página de la versión original de La Edad de Oro, de José Martí (1889) |
entrevista del 8 de julio de 2014, a proósito de la LIJ iberoamericana en el programa Juego de Palabras de Radio Universidad Nacional de Mar del Plata, FM 95.
www.mdp.edu.ar Enlace radio
Con Ana Maria Machado. Congreso de la IBBY. Basilea, 2002 |
La creación iberoamericana para niños y adolescentes es hoy una realidad rica y diversa, de alta calidad estética y de real importancia en el mercado cultural de la región. Varios de sus autores (escritores e ilustradores) han recibido reconocimientos internacionales tan importantes como el Premio Andersen (las brasileñas Lygia Bojunga Nunes, en 1982 y Ana María Machado, en 2000, y la argentina María Teresa Andruetto, en 2012), el premio ALMA (de nuevo Lygia Bojunga Nunes, en 2004) y el Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil (las ya mencionadas Machado y Andruetto, así como la colombiana Gloria Cecilia Díaz, el brasileño Bartolomeu Campos de Queiroz y la argentina Laura Devetach), por no mencionar premios de ilustración (más adelante me expreso sobre el papel “literario” que cumple la ilustración en los libros para chicos) como el premio Andersen 2014 del brasileño Roger Melo o los premios Bolonia Ragazzi de los cubanos Ajubel (en la principal categoría, Ficción) y Alba Marina Rivera, los mexicanos Alejandro Magallanes y Javier Martínez Pedro, los brasileños María Carolina Sampaio y Daniel Bueno (categoría Nuevos Horizontes).
Pese a lo antes
dicho, si las editoriales occidentales para adultos se disputan los García
Márquez, Borges, Vargas Llosa, Cabrera Infante, Padura o Sepúlveda, la mejor
informada de las editoriales infantiles está lejos de conocer siquiera los seis
nombres más consensuales de la literatura infantil iberoamericana.
Las siguientes líneas
intentan explicar por qué vale la pena interesarse en este fenómeno, sin dudas
moderno, pero quizás por eso mismo, formidablemente dinánico.
Revueltos, los orígenes
La
literatura infantil, en tanto que entidad cultural definida es, en
Iberoamérica, un producto del siglo XX. La especificidad del desarrollo
económico, social, educativo y cultural de cada país permite un adelanto o
retraso de algunos años dentro del proceso global. Salvo raras excepciones (el
cubano Martí o el colombiano Pombo), el siglo XIX no fue mucho más que un
período de tanteos que repitió caminos ya recorridos por la literatura europea:
silabarios, catones, textos para la formación de jóvenes elites, las primeras
fábulas en prosa y verso, compilaciones de cuentos populares y de manuales de lectura
para la escuela.
ilustración de Eduardo Muñoz Bachs para "Balada de mis dos abuelos", de Nicolás Guillén |
Algunos estudiosos han creído descubrir antecedentes de literatura infantil latino-americana en los primeros siglos de la colonia, e incluso en la palabra cultivada de los tiempos precolombinos. Si entre los mitos y leyendas aborígenes y en las crónicas de la conquista podemos encontrar páginas cuyo contenido fantástico, épico o testimonial resulta interesante y útil al joven lector de hoy, ello no nos autoriza a considerarlas literatura infanto‑juvenil porque carecían de intencionalidad transformada en rasgo tipificador de discurso estético para el destinatario niño o adolescente. Aun cuando ‑invirtiendo el proceso‑ logremos identificar en dichas obras algún que otro rasgo que más tarde caracterizará a la literatura infantil, eso apenas demuestra que lo que los pueblos dan a leer a sus chicos suele tener puntos de contacto con lo que los pueblos crearon durante su propia infancia.
Paralelo
procedimiento de asimilación se verifica a expensas de los grandes autores. Cada
nación escogerá los suyos entre las filas de sus nacionalistas románticos
(Argentina tomará a José Hernández, Colombia a Jorge Isaacs, Cuba a José María
Heredia), o acudirá a sus figuras mayores: Neruda en Chile, Rómulo Gallegos en
Venezuela, Santos Chocano en Perú...
