PAIS
REINO PUEBLO
Día
cuarto del quinto mes del sexto año.
Sres.
Rosa de los Vientos y Perico de los Palotes.
Almirantes
del Aire, Condes de la Cometa, Marqueses del Barrilete, Duques del
Volantín y futuros Príncipes del
Papalote.
En
algún lugar del cielo
Distantes
súbditos:
Bien
podéis imaginar que solo una grave circunstancia puede hacer a un REY olvidar
un agravio (aún carezco de un campo de golf digno de mi regia persona), pero
por encima de los sentimientos y orgullos del MONARCA están los intereses de su
ESTADO (hasta el punto de que, incluso si tuviera dónde, faltaríanme ánimos y
tiempo para recrearme con los placeres del juego).
Vayamos,
sin más dilación, a los hechos: ¡NUESTRO AMADO REINO CORRE MORTAL PELIGRO! Mi
CORONADA CABEZA sufre preocupación y desasosiego, y lo comparte con sus
súbditos, ante la actitud amenazante del Gran Imperio Ote.
En
nombre de vuestro amor a la TIERRA NATAL y ejerciendo mi autoridad como
SOBERANO, os convoco.
No
tardéis. LA PATRIA os necesita.
Don
Cacho Quinto
REY
POR LA GRACIA DE DIOS Y DEL PUEBLO
–¿Peligro mortal!
–¡El Gran Imperio Ote?
Rosa de los Vientos y Perico de los
Palotes quedaron tan impresionados por la carta que descuidaron el pilotaje y
la cometa fue atrapada por un remolino.
Todo el que ha empinado cometas,
barriletes, papalotes o volantines sabe lo complicado que resulta sacarlos de
un mal viento. Imagínate entonces lo que sucede cuando uno está en la cometa caída en desgracia.
Ante la gravedad de la situación, Perico
tuvo que saltar por la borda y, colgando
en el vacío, luchó con los frenillos. Rosa, por su parte, redujo el peso de la
cometa tirando muebles y cacerolas, y después se empeñó en destrenzar la cola.
La frágil embarcación aérea dejó de volar en círculos y de dar peligrosas
zambullidas en el aire, pero todavía tuvieron que faenar un buen rato antes de
ponerla sobre una brisa segura.
–¿Qué rumbo llevamos? –preguntó Perico
en cuanto pudo trepar a bordo.
–El rumbo del País Reino Pueblo,
naturalmente.
Entonces pudieron releer la chiringa
real, pero no sacaron nada en limpio. El rey no adelantaba el menor detalle
sobre la repentina amenaza del Gran Imperio Ote.
La última vez que los imperiotanos
habían invadido a su minúsculo vecino fue durante el reinado del belicoso
emperador Macro Altonio el Malversador (el mismo que, sin ser poeta, había
escrito el larguísimo Himno Imperial, cuyo verso más conocido es aquel que
dice: "Imperio tan Extenso, ¡oh, Brújula del Universo!"). Pero de eso
hacía veinte años y desde entonces las dos naciones habían mantenido relaciones
normales. Lo cierto es que a los imperiotanos les gustaba tanto tragar
territorios ajenos como saborear las miniaturas de chocolate que eran una
exclusividad del País Reino Pueblo. Y
como el gigantismo con que se hacía todo en el Gran Imperio Ote, resultó
funesto para la producción de miniaturas de chocolate, a los tres meses de
ocupación, ambos países firmaron el Tratado de Quitaypón, que garantizaba la
independencia del País Reino Pueblo y devolvió el trono a la dinastía Pulgar y
al rey Cacho Tercero–Cuarto.
La casa voladora surcaba hacía dos
semanas el cielo del Gran Imperio Ote. Asomados por la borda, Perico en las
mañanas y Rosa por las tardes, pasaron todo ese tiempo tratando de descubrir
algún indicio de preparativos bélicos, pero nada detectaron.
