Mis agendas y cuadernos de notas están llenos de apuntes y reflexiones en torno al libro y la lectura. Desempolvo algunos con motivo del Día Internacional del Libro, que se celebra cada 23 de abril, en homenaje a Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega quienes murieron el mismo aciado 23 de abril de 1616.
Leer no es caminar
sobre los pasos del que escribe. El
lector emprende a solas el mismo camino que el autor y alcanza inevitablemente
el mismo punto de llegada. Pero no anda al mismo ritmo, no repara en similares detalles
ni experimenta iguales percances. El
lector no viaja con el mismo equipaje, ni lo hace en idénticos día y hora (a
veces, autor y lector son personas extremadamente diferentes, enclavadas en épocas
y bajo cielos distintos y distantes). Forzosamente, lector y autor cruzarán el
camino de disímiles personas y no verán al mismo pájaro volar… o sí, pero en
dirección opuesta (el lector jamás compartirá, al milímetro, la sensibilidad, convicciones
e imposiciones estéticas del autor). Incluso las flores del camino parecerán
otras aunque la especie no haya mutado un gen; la estación no será la misma, no
soplará idéntica brisa y, lo que es más importante: incluso si una y otra se
repitieran con atómica precisión, la nariz es la de otro.
La Historia demuestra que no basta con saber, hay que creer. Ocurre lo mismo en literatura, particularmente en literatura de infancia: no basta con que el niño sepa ciertas cosas (el manual escolar se contenta con esto); es imprescindible que esas cosas las crea, las sienta, las viva.
Es mentira que la lectura sea un acto solitario... a menos que leamos algo que existe en un solo ejemplar. Al leer un libro estamos haciendo lo mismo que otros hacen, han hecho o harán. Estamos compartiendo la misma experiencia que decenas, centenas, miles e incluso millones de personas tuvieron anteriormente. Sin hablar de que, al leer, estamos reviviendo, recreando o descubriendo lo que el autor sintió al escribir.
El escritor
hurta disimuladamente a la Historia y le roba descaradamente a Su Historia.
La literatura
no es la más fiel de las mujeres. Pero es tan bella y tan invenciblemente joven,
que uno acaba por perdonárselo todo.
Yo no escribo aforismos, sino afuerismos. Porque hablo desde el exterior de
la realidad. Hablo –en silencio, por supuesto- para mí mismo y para mi hermano
el lector que puede, pese al silencio, escucharme.
Toda novela es una biografía. En general narra una vida ajena que el escritor sueña, pero a veces lo que se cuenta es la vida propia soñada como si fuese ajena.
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No es hacer filosofía el afirmar que no existe literatura
hasta que existe el lector. Pero no digo lector en sí -puesto que todo escritor
es un lector; de su propia obra en primer lugar- sino lector en tanto que
publico determinado. Así, no hubo literatura infantil mientras los niños no
fueron considerados como su público determinado… y determinante.
La Historia demuestra que no basta con saber, hay que creer. Ocurre lo mismo en literatura, particularmente en literatura de infancia: no basta con que el niño sepa ciertas cosas (el manual escolar se contenta con esto); es imprescindible que esas cosas las crea, las sienta, las viva.
Es mentira que la lectura sea un acto solitario... a menos que leamos algo que existe en un solo ejemplar. Al leer un libro estamos haciendo lo mismo que otros hacen, han hecho o harán. Estamos compartiendo la misma experiencia que decenas, centenas, miles e incluso millones de personas tuvieron anteriormente. Sin hablar de que, al leer, estamos reviviendo, recreando o descubriendo lo que el autor sintió al escribir.
El no lector abre
un libro y solo ve letras, palabras; frases en el mejor de los casos. El lector
abre un libro y ve bosques inmensos, océanos, volcanes; reinas y brujas; la Luna
y el Sol; el pasado, el presente y el futuro, la guerra y la muerte; la vida,
el sueño y el amor.
El libro y la
buena mesa no van juntos, pero la lectura alimenta y, en casos extremos, ayuda
a olvidar el hambre.