Evidentemente
no es la adecuación al gusto y necesidades infantiles lo que explica la elección
de dichas obras sino la importancia histórico‑literaria de sus autores y su
aporte a la formación y consolidación de la identidad. Las citadas lecturas ‑totales,
parciales o en adaptación‑ son promovidas por la escuela e integradas a los
programas de lengua.
Especial
es el caso de creaciones que, al tener al niño como interlocutor virtual o
tema, utilizan también elementos de su percepción y expresión, lo que
proporciona páginas singularmente híbridas en autores del temple de Rubén Darío
(Nicaragua), Manuel Gutiérrez Nájera (México) o José María Arguedas (Perú).
De amores que matan y otros peligros
El
folklore es uno de los más importantes moduladores y caracterizadores de la
literatura infantil Iberoamericana[ii]. Su presencia es tan
fuerte que suplanta en algunos casos a la literatura infantil e incluso ‑no es
paradójico‑ a la literatura infantil de inspiración folklórica. La hoy superada
falta de condiciones para una sostenida actividad literaria y la abundancia de
tradiciones orales ‑puestas al servicio de la formación de la identidad
nacional y de la instrucción moral‑, provocaron la sobrevaloración del folklore
por parte de educadores, editores e incluso escritores. Contribuyó a esto el
«neoclasicismo nuevomundista» practicado por sectores de la intelectualidad iberoamericana
que valoraban más el rescate de los «oros viejos» que la creación de nuevas
joyas. La real o supuesta grandeza del pasado (civilizaciones precolombinas y
gesta independentista) y el propio conservadurismo inherente a la escuela
prolongan los efectos de esta desviación.
Hasta
la primera mitad del siglo XX los sectores de la infancia iberoamericana con
acceso a la lectura recibían ‑de autor nacional‑ casi exclusivamente las
consabidas reelaboraciones del folklore, y obras en prosa y verso de didactismo
generalizado y amanerado lirismo que, con su patriotismo romántico o su
realismo denunciador, satisfacían los objetivos moralizantes e instructivo‑movilizadores
de los educadores, y no las necesidades estéticas y lúdicas de los chicos. Esta
producción se encontraba en el centro del muy iberoamericano enfrentamiento intelectual
entre tradicionalismo y modernidad; combate que se desarrolló básicamente en el
plano ideológico y raramente se convirtió en verdadera fuerza motora de la
evolución de la literatura infantil en toda la vasta y compleja envergadura que
la caracteriza.
José Bento Monteiro Lobato |
La
anterior situación perdurará pese a la aparición periódica de disonantes astros
solitarios como el brasileño Monteiro Lobato (años 1920-30), el boliviano Oscar
Alfaro (en los 1940) o la chilena Marcela Paz (años 1950), quienes preludian y
plantan las bases del movimiento renovador iniciado a la mitad de los años 1960.
Es
evidente que el gran problema del libro infantil en Iberoamérica es de orden
estructural: la pobreza y la injusta distribución de la riqueza, la
escolarización insuficiente o efímera y la precariedad de editoriales,
librerías y bibliotecas no pueden ofrecer suelo de suficiente fertilidad a la
invención, fabricación y consumo de obras para niños y adolescentes. Como
colofón, y cerrándose a la manera de un círculo vicioso, la actividad editorial
se ve confinada a un mercado estrecho ‑nacional o regional‑ que prefiere
originales de interés o potabilidad geográficamente restringidas. Las bajas
tiradas consecuentes exigen un producto barato, lo que dificulta el acceso al
mercado mundial y al atractivo terreno de las coediciones, en un panorama que
hacen aún más complejo las ofertas de las transnacionales de la edición,
generalmente españolas, que casi monopolizan los best-sellers y los costosos
álbumes ilustrados (unos y otros son generalmente traducciones... en su mayoría
del inglés).
