16/2/23

La última cuerda de un olvidado violín

 

La última cuerda de un olvidado violín

No sé cómo la distinguí en la densa penumbra invernal: un estuche negro que, abierto y vacío, dejaba ver su maltratado revestimiento escarlata. Contuvo alguna vez un instrumento musical; un clarinete con toda probabilidad. Ni le hubiese dedicado dos pensamientos de no ser porque de repente, sin razón visible, me deslumbró como un chispazo el recuerdo de un estuche semejante en la casa de mi infancia en Santa Clara, remota capital del centro de Cuba.

¿Cómo es posible que haya borrado de mi mente aquel violín y su estuche; al punto de ni siquiera recordarlos cuando, hace dieciséis años, buscaba desesperadamente inspiración para una historia de violines?

En 2007 me invitaron a un evento de promoción de la lectura en el cual debía presentar un texto inspirado en obras de museos madrileños relacionadas con la música. De los tres documentos que me hicieron llegar solo recuerdo dos (bien se ve que mi memoria es niña díscola): un Stradivarius conservado en el Prado y un cuadro titulado “Pescador tocando un violín” que se atribuye a Frans Hals.

Escribí tres cuentos malos y, ya con la soga al cuello, una semana antes de mi partida a Madrid, uno que me gustó al punto de, tras los aplausos de los niños y adultos que llenaron la Casa Encendida aquella tarde de agosto, servir de punto de partida para uno de mis mejores libros: “Concierto nº7 para violín y brujas”. 


tapa de la edición internacional
Fondo de Cultura Económica. México, 2013

Ya he contado en otro sitio (https://elpajarolibro.blogspot.com/p/httpwww.html)el largo y tortuoso camino de lo que empezó como mera secuencia de tres cuentos, luego cinco, y al fin siete… y medio que, interconectados, llegaron a constituir novela.

No insistiré, pues, en ese asunto. 


tapa de la edición cubana:
Cauce. Pinar del Río, 2014

                                                       

Lo que me he propuesto con esta reflexión al teclado es comprender cómo y por qué olvidé totalmente que un violín acompañó los años en que comencé a escribir… precisamente cuando me vi obligado a componer una historia de violines. 

Mi familia nunca fue de melómanos y, fuera de mi hermana, que maltrató durante cinco años el piano y la paciencia de una maestra de música, ningún Rosell-Gómez prosperó en los arcanos de la ejecución musical. La honestidad me obliga, entonces, a no proseguir sin aclarar que el violín que nos ocupa no era más que un juguete. 

Lo había recibido mi hermano, al igual que yo obtuve un acordeón y mi hermana un diminuto piano, el seis de enero del año en que mayores fueron las esperanzas paternas y maternas de legar un concertista a la patria. Los tres niños hicimos la prueba de admisión al Conservatorio Musical que había decidido (o se había visto conminado por el poder revolucionario) a abrir sus hasta entonces elitistas puertas a infantes de toda condición. 

No sé si mi hermano carecía de competencias musicales o simplemente de motivación ni recuerdo qué pasó con mi hermana. El caso es que mi oído musical fue ensalzado por los evaluadores (orejón he sido siempre), pero mi capacidad de asimilación del solfeo no rebasó el escoyo de la clave de Fa y, tras semanas de ausencias y mentiras, causé baja del Conservatorio. Un par de años después, el mismo local acogería la Biblioteca Provincial “Martí” y esta vez comencé una exitosa carrera de lector. Aún tenía yo doce años cuando, gracias a los inestimables modelos que contenían los bien surtidos estantes, comencé a escribir mis propias historias de aventura y misterio. 

Pero esa es, también, otra historia… 



ilustración del autor no incluida en libro

El caso es que las esperanzas musicales de mi familia duraron mucho menos que la vida útil de nuestros sonoros juguetes. Que mi hermana le pidiera a “los Reyes” un piano era natural pues por entonces todas las niñas de clase media (incluso de clase media baja y sin raíces como nosotros) le daban al teclado. Mi hermano, tal vez por asociación fálica entre arco y bate de béisbol, escogió el violín. Yo me decidí por el acordeón, instrumento fetiche de mi personaje preferido (Consejo, personificado por el actor Bernardo Menéndez) en “20 mil leguas de viaje submarino”, la serie que a la sazón trasmitía el espacio Aventuras del canal 6 (tan mal llamado, puesto que la televisión cubana no contaba por entonces más que dos). 

Pronto fuimos demasiado grandes para jugar con el pianito, de teclas mudas cada vez más numerosas; el indomable acordeón, que sonaba lo mismo cuando abríamos el fuelle que cuando lo cerrábamos, y el violín que, si bien tenía la lucida apariencia de un verdadero hijo de luthier, emitía solo escalofriantes chillidos. Como éramos, pese a todo, niños cuidadosos, los tres objetos llegaron en perfecto estado a la jubilación y quedaron de adorno en el cuarto de mi hermana, colindante con la sala que alojaba a los “muebles buenos” y al rey del hogar: el viejo televisor Motorola (en blanco y negro, por supuesto). 

El feroz clima del Caribe (la humedad, los comejenes) terminaron el proceso de destrucción iniciado con la llegada de mi primo Pedro Pérez González, alias Atila o La Tambocha, quien no solo desguazó sus propios juguetes (un básico y dos adicionales cada año) sino los que heredó (sin autorización formal) de mi hermano, mi hermana y yo. Pero injusto y poco fiel a la realidad sería si no reconozco que la atención de Pedro-Atila-La Tambocha se concentró en víctimas más interesantes y alcanzables como los soldaditos de plástico y los autitos de lata. 

El estuche del violín demostró, con todo, una capacidad de resistencia sin parangón. La última vez que lo vi habrá sido en 1981, cuando recogí mis bártulos para mudarme a Santiago de Cuba, donde mi futura esposa. El estuche, más cartón que madera y más vinil que cuero, había encontrado abrigo en el inexpugnable armario de cedro de mi padre y servía entonces de receptáculo para negativos y fotos. 

Después, precisamente como muchas de aquellas imágenes en celuloide y papel cromo, el estuche y su violín fantasma se borraron de mi mente… para solo resurgir ahora, en una oscura calle parisina, al pasar junto a la caja negra y vacía que alguna vez contuvo un clarinete… ¿profesional o de juguete?


No hay comentarios:

La tercera novela detectivesca juvenil cubana cumple 40 años

https://elpajarolibro.blogspot.com/2017/01/la-novela-detectivesca-juvenile-siempre.html EL SECRETO DEL COLMILLO COLGANTE La tercera novela d...