Comunicación presentada en el II Congreso de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil. Bogotá, marzo 3 al 5 de 2013
La literatura infanto-juvenil define desde su
propia denominación la raíz doble de su compromiso: con la literatura, por un
lado, y con el niño y el adolescente, por otro (lo de “un lado… y otro” es, por
supuesto, una manera de hablar puesto que se trata de las dos caras,
indisociables, de la medalla que todo escritor se empeña en acuñar). Pero la
LIJ se ha visto demasiado frecuentemente
forzada a cumplir tareas que la desnaturalizan, por no decir corrompen:
compromisos con la moral, con la ideología religiosa o política, con la escuela
y la familia (en tanto que defensoras y constructoras de ambas moral e
ideología) e incluso, más recientemente, con el mercado.
Un poco de historia
La literatura infantil no nació del
deseo de compartir las bellas letras con los más chicos, sino de la voluntad de
hacer más eficaz la actividad de los pedagogos que educaban a las élites de la
sociedad precapitalista. Educar divirtiendo fue el lema, y se buscó en el
folclor técnicas y materiales con los cuales edulcorar las lecciones.
La subordinación de la literatura
infantil a las tareas escolares y de ordenamiento social fue subvertida desde
el principio por letrados que amaban a los niños y entendieron las
posibilidades estéticas de la especialidad. Sin embargo, la instrumentalización
de la literatura infantil ha demostrado una tenacidad de titanio desde que, en 1697, Charles Perrault, que era
escritor y no pedagogo como Comenius (inventor del libro ilustrado y del libro
documental unos cuarenta años antes), publicara sus “Cuentos de Antaño”,
inaugurando la literatura infantil moderna.
Cada época ha conocido períodos de
esplendor de lo literario y períodos en que la instrumentalización gana
terreno. Si el siglo XVIII, cuando las ciencias y el pragmatismo consiguieron
poder absoluto, fue funesto a la creatividad, la segunda mitad del siglo XIX y
la parte central del XX nos ofrecieron muchos de los clásicos que hoy
veneramos.
En diversos momentos de su historia, la literatura
infantil ha visto al mercado y a la escuela ir por caminos distintos: las
novelas detectivescas de Enid Blyton –en su momento superventas comparables a
los libros de Harry Potter– o las novelicas de
miedo de R.L. Stine, cosecharon el unánime rechazo del profesorado. A medida que el radio transistor, el cine, la
televisión, la fotonovela, la historieta, y más recientemente el video y las
computadoras le disputaban su protagonismo en el ocio cultural de los jóvenes,
el libro se ha visto cada vez más confinado en
la escuela.
Las nuevas
formas de educación, basadas en un alumno partícipe en el proyecto de
adquisición de conocimientos y valores, a través de métodos y materiales no
exclusiva y específicamente creados para la enseñanza, fueron el catalizador de
la nueva alianza entre la escuela y el
mercado, el cual comprendió que la institución escolar devenía su principal
cliente y que había que convertir los objetivos pedagógicos en motores de venta
con novelas que abordan los contenidos de los programas (historia, geografía,
ciencias naturales, etc) y las problemáticas sociales (droga, conflictos familiares, guerras, emigración, suicidios… ).
El lugar que corresponde a las ideas
A veces resulta difícil explicar a maestros,
bibliotecarios y padres que la literatura es sin porqué, que los chicos no
pierden el tiempo cuando leen una novela, un cuento o un poemario que no tienen
otra función que la estético-lúdica. Si la búsqueda de sentidos en un libro que
ha sido creado para ello no es un mal en sí, creer que TODOS los libros han de
proporcionar esa clase de contenidos es altamente perjudicial para la
literatura y para la formación de lo que, a falta de término más claro y
ampliamente aceptado, llamaré yo también hábito de lectura.
No estoy pretendiendo que exista -y
mucho menos que sea superior- una literatura “blanca”, que no trasmite
conocimientos ni enseñanza alguna; sino que
una historia bien tramada, de lenguaje esmerado y que exalta estéticamente
los grandes sentimientos, instruye en la ciencia de la vida mil veces mejor que
un texto denso en valores y de temática crucial, pero escrito sin corazón y sin
arte. El narrador cubano Onelio Jorge Cardoso, tan enamorado de la literatura
como de la revolución castrista, decía que no era el autor quien debía
-interrumpiendo la narración o manipulando a sus personajes- decir : “¡Viva la
Revolución!”, sino el lector quien, al terminar una emotiva y convincente
historia, habría de concluir: “¡Viva la Revolución!”.