Por
otra parte, la poca envergadura de los medios de expresión de las problemáticas
sociales y el escaso respeto de la identidad nacional siguen haciendo a la
literatura infantil rehén de tareas que no le son inherentes, por mucha
tradición que hayan tenido dentro de las prácticas culturales de la región. La
nueva forma adquirida por el tradicional didactismo, la narrativa de “valores”,
suele limitar la eficaz ficcionalización y el tratamiento profundo y creativo
de “nuevas” temáticas sociales e íntimas: suicidio, crisis de la familia,
sexualidad, tráfico y consumo de drogas, conflictos armados y desplazamientos
de población, destrucción del medio ambiente, etc.
En
las últimas décadas se presenta, sin embargo, un peligro nuevo y formidable:
los medios electrónicos de comunicación que, con sus formas expresivas y
contenidos foráneos, llegan de manera masiva e indiscriminada a los rincones
más apartados, allí donde el libro y la cultura alfabética no han tenido
todavía implantación. Las nuevas tecnologías de la comunicación, la edición
electrónica y los sitios “sociales” no han cumplido sus promesas –por razones
diversas- de democratización de una producción literaria de calidad
(consolidan, por el contrario, viejas felonías como la piratería y el plagio).
La
mayor parte de los países de Iberoamérica ven así amenazado el empeño de
transformación de su cultura nacional oral en cultura nacional escrita (tarea
concluida por Europa en el siglo XIX). De verificarse, tal catástrofe incluiría
el aborto del proceso ‑de formación en unos casos y de consolidación en otros‑
de la literatura infantil en la región.
Eclosión de una primavera anunciada
Tanto
o más incluso que otras formas de la literatura, la destinada a niños y jóvenes
es espejo de la sociedad en que surge. Depende del interés de las fuerzas
sociales por el desarrollo de sus jóvenes y concretamente de la escuela, ya que
aun cuando supera el didactismo, sigue teniendo a la institución escolar como principal ‑cuando no único‑ fomentador de la
lectura y cliente.
Es
fácil constatar en la producción editorial iberoamericana el predominio de los
géneros, temas y estilos accesibles a la más amplia y mejor atendida población
escolar: la clase media urbana de entre 7 y 12 años; con desventaja para párvulos
y adolescentes, y patente descuido de la población rural, los sectores pobres y
las minorías étnicas.
libro de Isol |
Es
sintomático que países que carecen de auténtico ambiente literario y editorial,
como Paraguay o Guatemala, pudieran engendrar escritores vigorosos, innovadores
y trascendentes como Augusto Roa Bastos y Miguel Ángel Asturias y que, sin
embargo, en el campo de la literatura infantil no se registre nada parecido:
sin escuela no hay público infantil masivo ni literatura que se le consagre.
Lo
que no significa que este sector de la creación literaria sea menos válido, y
sensible a factores subjetivos y pulsiones estéticas. Prácticamente todos los
países del subcontinente tuvieron talentos individuales que no vieron al niño como
maleable material para la formación del futuro ciudadano, sino un ser dotado de
una peculiar percepción, capaz y merecedor de obras donde predomina la función
estética. Así podríamos constituir una biblioteca de próceres de la literatura infantil
con firmas tan ilustres como las de José Martí (Cuba, 1853‑1895), Rafael Pombo
(Colombia, 1833‑1912), Horacio Quiroga (Uruguay, 1878‑1937), Monteiro Lobato
(Brasil, 1882‑1948), Gabriela Mistral (Chile, 1889‑1957), Aquiles Nazoa
(Venezuela, 1920‑1976) y Oscar Alfaro (Bolivia, 1921‑1963), que completarán obras
que titilan aisladas dentro del legado de un autor universalmente conocido por
sus libros para adultos como Juana de Ibarburu, César Vallejo o Nicolás
Guillén...
Horacio Quiroga |
Entre
los años sesenta y setenta del siglo XX se produce en todo el mundo occidental
una reforma social y educacional progresista y democratizadora que de una u
otra manera se integra a circunstancias específicas del continente (procesos
políticos, económicos, demográficos y culturales) que posibilitan un salto
cualitativo en la evolución de la literatura infantil.
