8/8/14

un tardío homenaje a Onelio Jorge Cardoso


 

En mayo pasado se cumplió el centenario de una de las mayores figuras de la narrativa cubana, Onelio Jorge Cardoso (11 de mayo de 1914 en Calabazar de Sagua, en la antigua provincia de Las Villas-La Habana, 29 de mayo de 1986). Pese a no pasar del Bachillerato, dio muestras de una ciencia literaria incomparable en la decena escasa de libros de cuentos que publicó a partir de 1945. “Taita, diga usted cómo”, “Mi hermana Visia”, “El caballo de coral”, entre otros, se encuentran entre las joyas del relato breve cubano y le ganaron el epíteto de El Cuentero Mayor (glosando el título de otro de sus famosos cuentos de ambiente campesino). El otro terreno donde alcanzó el más alto prestigio es la literatura infantil, especialmente con la publicación de “Caballito blanco” (1974), designado el mejor libro infantil cubano por las principales autores para niños en activo a fines de los 80 (encuesta desarrollada por el sociólogo Sergio Andricaín). Onelio, que también publicó la novela ecológica juvenil Negrita (1984), publicó su primer cuento infantil en 1960, cuando la moderna literatura infantil cubana apenas daba sus primeros pasos, pero el mundo de la infancia siempre le interesó. En la mayoría de sus colecciones de cuentos (para adultos) no solo hubo siempre piezas que profundizaban en las complejidades del alma infantil, sino textos dirigidos expresamente a los chicos.

junto a otra grande de la literatura infantil cubana, la mucho mejor recordada Dora Alonso (1910-2000)
Si la fecha del centenario de Onelio (así lo llamábamos todos, “Onelio” a secas) se me escapó es porque el Cuentero ha sufrido en los últimos 25 años el mismo olvido que otras grandes figuras de la literatura cubana del siglo XX. La lucha por la vida cotidiana y los cambios brutales experimentados por el quehacer artístico en la Isla, han hecho olvidar a muchos escritores contemporáneos lo que debemos a nuestros inmediatos predecesores. No es realmente mi caso, pero igual se me escapó la fecha del centenario… y ninguna información procedente de Cuba me alertó sobre la efemérides. Fue solo hace unos días que me dio por frecuentar el portal de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba http://www.uneac.org.cu y en su página dedicada a la literatura infantil, “La lechuza andarina” (que glosa el título del primer cuento infantil cubano contemporáneo “La lechuza ambiciosa”, del propio Onelio) hallé un grupo de artículos consagrados al gran autor.  
O sea, que el centenario no fue pasado por alto en Cuba, pero… ¿basta con esto?

No, puesto que el mejor homenaje que se puede rendir a un escritor, y la mejor manera de hacer fructificar su legado, es reeditar su obra. Y eso se ha hecho raramente en los últimos 25 años (basta con echar un vistazo a su bibliografía).
Ocurre con los grandes autores que todo el mundo cree ver en ellos una confirmación de sus propias ideas estéticas y hasta en su acción cotidiana. Y cuanto menor es el creador que a su sombra se pone, más es la deformación del modelo. Así, entre mediados de 70 y principios de los ochenta proliferaron en Cuba libros de cuentos protagonizados por animales que supuestamente seguían los caminos abiertos por el siempre aplaudido “Caballito blanco” (o por “Compay Grillo”, de Anisia Miranda, que durante un tiempo pareció emular al susodicho), sin que los imitadores fueran capaces de insuflar a sus textos lo que distingue y eleva los de Onelio: la gracia criolla de su lenguaje y situaciones, la ligereza de sus mensajes y la hondura de sus lecciones de vida (implícitas, por supuesto), por no hablar de la estructura impecable.