Caía la tarde de un jueves claro, cuando
avistaron en el horizonte una masa multicolor que flotaba a respetable altura:
¡era el Barrio Aéreo del País Reino Pueblo! El lugar que con su trabajo en la
Real Fábrica de Arquitecturas Volantes, habían fundado Rosa de los Vientos y
Perico de los Palotes.
–Siento un bulto aquí, en el fondo de la
garganta –dijo ella.
–Yo también, pero lo mío es en el
comienzo del estómago.
–Es como una alegría asustada.
–Eso –concluyó él–: unas ganas de reír y
llorar al mismo tiempo.
Era la emoción del regreso al terruño.
Cuando estuvieron más cerca comprobaron
que el Barrio Aéreo había crecido mucho. Eran tantos los cometas, papalotes,
barriletes y volantines que las cuerdas que los ataban al suelo formaban una
barrera impenetrable y la sombra que proyectaban era espesa como nubes de
tormenta.
Rosa y Perico se miraron. Todavía no
habían descubierto en qué consistía la amenaza del Gran Imperio Ote, pero
tuvieron la certeza de que problemas no faltaban en el País Reino Pueblo.
II. La
ciudad abandonada
Rosa de los Vientos y Perico de los
Palotes fueron recibidos con una fiesta de pompa y alegría desaforadas. El
colorido, de por sí chillón, de los cometas, barriletes, papalotes y volantines
había sido reforzado con lentejuelas y pegatinas; serpentinas con los colores
del reino tendían ligeros puentes entre las diversas "obras de
arquitectura volante" y verdaderas trombas de confeti caían sobre los
recién llegados. Hasta algunos fuegos artificiales (lanzados con extrema
prudencia) celebraron el arribo de los que, por todas partes, carteles y
banderolas calificaban como "BENEFACTORES DEL REINO" y "SALVADORES
DE LA PATRIA".
Rosa y Perico fueron conducidos hasta el
nuevo Palacio Real Volante, que ocupaba los cuatrocientos metros cuadrados de
papel de china de la mayor cometa que haya existido jamás.
–¿Qué os parece, mis entrañables
súbditos? –preguntó don Cacho Quinto, que había salido a recibirlos a la
escalinata de papier maché–. ¿No es éste un palacio digno de la dinastía
Pulgar?
–Me parece que debe necesitar demasiado
viento para mantenerse a flote –consideró Rosa.
–Y ha de proyectar una sombra enorme
–estimó Perico.
Sus observaciones levantaron un rumor de
inquietud entre los cortesanos. Por razones que sabrás más adelante, las
palabras ‘viento’ y ‘sombra’ habían adquirido matices subversivos. El Canciller
intentó disimular las críticas de Rosa y
Perico.
–Indudablemente el nuevo palacio real no
tendría defectos si hubiera sido diseñado por vosotros, Exquisitos Arquitectos
de su Alteza Real.
Perico iba a responder que ellos nunca
hubiesen construido semejante disparate volante, pero Rosa se lo impidió con un
oportuno pisotón, al tiempo que decía:
–Su Majestad nos mandó venir porque un
gran peligro amenaza al País Reino Pueblo. Estamos ansiosos por saber de qué se
trata.
A un gesto del rey, los cortesanos se
retiraron. En la sala del trono sólo quedaron el Canciller, el Ministro de
Defensa y el Consejero Real para la Industria y el Comercio. Don Cacho Quinto
se sentó y los demás lo imitaron.
–Nuestros envidiosos vecinos del Gran
Imperio Ote no soportan que el País Reino Pueblo crezca hacia arriba –comenzó a
explicar el Canciller.
–Han declarado materiales estratégicos
el papel de china, el hilo grueso y las cañas imprescindibles para la
construcción de arquitecturas volantes –precisó el Consejero Real para la
Industria y el Comercio–, y como el Tratado de Quitaypón nos prohibe...
–¡Preparan secretamente la guerra!
–intervino, iracundo, el Ministro de Defensa.
El rey abrió los brazos y declaró con
serenidad grave, algo nerviosa:
–El bienestar de mi pueblo está
amenazado.
Rosa y Perico se consultaron con la
mirada. Tras una pausa preguntaron qué era lo que se esperaba de ellos.
