8/8/14

un tardío homenaje a Onelio Jorge Cardoso


 

En mayo pasado se cumplió el centenario de una de las mayores figuras de la narrativa cubana, Onelio Jorge Cardoso (11 de mayo de 1914 en Calabazar de Sagua, en la antigua provincia de Las Villas-La Habana, 29 de mayo de 1986). Pese a no pasar del Bachillerato, dio muestras de una ciencia literaria incomparable en la decena escasa de libros de cuentos que publicó a partir de 1945. “Taita, diga usted cómo”, “Mi hermana Visia”, “El caballo de coral”, entre otros, se encuentran entre las joyas del relato breve cubano y le ganaron el epíteto de El Cuentero Mayor (glosando el título de otro de sus famosos cuentos de ambiente campesino). El otro terreno donde alcanzó el más alto prestigio es la literatura infantil, especialmente con la publicación de “Caballito blanco” (1974), designado el mejor libro infantil cubano por las principales autores para niños en activo a fines de los 80 (encuesta desarrollada por el sociólogo Sergio Andricaín). Onelio, que también publicó la novela ecológica juvenil Negrita (1984), publicó su primer cuento infantil en 1960, cuando la moderna literatura infantil cubana apenas daba sus primeros pasos, pero el mundo de la infancia siempre le interesó. En la mayoría de sus colecciones de cuentos (para adultos) no solo hubo siempre piezas que profundizaban en las complejidades del alma infantil, sino textos dirigidos expresamente a los chicos.

junto a otra grande de la literatura infantil cubana, la mucho mejor recordada Dora Alonso (1910-2000)
Si la fecha del centenario de Onelio (así lo llamábamos todos, “Onelio” a secas) se me escapó es porque el Cuentero ha sufrido en los últimos 25 años el mismo olvido que otras grandes figuras de la literatura cubana del siglo XX. La lucha por la vida cotidiana y los cambios brutales experimentados por el quehacer artístico en la Isla, han hecho olvidar a muchos escritores contemporáneos lo que debemos a nuestros inmediatos predecesores. No es realmente mi caso, pero igual se me escapó la fecha del centenario… y ninguna información procedente de Cuba me alertó sobre la efemérides. Fue solo hace unos días que me dio por frecuentar el portal de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba http://www.uneac.org.cu y en su página dedicada a la literatura infantil, “La lechuza andarina” (que glosa el título del primer cuento infantil cubano contemporáneo “La lechuza ambiciosa”, del propio Onelio) hallé un grupo de artículos consagrados al gran autor.  
O sea, que el centenario no fue pasado por alto en Cuba, pero… ¿basta con esto?

No, puesto que el mejor homenaje que se puede rendir a un escritor, y la mejor manera de hacer fructificar su legado, es reeditar su obra. Y eso se ha hecho raramente en los últimos 25 años (basta con echar un vistazo a su bibliografía).
Ocurre con los grandes autores que todo el mundo cree ver en ellos una confirmación de sus propias ideas estéticas y hasta en su acción cotidiana. Y cuanto menor es el creador que a su sombra se pone, más es la deformación del modelo. Así, entre mediados de 70 y principios de los ochenta proliferaron en Cuba libros de cuentos protagonizados por animales que supuestamente seguían los caminos abiertos por el siempre aplaudido “Caballito blanco” (o por “Compay Grillo”, de Anisia Miranda, que durante un tiempo pareció emular al susodicho), sin que los imitadores fueran capaces de insuflar a sus textos lo que distingue y eleva los de Onelio: la gracia criolla de su lenguaje y situaciones, la ligereza de sus mensajes y la hondura de sus lecciones de vida (implícitas, por supuesto), por no hablar de la estructura impecable.

Más recientemente he visto con asombro cómo un teorizador de la generación de los 90 asegura que Onelio era partidario de los llamados “temas difíciles”, confundiendo la franqueza y profundidad de los cuentos infantiles del Cuentero con cierta narrativa (y la crítica que pretende imponerla como modelo) que ve en el abordaje crudo de los momentos más duros de la realidad, la gran contribución estética de la literatura infantil cubana posterior a 1990 (que de paso resulta reducida a la producción de un grupo autores emergidos durante el llamado Período Especial). Peor aún, hay quien osa cuestionar la legítima aspiración de los escritores de la Isla en ver remunerado de la mejor manera posible su trabajo (tanto en cuestión de derechos de autor como en el terreno de las actividades de promoción) asegurando que Onelio no hubiera reclamado el tratamiento justo y hubiese hecho don de su persona y obra. Es una lamentable traspolación de una figura que, fuera del coro de elogios generados por su centenario, había sido –ya lo dije- bastante olvidada.



