeros números en la Sociedad Cultural José Martí y en el Centro de Estudios Martianos. A esta última institución y a la Biblioteca Nacional de Cuba (que lleva precisamente el nombre del gran poeta, pensador y organizador de nuestra independencia) ofrecí sendos ejemplares de la publicación.
tapa del segundo número de la edición francesa (Lyon, 2013) |
indice en inglés de la revista china de literatura infantil y juvenil |
primera página de mi artículo en mandarín |
DOS CANTOS PARA UN RUISEÑOR
El cuento chino de Andersen
por Joel Franz ROSELL
El año 2005 reúne una vez más a Hans
Christian Andersen (Odense, 1805- Copenhague, 1875) y a José Martí (La Habana, 1853-Dos
Ríos, 1895). En este artículo me referiré particularidades y circunstancias de
la creación de uno de los más hermosos y característicos textos del Príncipe de la literatura infantil. “El
ruiseñor” se ha popularizado en Cuba en la versión que hizo Martí para su
revista La Edad de Oro, y de las peculiaridades de dicha adaptación nos ocuparemos
en un segundo artículo.
Un encuentro impredecible
De
entrada, nada predisponía al encuentro de estos dos titanes literarios. En
primer lugar, pertenecían a generaciones diferentes y, de cierta manera, en
conflicto, pues Andersen era romántico y Martí postmoderno. En segundo lugar, tenían
conceptos muy distintos del libro infantil; para el danés lo importante
eran los sentimientos y la fantasía, mientras para el cubano, los libros debían
preparar al niño para la vida y darle una conciencia ciudadana crítica. Para
terminar, sus preferencias políticas eran diametralmente opuestas, dado que uno
admiraba la realeza y el otro era un convencido republicano.
Pero también hay
cosas que los acercan. Andersen fue uno de los primeros autores infantiles, y
sin dudas el que dejó una bibliografía más amplia y trascendente, en recurrir
más a su imaginación que al acervo de narraciones populares anónimas (Perrault
y los hermanos Grimm, por ejemplo, no son más que adaptadores de gran talento).
Por otra parte, el escritor danés se atrevió a utilizar el habla común y no la
prosa canónica en boga, y por ello fue incomprendido y criticado. Si hoy
algunos de sus textos nos dan la impresión de explicitar sus mensajes y estar
cargados de religiosidad, lo cierto es que Andersen supo posponer lo educativo
al desarrollo de la trama y al placer de la palabra, y propició una imagen de
Dios más amable y cercana que la autoridad severa y distante común en su época
(la misma que quiso imponerle a Martí el editor de La Edad de Oro, causando así
el prematuro fin de la revista).
Dos últimos
factores se combinaron para posibilitar el encuentro del más famoso de los
daneses con el más grande de los cubanos: en primer lugar la calidad literaria
del cuento que los une, y en segundo, el conocimiento de la infancia adquirido
por Martí en su relación con María Mantilla, que le permite no solo cambiar su opinión
sobre Andersen, sino hacer de La Edad de Oro la obra
maestra que es.
Andersen titula su texto
"El ruiseñor" y Martí llama a su versión “Los dos ruiseñores”. Si el
primero sugiere que no hay más que un ruiseñor: el verdadero, de canto
portentoso e inimitable, comparable a la imperiosa individualidad de esos
artistas románticos entre los que él mismo se inscribe, el segundo insiste en
la oposición entre el arte verdadero (el ruiseñor vivo) y el falso (el ruiseñor
mecánico, de oro y piedras preciosas).
Hans Christian Andersen
siempre reclamó para sí el término danés digter,
que unge al poeta con cierta aura divina. El artista incomprendido, el valor de
lo sencillo-auténtico y el poder redentor del arte son motivos recurrentes en
su obra. Hombre de orígenes extremadamente humildes, que luchó siempre por el
éxito personal y el aplauso de la aristocracia (la de « sangre » y la
del espíritu), Andersen tenía aspiraciones que estaban prácticamente en las
antípodas de las de Martí, que salido de un estrato social menos humilde, puso
su vida al servicio de la libertad, la democracia y la justicia.
Pero a la larga, Andersen y Martí comparten
una postura que los define como escritores modernos: saben vehicular en un
relato para niños la pasión de sus vidas. Que una de esas pasiones fuese
personal y estética, y la otra colectiva y revolucionaria, termina por no ser
más que un detalle.