Los escritores escribimos para ser
leídos y esto puede llevar a redactar no lo que el alma pide, sino lo que la
casa editora encarga, sugiere o, supone uno, desea publicar. Y como la
editorial publica para vender, y su principal comprador es, en muchos países, la
escuela, se piensa en las necesidades escolares antes que en los requisitos de
la literatura y en las auténticas necesidades de los chicos.
Hace 50 años no
existían los libros documentales e informativos que conocemos hoy, con recursos comunicativos y gráficos
(que pueden incluir un DVD o sitio web). Si entonces podía comprenderse que la
ficción asumiera tareas educativas, ¿por qué
se sigue lastrando novelas, cuentos y poemas con contenidos que aportan,
de manera más pertinente libros documentales y productos audiovisuales?
Habría por lo menos dos razones. La
primera ya la he esbozado: la práctica de la lectura se ve mayoritariamente
confinada a la escuela, donde se cae en confusión de géneros al aplicar a una
lectura que debería ser de estricto placer estético, técnicas de apropiación
correspondientes a las materias escolares. Por otra parte, la edición
latinoamericana no traduce o importa suficientes obras documentales, con lo
que nuestros países tienden a mantener e
incluso acentuar una servidumbre que corresponde a otro tiempo.
lectura con adolescentes en el Parque Nacional, junto a Marina Colasanti, María Teresa Andruetto y Gloria Cecilia Díaz
La interferencia del mercado
Los cambios introducidos por las nuevas
tecnologías de la comunicación en la vida cotidiana y en las prácticas
culturales y de ocio, generan interrogantes a propósito de su influencia en la
literatura y la edición. Hay una demanda implícita y a veces explícita de
textos más cortos, con vocabulario simple y tramas estereotipadas. Pienso en
series de gran éxito comercial como Gerónimo Stilton que suplantan a la -más
compleja- novela tradicional y encabezan
las listas de best sellers junto a los voluminosos tomos de fantasy.
El uso y abuso de celulares, tabletas y
sitios “sociales” como Facebook, Twitter y compañía están “configurando” una
lectura rápida, diagonal, superficial, fragmentada, repetitiva y saltarina que
influye en el tipo de narrativa que un número creciente de editores prefiere.
Las series televisivas y dibujos animados se vuelven referenciales, y no es
extraño ver que los autores mimados y promovidos por las editoriales más
comerciales son, antes que nada, guionistas de televisión o “creativos” de
publicidad. Me pregunto si se trata solo de la fascinación por medios de fácil
consumo y mayor rentabilidad o también de solidaridad
de clase, dado que hoy el verdadero poder de decisión en las grandes casas
editoras no lo tiene el personal literario, sino los comerciales y responsables
de promoción, generalmente salidos de la industria de “gran consumo”, que
tratan al libro -producto cultural sui generis- como si se tratara de un
detergente o champú más.
Contra estas deformaciones y
simplificaciones yo no veo mejor solución que un conocimiento de la LIJ en toda
su calidad y diversidad: altérnese cuento, poesía, novela, teatro y
documentales; venerables clásicos, textos de hace algunas décadas y contemporáneos;
nacionales y de otros países; originales de nuestra lengua y traducciones... y
se debilitará la tendencia a reducir el libro a saco de valores (¿será por
casualidad que se usa la misma palabra en las bolsas comerciales y
financieras?).
¿El mensaje o
la trama? Una falsa disyuntiva
Tal vez por deformación profesional, el docente (y su coaching editorial,
el promotor) suele insistir en el mensaje. Nada, sin embargo, fastidia más a un
profesional de las letras que la pregunta “¿Qué quiso decir el autor?”
El autor quiso decir lo que dijo.
