La contribución de la emigración china no es la más conocida de entre las diversas fuentes de la cultura cubana. Todo el mundo conoce o adivina la importancia de aportes europeos (de España en primer lugar) y africanos, y el substrato aborigen que quedó pese a la rápida extinción de los pobladores arawacos de la Cuba precolombina.
Poco se tiene en cuenta, sin embargo, el impacto de las migraciones chinas.
Ocurrió una ola principal a mediados del siglo XIX (según el historiador Julio Le Riverend, entre los años 1847 y 1874 llegaron a Cuba alrededor de 150 000 chinos, casi todos hombres, contratados por ocho años como peones agrícolas) y otra menor en las décadas finales del mismo siglo. La agitación política en la China de los años 1920 generó una emigración que tenía por destino ideal los Estados Unidos; pero que a menudo terminó en Cuba... a las puertas del American dream.
La Isla de las Alucinaciones es una novela juvenil que tiene por centro las aventuras de una niña española y sus amigos cubanos en torno a un pueblito imaginario, poblado esencialmente por descendientes de chinos, y en una isla, igualmente imaginaria, vinculada al tráfico de mano de obra china (los llamados coolíes) en el siglo XIX. Uno de los personajes principales del libro, la niña de fuerte carácter Maruchi Pérez Chong, es descendiente de chinos y sus vivencias junto con la española Paloma y los otros cuatro cubanos de la pandilla revive y actualiza el pasado chino-cubano.
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"La Isla de las Alucinaciones" Editorial Premium. Sevilla, 2017 Premio Avelino Hernández de Novela Juvenil |
Los protagonistas de La Isla de las Alucinaciones aparecen por primera vez en mi novela Mi tesoro te espera en Cuba, estrenada en francés en el año 2000 bajo el título Cuba, destination trésor y que tiene dos ediciones en castellano: la de Sudamericana (Buenos Aires, 2002) y la de Edelvives (Zaragoza, 2008) actualmente en el comercio.
En esa primera novela "la china" Maruchi ya se destaca por su carácter indomable, pero del pueblo donde vive su numerosa parentela de origen asiático no se habla todavía en detalle.
ilustración de Boiry para ambas ediciones de Cuba, destinationt trésor
Es un relato organizado en torno a 17 capítulos, que nos lleva a la Cuba actual sin miedos ni reservas y que nos hace ver que los pueblos, por muy distintos que sean, pueden entenderse si así lo desean puesto que, como humanos, hay más puntos de unión que de diferencia.
...
Aprovecha el autor para aludir a la llegada, en condiciones casi de esclavitud, de más de 100.000 chinos a Cuba a mediados del S. XIX. Los descendientes de estos chinos son los pobladores de La Chongolina, el lugar donde vive la familia de Maruchi, una de las jóvenes de la pandilla.
...
Hay un personaje que destaca entre todos. Nos referemos a Mamá Chong, la matriarca del poblado, una mujer de edad indefinida, que parece una vidente y que observa más allá de lo que los sentidos le ofrecen. Ella es quien alerta a los chicos acerca de la maldición de la llamada Isla de las Alucinaciones, muy cercana a la Chongolina. En esta Isla, misteriosa, en el pasado, se dieron casos de tráfico de esclavos y parece que la isla tenga su propia manera de ser. Eso llama la atención al grupo de amigos que acaban yendo a la isla, al principio diciéndolo y, después, de forma clandestina. Descubren otro misterio no menos duro que el tráfico de esclavos: el de drogas.
Así llegamos a la segunda parte de la novela, narrada de manera más rápida, con más acción e intriga
...
La Isla de las Alucinaciones es una novela contra los prejuicios, contra los tópicos culturales y a favor de la interculturalidad. Es una novela viva, muy bien narrada, con unas descripciones certeras y con un diálogo real que nos permite conocer, de primera mano, a los personajes. Una novela juvenil, sin duda, pero que ha de ser del gusto de cualquier lector porque contiene intriga, acción, testimonio humano y crítica social.
TOMADO DEL EXCELENTE COMENTARIO DE ANABEL SAINZ RIPOL EN SU BLOG LAS DOS ORILLAS https://vocesdelasdosorillas.blogspot.com/2018/04/la-isla-de-las-alucinaciones-no-veo-por.html?spref=fb |
Fragmentos
Del capítulo 2
"Viaje al oriente"
–¿La Chongolina se
llama así porque la habitan los Chong? –le preguntó Paloma.
