Había una vez un hombre que
soñaba. Soñaba mucho y tan intensamente que se convertía en la materia de sus
sueños.
Fue así desde chiquito y sus padres se habituaron a encontrar en la cuna
un conejito, un biberón o una pelota de lunares azules en lugar del niño
dormido.
Cuando el hombre que soñaba se casó, lo primero que hizo fue sentarse en
un borde de la cama matrimonial y decirle a su mujer: a mí me pasa esto y lo otro.
‑Bueno‑ contestó ella‑. A todo se acostumbra una cuando hay amor y
confianza.
Al principio les fue bien. La esposa hasta encontraba excitante despertar
en medio de la noche y descubrir a su lado un enorme zapato con los cordones
sueltos, un ramillete de flores relucientes de rocío o un unicornio de crines
celestes.
Pero el hombre también tenía pesadillas y una noche fue despertado por
los chillidos de su aterrorizada mujer.
Nunca podremos saber en qué se había convertido esa vez, pues ella a
nadie lo dijo. El caso es que nuestro hombre, decidido a todo, fue a ver a un tío suyo que era médico, mago
e inventor.
‑¡Bah, bah, bah; no es para tanto!‑ le respondió‑ Mira, aquí tienes
estas pildoritas: tómate una cada noche y sanseacabó.
Las píldoras eran cuadradas, transparentes como gotas de lluvia y, lo más
extraordinario, llevaban dentro un hombrecito dormido. Cada vez que nuestro
héroe se pusiera a soñar, el transformado sería el personajillo de la píldora.
Desde ese día, la esposa del soñador pudo descansar tranquila.
Pero un mes más tarde, el que se había enfermado de pura tristeza era él.
‑Antes, dormir era una linda aventura; ahora, me paso la noche con la
cabeza en blanco, es decir, en negro: mi sueño es como un televisor apagado.
Esta vez la que se consultó con el tío médico, mago e inventor fue la
mujer.
‑Prefiero morirme de susto a que él viva como un pozo seco.
El tío sonrió y le dio unas palmaditas en la espalda:
‑Todo tiene solución cuando hay confianza y amor‑ sentenció y le puso en
la mano un frasco de píldoras estrelladas, transparentes, en cuyo interior
giraban volutas de un vapor añil.
‑Tómate una siempre que vayas a dormir. Y dile a mi sobrino que suspenda
el tratamiento que le indiqué.
Desde esa noche, el hombre volvió a soñar y a convertirse en zapato
gigante, en ramo de flores, en unicornio de crines azules... y su mujer no tuvo
despertares sobresaltados porque ella también soñaba: que era el pie que
calzaba el zapato, el vaso que sostenía las flores, o la amazona de ojos
marinos que, sin bridas ni fatiga, cabalgaba el unicornio.
(La Habana, diciembre de 1988)
Ediciones de la Torre. Madrid, 1995 y 2006.
Premio La Rosa Blanca de la Unión de Escritores de Cuba a
los mejores libros infantojuveniles publicados en el año.
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