–Necesitamos un medio capaz de
protegernos de los imperiotanos –explicó el Canciller.
–Un medio persuasivo –precisó el Consejero
Real para la Industria y el Comercio
–¡Que los haga bajar la cabeza y
renunciar de una vez a decidir lo que podemos hacer o no! –chilló el Ministro
de Defensa.
Rosa y Perico volvieron a mirarse,
preocupados.
–¿Qué medio sería ese?
–Un arma.
–¡Un arma invencible!
–Os hemos llamado –declaró Cacho Quinto
con los ojos brillantes como las piedras de su corona– para que construyáis una
poderosa escuadra de cometas de combate.
Rosa y Perico pidieron veinticuatro
horas para reflexionar. Una escolta regiamente uniformada los condujo hasta el
alojamiento que el Canciller les había preparado.
–Aquí podrán descansar sin miedo a ser
molestados –informó el jefe de la escolta–. Mis hombres y yo respondemos de
ello.
El Pabellón de Visitantes Ilustres era
una casa-cometa del más fino papel de China, con varetas de palisandro y
paredes de papel pintado; las ventanas eran de papel de celofán y el suelo
estaba cubierto por un espeso tapiz de papel crepé bordado con hilos de papel
de plata.
–Esto es una jaula de oro, Perico.
–Lo mismo pienso, Rosa. Y temo, además,
que nos estén ocultando cosas.
No tuvieron tiempo para más conjeturas:
una chiringa mensajera acababa de colarse por el balcón con una graciosa
pirueta. Estaba hecha con la portadilla de un libro en cuyo centro se podía
leer:
VER EL BOSQUE Y NO VER LOS ÁRBOLES
–¡Es un mensaje en clave! –dedujo Rosa.
Una hora más tarde, otra chiringa se
coló por una ventana. Estaba hecha con la portadilla de otro libro donde se
leía:
PEDIR PERAS AL OLMO
–Hay alguien verdaderamente interesado
en explicarnos lo que sucede en el País Reino Pueblo –concluyó Perico.
–¿Tienes alguna sospecha?
–Sí, y vamos a ir en busca de nuestro
anónimo mensajero.
–¿Cómo podremos hacerlo? Ya has visto
que estamos aislados en esta cometa de lujo.
–Mientras haya brisa y una cuerda
vegetal, Rosa de los Vientos y Perico de los Palotes tienen por donde
escapar...
Caía la noche cuando lo tuvieron todo
listo: el paracaídas improvisado con el tapiz de papel crepé debía
proporcionarle a Rosa un apacible descenso, mientras la gruesa capa de cebo
aplicada por Perico a su cinturón le permitiría deslizarse por la cuerda que
ataba a tierra firme el Pabellón de Visitantes Ilustres.
Se despidieron en la cola de la cometa.
–Tengo miedo –confesó Rosa– ... por ti.
–Soy yo quien teme que pueda ocurrirte
algo malo –contestó Perico.
–Entonces todo irá bien –aseguró la
muchacha–. Si pensamos el uno en el otro, todo irá bien.
–Nos encontramos en el centro del
pueblo.
Rosa planeó lentamente, poniendo toda su
atención en evitar las cuerdas que ataban las numerosas cometas, papalotes, barriletes
y volantines. Perico, por su parte, tenía que frenar a todo momento su descenso
para evitar que el roce le calentara demasiado el cinturón. Fue un trayecto
penoso, pero instructivo para ambos.
El Barrio Aéreo se componía de
"calles" dispuestas en tres niveles. El nivel alto lo formaban las
gigantescas cometas de lujo en las que reposaban el palacio real, las mansiones
de los grandes funcionarios y las de los comerciantes ricos; todas con
jardines, piscinas y garajes para las pequeñas cometas de transporte, último modelo.
El nivel intermedio lo formaban los
amplios barriletes, papalotes y volantines en los que se hallaban los teatros,
restaurantes y oficinas, así como las extrañas cometas y barriletes de
apartamentos en que vivía la clase media.