Testimonio

No recuerdo cuándo exactamente conocí a Onelio. Fue ciertamente a fines de los años 70 cuando yo comenzaba a abrirme paso en el ambiente literario; menos como narrador (mi producción por entonces era muy inmadura y nadie daba “un peso” por ella) que como crítico (en 1977 comencé a colaborar con El Caimán Barbudo y otras publicaciones culturales donde adquirí merecidamente la reputación de crítico implacable). Tuve el placer de coincidir con él en algunas jornadas literarias, pero recuerdo en particular un momento no particularmente glorioso. Creo que fue en 1979, cuando su natal provincia Villa Clara le rindió un muy regateado homenaje con motivo de su 65 cumpleaños. Los responsables culturales se las habían arreglado para organizarlo todo de manera lamentable, pese a los buenos consejos y generosa disposición prodigados por los responsables de la Brigada Hermanos Saíz de Escritores y Artistas Jóvenes (yo era entonces presidente de la Sección de Literatura) y los escritores de mayor dimensión que residían por entonces en la capital provincial, encabezados por de Carlos Galindo y Félix Luis Viera.

Onelio era extremadamente popular, incluso entre gente que raramente leía, y muy querido por su buen carácter y humildad (virtud escasa en el mundillo literario), pero en ocasión del gran homenaje público, que tuvo lugar en centenario Teatro La Caridad,  los funcionarios que yo acostumbraba a llamar “cultureros”, por parecer más sepultureros que promotores de la cultura, se contentaron con llenar el coliseo de estudiantes secundarios a los que lo único que les interesaba era escapar, por unas horas, de sus aulas. Yo estaba cerca de Onelio en el momento de salir al escenario a recibir una ovación barata. Lo vi recorrer con la mirada el graderío y sacudir la cabeza, disimulando su decepción. Nada dijo, porque su modestia era tan proverbial como sincera, pero había comprendido perfectamente la estafa. Cuando le ofrecí mis excusas por aquella culpa ajena, se limitó a darme una palmadita en el brazo, como diciendo: “No te preocupes, muchacho, ya he pasado por otras”.

primera edición de "Negrita"


Poco tiempo después supe, por una entrevista, que Onelio trabajaba en un nuevo libro. Era el regreso del “Maestro”, que llevaba varios años sin publicar, e incluso lo haría en un género enteramente nuevo para él: la novela juvenil.  Por entonces yo me interesaba especialmente en la narrativa para jóvenes. No tanto porque yo mismo estaba por publicar mi primer libro dentro de ese género (El secreto del colmillo colgante, 1983), sino porque hasta entonces no llegaban a la media decena las publicadas o en proceso editorial.

La publicación de Negrita demoró muchísimo (ignoro la razón, pero la pereza editorial cubana era bien conocida) y yo me impacientaba. En más de una ocasión le pedí a Onelio que me dejara leer el manuscrito, pero siempre, con su ejemplar delicadeza, se las arregló para no complacerme sin darme tampoco una negativa clara). Yo adivinaba, sin embargo, que Onelio me tenía miedo. Creo que por entonces se sentía un tanto inseguro respecto a su capacidad creadora y yo, con la falta de tacto que me caracterizaba, hubiera cometido la imperdonable pifia de señalarle los defectos que, pese a la singularidad de la obra, vi en su primera lectura.

Mi afecto por Onelio era, sin embargo, muy grande. Tengo en mi archivo un estudio que no llegué a publicar, titulado “Y Onelio nos regaló un caballo blanco y una perrita negra”. No recuerdo que esas páginas contengan otra cosa que un análisis inflamado de las virtudes de los dos grandes libros que el Cuentero legó a los niños (de cualquier edad) de nuestro país. 

En cambio publiqué dos versiones de mi estudio sobre "Negrita". La primera, más corta, apareció en junio de 1985 en el periódico Granma, y la segunda, más amplia, un mes después, en la revista Casa de las Américas.






Bibliografía infantil y juvenil:

La lechuza ambiciosa. Departamento de Cultura del Gobierno Municipal Revolucionario, Santa Clara, en 1960

Tres cuentos para niños.  Editorial Gente Nueva, La Habana, 1968

Caballito blanco. Editorial Gente Nueva, La Habana, 1974

Los indocubanos. Editorial Gente Nueva, La Habana, 1981 (relato informativo, en colaboración con Modesto García, ilustrador)