El
crecimiento económico, el desarrollo de la clase media y los progresos en
materia de democratización política (pese a siniestros intervalos
dictatoriales), propician la extensión y modernización de la enseñanza. Esto
permite que la literatura infantil se exonere de tareas que mejor corresponden
a la escuela, las instituciones políticas, la iglesia o los medios de
comunicación masiva, al tiempo que, con la ampliación de la población lectora,
se incrementan el número y la especialización de escritores, ilustradores,
editores, críticos, promotores...
edición original de "Lejos como mi querer" de Marina Colasanti |
Por su parte, el antiguo complejo de insuficiente valoración de la nacionalidad fue conjurado por regímenes que utilizaron el nacionalismo como instrumento de legitimidad política y como estrategia de desarrollo económico. Estos procesos se presentan de manera muy acentuada y productiva en Argentina, Brasil y Cuba. En los dos primeros casos funcionan como catalizantes la impopularidad de las dictaduras militares, la saturación del nacionalismo y la necesidad de esquivar la censura. En el caso de Cuba ‑donde el régimen también ha sido autoritario, pero contó con prolongado apoyo popular‑ es esencialmente la contradicción entre las intensas transformaciones sociales y la retórica oficial lo que condujo a una renovación que llegó más tarde que a la Argentina y Brasil, e indudablemente influida por ellos, y por la vanguardia literaria de Escandinavia, Alemania, Austria y otros países de vanguardia.
La
actividad creadora, hasta entonces dominada por cierta inmediatez castradora y
por la hipertrofia de la poesía, el relato y sus respectivas desviaciones
didácticas, se abre a los géneros más ricos en fabulación y se renueva con
recursos tales como la combinación de realismo y fantasía, el humor, la ironía,
la parábola, la carnavalización, el metalenguaje, etc. Al mismo tiempo se
produce una ampliación de temas y asuntos en el reencuentro con el folklore y
la naturaleza, la revisión de la Historia, la prospección en las circunstancias
humanas y sociales de nuevo tipo y la influencia de los progresos en materia de
psicología, ciencia, artes, comunicación, etcétera.
Argentina,
Brasil y Cuba integran el A B C de la literatura infantil iberoamericana. Son
ellos los que poseen el espectro genérico y estilístico más completo, con alto
nivel de calidad promedio, y los que han hecho aportes más trascendentes,
incluso en el terreno de la crítica y la investigación. Se trata en realidad de
la vanguardia de un movimiento de literatura infantil moderna que se extiende,
desde la década del 80, a Chile, Colombia, Costa Rica, México...
Treinta años de esplendor y un futuro
luminoso
La
estabilización democrática de los 80 (los 90 en Centroamérica) y las crisis
económicas del período se combinan para diseñar un marco de esperanzas y
frustraciones en el panorama social, educativo y cultural que dinamizan y
frenan alternativamente el desarrollo del libro para niños y jóvenes en nuestro
continente. Una mejora en los presupuestos de la enseñanza, en los servicios
bibliotecarios y en las economías familiares serviría de extraordinario
estímulo a la industria del libro, que luego de consolidarse en los comienzos
de las recuperadas democracias, ha sufrido los embates de las crisis económicas
y del proceso de concentración que viene remodelando el panorama editorial en
la mayor parte del planeta.
En
los últimos años, junto a los esfuerzos dispersos y apasionados de siempre y a
las viejas editoriales (públicas, universitarias o privadas) sobrevivientes,
han aparecido las sucursales de grandes grupos editoriales, por lo general
españoles (a su vez pertenecientes a conglomerados aún mayores: estadounidenses,
alemanes o franceses), que han creado catálogos de autores nacionales cuya
producción se organiza (y a menudo se formatiza) en colecciones y series por
edades, reconocibles por sus maquetas y colores. Esta es la cara visible de una
estrategia basada en tácticas de mercado probadas en la América Anglosajona y
en Europa Occidental. Nuestra producción, antes caótica (para bien y para mal)
adquiere un rostro racional, pero no siempre adaptado al mosaico de nuestras
realidades socio-económicas y culturales; algo que, a la larga, amenaza el crecimiento
en contenidos y formas.
