Tempo Latino es quizás el más importante festival de músicas latinas (léase Salsa) de Francia. Vic Fezensac, pequeña ciudad de Gascuña (la patria de D’Artagnan) en el sudoeste francés, ve duplicada su población por la afluencia de aficionados a la salsa que llegan enteramente decididos a menear el esqueleto al ritmo de las músicas afrolatinas durante los cuatro intensos días del festival.
Yo nunca había estado en el sudoeste de Francia, donde los Pirineos y España están siempre en el horizonte: una región que se distingue por la ruda franqueza y las exageraciones del gascón, por su gastronomía intensa y peculiar (de allí viene el famoso foie-gras, el cassoulet y ese coñac volcánico y perfumado que es el Armagnac) y poseedor de una naturaleza y una arquitectura indiscutiblemente meridionales.
plaza del viejo Vic
almanaque del siglo (los gascones no hacen nada en pequeño)
el "carrelat" (callejón) Pudent
Para su vigésima edición, Tempo Latino escogió como
estelar padrino al colombiano Yuri Buenaventura y su orquesta (compuesta a
partes casi iguales de colombianos y franceses, todos virtuosos). Entre los
grupos que repletaron cada noche el graderío y la pista de la plaza de toros de
Vic, también destacaron el cubano Maraca y su orquesta, el angolano Ricardo
Lemvo y su grupo, los colombianos La 33, los franceses No Jazz y otros muchos,
que también animaron los diversos locales de música y baile situados en varios
puntos de la ciudad.
Pero ¿qué hace en un festival de salsa un cubano que no
baila? Los que me conocen saben que “tengo el pie cuadrado”, y aunque no tenga
la oreja ídem… ¿por qué me pagarían el viaje desde Paris hasta ese pueblito
gascón enloquecido por tumbadoras, trompetas y maracas?
Pues para hacer literatura, ¿qué otra cosa iba a ser?
Es que Tempo Latino no es solo baile y concierto, también hay clases de baile, exposiciones, venta de artesanía, gastronomía y bebidas exóticas y, lo que nos interesa, literatura. El “invitado literario” es un momento al abrigo de los decibeles musicales durante el cual un autor originario de América Latina o experto en las literaturas de la región, comparte con un público tal vez menos numeroso que el de los conciertos, pero no menos apasionado.
Remonté hasta mi infancia, que coincide con los inicios de la literatura infantil "revolucionaria"
photo de Gabrielle Saplana
Para la vigésima edición (25 al 28 de julio pasados)
tuve el honor de ser el elegido. En mi conferencia, que escribí y dicté en
francés, así que tardaré un poco en publicarla en este u otro sitio, hablé de
la literatura infantil cubana contemporánea, situándola en el contexto de la
reforma educativa, cultural, social e ideológica emprendida por la revolución
castrista tras tomar el poder en enero de 1959. Inicialmente nacionalista,
agrarista y popular, el proyecto giró rápidamente hacia el socialismo. Lejos de
abordar la cuestión con la distancia del estudioso, la enfoco como protagonista,
puesto que mi carrera literaria (como lector primero y como escritor, después)
está íntimamente vinculada a las aventuras de la literatura infantil cubana en
los fundacionales años 60, los dogmáticos 70, los innovadores 80, los críticos
90…
Al final de la conferencia dediqué mis libros al interesado publico
(fotos de Gabrielle Saplana)
Literatura y música han estado siempre íntimamente
ligadas en Cuba, y en América Latina en general. De regreso de mi conferencia o
a la vuelta de los conciertos, que cada noche se prolongaban hasta las 2 de la
mañana, no pude dejar de detenerme a contemplar, con verdadero asombro, aquellos
cientos de franceses que bailaban los más variados ritmos latinos con el mismo
fervor (aunque no la misma técnica, claro) que en cualquier carnaval caribeño.
La prueba en este corto video…
Sin dudas el Mojito ayuda a cubanizarse. El bar oficial de Havana Club lo vendía en botellas de plástico para que los bailarines pudieran llevarlo a la pista de baile y refrescarse (las temperaturas oscilaron entre ¡35 y 38°C!).
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