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nada me gusta tanto como escribir historias de brujas, magos, dragones y esas cosas |
Hace algún tiempo
colecciono brujas...
... empecé en 1999 con unos apuntes sobre las cosas que les gustan a las brujas, sus características, maldades y bromas de pésimo gusto.
Pronto se destacó entre ellas la bruja de La Habana Vieja, que se ufana de ser la más fea y tramposa del mundo. Inicialmente, para el librito que publicó Ediciones Capiro, de mi ciudad casi natal Santa Clara (Cuba), la llamé Porfiria Xenobia Marieka.
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La bruja de La Habana Vieja
(para que se enteren de lo traviesa que es Porfiria Xenobia Marieka...)
Ediciones Capiro. Santa Clara (Cuba), 1999 |
He aquí un fragmento:
« Té-rrible »
Las brujas de rango son inglesas. O por lo menos han tenido una niñera inglesa: bien fea, bruta y mala. Es por eso que toda bruja que se respete toma té, y lo toma a las cinco de la tarde, como debe ser.
Solo que las brujan no toman cualquier clase de té. El que ellas toman es el espeluznante té-rrible. El mejor té-rrible es, por supuesto, inglés. Lleva, entre otros ingredientes mantenidos en estricto secreto por sus fabricantes, unas gotas de baba de fox-terrier rabioso y un “tincito” de fango del Loch Ness (lago escocés donde vivie el famoso monstruo). Falta decir que para preparar un auténtico té-rrible hay que utilizar agua en la que se han dejado en remojo unas pezuñas de cabra (por aquello de “Abracadabra, pata de…”).
Cuando Burbruja, la tía isleña de PXM, vino de vacaciones a Cuba, su sobina la invitó a tomar el té-rrible. Tenía reservado para la ocasión un excelente té-rrible inglés y lo sirvió en tazas de plomo, oscuras y abolladas, que había heredado de su tatarabuela, la bruja Matusalena. De las tazas salió un humito en forma de mano que le dio un tirón a la narizota de Burbruja.
La bruja isleña abrió los ojos como platos y dio un sorbito al té-rrible.
-¡Ahh! –exclamó con un escalofrío-. ¡Asqueroso!
-¿Verdad? –comentó PXM encantada-. ¡Sabía que iba a disgustarte! Pero acéptame una segunda taza: verás que el efecto es realmente re-pug-nan-te.
-Con mucho disgusto –respondió Burbruja muy educadamente y tendió la abollada taza de plomo a su sobrina.
A la tercera taza de té-rrible, las dos brujas se sentían verdaderamente mal.
-¿Vomitamos ya? –preguntó PXM.
-No me atrevía a sugerírtelo.
-¡Vamos!
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ilustración de Amílkar Chacón |
Las dos viejucas corrieron al balcón y vomitaron hacia la calle.
Los transeúntes huyeron despavoridos de aquella sopa de ajo rancio, pero cuando miraron hacia arriba, para ver quien les echaba encima aquel líquido inmundo, no vieron a nadie.
Es que las brujas se habían vuelto invisibles para carcajearse mejor.
Vomitar sobre los pasantes y volverse invisible es algo imprescindible para que una invitación a tomar el té-rrible sea un verdadero éxito. Si una bruja invita a sus amigas a tomar té-rrible y no hay suficientes transeúntes sobre quienes vomitar, pone su reputación en grave peligro. Es la verdadera razón por la que las brujas siempre toman el té a las cinco; porque a esa hora la gente sale del trabajo y abunda en las aceras.
Tomado de La bruja de La Habana Vieja (para que se enteren de lo traviesa que es Porfiria Xenobia Marieka...), primera versión de La tremenda bruja de La Habana Vieja. Santa Clara (Cuba). Ediciones Capiro, 1999.
En muy poco tiempo completé con aquellas historietas sueltas toda una novela. La primera versión salió en traducción francesa de Mireille Meissel:
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Fue la editorial francesa (Hachette, Pqris 2001)
quien estrenó, en una edición defectuosa,
mediocrente ilustrada como se ve
Y QUE TUVO UNA CORTA VIDA EDITORIAL |
La más lograda fue la versión de la editorial barcelonesa Edebé, aparecida muy poco después, en el mismo 2001, con excelentes ilustraciones de mi compatriota Ajubel... aunque a veces se le fue un poco la mano en la representación esperpéntica.
