En mayo pasado se cumplió el centenario de
una de las mayores figuras de la narrativa cubana, Onelio Jorge Cardoso (11 de mayo de 1914 en Calabazar de
Sagua, en la antigua provincia de Las Villas-La Habana, 29 de mayo de 1986). Pese
a no pasar del Bachillerato, dio muestras de una ciencia literaria incomparable
en la decena escasa de libros de cuentos que publicó a partir de 1945. “Taita, diga usted cómo”, “Mi hermana
Visia”, “El caballo de coral”, entre otros, se encuentran entre las joyas del
relato breve cubano y le ganaron el epíteto de El Cuentero Mayor (glosando el
título de otro de sus famosos cuentos de ambiente campesino). El otro terreno
donde alcanzó el más alto prestigio es la literatura infantil, especialmente
con la publicación de “Caballito blanco” (1974), designado el mejor libro
infantil cubano por las principales autores para niños en activo a fines de los
80 (encuesta desarrollada por el sociólogo Sergio Andricaín). Onelio, que
también publicó la novela ecológica juvenil Negrita
(1984), publicó su primer cuento infantil en 1960, cuando la moderna literatura
infantil cubana apenas daba sus primeros pasos, pero el mundo de la infancia
siempre le interesó. En la mayoría de sus colecciones de cuentos (para adultos)
no solo hubo siempre piezas que profundizaban en las complejidades del alma
infantil, sino textos dirigidos expresamente a los chicos.
junto a otra grande de la literatura infantil cubana, la mucho mejor recordada Dora Alonso (1910-2000) |
Si la fecha del centenario de Onelio (así
lo llamábamos todos, “Onelio” a secas) se me escapó es porque el Cuentero ha
sufrido en los últimos 25 años el mismo olvido que otras grandes figuras de la
literatura cubana del siglo XX. La lucha por la vida cotidiana y los cambios
brutales experimentados por el quehacer artístico en la Isla, han hecho olvidar
a muchos escritores contemporáneos lo que debemos a nuestros inmediatos
predecesores. No es realmente mi caso, pero igual se me escapó la fecha del
centenario… y ninguna información procedente de Cuba me alertó sobre la
efemérides. Fue solo hace unos días que me dio por frecuentar el portal de la
Unión de Escritores y Artistas de Cuba http://www.uneac.org.cu y en su página dedicada a la literatura
infantil, “La lechuza andarina” (que glosa el título del primer cuento infantil
cubano contemporáneo “La lechuza ambiciosa”, del propio Onelio) hallé un grupo
de artículos consagrados al gran autor.
O sea, que el
centenario no fue pasado por alto en Cuba, pero… ¿basta con esto?
No, puesto
que el mejor homenaje que se puede rendir a un escritor, y la mejor manera de
hacer fructificar su legado, es reeditar su obra. Y eso se ha hecho raramente
en los últimos 25 años (basta con echar un vistazo a su bibliografía).
Ocurre con los grandes
autores que todo el mundo cree ver en ellos una confirmación de sus propias
ideas estéticas y hasta en su acción cotidiana. Y cuanto menor es el creador
que a su sombra se pone, más es la deformación del modelo. Así, entre mediados
de 70 y principios de los ochenta proliferaron en Cuba libros de cuentos
protagonizados por animales que supuestamente seguían los caminos abiertos por
el siempre aplaudido “Caballito blanco” (o por “Compay Grillo”, de Anisia
Miranda, que durante un tiempo pareció emular al susodicho), sin que los
imitadores fueran capaces de insuflar a sus textos lo que distingue y eleva los
de Onelio: la gracia criolla de su lenguaje y situaciones, la ligereza de sus
mensajes y la hondura de sus lecciones de vida (implícitas, por supuesto), por
no hablar de la estructura impecable.
Más recientemente he visto con asombro cómo un teorizador de la generación de los 90 asegura que Onelio era partidario
de los llamados “temas difíciles”, confundiendo la franqueza y profundidad de
los cuentos infantiles del Cuentero con
cierta narrativa (y la crítica que pretende imponerla como modelo) que ve en el
abordaje crudo de los momentos más duros de la realidad, la gran contribución
estética de la literatura infantil cubana posterior a 1990 (que de paso resulta
reducida a la producción de un grupo autores emergidos durante el llamado
Período Especial). Peor aún, hay quien osa cuestionar la
legítima aspiración de los escritores de la Isla en ver remunerado de la mejor
manera posible su trabajo (tanto en cuestión de derechos de autor como en el
terreno de las actividades de promoción) asegurando que Onelio no hubiera
reclamado el tratamiento justo y hubiese hecho don de su persona y obra. Es una
lamentable traspolación de una figura que, fuera del coro de
elogios generados por su centenario, había sido –ya lo dije- bastante olvidada.