Es
todo un nuevo estilo de hacer el que deben enfrentar los escritores y
animadores a la lectura: desde la selección de originales ‑que prioriza al
autor nacional, pero tipifica la oferta según fórmulas genéricas, temáticas y
estilísticas importadas o, al contrario, estereotipadamente “nacionales”‑ hasta
campañas de promoción que procuran satisfacer las expectativas de ese
prescriptor institucional que es la escuela, aunque sin valorar adecuadamente
lo diverso y frágil de nuestros sistemas educacionales, y de nuestras redes de
librerías y bibliotecas.
Desde
el comienzo del tercer milenio, una pléyade de pequeñas empresas sacude el
panorama con formas de editar y comercializar diferentes. En Argentina se destacan
numerosas mini-editoriales que invierten en el álbum ilustrado nacional e
incluso en el libro informativo; en Colombia llaman la atención pequeños sellos
que apuestan a un público más reducido, pero exigente y transgeneracional, y en
Cuba, la vieja centralización cede el paso a la apertura de editoriales
provinciales que dan su oportunidad a nuevos autores, con la consiguiente
diversidad de voces.
Por
lo menos tres generaciones garantizan la pujanza de la creación en las últimas
tres décadas, entrelazando talentos de la fuerza y originalidad de Lygia
Bojunga Nunes, Ana Maria Machado, Marina Colasanti, João Carlos Marinho o Luíz
António Aguiar (Brasil), de María Elena Walsh, Laura Devetach, Luis María Pescetti,
Ema Wolf o Liliana Bodoc (Argentina), de
Dora Alonso, Hilda Perera, Ivette Vian, David Chericián, Luis Cabrera Delgado o
Ariel Ribeaux (Cuba), de Jairo Aníbal Niño, Gloria Cecilia Díaz o Yolanda Reyes
(Colombia), de Emilio Carballido, Guillermo Rendón Ortiz, Juan Villoro o Mónica
Brozón (México), de Alicia Morell o Víctor Carvajal (Chile), de Jorge Díaz
Herrera (Perú), Armando José Zerquera (Venezuela), Roy Berocay (Uruguay)...
con Gloria Cecilia Díaz. Congreso internacional del libro infantil de la IBBY. Cartagena de Indias (Colombia), 2000 |
Aunque
aquí hablamos de bellas letras (novelas, cuentos, poemarios, textos
dramatúrgicos…) lo cierto es que resulta imposible abordar la literatura
infantil sin tener en cuenta la ilustración, que ya no se limita, como hasta la
primera mitad del siglo XX, a adornar páginas dominadas por el texto; su
creciente protagonismo le ha permitido engendrar al álbum ilustrado o “libro
álbum”, el único género específico (y no adoptado de la literatura para
adultos) inherente a nuestra especialidad, donde a veces ni texto hay y, sin
embargo, se cuenta una historia.
En
estas décadas prodigiosas se han afirmado autores-ilustradores (o ilustradores
que son auténticos “autores de imagen”) como Angela Lago, Ziraldo, Ciça
Fittipaldi, Nelson Cruz o Roger Mello (Brasil), Ivar da Coll, Alekos o Dipacho
(Colombia), Eduardo Muñoz Bachs, Reinaldo Alfonso, Ajubel, Luis Castro Enjamio
o Ares (Cuba), Isol, Carlos Nine, Istvansch,
Pablo Berlasconi, Marcelo Elisalde, Gustavo Roldán Devetach, (Argentina) o
Vicky Ramos (Costa Rica), Carlos Pellicer (México) y Rosana Faría (Venezuela).
ilustración de Roger Mello |
El problema de las benditas fronteras
Una de las grandes tareas pendientes de la literatura infantil iberoamericana es el conocimiento mutuo. Aunque abundan las selecciones y listas de libros recomendados (divulgados por el Banco del Libro o la fundación Cuatrogatos, por ejemplo, a través de ese medio sin fronteras que es la web) y no faltan premios literarios internacionales (como el Norma, el Libresa o el de álbum ilustrado del Fondo de Cultura Económica), lo cierto es que son pocos los libros que confirman con una presencia en todo el continente la aprobación que reciben en sus países de origen.
