El choque cultural, sobre la convivencia entre jóvenes urbanos y de una apartada zona rural, de Cuba y España, con referencias al pasado colonial de la Isla, al tráfico de drogas que tiene lugar entre el Sur y el Norte de América, a la corrupción de las autoridades... son los principales ingredientes (con la aventura, el amor, los celos) de "La Isla de las Alucinaciones", una de las raras novelas juveniles cubanas (y latinoamericanas) premiadas en España en los últimos años. El premio Avelino Hernández de novela juvenil 2016 fue otorgado por unanimidad a "La Isla de las Alucinaciones", actualmente en el mercado editorial gracias a la cuidada edición de Premium.Desde mi experiencia como autor cubano residente en Francia (después de haber vivido en Brasil, Dinamarca, Argentina...) he intentado aproximar la "exótica" realidad cubana a lectores de España y de Europa en general. Ya una experiencia similar emprendida en el año 2000 me permitió tan buena conexión con los chicos franceses que mi novela "Mi tesoro te espera en Cuba" (en fancés "Cuba destination trésor") fue recompensada con el premio de la Ville de Cherbourg y finalista del Prix des jeunes lecteurs... ambos integrados por jurados de chicos lectores muy exigentes.
La Isla de las Alucinaciones recibió el premio de novela juvenil Avelino Hernández que patrocina el ayuntamiento de Soria. Proclamado en enero pasado, el galardón me fue formalmente entregado durante mi primera estancia en la ciudad de los poetas Bécquer, Machado y Gerardo Diego.
Palabras de aceptación del V Premio Avelino Hernández de novela juvenil
Comenzaré con una cita obligada: “Seré breve…”
El 27 de octubre de 1492, cuando Cristóbal Colón desembarcó en Cuba ni remotamente se le ocurriría pensar que más de cinco siglos después un descendiente de los indios desnudos que amablemente le recibían ganaría un premio en Soria… tierra grata a la reina Isabel que tanto lo ayudara en su viaje de revelación (evitemos el polémico término de “descubrimiento”) de un “Nuevo Mundo” al mundo viejo.
Por supuesto, no escribí “La Isla de las Alucinaciones” con una pluma de guacamayo como las que ornaban las cabezas de mis remotos antepasados. Cuando presenté por primera vez una novela a premio -hace 40 años- esos vistosos papagayos ya estaban más extinguidos que aquellos aborígenes de los que desciendo por línea paterna.
En 1977 yo no escribía siquiera con la estilográfica china que me habían regalado por mis quince años, pues perdía tinta; pero chinos hay muchos en mi novela premiada con el Avelino Hernández. También hay una pandilla de chicos como en aquella novela mía de hace cuatro décadas, que se titulaba “Aventura en el campamento vacacional” y compartía con “La Isla de las Alucinaciones” el escenario costero, el misterio y la cercanía siempre problemática entre Cuba y Estados Unidos.
manuscrito presentado al premio UNEAC en 1977 ... y la novela, de aquel derivada, que publicó Alfaguara en 2009 |
Aquel premio de la Unión de Escritores de Cuba al que me presenté en 1977 fue declarado desierto. Pero Dora Alonso, escritora que presidía el jurado con su enorme prestigio, me dijo: “tu libro fue lo mejor que se presentó y tú sin dudas tienes madera de escritor; por eso puedo decirte francamente qué falla en tu libro”.
Sus observaciones y consejos me fueron muy útiles y si no salvaron de momento aquella primer manuscrito, sí contribuyeron la publicación de mi primer libro, El secreto del colmillo colgante, seis años después. No obstante, cuando salí de Cuba en 1989 seguía sin haber ganado un premio de la importancia del Avelino Hernández… y ya no podría ganarlo allí porque ningún emigrado cubano “es profeta en su tierra”.
las dos versiones del que fuera mi primer libro: El secreto del colmillo colgante. La Habana. Gente Nueva, 1983 y la versión "definitiva" El secreto del colmillo dorado. Hillmann. Bogotá, 2013 |
He
publicado más de treinta libros en doce países y diez lenguas, e incluso
algunos de mis libros han sido galardonados tras su publicación (en Francia,
Alemania, Cuba y Venezuela). Pero ha debido ser en esta antigua ciudad de la
Madre Patria que un jurado confíe totalmente en una de mis novelas inéditas.
“La Isla de las Alucinaciones” cuenta el desentrañamiento del enigma cubano por
una chica española, con formas más frecuentes en la narrativa hispana que en mi
isla nativa: combinando aventura, historia y actualidad.