Testimonio
No recuerdo cuándo
exactamente conocí a Onelio. Fue ciertamente a fines de los años 70 cuando yo
comenzaba a abrirme paso en el ambiente literario; menos como narrador (mi
producción por entonces era muy inmadura y nadie daba “un peso” por ella) que
como crítico (en 1977 comencé a colaborar con El Caimán Barbudo y otras
publicaciones culturales donde adquirí merecidamente la reputación de crítico
implacable). Tuve el placer de coincidir con él en algunas jornadas literarias,
pero recuerdo en particular un momento no particularmente glorioso. Creo que
fue en 1979, cuando su natal provincia Villa Clara le rindió un muy regateado
homenaje con motivo de su 65 cumpleaños. Los responsables culturales se las
habían arreglado para organizarlo todo de manera lamentable, pese a los buenos
consejos y generosa disposición prodigados por los responsables de la Brigada
Hermanos Saíz de Escritores y Artistas Jóvenes (yo era entonces presidente de
la Sección de Literatura) y los escritores de mayor dimensión que residían por
entonces en la capital provincial, encabezados por de Carlos Galindo y Félix
Luis Viera.
Onelio era
extremadamente popular, incluso entre gente que raramente leía, y muy querido
por su buen carácter y humildad (virtud escasa en el mundillo literario), pero en
ocasión del gran homenaje público, que tuvo lugar en centenario Teatro La
Caridad, los funcionarios que yo acostumbraba
a llamar “cultureros”, por parecer más sepultureros que promotores de la
cultura, se contentaron con llenar el coliseo de estudiantes secundarios a los
que lo único que les interesaba era escapar, por unas horas, de sus aulas. Yo
estaba cerca de Onelio en el momento de salir al escenario a recibir una
ovación barata. Lo vi recorrer con la mirada el graderío y sacudir la cabeza,
disimulando su decepción. Nada dijo, porque su modestia era tan proverbial como
sincera, pero había comprendido perfectamente la estafa. Cuando le ofrecí mis excusas
por aquella culpa ajena, se limitó a darme una palmadita en el brazo, como
diciendo: “No te preocupes, muchacho, ya he pasado por otras”.
primera edición de "Negrita" |
Poco tiempo
después supe, por una entrevista, que Onelio trabajaba en un nuevo libro. Era
el regreso del “Maestro”, que llevaba varios años sin publicar, e incluso lo haría
en un género enteramente nuevo para él: la novela juvenil. Por entonces yo me interesaba especialmente en
la narrativa para jóvenes. No tanto porque yo mismo estaba por publicar mi
primer libro dentro de ese género (El
secreto del colmillo colgante, 1983), sino porque hasta entonces no llegaban
a la media decena las publicadas o en proceso editorial.
La publicación de Negrita demoró muchísimo (ignoro la
razón, pero la pereza editorial cubana era bien conocida) y yo me impacientaba.
En más de una ocasión le pedí a Onelio que me dejara leer el manuscrito, pero
siempre, con su ejemplar delicadeza, se las arregló para no complacerme sin darme
tampoco una negativa clara). Yo adivinaba, sin embargo, que Onelio me tenía
miedo. Creo que por entonces se sentía un tanto inseguro respecto a su
capacidad creadora y yo, con la falta de tacto que me caracterizaba, hubiera
cometido la imperdonable pifia de señalarle los defectos que, pese a la
singularidad de la obra, vi en su primera lectura.
Mi afecto por
Onelio era, sin embargo, muy grande. Tengo en mi archivo un estudio que no
llegué a publicar, titulado “Y Onelio nos regaló un caballo blanco y una
perrita negra”. No recuerdo que esas páginas contengan otra cosa que un
análisis inflamado de las virtudes de los dos grandes libros que el Cuentero
legó a los niños (de cualquier edad) de nuestro país.
En cambio publiqué dos versiones de mi estudio sobre "Negrita". La primera, más corta, apareció en junio de 1985 en el periódico Granma, y la segunda, más amplia, un mes después, en la revista Casa de las Américas.
En cambio publiqué dos versiones de mi estudio sobre "Negrita". La primera, más corta, apareció en junio de 1985 en el periódico Granma, y la segunda, más amplia, un mes después, en la revista Casa de las Américas.
Bibliografía infantil y juvenil:
La lechuza ambiciosa. Departamento de Cultura del Gobierno Municipal
Revolucionario, Santa Clara, en 1960
Tres cuentos para niños. Editorial Gente Nueva, La Habana, 1968
Caballito blanco. Editorial Gente Nueva, La Habana, 1974
Los indocubanos. Editorial Gente Nueva, La Habana, 1981 (relato informativo,
en colaboración con Modesto García, ilustrador)
Negrita. Editorial
Gente Nueva, La Habana, 1984
Dos ranas y una flor. Editorial Gente Nueva, La Habana, 1987