En el tercer nivel sólo había pequeñas y
anticuadas casitas voladoras, pues las mejores brisas las consumían las
pretensiosas “arquitecturas volantes” de los niveles superiores. De todas
formas, hasta allí llegaba tan poco sol que para nada habrían servido jardines
y piscinas.
Cuando tocaron tierra, Rosa y Perico se
hallaban en extremos opuestos del pequeño reino. Los dos se pusieron
inmediatamente en camino hacia el lugar de la cita, descubriendo con sorpresa
que no les resultaba fácil orientarse.
¡El País Reino Pueblo había cambiado
tanto...! En lugar de las casitas apretujadas y multicolores que tan bien
conocían, ahora no había más que almacenes de cacao y papel de china, depósitos
de cordeles y cañas, fábricas de chocolates en miniatura y cometas gigantes...
Por todas partes reinaban la oscuridad y
el moho. Pero lo más sorprendente fue que no se cruzaron con un solo ser vivo
en todo el trayecto desde los límites del pueblo (que eran los del reino) hasta
el centro, donde se alzaban sus únicos dos árboles. El olmo y el peral
permanecían juntos como siempre; pero a pesar de no ser invierno, en sus copas
sólo había unas pocas hojas amarillentas.
–¿Viste a alguien? –preguntó Rosa en
cuanto se reunió con Perico.
–¡Ni siquiera gatos vagabundos, perros
callejeros o gorriones! –respondió él–. Parece una ciudad abandonada.
–Es que es una ciudad abandonada –precisó una voz cavernosa.
III. El
arma secreta
El que había hablado se hallaba sentado
entre el olmo y el peral. Su ropa, su piel y sus cabellos tenían el mismo color
de polvo y hojas muertas que dominaba el pueblo. De no ser por el brillo de sus
ojos, mal hubieran podido distinguirlo del montón de libros mohosos sobre los
que se hallaba sentado.
–¡El filósofo del reino! –exclamaron
Rosa y Perico.
–Ex filósofo del reino –corrigió el
hombre–. Ahora simplemente soy el Sereno de la Nación. Sólo yo vivo aquí abajo.
Los demás vienen únicamente durante el día, a trabajar en las fábricas y
depósitos, y a las cinco de la tarde se produce la estampida hacia las alturas.
En el País Reino Pueblo nadie más tiene los pies en la tierra; todos duermen
con la cabeza en las nubes y sueñan con poseer un castillo en el aire.
–¿Fue usted quien nos mandó las dos
chiringas mensajeras! –afirmó, más que preguntó, Rosa.
–¿Puede contarnos lo que verdaderamente
está pasando! –suplicó, más que interrogó, Perico.
El ex filósofo del reino resumió lo
acontecido desde que ellos abandonaran el pequeño país. Todo había ocurrido tan
rápidamente que nadie se dio cuenta de hacia donde iban, y después les resultó
imposible dar marcha atrás.
–Siempre nos había gustado vivir codo a
codo y lo superfluo era mirado con indiferencia, pero de repente todos
quisieron tener más espacio, todos quisieron ascender. Ganamos altura, pero
perdimos el cielo. Basta dar una mirada en torno para ver lo que ha sido de
nuestra tierra desde que las “obras de arquitectura volante” le quitan el sol.
–¡Esto no puede seguir así! –decidió
Perico–. Pero antes tendremos que ocuparnos del conflicto con el Gran Imperio
Ote.
–No sé de ningún peligro o amenaza que
venga de afuera: nuestro enemigo somos nosotros mismos –apuntó filosóficamente
el ex filósofo del reino–. Pero si hablas del motivo por el cual les han hecho
venir, sólo se me ocurre pensar en el proyecto de Su Majestad de utilizar la
fuerza aérea para recuperar la grandeza perdida de la dinastía Pulgar.
–Entonces ¿no es para proteger al País
Reino Pueblo que nos han convocado? –se asombró Rosa–. ¿Las cometas de combate
no se usarán como arma defensiva?