Ya he sido bastante breve y quiero agradecer al Ayuntamiento de Soria la excelente idea de crear un premio de novela juvenil que, al ser independiente de los planes y estrategias editoriales, se arriesga con un tema que “no se lleva”… aunque estoy seguro de que muchos jóvenes, y uno que otro adulto, se llevará en el corazón mi libro cuando lo publique (y será pronto) la editorial Premium… de aquella Andalucía que tanto sembró en los primeros tiempos de la Cuba española.
No puedo dejar de pensar en este momento en los autores que NO ganaron el Avelino Hernández en su quinta edición… y en los muchos escritores que pasan años mandando a premios que ganan otros. Entre los decepcionados (que son una abrumadora mayoría, pues solo puede ganar uno cada vez) siempre hay quien dice que los premios son una lotería. Es injusto porque, salvo condenables excepciones, los jurados trabajan con tanta seriedad como los autores que merecen –ganen o no– el galardón. Lo único de azar en un evento de este tipo es la coincidencia entre un jurado sensible a ciertos temas, formas o contexto y la obra que los posee, destacándola entre los demás manuscritos de calidad.
Y ahora sí voy a acabar de ser breve de una maldita vez:
Yo empecé a escribir en 1492… perdón, en 1967, siendo todavía un niño, cuando me faltaron las ediciones españolas que tanto me gustaba leer. Eran libros de autores peninsulares como Carmen Kurtz o Montserrat del Amo; pero sobre todo de autores ingleses, escandinavos o alemanes editados por Juventud, Molino, Noguer… que Cuba dejó de importar por razones ideológicas.
El caso es que demoré medio siglo en ganar este premio. Pero en el camino -que no ha sido largo y tortuoso, sino ancho y venturoso- he dejado una decenas de libros y muchas satisfacciones (también una que otra frustración, ¿por qué ocultarlas puesto que ponen sal y pimienta a toda carrera literaria?). Ha sido un camino de crecimiento y de encuentros que me trae hoy, feliz, a Soria: tierra de poetas.
Perdonen que haya sido tan breve… ¡MUCHAS GRACIAS A TODOS!
Joel Franz Rosell
En Soria, el 13 de junio de 2017
La Isla de las Alucinaciones desde este verano en toda España Editorial Premium http://www.autorespremiados.com/ presentación oficial en la Feria del Libro de Soria 4 al 11 de agosto |
... todas las ventanas de la casa, excepto la de la cocina, estaban cerradas. Para
abrir la puerta, la nieta más joven de Mamá Chong usó la llave; cosa
sorprendente pues los chongolinos solo echaban el cerrojo cuando salían del
caserío.
Adentro estaba
oscuro, casi frío y olía fuerte. Cuando su vista se ajustó a la poca luz, los
chicos descubrieron mazos de hierba, hojas y flores secas en los rincones o
colgando del techo. Eran las plantas medicinales con las que Mamá Chong trataba
los problemas de salud que los chongolinos preferían no someter a la “médica de
la familia”, y que también servían, como decía la centenaria, “para purificar
los años que viven escondidos en mi vieja casa”.
Otra de las nietas de
Mamá Chong acompañó a los visitantes a una habitación donde había muebles cuyas
formas y colores se borraban en la penumbra. Paloma tuvo la impresión de volver
a la tienda de antigüedades que tanto gustaba a su tío Homero. Había unas
estatuillas y un jarrón que brillaban poco a pesar de estar junto a una lámpara
de aceite. A la mente de los chicos vinieron palabras exóticas como “jade”,
“laca” y “marfil”.
–¿No les han enseñado
a saludar? –preguntó una voz.
Los cinco se
volvieron sobresaltados hacia lo que habían creído un armario y que en realidad
era una especie de sillón. Allí se hallaba Mamá Chong. Era pequeña y delgada
como una muñeca, y su piel estaba tan arrugada y oscurecida que parecía madera.
Sin embargo, sus ojos brillaban. Y eso que la lámpara de aceite no la alcanzaba
con su luz ambarina.
Comenzó por
preguntarle a cada uno cómo se llamaba, cuáles eran los nombres y la profesión
de sus padres, qué edad tenía y en qué curso estaba. Pero no parecían
interesarle las respuestas y sus ojos vagaban por los rostros de los otros chicos.
A continuación repetía las mismas preguntas al chico de al lado, sin mirarlo mientras
le contestaba. A Maruchi, en lugar de interrogarla, le espetó:
–¡Tú, igual que
siempre!