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tapa de Ajubel para la edición española de 2001 |
Para que no digan que de tanto andar para arriba y para abajo con personajes tan poco recomendables como las escobilludas, lme he vuelto un sádico, les voy a regalar un fragmento de
La tremenda tremenda bruja de La Habana Vieja. He reunido trozos de dos capítulos distintos, muy importantes :
... A la mañana siguiente, Florcita encontró en su mochila una caja de chicles con un papelito que decía: "De parte de quien tú sabes".
Florcita se extrañó mucho. No porque la caja de chicles hubiera aparecido así de repente, porque ese tipo de cosas ya no la asombraban, sino porque PCM sabía bien que a ella los chicles no le gustaban.
-¡Bueno! Se los regalaré a mis compañeritos... Hasta puede ser que tía Tata los mandara pensando en ellos.
Apenas llegó a la escuela, Florcita repartió los chicles. Había 31; exactamente la misma cantidad que niños en el aula, descontándola a ella.
Todos mascaban con entusiasmo cuando apareció la maestra.
-¡Me están botando ahora mismo esos chicles!- ordenó.
Los cuatro niños que se sentaban en primera fila quisieron obedecer, pero los chicles (que estaban muy bien embrujados) no se despegaban de sus lenguas y dientes.
-¿Cómo!- se enojó la maestra-. ¿Es que no me han oído? ¡Dije que escupan inmediatamente los chicles!
Los niños más obedientes tiraron con tal fuerza de sus chicles que se les salieron las tripas.
Como lo oyes: los chicles salieron de sus bocas, sí, pero con ellos también salieron los dientes, lenguas, gargantas y estómagos.
Era algo espantoso. Tan espantoso y horrible, que los demás niños se asustaron y escupieron todos a la vez los malditos chicles.
El resultado fue todavía más espeluznante: al salir tan rápidamente de sus bocas, los chicles tiraron no sólo de lenguas, gargantas y estómagos, sino también de sus intestinos, pulmones y esqueletos. Los niños gritaban y lloraban, pero como sus ojos quedaban ahora en la parte de adentro y sus bocas se habían vuelto al revés, lo único que conseguían era dar unos gemidos escalofriantes.
A la maestra le dio un ataque y se cayó para atrás, tan tiesa que su cabeza abrió un hueco en el pizarrón y se quedó clavada.
Mientras tanto, PCM lo veía todo a través de su bola mágica y estaba desternillándose de la risa, sola en su apartamentucho mugroso del último piso ruinoso del edificio achacoso de la única calle verdaderamente siniestra de La Habana Vieja.
Sin embargo, sus carcajadas de burro con moquillo cesaron cuando sintió la mirada de Florcita.
Lo que acababa de ocurrir era algo impresionante e inaudito. Hasta un segundo antes, la niña estaba de espaldas a PCM y de repente se veía de frente. Sin embargo, Florcita no se había movido de su asiento: sólo su cabeza había girado completamente, como si tuviera una rosca en lugar de cuello.
Esto es algo que sólo las brujas pueden hacer, y PCM lo sabía. Sin embargo, lo que la dejó sin aliento fue que su sobrina tataranieta la estaba mirando directamente a los ojos, como si se encontrara en el apartamentucho mugroso y no en la escuela, a dos kilómetros de distancia.
Las verdes pupilas de la niña lanzaban relámpagos fosforescentes al tiempo que decía con una voz poderosa, pero sin mover los labios:
"¡ESTO ES COSA TUYA: PARA ENSEGUIDA PORQUE SI NO...!"
PCM no pudo oír ni ver nada más. Su bola mágica acababa de rajarse, quedando oscura y fría como una güira.
Sin embargo, Porfidia Centolla Mastuerza no necesitaba bola mágica para saber que el encantamiento se había roto. Mejor dicho, que Florcita había roto el encantamiento y que todo había vuelto a la normalidad en la escuela: ningún niño estaba al revés ni tenía chicle ninguno en la boca, la maestra no estaba clavada en el pizarrón y, lo que era peor, nadie recordaba nada de lo ocurrido.
Nadie, excepto Florcita. Ella sí lo recordaba todo. Ella sí sabía.
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ilustración, tomada de la segunda edición de Edebé (2005) |
Esa tarde Florcita no vino a casa de PCM. Y tampoco vino la tarde siguiente, ni la otra.
La bruja no había podido reparar su bola de cristal y no podía saber lo que estaba pasando; pues tampoco se atrevía a mandar a su tiñosa mensajera ni a su gato-chal, y mucho menos a ir ella misma en escoba voladora al edificio donde se alojaban Florcita y su papá.