Más recientemente he visto con asombro cómo un teorizador de la generación de los 90 asegura que Onelio era partidario de los llamados “temas difíciles”, confundiendo la franqueza y profundidad de los cuentos infantiles del Cuentero con cierta narrativa (y la crítica que pretende imponerla como modelo) que ve en el abordaje crudo de los momentos más duros de la realidad, la gran contribución estética de la literatura infantil cubana posterior a 1990 (que de paso resulta reducida a la producción de un grupo autores emergidos durante el llamado Período Especial). Peor aún, hay quien osa cuestionar la legítima aspiración de los escritores de la Isla en ver remunerado de la mejor manera posible su trabajo (tanto en cuestión de derechos de autor como en el terreno de las actividades de promoción) asegurando que Onelio no hubiera reclamado el tratamiento justo y hubiese hecho don de su persona y obra. Es una lamentable traspolación de una figura que, fuera del coro de elogios generados por su centenario, había sido –ya lo dije- bastante olvidada.



Testimonio

No recuerdo cuándo exactamente conocí a Onelio. Fue ciertamente a fines de los años 70 cuando yo comenzaba a abrirme paso en el ambiente literario; menos como narrador (mi producción por entonces era muy inmadura y nadie daba “un peso” por ella) que como crítico (en 1977 comencé a colaborar con El Caimán Barbudo y otras publicaciones culturales donde adquirí merecidamente la reputación de crítico implacable). Tuve el placer de coincidir con él en algunas jornadas literarias, pero recuerdo en particular un momento no particularmente glorioso. Creo que fue en 1979, cuando su natal provincia Villa Clara le rindió un muy regateado homenaje con motivo de su 65 cumpleaños. Los responsables culturales se las habían arreglado para organizarlo todo de manera lamentable, pese a los buenos consejos y generosa disposición prodigados por los responsables de la Brigada Hermanos Saíz de Escritores y Artistas Jóvenes (yo era entonces presidente de la Sección de Literatura) y los escritores de mayor dimensión que residían por entonces en la capital provincial, encabezados por de Carlos Galindo y Félix Luis Viera.

Onelio era extremadamente popular, incluso entre gente que raramente leía, y muy querido por su buen carácter y humildad (virtud escasa en el mundillo literario), pero en ocasión del gran homenaje público, que tuvo lugar en centenario Teatro La Caridad,  los funcionarios que yo acostumbraba a llamar “cultureros”, por parecer más sepultureros que promotores de la cultura, se contentaron con llenar el coliseo de estudiantes secundarios a los que lo único que les interesaba era escapar, por unas horas, de sus aulas. Yo estaba cerca de Onelio en el momento de salir al escenario a recibir una ovación barata. Lo vi recorrer con la mirada el graderío y sacudir la cabeza, disimulando su decepción. Nada dijo, porque su modestia era tan proverbial como sincera, pero había comprendido perfectamente la estafa. Cuando le ofrecí mis excusas por aquella culpa ajena, se limitó a darme una palmadita en el brazo, como diciendo: “No te preocupes, muchacho, ya he pasado por otras”.

primera edición de "Negrita"


Poco tiempo después supe, por una entrevista, que Onelio trabajaba en un nuevo libro. Era el regreso del “Maestro”, que llevaba varios años sin publicar, e incluso lo haría en un género enteramente nuevo para él: la novela juvenil.  Por entonces yo me interesaba especialmente en la narrativa para jóvenes. No tanto porque yo mismo estaba por publicar mi primer libro dentro de ese género (El secreto del colmillo colgante, 1983), sino porque hasta entonces no llegaban a la media decena las publicadas o en proceso editorial.

La publicación de Negrita demoró muchísimo (ignoro la razón, pero la pereza editorial cubana era bien conocida) y yo me impacientaba. En más de una ocasión le pedí a Onelio que me dejara leer el manuscrito, pero siempre, con su ejemplar delicadeza, se las arregló para no complacerme sin darme tampoco una negativa clara). Yo adivinaba, sin embargo, que Onelio me tenía miedo. Creo que por entonces se sentía un tanto inseguro respecto a su capacidad creadora y yo, con la falta de tacto que me caracterizaba, hubiera cometido la imperdonable pifia de señalarle los defectos que, pese a la singularidad de la obra, vi en su primera lectura.