El ex filósofo soltó su célebre risita sarcástica.
–Arma defensiva... arma ofensiva... ¡El
mismo perro con distinto collar!
Rosa de los Vientos y Perico de los
Palotes estaban confundidos. Se sentían atrapados entre falsas mentiras y
aparentes verdades. Necesitaban consejo, pero el único que podría darles uno se
negaba tozudamente.
–Dar un consejo es lo mismo que tomar la
decisión que corresponde a otro. Y decidir en nombre de los demás es la causa
de todos los males del siglo.
–Pero ¿a qué le teme? –exclamó Rosa–.
Usted es un sabio.
–¡Tonterías! Un filósofo no es un sabio.
La filosofía sirve para explicar cómo le parece a uno que funciona el mundo y
no para decir qué hay que hacer para que el mundo funcione bien.
Y con esas palabras les dio la espalda.
Volvió a sentarse entre los libros apilados bajo los dos árboles del reino y
arrancó una página para confeccionar una pajarita de papel. Parecía haberse
olvidado completamente de sus visitantes y se puso a canturrear:
–Al
hombre de seso gordo
que
ve el bosque sin ver los árboles,
peras
tomadas de un olmo
tendremos
que recetarle...
De regreso al Pabellón de Visitantes
Ilustres, Rosa y Perico se pusieron a trabajar febrilmente. Le habían
encontrado un sentido a la coplilla del filósofo y estaban dispuestos a cumplir
con lo que creían su deber... al precio que fuera necesario.
Al día siguiente, los planos estaban
listos y entregados al Ministro de Industria y Comercio y al Secretario de
Defensa, encargados de su ejecución.
–Lo que estamos haciendo es muy
peligroso –dijo Rosa, abrazando a Perico–. Creo que no me atrevería si no
estuviéramos juntos.
–También el filósofo está con nosotros,
aunque no haya querido decirlo claramente.
–Pedir lo imposible –murmuró Rosa–: es
decir, que tú y yo nos convirtamos en traidores y que el enemigo disponga de un
arma capaz de salvar al País Reino Pueblo.
–Nos esperan momentos difíciles –suspiró
Perico–. Pero algún día se comprenderá que fuimos olmos dando fruta y no
perales que parieron estériles hojas.
Con la rapidez y discreción que
correspondía a la creación de un arma secreta, se realizaron modificaciones a
la más rápida cometa de transporte existente, y en su cola prendieron cuatro
enormes cuchillas, especialmente forjadas por el herrero del reino.
El rey Cacho Quinto y sus ministros
habían invitado a los cortesanos importantes a presenciar el vuelo de prueba,
pero como no había lugar para un polígono secreto, y como en el País Reino
Pueblo todo acaba por saberse, muchos fueron los que se levantaron aquella
madrugada para escudriñar por los visillos el histórico acontecimiento.
El rey dio personalmente la orden de
empinar la cometa tripulada por Perico de los Palotes y Rosa de los Vientos.
Hábilmente, los muchachos la colocaron sobre una brisa y evolucionaron con
precisión y donaire, arrancando gritos de entusiasmo a la selecta concurrencia.
Cuando ya parecía que la experiencia iba
a concluir, la cometa de combate hizo un giro inesperado y segó con las
cuchillas de su cola la cuerda que sostenía el Pabellón de Visitantes Ilustres,
la del Campo de Marte y la suya propia. Las dos gigantescas cometas oficiales
se fueron a pique, mientras la que tripulaban Rosa y Perico, libre de toda
sujeción, volaba hacia la frontera, ¡ay!, tan cercana.
El Secretario de Defensa fue el primero
en comprender que no se trataba de un accidente, sino de una demostración de
fuerza del arma terrible que Rosa de los Vientos y Perico de los Palotes
estaban llevándose a territorio enemigo.
El rey no tardó en comprenderlo también
y con aquellas “arquitecturas volantes” vio hundirse sus sueños de grandeza y
la esperanza de tener su ansiado coto de caza en los bosques situados al otro
lado de la frontera con el Gran Imperio Ote.
* * *