Sin embargo, no debió esperar mucho, pues al cuarto día le llegó una carta.
El cartero ni tiempo tuvo de aparcar su bicicleta. PCM lo vio desde el balcón y bajó de un solo salto (y eso que no tenía puestas sus chinelas de piel de sapo).
Las brujas no necesitan abrir los sobres para leer lo que viene escrito dentro. De modo que allí mismo, en la calle, PCM recibió el mensaje. Era corto y tajante:
ERES MALA
NO TE QUIERO MAS.
FLORCITA
Porfidia Centolla Mastuerza volvió a su quinto piso lentamente. Se fue arrastrando de escalón en escalón. Como si tuviera lumbago, asma y dolores de corazón. El señor miope y algo lelo le preguntó qué le pasaba, pero ella ni lo vio. Le cayó una teja en la cabeza, y ella ni cuenta se dio.
Entró en su apartamentucho y fue a arrodillarse en el cuartico del fondo. Allí guardaba, en un armario invisible y dentro de una cazuela de arcilla negra, su Fuerza Mágica Ultrasecreta. Pero ésta parecía haberse acabado.
Quien hubiera podido verla en ese momento jamás habría creído que se hallaba en presencia de la tremenda bruja de La Habana Vieja. Hubiera pensado que ante sí solo tenía a una viejita triste, cansada y sola.
tomado de La tremenda bruja de La Habana Vieja.
Barcelona. Edebé, 2001 y 2005 (edición agotada)
PRONTO UNA NUEVA VERSION EN EL MERCADO
una bruja noruega (hotel Skiekampen, diciembre de 1992)
Con el nombre de Porfidia Centolla Mastuerza, mi bruja corrió mundo durante casi 10 años. Pero en la próxima versión de la novela (todavía no decidí cuándo ni dónde) va llamarse Pantosa Cizaña Matrera.
En fin de cuentas, como explico al principio del libro (en todas sus versiones) las brujas “en realidad se llaman Qmtrzz, Hcklsst, Gfpfrd y cosas por el estilo, pero para que la gente no sepa que son brujas se ponen nombres menos sospechosos. Sus preferidos son Fulana, Zutana, Mengana y Esperanceja. Pero otras, las más astutas, se hacen llamar Carola, doña Margarita, Viuda de Pérez o Señora Directora…”.
Apenas terminada la novela arriba comentada, empezó a rondarme la cabeza una nueva aventura de PCM y de sus amigazas Gwendolynn Halloween de Brooklyn, Medusa Bambolla Trápala, Nudosa Troncosa, Burbruja Cicuta Rancia y las otras brujas. Esta vez, la encantadora Florcita tiene que ayudar a su tía-tatarabuela a…
No, mejor no digo nada, que las paredes tienen oídos, los tejados son de vidrio y las comadrejas rondan por los rincones, robando proyectos de escritores para vendérselos al mejor impostor.
Pero mejor hablo de Pelandruja, la segunda de mis brujas
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Ediciones SM. Madrid, 2010
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Est cuento comienza así:
Las brujas nunca se enferman.
Son tan malas que hasta los microbios les tienen miedo.
Pero en la vida de una bruja tan loca como Maluja Pelandruja todo puede suceder.
Maluja Pelandruja se había propuesto celebrar su cumpleaños con una sonada calamidad.
La calamidad que preparaba era tan tremenda que la puso a hervir en la mayor de sus marmitas.
Una marmita tan alta, ancha y profunda que para revolver sus espantosos ingredientes, tuvo que usar su escoba mágica.
Pelandruja trepó a un banco y comenzó a revolver el contenido de la marmita. Se inclinaba de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Cada vez más a la derecha y cada vez más a la izquierda. Cada vez más fuerte y más rápido.
Tan fuerte, tan rápido y tan de-aquí-para-allá y de-allá-para-acá, que perdió el equilibrio y cayó dentro de la marmita.
– ¡Auxilio! –gritó la bruja–. ¡Que me ahogo, que me cocino, que me vuelvo sopa!
No se cocinó ni se volvió sopa, pero tragó tanta poción calamitosa que se enfermó.
– Cama –gimió la bruja–, llévame al médico.
La cama la tapó con siete mantas y corrió al consultorio del médico de brujas.
El médico de brujas era un viejo búho.