Los escritores escribimos libros, no acertijos o recados para mandar en las
pocas palabras -precipitadas y a menudo deformadas- que caben en la pantallita
del celular. Las ideas de un autor no deben extirparse de la trama, los
personajes, el personal estilo. Un prestigioso colega dijo: “las novelas no se
hacen con ideas, se hacen con palabras”, y el lenguaje literario -el discurso-
es una historia en sí mismo; una misma trama contada con otras palabras, es otra
trama.
Las ideas son la levadura del libro, ¿y quién puede sacar la levadura de un
pastel? ¿quién la extrae antes o después de comérselo? ¿quién piensa en la
levadura cuando la boca se le hace agua en presencia de la sabrosa golosina?
No me pregunten entonces por el mensaje de mi cuento. Cómanse el cuento y
¡buen provecho!
Los libros sometidos a debates y comprobaciones de
lectura pierden su poder de fascinación. Cuando, hace más de un siglo, José
Martí dijo: “Conmover es moralizar”, estaba explicando que un libro bien escrito es un libro que
educa; más aún, que solo un libro bien escrito educa. Y mientras más importante
y polémico es el tema, más convincente debe ser la historia que le da carne,
más esmerada la forma que le pone fisonomía y más complejamente verídicos, los
personajes que le dan vida.
La instrumentalización de la obra literaria nos
cuesta lectores, además de maltratar la labor (uso la palabra pensando en los
bordados que hacían lejanas y dulces damas) en aras (pienso ahora en el rudo arado)
de una siembra de ideas… que no siempre son las que realmente guiaron la pluma
(delicado penacho, punta de acero) del autor.
Las ideas del autor, las ideas en la obra
Yo no estoy para nada en contra de los debates en torno a un libro, las
visitas de autores a colegios o las discusiones sobre los valores –que son estéticos
y no solo éticos- de una obra, y me consta que muchos maestros son apasionados
lectores y saben guiar a sus alumnos en la aventura literaria. Pero, por
ejemplo, me gustaría que no discutan solamente la visión que de mi país
propongo en Mi
tesoro te espera en Cuba, sino
los personajes, los recursos narrativos, las palabras que utilizo para
construir esa visión; porque de otra manera van a interpretarme mal y a
desatender lo más arduo y hermoso de mi trabajo.
Lo que importa en un libro no es la semilla oculta en la masa blanca y
perfumada (a tinta) de sus páginas; importa TODO. Y sin análisis formal no es
posible extraer conclusiones acertadas
del asunto.
Broche
de plomo
La literatura infantil enriquece el
mundo del niño, le aporta sentimientos, conocimientos y experiencias estéticas
que no le proporcionarán ni la vida cotidiana ni la escuela. La literatura
infantil no es instrumento, sino aliado del trabajo escolar, y a los docentes les
conviene que no se la confunda con la escuela, puesto que los textos literarios
han de continuar, fuera del aula y del horario lectivo, la misión formadora.
El compromiso de la literatura
infanto-juvenil es, como dije al principio, consigo misma. Literatura y
niño-adolescente se comprometen y casan “hasta que la muerte los separe”. Lo
demás son convenios circunstanciales; amoríos necesarios, pero sin
trascendencia.
París (Francia) - Santa Clara (Cuba), febrero
de 2013
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
Lage Fernández, Juan José, Diccionario
histórico de autores de la literatura infantil y juvenil contemporánea, Editorial
Octaedro Andalucía, Barcelona, 2010.
OTTEVAERE‑VAN PRAAG, Ganna, Le roman pour la jeunesse.
Aproches, définitions, techniques narratives. Berna, Peter Lang, 1996.
ROSELL,
Joel Franz, Un oficio
de centauros y sirenas. Buenos Aires, Lugar Editorial, 2001.
SORIANO, Marc, La literatura para niños y jóvenes,
Guía de exploración de sus grandes temas (traducción, adaptación y notas de Graciela Montes a
partir de la versión, revisada por el autor, de la obra estrenada en Francia en
1975 con el título Guide de littérature
pour la jeunesse. Courants,
problèmes, Choix d’auteurs), Buenos Aires, Colihue, 1999.
VARIOS, Dictionaire
historique, thématique et technique des littératures, Paris, Larrousse,
2007.
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