Negrita. Editorial Gente Nueva, La Habana, 1984

Dos ranas y una flor.  Editorial Gente Nueva, La Habana, 1987

"Caballito blanco"
  (fragmento) 
Era, primero un carrusel, o un niño primero y un carrusel después. Nunca se sabrá.
La cosa es que el niño estaba enfermo de un mal de pie o de pierna que lo tenía impedido de caminar. Así pues, se pasaba el tiempo mirando por la ventana abierta dar vueltas al carrusel y oyendo su música alegre del otro lado de la calle.
Veía los corcelitos pasar corriendo, desbocados, las bocas rojas de grandes dientes blancos y las crines de madera sueltas al viento.
De modo tal que le fue tomando tanta simpatía al caballito, que no hubo tarde que no lo mirara ni noche que no soñara con él. Y, precisamente, una de esas noches en que estaba soñando, sintió un fuerte resoplido junto a la ventana, ¡brrrrr!, y despertó sorprendido por los ojos del caballito que lo miraban.
— Oye, ¿qué te parece si damos una vueltecita por el campo? —dijo, y el niño se sintió tan contento que le saltó el corazón de alegría.
— ¡Ahora mismo! —dijo
— Pues monta —respondió el caballito. Pero de repente el niño se contuvo:
— Es que la pierna... el pie... Mi tía dice que hay que esperar.
— Bueno —contestó el corcelito blanco—, si te alegra, ¿qué daño puede hacerte?
— ¿Tú crees? Tal vez puede que sea así.
— Entonces no perdamos más tiempo. Salta y monta, que viene el día.
Y así lo hizo el muchacho, más contento que nunca y oyendo en la noche el galope del caballito que golpeaba las calles de la ciudad.
Claro, que hay que ver lo que es el nacimiento del día cuando queda aún alguna estrella demorada en el cielo. Y luego, cuando la mañana se va desprendiendo de las nubes, con su pupila de colores bonitos. Estas cosas son más lindas de ver que de contar; y eso fue lo primero que asombró al muchachito, ya en pleno campo, al amanecer, cuando el caballito se detuvo resoplando [...]



"Dos ranas y una flor" es el último libro infantil publicado por Onelio Jorge Cardoso. Apareció dos años después de su muerte, pero los dos textos que lo componen "Carapacha y el río" y el que le da título" los había incluido en su última colección general, La cabeza en la almohada (1983), confirmando su costumbre de ofrecer sus textos infantiles a sus lectores adultos, y de no establecer diferencia alguna (que en su práctica no la hay) entre esos dos destinatarios. Es el único libro de Onelio que me parece ilustrado a la altura de lo que él merece, gracias al indiscutido talento de Reinaldo Alfonso.

26/7/14

Alejandro Dumas: el escritor mulato y el general negro

Soy un gran admirador de Alejandro Dumas (padre) y hasta vivo  no muy lejos de la calle que porta su nombre en el nordeste de París. En mi adolescencia cubana leí con arrobamiento sus novelas "Los tres mosqueteros" y "El conde de Montecristo". Esas y otras obras ("Veinte años después" y "El vizconde de Braguelonne") también las vi en el cine , en el espacio Aventuras de la televisión cubana, o las escuché en adaptaciones radiales. 
Pero solo me convertí en un apasionado del gran escritor mulato francés cuando comencé a leerlo en francés. "Les trois mousquetaires" fue la primera novela que leí en la lengua de Molière, en un ejemplar que me prestó el director de la Alianza Francesa de La Habana a principios de 1989. Ya instalado en Francia, me procuré otras de sus novelas, algunas en viejas y venerables ediciones. 





El 24 de julio de 1802 nació Alejandro Dumas. El feliz acontecimiento tuvo lugar en Villers-Cotterêt, una pequeña localidad situada al este de París (una media jornada a caballo en tiempos del susodicho, y menos de una hora en tren actualmente). Era una zona boscosa de la Picardía muy apreciada como coto de caza de la nobleza por la que pasaron las tropas revolucionarias de las que formaba parte un joven oficial mulato, Alexandre Thomas Dumas. Este y la hija de un hostelero acomodado se enamoraron y él prometió volver cuando su situación fuese mejor y así lo hizo, ya con grados de general y cubierto de gloria, para casarse. Tuvieron tres hijos, si mal no recuerdo, uno de ellos el futuro novelista Alejandro Dumas, autor de “Los tres mosqueteros”, “El conde Montecristo” y otras muchas y populares novelas, libros de viaje, cocina, etc. Dumas padre (así llamado porque su primer hijo, su homónimo también fue escritor, pero con una sola obra famosa: “La dama de las camelias” que inspiró la gran ópera La Traviatta) fue tan rico que hizo construir un precioso capricho, perdón castillo, en las alturas que rodean París, dándole por nombre el seudónimo de su mejor personaje, Edmundo Dantés.
Monumento a Alejandro Dumas en la plaza del General Catroux, París


monumento a Dumas (con D'Artagnan) en París

modelo para la escultura de D'Artagnan

Hace menos de dos semanas cerró sur puertas en París la exposición “Mosqueteros”, dedicada a ese cuerpo armado de los siglos XVII-XVIII al que pertenecieran los tres famosos y D’Artagnan. Los cuatro protagonistas de la novela de Dumas existieron, pero el que mâs se parece al personaje real en que se inspiraron Dumas y su colaborador “científico” Maquet, fue D’Artagnan.
A la derecha, manuscrito de "Veinte años después" (Dumas) y a la izquierda, primera edición de  "Las memorias del Caballero D'Artagnan" (1700) y (abajo), manuscrito de "Los tres mosqueteros" en la versión de trabajo de Auguste Maquet.