Raras
son las editoriales iberoamericanas con presencia real en otros países, y eso
no excluye a las sucursales de transnacionales españolas o de otros países,
pues éstas se limitan a dispersar el grueso de su fondo “internacional”,
mientras que el catálogo de autores nacionales es tratado casi como un apéndice
de los manuales escolares, corazón del mercado interno. Si las ediciones en
castellano de cualquier best seller
estadounidense, alemán o italiano (a menudo productos de patente mediocridad)
se encuentran en cualquier punto de venta, las mismas u otras editoriales excluyen
(a veces contra toda lógica y contrariando la demanda del público informado)
obras coronadas por la crítica y hasta por el público de un país vecino.
El
argumento habitual contra un mercado verdaderamente iberoamericano del libro
infantil es que la lengua (el castellano en sus respectivas variantes
nacionales) y algunos temas (de fuente cultural, histórica o de la naturaleza endémicas)
levantarían barreras insalvables para los niños (aunque tampoco se pueda decir
que la literatura para adultos disfrute de ejemplar permeabilidad de fronteras).
En
una época en que las migraciones, la globalización y la supresión de fronteras
nos confrontan a todos, cotidianamente, con otras culturas y modos de vida; en
un tiempo en que todo el mundo sabe que no basta con hablar la propia lengua, y
ni siquiera con dominar el inglés de base (el llamado “globish”), sino que hay
que poseer aunque sea una tercera lengua extranjera… ¿cómo hacer remilgos ante las
diferencias y peculiaridades existentes en el interior de nuestra internacional
lengua castellana?
Igualmente,
¿cómo pretender que algunos modos de vida y referencias culturales exóticas van
a impedir a chicos, que cotidianamente navegan por Internet, consumen
películas, series televisivas y videojuegos de los más diversos orígenes, comprender
o disfrutar una historia por lo demás perfectamente asimilable? Sería olvidar
que el libro es, precisamente, el producto cultural que –por no ser solo lenguaje- menos impone una
representación o interpretación y mejor se adapta a la velocidad intelectual de
cada cual, permitiendo, sin verdaderamente interrumpir la experiencia estética
y recreativa de la lectura, la reflexión y el diálogo con maestros y otros miembros
del entorno capaces de esclarecer una duda (cualquiera puede comprobar que
cerrar un libro, dejándole dentro un dedo como marca-páginas, interrumpe menos
la lectura que apretar, con el mismo dedo, el botón “pausa” del video?).
A quien opine que si la literatura infantil
iberoamericana no consigue cruzar las fronteras internas del subcontinente, no
hay que sorprenderse de que tampoco consiga saltar el Atlántico, puedo
recordarle el elevado número de libros españoles que cruzan el mismo océano, en
dirección contraria, sin problema.
En
realidad no falta interés en Europa por las diferentes culturas y realidades del
planeta. Pero se prefiere que un autor del país “traduzca” esas diferencias de
contenido, de valores y de forma… incluso si, con frecuencia, dicho “mediador”
conoce superficialmente el mundo que adapta y simplifica.
El problema es que, en materia de libros infantiles, la forma,
la excelencia literaria, es frecuentemente postergada al tema (el famoso
“mensaje”). La simplificación de problemáticas sociales, psicológicas y
culturales sigue siendo practicada incluso en productos culturales para edades
en que el individuo ya es capaz de interesarse y comprender la complejidad del
mundo. Es lo que podríamos llamar «utilidad literaria», un “valor”, por cierto,
mucho más sensible a los compromisos locales que al albedrío de lo universal.