Mi afecto por Onelio era, sin embargo, muy grande. Tengo en mi archivo un estudio que no llegué a publicar, titulado “Y Onelio nos regaló un caballo blanco y una perrita negra”. No recuerdo que esas páginas contengan otra cosa que un análisis inflamado de las virtudes de los dos grandes libros que el Cuentero legó a los niños (de cualquier edad) de nuestro país. 

En cambio publiqué dos versiones de mi estudio sobre "Negrita". La primera, más corta, apareció en junio de 1985 en el periódico Granma, y la segunda, más amplia, un mes después, en la revista Casa de las Américas.






Bibliografía infantil y juvenil:

La lechuza ambiciosa. Departamento de Cultura del Gobierno Municipal Revolucionario, Santa Clara, en 1960

Tres cuentos para niños.  Editorial Gente Nueva, La Habana, 1968

Caballito blanco. Editorial Gente Nueva, La Habana, 1974

Los indocubanos. Editorial Gente Nueva, La Habana, 1981 (relato informativo, en colaboración con Modesto García, ilustrador)

Negrita. Editorial Gente Nueva, La Habana, 1984

Dos ranas y una flor.  Editorial Gente Nueva, La Habana, 1987

"Caballito blanco"
  (fragmento) 
Era, primero un carrusel, o un niño primero y un carrusel después. Nunca se sabrá.
La cosa es que el niño estaba enfermo de un mal de pie o de pierna que lo tenía impedido de caminar. Así pues, se pasaba el tiempo mirando por la ventana abierta dar vueltas al carrusel y oyendo su música alegre del otro lado de la calle.
Veía los corcelitos pasar corriendo, desbocados, las bocas rojas de grandes dientes blancos y las crines de madera sueltas al viento.
De modo tal que le fue tomando tanta simpatía al caballito, que no hubo tarde que no lo mirara ni noche que no soñara con él. Y, precisamente, una de esas noches en que estaba soñando, sintió un fuerte resoplido junto a la ventana, ¡brrrrr!, y despertó sorprendido por los ojos del caballito que lo miraban.
— Oye, ¿qué te parece si damos una vueltecita por el campo? —dijo, y el niño se sintió tan contento que le saltó el corazón de alegría.
— ¡Ahora mismo! —dijo
— Pues monta —respondió el caballito. Pero de repente el niño se contuvo:
— Es que la pierna... el pie... Mi tía dice que hay que esperar.
— Bueno —contestó el corcelito blanco—, si te alegra, ¿qué daño puede hacerte?
— ¿Tú crees? Tal vez puede que sea así.
— Entonces no perdamos más tiempo. Salta y monta, que viene el día.
Y así lo hizo el muchacho, más contento que nunca y oyendo en la noche el galope del caballito que golpeaba las calles de la ciudad.
Claro, que hay que ver lo que es el nacimiento del día cuando queda aún alguna estrella demorada en el cielo. Y luego, cuando la mañana se va desprendiendo de las nubes, con su pupila de colores bonitos. Estas cosas son más lindas de ver que de contar; y eso fue lo primero que asombró al muchachito, ya en pleno campo, al amanecer, cuando el caballito se detuvo resoplando [...]



"Dos ranas y una flor" es el último libro infantil publicado por Onelio Jorge Cardoso. Apareció dos años después de su muerte, pero los dos textos que lo componen "Carapacha y el río" y el que le da título" los había incluido en su última colección general, La cabeza en la almohada (1983), confirmando su costumbre de ofrecer sus textos infantiles a sus lectores adultos, y de no establecer diferencia alguna (que en su práctica no la hay) entre esos dos destinatarios. Es el único libro de Onelio que me parece ilustrado a la altura de lo que él merece, gracias al indiscutido talento de Reinaldo Alfonso.

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