No resistí la tentación de fotografiarme con una casaca de mosquetero, colgadas a la entrada de la exposición. Se trata de una mala reproducción tipo atrezzo teatral, pero en realidad no se conserva ninguna de época. Dumas llegó a conocer a uno de los últimos mosquetero aún en vida, el pintor Jericho, al cual entrevistó en su lecho de muerte… sin saber que había sido mosquetero en su juventud y sin tener, por entonces en mente, la escritura de sus tres mosqueteriles novelas.

De esas diversas épocas había en la exposición armas, cuadros, grabados, objetos… Por ejemplo un uniforme de gala de una de las dos compañías de mosqueteros (los llamados “grises” y los llamados “negros”) que hubo; pero tampoco era de la época de los tres que en realidad eran cuatro.

En la novela de Dumas se habla mucho de espadas, pero fue el mosquete (pensadísima escopeta de chispa y pedernal) el que dio nombre al cuerpo de élite de la guardia real del que el auténtico D’Artagnan llegó a ser el máximo jefe (después del rey, que era el comandante en jefe), además de ocupar otros cargos militares de importancia, sobre todo en tiempos de Luis XIV. Al morir en combate, ya con unos 60 años, en el asedio de Maastricht (Holanda), D’Atagnan era mariscal.


Gracias a los elementos audiovisuales había muestras de ello en varias pantallas. Exposición dinámica y moderna, también se pudo apreciar una animación de los excelentes dibujos anatómicos que ilustraron un manual de esgrima del siglo XVII, e incluso el ruido y el olor del mar en los dispositivos elaborados para la parte de la exposición consagrada al sitio de la ciudad portuaria de La Rochelle. Aunque en la novela este episodio apenas sirve para mostrar una vez más en ensañamiento de Milady y dar una muestra de la importante actividad militar que cumplieron los mosqueteros, fue esta en realidad una batalla tan importante que Luis XIII y Richelieu en persona dirigieron las operaciones. De este hecho histórico se conservan las armaduras que usaron ambos personajes. La del rey pesaba 26 kg y la de Richelieu más de 40. Sin dudas, con tal equipo, no había bala de mosquete que pudiera herirlos, pero solo a caballo podían moverse con ellas. De hecho, solo altos oficiales y responsables llevaban armadura integral. Los soldados (y mosqueteros) se limitaban a protegerse con corazas y cascos más ligeros.


A la izquierda, armadura de Luis XIII y al centro la de Richelieu
Como ya dije, D’Artagnan fue un personaje real, pero no se conserva imagen alguna. En la exposición había un grabado de algunos años después de su muerte que no tiene la menor garantía de semejanza; pero fue tan famoso que sí aparece en pinturas y grabados, pero como figura de grupo, sin detalles que permitan conocer su verdadera fisonomía. Obviamente, de Richelieu, Mazarino, Luis XIII, Ana de Austria y el Duque de Buckingham, entre otros personajes reales, sí hay abundante iconografía.

Imagen de época (no confirmada) del verdadero D'Artagnan y cuadro de época (veridico) de Richelieu durante el asedio a La Rochelle.

 
Ana de Austria con los famosos "ferretes" que alimentan uno de los mejores momentos de la trama de "Los tres mosqueteros". Como muestra el cuadro, no eran adornos para las orejas o el cuello, como muestran algunas peliculas, sino una especie de alfiler ornamental para las muchas cintas que adornaban entonces los vestidos de damas y caballeros (de ahî que el Duque de Buckingham pudiera usarlos los mismo que su supuesta amante, la reina de Francia.