El "cuento de
hadas chino"
El 11 de octubre de 1843 Andersen
anota en su diario: "Pasé la noche en Tívoli para la celebración de
Carstensen. Volví a casa y comencé mi cuento de hadas chino"[1]. Al día siguiente precisa que lo ha terminado y un mes después
lo publica bajo el título de "El Ruiseñor"[2].
Andersen se inspira en las
chinerías imaginarias y no en la China real, a la que no lo acercó ni siquiera una
documentación fiable. Los primitivos pabellones del Tívoli, de madera y lona,
fueron Morisco, Turco y Chino, sin contar el bazar oriental o el Concert Hall
(todavía en pie), que, según rumores difundidos probablemente por el propio
inventor del parque, habría sido diseñado por el emperador de China en persona.
El especialista en literaturas
escandinavas Régis Boyer recuerda que: "la moda de las chinerías estaba
viva a comienzos del siglo, en Dinamarca como en toda Europa: el motivo
reaparece muchas veces en la obra de Andersen y la lista sería aquí ociosa.
Apasionado como era del teatro, el autor pudo también tomar sus motivos chinos
del libreto de Scribe para la ópera de Auber El Príncipe de China, representada
en el Teatro Real (de Copenhague) el 29 de enero de 1836"[3].
Pero es en la infancia que se
produce el primer encuentro de nuestro autor con la China fabulosa: « Una
anciana lavandera me había asegurado que el Imperio de la China estaba
justamente debajo del río de Odense. De tal modo que yo esperaba en las noches
de luna ver surgir de las aguas a un príncipe chino que, tras haberme oído
cantar, me llevaría con él a su reino, me llenaría de riquezas, me colmaría de
honores y me permitiría regresar enseguida a Odense, donde haría construir
castillos para radicarme en ellos »[4].
En líneas generales, el
romanticismo danés consideraba que un artista, fuese poeta o pintor, debía
trascender su país y buscar inspiración en climas exóticos. Andersen viajó
abundantemente por Escandinavia, Alemania, Francia, Gran Bretaña... y sobrepasó
los límites, entonces pintorescos, de Europa (Nápoles, Andalucía, los Balcanes...),
para llegar a Malta, Marruecos y Turquía. Solo tres meses antes de escribir “El
ruiseñor” ha terminado un largo periplo que lo llevó hasta la actual Estambul.
El peculiar ambiente del Imperio Otomano debió dejar el espíritu de nuestro
autor preparado para situar en China su nuevo cuento.
Pero al acontecimiento
farandulero que pudo servir de detonante y al sueño infantil que aportó el
combustible, el biógrafo danés Elias Bredsdorff añade el vínculo pasional que
confiere a la obra su profunda significación. Todo el mes que precede la
redacción del cuento la pasó Andersen en la fascinante cercanía de Jenny Lind,
una bella y talentosa soprano que no tardaría en ser conocida en todo Occidente
como “El ruiseñor sueco”.
Recuerda Bredsdorff que cuando
se presentó en Copenhague en el otoño de 1843, la Lind aún no era conocida
fuera de Suecia y el público prefirió la ópera italiana que daban en el Teatro
de la Corte. Andersen, que ya había hecho de ella el más durable de sus amores
platónicos, habría representado a la soprano en la figura del ruiseñor
auténtico, y reservado a la compañía italiana el triste rol del ruiseñor
artificial. Bredsdorff subraya que cuando la diva cantó para el rey de
Dinamarca, éste la premió con diamantes. Andersen presenció la escena y pudo tomarla
como modelo para la situación del cuento en que el emperador chino ofrece al
ruiseñor su chinela de oro.
Régis Boyer evoca otra
anécdota, recogida en sus memorias por la actriz y cantante Charlotte
Bournonville :
Uno de los más cercanos
amigos de mi padre, un joven muy amante de la música, estaba peligrosamente
enfermo y la pena que le causaba no poder escuchar a Jenny Lind contribuía
notablemente a empeorar su estado. Cuando Jenny Lind lo supo exclamó: “Querido
señor Bournonville, déjeme cantar para ese enfermo”. Era arriesgado someter a
un enfermo grave a tal emoción, pero dio resultado. Pues después de escucharla,
se recuperó [5].