Había pasado como mil años en compañía de brujas y lo sabía todo sobre encantamientos, espejos que hablan, botas de siete leguas, princesas secuestradas por dragones y príncipes transformados en sapos.
– Solo hay una manera de curar la calamidad que has tragado –dijo el búho–: corrigiendo algunas de tus peores maldades.
– ¡Primero muerta! –chilló Maluja Pelandruja–. Soy una bruja y mi deber es crear problemas, causar infelicidad y dar miedo.
– Entonces morirás de calamiditis aguda –respondió tranquilamente el búho–. Pero antes págame la consulta. Son 7 monedas de oro, 77 de plata y 777 de bronce.
La bruja pagó y su cama emprendió el camino de regreso.
Maluja Pelandruja lo estaba pasando pésimo. Pero ¿sufría por la calamidad hirviente que había tragado o por verse obligada a corregir algunas de sus canalladas?
Cuando estaba por llegar a su casucha de chocolate, la bruja vio un caballo que en vez de comer hierba, lamía el portal de caramelo.
Aquel caballo era en realidad un amable muchacho al que Maluja Pelandruja había encantado.
– Eso fue verdaderamente malvado –se dijo la bruja, y quiso reírse malévolamente, pero tenía la garganta inflamada por la poción calamitosa.
– Si no puedo reírme de mis maldades, ¿de qué me sirven? –pensó.
Y decidió comenzar el tratamiento recomendado por el doctor búho...
La bruja Pelandruja está malucha. Madrid. Ediciones SM, 2010
ACTUALMENTE FUERA DE CATÁLOGO)
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dibujos que hice para "La bruja Pelandruja está malucha" que, desgraciadamente, no gustaron a SM y están inéditos en libro |
Pelandruja nació cuando unos niños franceses me pidieron un cuento en el que figuraran una bruja, una niña, un muchacho, un conejo, un caballo, un gato, una tortuga y un delfín. Como la coordinadora del proyecto solo me autorizó tres páginas, pensé que eran demasiados personajes para tan poca historia y así inventé a la chapucera bruja Pelandruja que no solo había convertido al muchacho en caballo, sino a la niña en conejo y al gato en tortuga. Así reduje los personajes a la mitad, y eso que no convertí a la bruja en delfín. Es que se me ocurrió algo mejor… Si quieres enterarte, compra el libro y léelo (ya sé que lo escribí en francés, pero al fin la primera en publicarlo fue SM en España y ya se han vendido montones de ejemplares).
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otro de mis dibujos inéditos para Pelandruja |
Un tiempo después, desde Madrid, me pidieron un cuento sobre un violín que me salió embrujado. Era un cuento para contar en público en la Casa Encendida, en el marco de la operación "Un Madrid cuento". El caso es que escribí tres textos antes de que me saliera el correcto... el día antes de la actividad, ya casi con un pie en el avión. Pero de regreso de Madrid me di cuenta de que los tres violines de mis tres cuentos no eran tan distintos: todos estaban encantados y detrás de todos andaba… ¡una bruja!
Poco a poco esos tres textos se fueron integraron, se hicieron cuatro, cinco... y finalmente ocho (una introducción y siete cuentos). Así nació la novela
Concierto n°7 para violín y brujas publicada a fines de 2013 por el Fondo de Cultura Económica.
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Edición del Fondo de Cultura Económica (México,2013) |
(ver la página de este libro en: http://elpajarolibro.blogspot.fr/p/httpwww.html)
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Tapa y contratapa de la edición cubana (Cauce, Pinar del Río) cuyo lanzamiento está previsto para febrero 2015 |
Una mañana, en la famosa escuela de violinistas del
maestro Arpegio Corchea, se presentó una viejecita toda vestida de negro.
En realidad no era una viejecita, sino una viejuca,
una malvada, taimada y poderosa bruja. Pero una rizada peluca blanca impedía ver
que era calva como una calavera, un espeso velo disimulaba el solitario
colmillo negro de su boca cruel y los guantes, que muchas damas de su edad
usaban todavía, impedían ver que sólo tenía cuatro dedos en la mano derecha.
Así que cuando pidió ver al director de la famosa
escuela de violinistas, no la hicieron esperar.
“No sea que esta pobre anciana se me muera en la
antesala”, se decía el conserje mientras conducía a la viejuca a la oficina de
Arpegio Corchea.
–¿Qué puedo hacer por usted, buena señora?
–preguntó el maestro.
–Quiero hacer una donación a su prestigiosa escuela
de música –respondió con voz suavecita la bruja Viejaruca.