Dumas y su colaborador Augusto Maquet (que investigaba y escribía una primera versión) se inspiraron en documentos de épocas más cercanas a la vida del auténtico Charles de Batz, en primer lugar una biografía bastante libre titulada "Las memorias del caballero D’Artagnan…” de la que se exponía un ejemplar de la edición de 1700, y las verdaderas memorias de La Rochefoucauld. De Dumas y Maquet se exponían sendos manuscritos: el de la primera redacción de "Los tres mosqueteros", de la mano de Maquet, y el de la redacción final de "Veinte años después" de la mano de Dumas (que siempre escribía en grandes hojas de papel azul claro y casi no corregîa).
Caricatura de Dumas en la época de sus popularísimas novelas de mosqueteros


Alejandro Dumas es el 13er escritor más traducido en el mundo y el segundo francés (precedido por Julio Verne, que es el segundo autor más traducido del planeta) y seguido por Georges Simenón (17° lugar),  Balzac (32°) y Charles Perrault (43°). Sin embargo, su bestsellerísimo “Los tres mosqueteros” se estrenó de manera bien modesta. La primera “entrega” apareció el 14 de marzo de 1844 en la parte baja de la primera página de un periódico sin la menor ilustración (El siglo), pero su fulminante éxito le aseguró un luminoso futuro, no solo por la cantidad de ediciones y traducciones, sino por las innúmeras adaptaciones: al teatro, la historieta, la radio, la televisión, el cine, e incluso a formas menos previsibles como la ópera y el ballet.




el primer capítulo de "Los tres mosqueteros" apareció modestamente, un un diario sin ilustraciones

Si a Dumas le interesaron las glorias militares de la época de los dos últimos reyes absolutos de Francia fue no solo porque era propio de la época (años 1840-50 en que desarrolló lo mejor de su carrera novelística) sino porque su propio padre fue un gran militar. El general Alejandro Dumas no  gozó de toda la gloria que merecía por el odio y los celos que generó en Napoleón Bonaparte. El general Dumas nació esclavo en Haití, pero su padre, un colono pobre que al fin regresó a Francia para heredar a su pequeño marqués de padre) lo trajo y le dio la mejor educación posible. Alexandre Thomas no solo era un coloso de cuerpo (cuentan que podía agarrarse a una viga y alzarse a fuerza de brazos… sosteniendo al caballo con sus poderosas piernas) un hombre honrado y digno que renunció al apellido de su esclavista de padre y al título de oficial que éste quería comprarle. Hizo una brillante carrera militar “desde abajo”, con el apellido de su madre, la ex esclava haitiana Cesette Dumas. Una carrera tan brillante y tan alejada de las componendas políticas del bonapartismo que le generó el odio de Napoleón.



El general Dumas murió de una enfermedad contraída en la prisión en que Napoleón le dejó permanecer al darle largas al pago del rescate que pedían sus enemigos de Francia contra los que Dumas se había batido con tanto coraje e inteligencia. El futuro novelista apenas tenía 4 años cuando murió su general de padre. Dos homenajes indirectos le rindió en sus obras: la descripción física de Porthos y el nombre de Montecristo asumido por Edmundo Dantés: Montecristo era la localidad vecina a la modesta plantación donde vivieran su padre y su abuelos.

Una de las novelas menos conocidas de Dumas, "Georges" es la única, que yo sepa, donde aborda la cuestión del mestizaje. El héroe de esta novela, escenificada en la Isla Mauricio en la época en que pasó de colonia francesa a colonia inglesa (1810-1830), narra una rebelión de esclavos lidereada por un mulato, brillantemente educado en Francia. Dumas se proyecta en su héroe y defiende la igualdad entre mestizos y blancos... pero cae en la contradicción de no defender la igualdad entre los negros y los mestizos, por no hablar de la igualdad con los blancos. La novela tiene un desenlace un tanto precipitado y nada feliz (hablo en términos literarios, puesto que la realidad histórica en que se inspira solo tuvo un final feliz en la victoriosa revolución haitiana). Estoy convencido de que Dumas intuyó sus contradicciones y acabó "abandonando" la, sin embargo, interesantísima novela.




en 1996 me senté en el escritorio de Alenjandro Dumas en su Castillo de Montecristo (Pont-Marly, en las cercanías de París). Este palacio se lo hizo construir con la fortuna que le reportaron novelas como "Los tres mosqueteros" y "El conde Montecristo", pero solo vivió allí un par de años, pues sus numerosos y voraces invitados le generaron tales deudas que tuvo que vender el precioso lugar. Tal era la agitación en el Castillo de Montecristo, que Dumas abandonó este escritorio para trabajar en una torre que se había construido un poco apartada del lujoso edificio principal. 


























12/7/14

mi artículo chino

 En 2004, la revista Publicaciones infantiles y juveniles en Chine, presentó una traducción en mandarín de mi artículo « Andersen y Marti : dos cantos para un ruiseñor », estudio comparativo del cuento « El ruiseñor », de Hans Christian Andersen (Odense, 1805 - Copenhague, 1875) que fuera adaptado por el escritor, pensador y político cubano José Martí (La Habana, 1853 - Dos Rios,1895) e incluido en el cuarto y último número de su revista infantil La Edad de Oro (Nueva York, 1889) con el título significativo de “Los dos ruiseñores”. 