Más de una vez he constatado que editores, bibliotecarios
y otros profesionales europeos del libro infantil pueden esperar que casi
cualquier narración brasileña hable de favelas y destrucción de la Amazonia,
que casi cualquier ficción colombiana permita documentarse sobre guerrillas o
narcotráfico, que casi cualquier novela cubana para chicos aborde la crisis del
castrismo a ritmo de salsa, que casi cualquier relato infanto-juvenil mexicano
refleje el machismo y la violencia...
ilustración de Ajubel |
Iberoamérica no puede seguir siendo considerada como
productora de esa materia prima literaria que son nuestros mitos, nuestra
naturaleza, nuestra diversidad étnica y nuestros problemas socio-económicos, todo
cortado en trozos y servido en bandejitas de plástico para un mejor consumo de
lectores europeos y norteamericanos necesitados de información o exotismo
socio-cultural y geográfico. Materia prima “condicionada” en los laboratorios
editoriales de las urbes occidentales con la intención, en fin de cuentas, de
consolidar por contraste el conocimiento y valoración de su propia realidad.
Los escritores e ilustradores iberoamericanos nos negamos
a ser tratados como meros exportadores de “comodities”. Somos creadores de un
producto elaborado y de «alto valor añadido»: una literatura infantil diversa y
rica, que debería conocer de una vez su propio boom.
Mucho
es lo que la literatura infantil iberoamericana tiene para legar al mundo: la
sensualidad de su lenguaje, de sus símbolos e imágenes, la frescura que le
viene de la proximidad del folklore (todavía vivo y visitable), un formidable
caudal imaginativo irrigado por inagotables reservas de personajes, asuntos y
ambientes (realistas, históricos o imaginarios), y aquella sorprendente
flexibilidad y capacidad de combinación que le aportan su carácter mestizo y la
promiscuidad de un contexto donde cohabitan glaciares y desiertos, caseríos sin
nombre y urbes pantagruélicas, tecnología de punta y miseria, prehistoria y
juventud.
Con la apertura al libro infantil iberoamericano del
espacio europeo, norteamericano, del noreste asiático y demás lugares con
industria editorial importante, todos tenemos algo que ganar. Los creadores de “nuestra
América” porque nos veríamos totalmente liberados del yugo que nos impone
nuestro limitado mercado actual, y los lectores, editores y creadores del norte
industrializado por todo lo que podemos descubrirles de este Nuevo Mundo que
seguimos inventando y que completa ‑junto a esas literaturas de Asia, África y
Oceanía que tan poco conocemos‑ la verdadera fisonomía de un planeta
supuestamente globalizado.
París, 30 de junio de 2014
(Versión actualizada de textos recogidos en La literatura infantil: un oficio de
centauros y sirenas. Lugar Editorial. Buenos Aires, 2001) que sirvió de
base para una intervención en la mesa sobre Literatura Infantil Iberoamericana
presentada por la Casa de América de Cataluña en el festival Món Llibre, el 12
de abril 2014, en Barcelona.
[i] Utilizo el término “iberoamericano(a)” en su
sentido estricto: países y culturas de América que tienen el castellano o el
portugués como lengua oficial y dominante, y no en el sentido geopolítico de comunidad
integrada por España, Portugal y sus antiguas colonias del Hemisferio
Occidental. Considero esta formulación más apropiada que la usual
“latinoamericano(a)” que incluiría también los departamentos franceses que
bañan las aguas del Caribe e incluso, si somos rigurosos, el Quebec y otros
territorios de lengua francesa en América del Norte.
[ii] Cuando digo « literatura infantil
iberoamericana » no pretendo que exista realmente una comunidad de rasgos
expresivos, formas genéricas o modos de organización y difusión en el conjunto
o al menos en una mayoría de los países que se extienden “del Bravo a la
Patagonia”. Sería como pretender que existe una literatura europea o una
literatura africana. Vasto debate y ardua cuestión sería definir o describir lo
que hay de común –que sin duda lo hay- en la gran diversidad de la literatura
infantil de Iberoamérica.
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