Miembro del círculo de
amistades de la Lind y los Bournonville, nuestro escritor estuvo ciertamente al
tanto del singular suceso y pudo convertido en la situación central del cuento.
De cualquier manera, tanto Jenny Lind como el propio Andersen fueron grandes artistas, espíritus sensibles,
frecuentemente incomprendidos, a quienes les cabía el rol del ruiseñor. Muchos
son los textos, de ficción o no, en que el autor danés defiende su convicción
de que el genio innato, cuyo talento natural sería de esencia divina, es
necesariamente superior al artista de cultivo. Andersen, no lo olvidemos, tuvo
una formación académica tardía y accidentada, y nunca consiguió el
reconocimiento pleno de las cumbres intelectuales de su país.
La cuestión
del escenario del cuento es decisiva a la hora de comprender el carácter
autobiográfico que tienen muchos de los mejores textos de Andersen, pero
también para entender las principales modificaciones que introduce Martí en su
versión “Los dos ruiseñores”. En El
cuento de mi vida leemos: « Los viajes son para mi espíritu como un
baño refrescante y restaurador. Necesito de ellos, no para remozar mi
inspiración, sino para dar en un marco común vulgar, una expresión y una forma
novedosa e inédita »[6].
Hemos de concluir que tras el
decorado oriental del cuento se halla Dinamarca. La relación de Andersen con su
país fue una sucesión compleja de amor y rencores, de loas y reproches que se tornan
explícitos en su correspondencia y en sus diarios, y se que adivinan en varios
de sus textos de ficción (para niños o para adultos; cuentos, novelas, poemas o
piezas teatrales).
Cuando escribe “El ruiseñor”,
Andersen ha alcanzado su primera madurez, empieza a ser bien conocido en
Alemania y Gran Bretaña, y a tener cierto reconocimiento en Dinamarca. Este
cuento testimonia su maestría en la composición, en el manejo de las imágenes y
la palabra, y su capacidad para transformar experiencias de vida y sentimientos
íntimos en una fábula universal. La penúltima escena, en que el ruiseñor
arranca al Emperador de las garras de la Muerte, puede inscribirse entre las
más bellas páginas de la literatura (para chicos o no) de todos los tiempos.
Publicado como “Andersen
y Martí: dos cantos para un ruiseñor” en Cuatrogatos, revista
electrónica de literatura infantil. no 4. Miami, mayo de 2001. http://www.cuatrogatos.org/articulolosdosruisenores.html
Otras versiones:
“Andersen y
Martí: los dos ruiseñores”. CLIJ. Barcelona,
septiembre 2001
“Andersen y Martí: dos
cantos para un ruiseñor”. Umbral números 17 y 18. Santa Clara, Cuba 2004-2005.
Bibliografía
ANDERSEN,
Hans Christian: Oeuvres. Paris. Gallimard, 1992. Colección La Pléiade, tomo I. Traducción, notas y presentación de
Régis Boyer.
_______________________ : El cuento de mi vida. La
Habana. Gente Nueva, 1989.
Elias BREDSDORFF: Hans Christian Andersen. Paris. Presses
de la Renaissence, 1989. MARTÍ, José: La Edad de Oro. La Habana. Centro de
Estudios Martianos & Editorial Letras Cubanas, 1989. Edición Facsimilar.
Diversas versiones
de “El ruiseñor”, en castellano, portugués, francés, italiano, inglés y danés.
[1]
Boyer, In : Andersen : Oeuvres, p. 1354
[2]
Primera edición en libro: Nuevos cuentos. Primer volumen. Primera colección. Copenhague, 1844.
[3] Boyer, Ibid.
[4] Andersen :
El cuento de mi vida; p. 29
[5]
Boyer, Op Cit, p. 1355
[6]
Andersen : Op Cit.; p. 129
Hay
tres versiones de este artículo en castellano:
“Andersen y Martí: dos cantos para un
ruiseñor” en Cuatrogatos, revista electrónica de literatura infantil. no
4. Miami, mayo de 2001. http://www.cuatrogatos.org/articulolosdosruisenores.html
“Andersen
y Martí: los dos ruiseñores”. CLIJ. Barcelona,
septiembre 2001
“Andersen y Martí: dos cantos para un ruiseñor”. Umbral números 17 y 18.
Santa Clara, Cuba 2004-2005.
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