tapa de la revista Publicaciones infantiles y juveniles en China

La Edad de Oro, conocida generalmente en formato libro (la primera versión que reunió los cuatro números en un solo volumen fue publicada en Costa Rica, en 1921) ha sido numerosas veces reeditada en Hispanoamérica, donde se la considera como uno de los clásicos de nuestra literatura infantil y juvenil. En Cuba, donde se la reedita frecuentemente, los niños conocen perfectamente esta fabulosa compilación de cuentos, poemas y artículos de temática diversa.


tapa original de La Edad de Oro


primera página del número que contiene "Los dos ruiseñores"

índice del número 4 que presenta también "Un paseo por la tierra de los anamitas", un importante artículo referido al extremo oriente

A diferencia de los otros textos de La Edad de Oro que no fueron escritos por el propio Marti  (los otros dos cuentos son del francés Edouard de Laboulaye, que los había adaptado a su vez de tradiciones nórdicas), “Los dos ruiseñores” no es una simple traducción, sino una versión libre. Los cambios introducidos por Martí reflejan claramente sus ideas políticas y su admiración por la resistencia china al dominio occidental que tenía lugar a fines del siglo XIX. En ese sentido el cuento de Martí es realista, mientras que la versión de Andersen utiliza la China imperial como mero marco exótico. Por otra parte, todo el resplandor de la prosa modernista del gran escritor cubano y su admirable capacidad para comunicarse con los pequeños resaltan en la adaptación.

La primera traducción integral francesa de La Edad de Oro comenzó a publicarse (número a número, como en la versión original) en 2012. Es la iniciativa de la modesta asociación de Lyon (la segunda ciudad de Francia) L’Atelier du Tilde. En febrero del año siguiente, durante la Feria Internacional del Libro de La Habana tuve la satisfacción de presentar los dos primeros números en la Sociedad Cultural José Martí y en el Centro de Estudios Martianos. A esta última institución y a la Biblioteca Nacional de Cuba (que lleva precisamente el nombre del gran poeta, pensador y organizador de nuestra independencia) ofrecí sendos ejemplares de la publicación.
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tapa del segundo número de la edición francesa (Lyon, 2013)



indice en inglés de la revista china de literatura infantil y juvenil

primera página de mi artículo en mandarín


DOS CANTOS PARA UN RUISEÑOR

El cuento chino de Andersen


por Joel Franz ROSELL

El año 2005 reúne una vez más a Hans Christian Andersen (Odense, 1805- Copenhague, 1875) y a José Martí (La Habana, 1853-Dos Ríos, 1895). En este artículo me referiré particularidades y circunstancias de la creación de uno de los más hermosos y característicos textos del Príncipe de la literatura infantil. “El ruiseñor” se ha popularizado en Cuba en la versión que hizo Martí para su revista La Edad de Oro, y de las peculiaridades de dicha adaptación nos ocuparemos en un segundo artículo.

Un encuentro impredecible
De entrada, nada predisponía al encuentro de estos dos titanes literarios. En primer lugar, pertenecían a generaciones diferentes y, de cierta manera, en conflicto, pues Andersen era romántico y Martí postmoderno. En segundo lugar, tenían conceptos muy distintos del libro infantil; para el danés lo importante eran los sentimientos y la fantasía, mientras para el cubano, los libros debían preparar al niño para la vida y darle una conciencia ciudadana crítica. Para terminar, sus preferencias políticas eran diametralmente opuestas, dado que uno admiraba la realeza y el otro era un convencido republicano.
Pero también hay cosas que los acercan. Andersen fue uno de los primeros autores infantiles, y sin dudas el que dejó una bibliografía más amplia y trascendente, en recurrir más a su imaginación que al acervo de narraciones populares anónimas (Perrault y los hermanos Grimm, por ejemplo, no son más que adaptadores de gran talento). Por otra parte, el escritor danés se atrevió a utilizar el habla común y no la prosa canónica en boga, y por ello fue incomprendido y criticado. Si hoy algunos de sus textos nos dan la impresión de explicitar sus mensajes y estar cargados de religiosidad, lo cierto es que Andersen supo posponer lo educativo al desarrollo de la trama y al placer de la palabra, y propició una imagen de Dios más amable y cercana que la autoridad severa y distante común en su época (la misma que quiso imponerle a Martí el editor de La Edad de Oro, causando así el prematuro fin de la revista).
Dos últimos factores se combinaron para posibilitar el encuentro del más famoso de los daneses con el más grande de los cubanos: en primer lugar la calidad literaria del cuento que los une, y en segundo, el conocimiento de la infancia adquirido por Martí en su relación con María Mantilla, que le permite no solo cambiar su opinión sobre Andersen, sino hacer de La Edad de Oro la obra maestra que es.
Andersen titula su texto "El ruiseñor" y Martí llama a su versión “Los dos ruiseñores”. Si el primero sugiere que no hay más que un ruiseñor: el verdadero, de canto portentoso e inimitable, comparable a la imperiosa individualidad de esos artistas románticos entre los que él mismo se inscribe, el segundo insiste en la oposición entre el arte verdadero (el ruiseñor vivo) y el falso (el ruiseñor mecánico, de oro y piedras preciosas).
Hans Christian Andersen siempre reclamó para sí el término danés digter, que unge al poeta con cierta aura divina. El artista incomprendido, el valor de lo sencillo-auténtico y el poder redentor del arte son motivos recurrentes en su obra. Hombre de orígenes extremadamente humildes, que luchó siempre por el éxito personal y el aplauso de la aristocracia (la de « sangre » y la del espíritu), Andersen tenía aspiraciones que estaban prácticamente en las antípodas de las de Martí, que salido de un estrato social menos humilde, puso su vida al servicio de la libertad, la democracia y la justicia.
 Pero a la larga, Andersen y Martí comparten una postura que los define como escritores modernos: saben vehicular en un relato para niños la pasión de sus vidas. Que una de esas pasiones fuese personal y estética, y la otra colectiva y revolucionaria, termina por no ser más que un detalle.