–Es lo que nos gusta
creer. Pero ¿quién quita que sea al revés? Nuestros antepasados eran pobres y
analfabetos; campesinos del sur de China que fueron traídos a Cuba a mediados
del siglo xix con promesas de una
vida mejor. Pero los encerraron en grandes plantaciones, donde los trataban
casi igual que a los esclavos africanos con los que debieron compartir penas y
no solo trabajo. Al llegar les españolizaban el nombre y muchos hasta perdieron
el apellido.
–Por suerte para una
que yo conozco –se rio Kilito–. Maruchi Pérez suena mejor que Maruchi Chong, Maru Chichón.
–Espera a que te
ponga la mano encima –le prometió la niña–. Vas a ver quién es el de los
chichones.
Carbó abandonó el
libro que estaba leyendo y relanzó la conversación.
–En la segunda mitad
del siglo xix, Cuba era la colonia
más importante que le quedaba a España. Las plantaciones de caña de azúcar
exigían mucha mano de obra, pero los ingleses habían obtenido la prohibición
del tráfico de esclavos a partir de 1821. Los africanos siguieron llegando,
pero de contrabando. Era arriesgado, costoso…
–Y eso no les gustó a
los tacaños españoles –intercaló Maruchi.
–Ni al gobierno
español, que mandaba en Cuba, ni a los dueños de plantaciones y centrales
azucareros; fueran cubanos, españoles o de otros países –precisó Carbó–. Lo
cierto es que la mayoría de los que se oponían al tráfico de esclavos, y a la
esclavitud misma, lo hacían por interés y no por sus buenos sentimientos. Los
ingleses fabricaban maquinarias, telas y otras cosas, así que preferían que la
industria azucarera funcionara con sus máquinas y que en lugar de esclavos
hubiese obreros. Los obreros tendrían un salario que gastar en otros productos
ingleses: ropa, cacharros, herramientas…
Todos los viajeros
escuchaban en silencio, impresionados por aquel niño que hablaba como un manual
de historia. Pero Maruchi volvió a lo suyo:
–Es lo que yo decía:
los ingleses eran gente avanzada y los españoles, brutos y abusadores.
–Esclavitud seguía
habiendo en Estados Unidos y en Brasil, que eran países independientes y nunca
tuvieron nada que ver con España –aclaró Carbó–. La trata de esclavos la
practicaron todos: portugueses, franceses, holandeses, brasileños,
norteamericanos… Y españoles y gente nacida en Cuba también, por supuesto. En
cuanto al tráfico de peones asiáticos, lo organizaron los propios ingleses con
ayuda de comerciantes y funcionarios chinos a quienes no les importó la suerte
que iban a correr sus compatriotas.
Del capítulo 3"Bienvenidos al fin del mundo"
El taxi colectivo se
puso en marcha con una salva de explosiones y humo negro. Crujía como un velero
antiguo y con cada irregularidad del terreno hacía saltar a sus ocupantes. Sin embargo, encaró valientemente las alturas
que separaban a Puerto Madre de la zona de farallones y caletas donde se
escondía La Chongolina.
–En este paraje
despoblado y remoto mis antepasados esperaban escapar de la explotación
–explicó Antonio Chong–. La servidumbre de los chinos se suprimió en 1883, tres
años antes de la liberación de los últimos esclavos de origen africano. La
mayoría de los chinos se fueron a las ciudades, pero mis antepasados
prefirieron quedarse entre ellos. Así nació La Chongolina.
–Mi tío es quien
mejor conoce la historia de nuestra familia –afirmó Maruchi con orgullo.
–Soy el que más ha
leído y el único que ha buscado en archivos y bibliotecas –aclaró el pescador–.
Pero nadie cuenta cosas tan interesantes como Mamá Chong. Ella nació en Cantón
y es la única de todos nosotros que todavía habla chino.
–Sí –ironizó
Maruchi–. Cuando habla.
–Mamá Chong tiene
casi cien años y no siempre está para charlas. Pero cuando se presenta la
ocasión, vale la pena soportar sus manías.
Fragmento del capítulo 4 "Más preguntas que respuestas"
Paloma
se bebía sus palabras con más placer que el café con leche (y eso que estaba
muy bueno, aunque demasiado dulce). La abuela de Maruchi, por su parte, estaba
encantada con su interés. No venían muchos forasteros a La Chongolina, y
extranjera, Paloma era la primera.