–¿No me diga? –exclamó el maestro–. Pues mire que
se lo agradezco, porque en estos tiempos de crisis el dinero no sobra.
–No es dinero lo que le traigo –aclaró la bruja,
que por supuesto era una tacaña–. Lo que voy a regalarle es un violín. Un
instrumento al que su creador, el famoso Macario Stravidarius, dio el nombre de
Strafalarius.
–¡Oh…! –dijo el maestro Corchea, impresionadísimo–.
¡Un violín de Macario Stravidarius, nada menos!
La Viejaruca mentía. Ella sabía perfectamente que
aquel violín había sido creado por Stravidarius padre y que se trataba nada
menos que del peligroso Stravagantius. Tres generaciones de brujas habían
invertido su talento y sus mañas en localizarlo y sustraerlo, sin que nadie se
diese cuenta, de una inaccesible fortaleza colonial. Sus intenciones eran perfectamente
malignas, y para concretarlas la bruja debía ocultar la verdadera identidad del
instrumento.
–El violín ha de ser para el mejor músico que haya
en la ciudad –aclaró la Viejaruca–. Es de sobra conocido que sólo un violinista
de verdadero talento puede hacerlo sonar.
El maestro Corchea prometió que así sería, y la
bruja se sacó del sombrero un violín precioso: su color era el rojo dorado
habitual en los instrumentos Stravidarius, pero
la cinta del arco era de un material nunca visto.
–Crines de
unicornio –afirmó la bruja, muy seria–. Y las cuerdas son de tripa de
basilisco.
En cuanto quedó solo, Arpegio Corchea quiso probar
el fabuloso instrumento. Se puso el violín en el hombro, respiró profundamente
y pasó el arco de supuestas crines de unicornio por las presuntas cuerdas de
tripa de basilisco.
Pero… ¡nada!
No escuchó nada.
Ni el menor sonido salió del violín.
Después de intentarlo tres veces, el maestro
Corchea tuvo que rendirse.
–¡Oh, decepción inmensa! ¡Ay, revelación amarga!
–gimió–. ¡Soy un violinista mediocre, incapaz de arrancarle una nota al
magnífico Strafalarius!
Tras siete días de congoja, sin atreverse a poner
un pie en su escuela de música, el maestro Corchea decidió poner a prueba a sus
mejores alumnos.
Los estudiantes seleccionados para el concierto de
fin de año fueron invitados a pasar el arco de supuestas crines de unicornio
sobre las presuntas cuerdas de tripa de basilisco. Pero ninguno consiguió sacarle
ni un gemido al caprichoso instrumento.
Sintiéndose un poco menos humillado, Arpegio
Corchea decidió invitar a los demás maestros de la ciudad a que vinieran con
sus mejores alumnos a probar el violín atribuido a Macario Stravidarius.
¡Y tampoco! Ni uno fue capaz de hacerlo sonar.
La tristeza y la amargura se apoderaron de todos
los violinistas de la ciudad: nadie, ni alumno ni maestro, parecía poseer
talento suficiente para tocar tan selecto instrumento.
Fue entonces que la bruja Viejaruca pasó, como por
casualidad, a saludar al maestro Corchea. Siempre con sus falsos aires de
gentil ancianita, le sugirió organizar un concurso internacional.
Arpegio Corchea halló luminosa la idea: ¡el premio
sería precisamente el violín!
–Esto traerá la gloria sobre nuestra ciudad
–declaró el maestro mientras pensaba: “¡Y mandará al maldito violín bien lejos,
donde deje de poner en duda la calidad de nuestros músicos, sean estudiantes
novicios o fogueados profesores!”.
Para que el mundo civilizado lo supiera, y
concursaran violinistas de fama acrisolada, Arpegio Corchea pidió ayuda a su
amigo el alcalde, quien obtuvo el apoyo del general-presidente de la república,
que no entendía nada de música pero se hacía llamar “Eximio Protector de las
Artes y la Industria”, y todo lo hacía en grande.
(el resto de la historia en: Concierto n°7 para violín y brujas
Fondo de Cultura Económica. México, 2013
y Editorial Cauce. Pinar del Río, Cuba, 2014)
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Edición brasileña, SESE-SP. Sao Paulo, 2017 |
Tampoco voy a contar de qué habla el que probablemente sea mi cuarto libro de brujas y que, de momento, voy a titular: “Pelandruja: el retorno” (aunque jamás daré título tan fácilista un libro). He aquí un pedacito:
Gruesos nubarrones negros empujados por un viento enojoso cubrían y descubrían, caprichosamente, una gran luna amarilla. Cada vez que la oscuridad se hacía completa, el lúgubre aullido de un lobo llegaba desde el bosque cercano.