 

El "cuento de hadas chino"

El 11 de octubre de 1843 Andersen anota en su diario: "Pasé la noche en Tívoli para la celebración de Carstensen. Volví a casa y comencé mi cuento de hadas chino"[1]. Al día siguiente precisa que lo ha terminado y un mes después lo publica bajo el título de "El Ruiseñor"[2].
Andersen se inspira en las chinerías imaginarias y no en la China real, a la que no lo acercó ni siquiera una documentación fiable. Los primitivos pabellones del Tívoli, de madera y lona, fueron Morisco, Turco y Chino, sin contar el bazar oriental o el Concert Hall (todavía en pie), que, según rumores difundidos probablemente por el propio inventor del parque, habría sido diseñado por el emperador de China en persona.
El especialista en literaturas escandinavas Régis Boyer recuerda que: "la moda de las chinerías estaba viva a comienzos del siglo, en Dinamarca como en toda Europa: el motivo reaparece muchas veces en la obra de Andersen y la lista sería aquí ociosa. Apasionado como era del teatro, el autor pudo también tomar sus motivos chinos del libreto de Scribe para la ópera de Auber El Príncipe de China, representada en el Teatro Real (de Copenhague) el 29 de enero de 1836"[3].
Pero es en la infancia que se produce el primer encuentro de nuestro autor con la China fabulosa: « Una anciana lavandera me había asegurado que el Imperio de la China estaba justamente debajo del río de Odense. De tal modo que yo esperaba en las noches de luna ver surgir de las aguas a un príncipe chino que, tras haberme oído cantar, me llevaría con él a su reino, me llenaría de riquezas, me colmaría de honores y me permitiría regresar enseguida a Odense, donde haría construir castillos para radicarme en ellos »[4].
En líneas generales, el romanticismo danés consideraba que un artista, fuese poeta o pintor, debía trascender su país y buscar inspiración en climas exóticos. Andersen viajó abundantemente por Escandinavia, Alemania, Francia, Gran Bretaña... y sobrepasó los límites, entonces pintorescos, de Europa (Nápoles, Andalucía, los Balcanes...), para llegar a Malta, Marruecos y Turquía. Solo tres meses antes de escribir “El ruiseñor” ha terminado un largo periplo que lo llevó hasta la actual Estambul. El peculiar ambiente del Imperio Otomano debió dejar el espíritu de nuestro autor preparado para situar en China su nuevo cuento.
Pero al acontecimiento farandulero que pudo servir de detonante y al sueño infantil que aportó el combustible, el biógrafo danés Elias Bredsdorff añade el vínculo pasional que confiere a la obra su profunda significación. Todo el mes que precede la redacción del cuento la pasó Andersen en la fascinante cercanía de Jenny Lind, una bella y talentosa soprano que no tardaría en ser conocida en todo Occidente como “El ruiseñor sueco”.
Recuerda Bredsdorff que cuando se presentó en Copenhague en el otoño de 1843, la Lind aún no era conocida fuera de Suecia y el público prefirió la ópera italiana que daban en el Teatro de la Corte. Andersen, que ya había hecho de ella el más durable de sus amores platónicos, habría representado a la soprano en la figura del ruiseñor auténtico, y reservado a la compañía italiana el triste rol del ruiseñor artificial. Bredsdorff subraya que cuando la diva cantó para el rey de Dinamarca, éste la premió con diamantes. Andersen presenció la escena y pudo tomarla como modelo para la situación del cuento en que el emperador chino ofrece al ruiseñor su chinela de oro.
Régis Boyer evoca otra anécdota, recogida en sus memorias por la actriz y cantante Charlotte Bournonville :
Uno de los más cercanos amigos de mi padre, un joven muy amante de la música, estaba peligrosamente enfermo y la pena que le causaba no poder escuchar a Jenny Lind contribuía notablemente a empeorar su estado. Cuando Jenny Lind lo supo exclamó: “Querido señor Bournonville, déjeme cantar para ese enfermo”. Era arriesgado someter a un enfermo grave a tal emoción, pero dio resultado. Pues después de escucharla, se recuperó [5].