Hay
farsantes, descendientes directos de los pillos que embaucaron al Rey Desnudo
contado por Andersen, que publican cuentos sin palabras, sin ideas, sin trama,
sin personajes, sin imágenes, sin humor… en resumen, que se limitan a enviar a
los editores páginas blancas advertidos de (y, eventualmente, advirtiéndoles)
que los tontos no ven el texto. Esos pillos publican sus “libros” con la misma
advertencia en la contratapa. Y allá van críticos, libreros, bibliotecarios, padres
y abuelas a comprarlos y a ofrecerlos a los chicos. Solo algunos pequeños se
atreven a gritar: “¡El libro está vacío!” como mismo aquel niño del cuento
gritó: “¡El rey está desnudo!”. Pero contrariamente al cuento de Andersen, son
pocos los que escuchan y se ríen de los embaucados.
Todo texto literario es una partitura. Las palabras están tendidas sobre un pentagrama invisible ; pero los lectores saben poner la melodía. Su melodía.
Nadie sabe lo que intenta trasmitir el autor. No lo sabe el autor literario mismo (el autor no literario, sí que lo sabe y lo hace bastante explícitamente). El texto es un mensaje; pero no para el escritor, para quien su obra es un canto lleno de placer, de pulsión, de resonancias íntimas y compartidas. El lector entrará en sintonía con unos u otros elementos de la obra. Su posición no es la del destinatario que espera o recibe un –inesperado, no deseado, imprevisto- mensaje, sino alguien que busca mensajes en los textos que recibe. Todo libro es un instrumento... musical, lleno de posibilidades que cada cual hará sonar según sus competencias, capacidad, experiencia, sentimientos, necesidades.
… me gusta decir que mis libros
mezclan literatura para adultos y literatura infantil, lo que es una tautología
parcial puesto que todo libro infantil es en parte un libro para adultos,
porque la literatura es una sola y todo adulto fue, inevitablemente, un niño.
Lo digo no solamente porque hay siempre adultos que leen libros de niños, sino
porque todo niño contiene trozos del adulto que será (junto a otros trozos que,
lamentablemente se hundirán en su subconsciente y aún se perderán
completamente).
Me
asombra la candidez -o el desparpajo- con que algunos autores de libros para
niños confiesan que la motivación de un libro, y hasta de toda una Obra fue la
de satisfacer la petición de un hijo o un nieto (frecuentemente enfermito o
majadero). ¿Cómo es posible pretender que de una contingencia tan accidental y
unívoca pueda salir una obra trascendente y universal? Para mí hacer literatura
infantil es una necesidad expresiva, una disciplina dominada tras años de
entrenamiento, de lecturas y tanteos, de sueños frustrados y de tentaciones
avizoradas. Es posible que Proust haya tenido más talento que yo, pero no por
eso se dedicó él a escribir para adultos y yo para chicos... ¿Imagina Ud. al
egregio novelista francés confesando que escribió En busca del tiempo perdido
el día en que su madre, sexagenaria y eventualmente resfriada, le pidió una
novela?
Algunas grandes obras han
nacido, no obstante, de la relación entre el autor y un lector individual (o
no) concreto y cercano. Quizá el caso más famoso sea el de Lewis Carroll y
Alice Liddel, pero también se puede citar el de Stevenson y el hijo de cierta
señora de su afección o el de Astrid Lindgren y su hija; de esas contingencias
privilegiadas, nutridas empero de una necesidad pre existente, nacieron “Alicia
en el País de las Maravillas”, “La Isla del Tesoro” y “Pippa Mediaslargas”. Pero
son mucho más frecuentes los libros de corto alcance resultantes del hecho de
que sus autores sólo pensaban en una persona en particular (a veces, ellos
mismos) cuando los escribían.
Yo solo sé boxear con guantes de papel.
No hay que confundir los meritorios libros infantiles para adultos,
con
los pueriles libros para adultos infantiles.
Tengo libros viajeros: algunos
que estaban conmigo ya en Cuba, y me siguieron a Brasil, Dinamarca, Argentina y
France; pero también otros que me encontraron en el camino y no me han dejado
después, o que solo encontré después y gracias a un largo viaje. Hay libros que
viajan conmigo en el avión; ya sea en la maleta confinada en la bodega o en el
equipaje de mano… a mano por ser demasiado preciosos. Pero incluso aquellos que
me siguieron por barco, en el contenedor con la mudanza internacional, acaban
por reunírseme y celebramos con champaña el re encuentro. Para terminar, hay
libros que emprenden conmigo viajes cortos, e incluso algunos que paseo
simplemente, que saco a tomar el aire, y llevo conmigo como talismanes.
con mi libro "Javi y los leones" en San Juan, Puerto Rico |
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