Todos se preguntaron,
inquietos, si el asunto del repelente y la rivalidad con Paloma habían llegado
a sus oídos. Pero la centenaria ya decía, como para sí misma:
–La Chongolina tiene
un problema con los alacranes. Un problema antiguo…
Creyeron que Mamá
Chong iba a hablar de lo ocurrido esa mañana. Pero tras un silencio, tan largo
que pensaron que la centenaria se había dormido, su voz resurgió con una
entonación completamente distinta, suave y al mismo tiempo cavernosa, como si
brotase de un enorme jarrón de porcelana:
–Los primeros chinos
que llegaron a esta comarca fueron víctimas de un filibustero; gallego por
parte de padre, filipino por parte de madre y malvado por todas partes. ¡Pobres
chinitos! Caer en manos de Jefe Escorpión fue lo peor que pudo ocurrirles. El
maldito se enteró de que los ingleses se proponían abastecer con chinos el
mercado de trabajadores del Caribe, y les ofreció su conocimiento del litoral cubano
y del Mar de China Meridional, su habilidad para el comercio ilegal y su goleta
Ocamba, enteramente tripulada por bribones.
Mamá Chong hizo una
pausa. Su mirada se detuvo tanto tiempo en Paloma y Maruchi que todos tuvieron
la impresión de que buscaba en ellas la inspiración para proseguir.
–Largo y penoso era
el viaje. Había que atravesar el Océano Índico, contornear África y cruzar el
Atlántico hasta los puertos de La Habana o Matanzas. Algunos morían, y los
demás llegaban flacos y débiles. Para que soportaran aquellos meses de
angustia, Jefe Escorpión ordenó distribuir opio entre los desgraciados chinos. Luego
tuvo la idea de dejarles descansar en una isla desierta antes de llevarlos al
mercado de braceros. Los chinitos podían bañarse en el mar, tomar sol,
recuperarse del mareo y la mala comida de a bordo, y fumar más opio...
–No era tan malo el
Escorpión ése –comentó Kilito.
–¡Era el peor de
todos! –graznó Mamá Chong–. La salud de los chinitos no le importaba nada. Solo
pretendía que lucieran bien para cobrar más dinero por ellos. Sus “buenos
tratos” y el opio reducían la desconfianza de sus víctimas, que creían haber
pasado lo peor y acababan firmando contratos de trabajo que los convertían
prácticamente en esclavos. Gracias a sus trucos, Jefe Escorpión comenzó a
obtener mayores ganancias que los demás traficantes.
La nieta mayor de
Mamá Chong entró con una bandeja y varias tazas humeantes.
–Es la hora de su té,
Mamá –dijo en voz baja.
Las tazas eran
antiguas, de porcelana, todas diferentes. Alguna estaba un poco rota, pero
resultaban un lujo comparadas con los jarritos de lata que usaban los
chongolinos. Por el olor, los chicos comprendieron que su infusión no era la
misma que llenaba la taza de la centenaria. Una taza grande y dorada, decorada
con un dragón... ¿O era un escorpión?
Mamá Chong cerró los
ojos y aspiró el vapor que salía de su taza. De los chicos, el único que
apreciaba el té era Carbó. Jorge y Kilito intercambiaron una mueca y dejaron
las tazas en el suelo. Pero la anciana, siempre con los ojos cerrados, ordenó:
–¡Beban!... Dejar
enfriar el té es ingrato, tonto y hasta dañino.
Los cinco sintieron
como la infusión corría por sus gargantas, sus estómagos… hasta llevar su calor
a las plantas de sus pies y a la raíz de sus cabellos. Tuvieron la impresión de
que la habitación se llenaba lentamente de una luz dorada y vaporosa que nada
tenía que ver con la lámpara de aceite.
–Jefe Escorpión se
convirtió en un hombre rico, poderoso, y compró la isla donde enmascaraba los
sufrimientos de los chinitos. Allí, como en los tres barcos que llegó a poseer,
sus menores deseos eran órdenes para los marineros, y leyes inviolables para la
mercancía humana que le reportaba un cofre de oro por viaje. Sin embargo, Jefe Escorpión no vivía
mejor que cuando era un miserable filibustero. Él no se cubría de oro y terciopelo,
como sus lugartenientes, y no comía faisán ni bebía coñac francés como ellos. A
él lo que le gustaba era el poder, ejercer su autoridad sobre todos y sobre
todo: fueran quienes fueran, fuese lo que fuese. Por eso, aunque ya había
cumplido ochenta años, seguía capitaneando su goleta Ocamba, y mandando
como un rey en su isla de opio y mentiras…
–La Isla de las
Alucinaciones –musitó Carbó
(...)
EN LA PRENSA
Unprimera aventura de los protagonistas de "La Isla de las Alucinaciones" se cuenta en Mi tesoro te espera en Cuba, publicada en España por Edelvives (2008) y estrenada en su versión francesa Cuba destination trésor (Hachette. París, 2000)
tres versiones de Mi tesoro te espera en Cuba: Hachette, 2000; Sudamericana, 2002 y Edelvives, 2008 |