Miembro del círculo de amistades de la Lind y los Bournonville, nuestro escritor estuvo ciertamente al tanto del singular suceso y pudo convertido en la situación central del cuento. De cualquier manera, tanto Jenny Lind como el propio Andersen fueron  grandes artistas, espíritus sensibles, frecuentemente incomprendidos, a quienes les cabía el rol del ruiseñor. Muchos son los textos, de ficción o no, en que el autor danés defiende su convicción de que el genio innato, cuyo talento natural sería de esencia divina, es necesariamente superior al artista de cultivo. Andersen, no lo olvidemos, tuvo una formación académica tardía y accidentada, y nunca consiguió el reconocimiento pleno de las cumbres intelectuales de su país.
La cuestión del escenario del cuento es decisiva a la hora de comprender el carácter autobiográfico que tienen muchos de los mejores textos de Andersen, pero también para entender las principales modificaciones que introduce Martí en su versión “Los dos ruiseñores”. En El cuento de mi vida leemos: « Los viajes son para mi espíritu como un baño refrescante y restaurador. Necesito de ellos, no para remozar mi inspiración, sino para dar en un marco común vulgar, una expresión y una forma novedosa e inédita »[6].
Hemos de concluir que tras el decorado oriental del cuento se halla Dinamarca. La relación de Andersen con su país fue una sucesión compleja de amor y rencores, de loas y reproches que se tornan explícitos en su correspondencia y en sus diarios, y se que adivinan en varios de sus textos de ficción (para niños o para adultos; cuentos, novelas, poemas o piezas teatrales).
Cuando escribe “El ruiseñor”, Andersen ha alcanzado su primera madurez, empieza a ser bien conocido en Alemania y Gran Bretaña, y a tener cierto reconocimiento en Dinamarca. Este cuento testimonia su maestría en la composición, en el manejo de las imágenes y la palabra, y su capacidad para transformar experiencias de vida y sentimientos íntimos en una fábula universal. La penúltima escena, en que el ruiseñor arranca al Emperador de las garras de la Muerte, puede inscribirse entre las más bellas páginas de la literatura (para chicos o no) de todos los tiempos.

Publicado como “Andersen y Martí: dos cantos para un ruiseñor” en Cuatrogatos, revista electrónica de literatura infantil. no 4. Miami, mayo de 2001. http://www.cuatrogatos.org/articulolosdosruisenores.html

Otras versiones:
“Andersen y Martí: los dos ruiseñores”. CLIJ. Barcelona, septiembre 2001
“Andersen y Martí: dos cantos para un ruiseñor”. Umbral números 17 y 18. Santa Clara, Cuba 2004-2005.

Bibliografía

ANDERSEN, Hans Christian: Oeuvres. Paris. Gallimard, 1992. Colección La Pléiade,   tomo I. Traducción, notas y presentación de Régis Boyer.
_______________________ : El cuento de mi vida. La Habana. Gente Nueva, 1989.
 Elias BREDSDORFF: Hans Christian Andersen. Paris. Presses de la Renaissence, 1989. MARTÍ, José: La Edad de Oro. La Habana. Centro de Estudios Martianos & Editorial Letras Cubanas, 1989. Edición Facsimilar.
Diversas versiones de “El ruiseñor”, en castellano, portugués, francés, italiano, inglés y danés.



[1]  Boyer,  In : Andersen : Oeuvres, p. 1354
[2]  Primera edición en libro:  Nuevos cuentos. Primer volumen. Primera colección. Copenhague, 1844.
[3]  Boyer,  Ibid.
[4]  Andersen : El cuento de mi vida;  p. 29
[5]  Boyer,  Op Cit, p. 1355
[6]  Andersen : Op Cit.; p. 129




Hay tres versiones de este artículo en castellano:

 “Andersen y Martí: dos cantos para un ruiseñor” en Cuatrogatos, revista electrónica de literatura infantil. no 4. Miami, mayo de 2001. http://www.cuatrogatos.org/articulolosdosruisenores.html

“Andersen y Martí: los dos ruiseñores”. CLIJ. Barcelona, septiembre 2001

“Andersen y Martí: dos cantos para un ruiseñor”. Umbral números 17 y 18. Santa Clara, Cuba 2004-2005.

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