–¡Qué terrorífica noche! –exclamó Pelandruja encantada.
–Una medianoche que comenzó hace ya media hora –tronó una voz cavernosa.
–¿Estas son horas de levantarse? –gruñó una voz carrasposa.
–Justo lo que yo iba a decir –graznó una voz gangosa–. Horas no son estas de comenzar una noche terrorífica.
Pelandruja asomó la cabeza por su ventana de techo y descubrió tres brujas posadas, cabeza abajo, en las ramas del sauce burlón.
–¡Malas noches! –saludó Pelandruja cortésmente.
–¡Peores las tenga usted! –respondieron las tres brujas en un coro cavernoso, carrasposo y gangoso.
Antes de proseguir, te cuento que:
I
Las brujas se levantan poco antes de medianoche, que es la hora ideal para hacer sus encantamientos, para volar en escoba y para recoger las yerbas mágicas, sabandijas repugnantes y zarandajas sospechosas que les sirven para preparar sus inmundas pociones.
II
Las brujas tienen una ventana en el tejado (llamada ventana de techo) para poder salir disparadas en sus escobas voladoras. Es por esa misma ventana que entran las lechuzas, los murciélagos y los cuervos que les sirven de mensajeros, y por ahí que pasan los rayos de luna (llena, nueva o vieja, según el caso) imprescindibles para preparar sus malvados hechizos.
III
Las brujas hacen las cosas al revés de los humanos comunes y corrientes que somos tú y yo. Por eso a las brujas importantes se les dice “Sus Fechorías” en vez de “Sus Señorías”; por eso se dan las “malas noches”, se posan cabeza abajo en los árboles, y les gusta todo lo feo, lo sucio y lo malo. El lema de las brujas es “Haz el mal sin mirar a cuál”.
Aquellas tres brujas debían ser muy importantes porque llevaban sombreros particularmente altos y puntiagudos. Y a juzgar por sus caras largas, su visita no era precisamente de cortesía.
–¿Qué habré hecho esta vez? –se preguntó Pelandruja, y con una vocecita asquerosamente obsequiosa, balbuceó–. ¿Sus Fechorías me harán el honor de aceptarme un té de calabaza?
–¡Un té de calabaza pasadas las doce y media! –tronó la bruja cavernosa.
–Medianoche y cuarenta para ser exactas –gruñó la bruja carrasposa, mostrando su reloj de arena de pulsera.
–Es justo lo que yo iba a decir –graznó la bruja gangosa–. ¿A quién se le ocurre ofrecer un té de calabaza diez minutos después de medianoche y media?
Con asombrosa agilidad, las tres brujas se descolgaron del sauce burlón y aterrizaron sin que sus puntiagudos sombreros se tambalearan en sus greñudas cabezas.
–Pústula Máxima –tronó la bruja de voz cavernosa.
–Pésima Métrica –gruñó la bruja de voz carrasposa.
–Pócima Mínima –graznó la bruja de voz gangosa.
Y las tres, en coro desafinado, precisaron:
–De la Agencia de Notación “Esdrújulas S.A.”
(continuará... en un libro impreso que en su momento anunciaré aquí mismo)
Las brujas me gustan tanto que no me basta con escribir sobre ellas. También las dibujo, las fabrico con barro y colecciono brujas de todo tipo, materia y procedencia:
En mi diminuto apartamento parisino las hay por todas partes: pendiendo del techo, asomadas a las ventanas, clavadas a las paredes o posadas en los muebles. Son de todas clases y materiales: barro, madera, paja, tela, güira… y las he comprado o me las han regalado en España, Argentina, Francia, Cuba…
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una de mis brujas preferidas y quizás la primera de mi colección (es un títere de guante) |
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bruja en madera (Argentina) que protege la ventana de mi cocina |
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bruja de paja (Argentina creo) que cuelga de mi salón |
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brujita pintada en una güira (mate en Argentina): la más simpática de mi colección |
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historieta para un taller en la Feria Internacional del Libro de Salónica, en Grecia (2005) |
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Aunque no soy aficionado a la cerveza y ésta nunca la he visto "en botella y espuma", no pude dejar de incluir la etiqueta en mi colección brujística. |