–Hoy
en día hay mucho respeto por la identidad, las raíces y todo eso. Pero en
aquellos tiempos la expresión “diversidad cultural” no significaba nada. Los
chupatintas que debían inscribir a los emigrantes hallaban muy difíciles los
nombres chinos. Se los cambiaban por algo que les sonara parecido ¡o por lo
primero que les viniera a la cabeza! Fue así que acabamos llamándonos Arocha,
como yo, o Rodríguez, García y González como cualquier hijo de español.
La
abuela se sirvió café y se sentó junto a Paloma.
–Obviamente,
también perdimos nuestra cultura. Mi hijo Antonio dice que en La Habana están
tratando de revivir el barrio chino que se formó alrededor de la calle Zanja.
Pero ya no quedan chinos de verdad. Cuando yo era niña conocí gente que hablaba
menos castellano que mandarín o cantonés. Sin embargo, ahora, en cien
kilómetros a la redonda, la única que habla chino es Mamá Chong. Ella ha vivido
cosas extraordinarias y sabe mucho. Un día de estos te invitará a visitarla…
–¿A
mí? –se asombró Paloma–. ¿Acaso sabe que estoy aquí?
La
abuela de Maruchi soltó una risa pícara.
–Mamá
Chong apenas sale de su casa y habla poco, pero oye mucho. Dicen que sus oídos
son tan finos que puede captar cuanta conversación se produce en La Chongolina…
y que tiene poderes. ¡Poderes sobrenaturales!
Paloma
puso tal cara de estupefacción que la mujer le dio una palmadita en el brazo, como para devolverla a
la realidad.
–No tienes por qué creerme –aclaró–. Somos gente sencilla, aislada del mundo y de sus cosas modernas. Puede ser que le demos demasiado uso a la imaginación… Pero de que Mamá Chong es una persona absolutamente fuera de lo común, no tengas la menor duda.
Del capítulo 8"Misteriosa Mamá Chong"
Todos se preguntaron,
inquietos, si el asunto del repelente y la rivalidad con Paloma habían llegado
a sus oídos. Pero la centenaria ya decía, como para sí misma:
–La Chongolina tiene
un problema con los alacranes. Un problema antiguo…
Creyeron que Mamá
Chong iba a hablar de lo ocurrido esa mañana. Pero tras un silencio, tan largo
que pensaron que la centenaria se había dormido, su voz resurgió con una
entonación completamente distinta, suave y al mismo tiempo cavernosa, como si
brotase de un enorme jarrón de porcelana:
–Los primeros chinos
que llegaron a esta comarca fueron víctimas de un filibustero; gallego por
parte de padre, filipino por parte de madre y malvado por todas partes. ¡Pobres
chinitos! Caer en manos de Jefe Escorpión fue lo peor que pudo ocurrirles. El
maldito se enteró de que los ingleses se proponían abastecer con chinos el
mercado de trabajadores del Caribe, y les ofreció su conocimiento del litoral cubano
y del Mar de China Meridional, su habilidad para el comercio ilegal y su goleta
Ocamba, enteramente tripulada por bribones.
Mamá Chong hizo una
pausa. Su mirada se detuvo tanto tiempo en Paloma y Maruchi que todos tuvieron
la impresión de que buscaba en ellas la inspiración para proseguir.
–Largo y penoso era
el viaje. Había que atravesar el Océano Índico, contornear África y cruzar el
Atlántico hasta los puertos de La Habana o Matanzas. Algunos morían, y los
demás llegaban flacos y débiles. Para que soportaran aquellos meses de
angustia, Jefe Escorpión ordenó distribuir opio entre los desgraciados chinos. Luego
tuvo la idea de dejarles descansar en una isla desierta antes de llevarlos al
mercado de braceros. Los chinitos podían bañarse en el mar, tomar sol,
recuperarse del mareo y la mala comida de a bordo, y fumar más opio...
–No era tan malo el
Escorpión ése –comentó Kilito.
–¡Era el peor de
todos! –graznó Mamá Chong–. La salud de los chinitos no le importaba nada. Solo
pretendía que lucieran bien para cobrar más dinero por ellos. Sus “buenos
tratos” y el opio reducían la desconfianza de sus víctimas, que creían haber
pasado lo peor y acababan firmando contratos de trabajo que los convertían
prácticamente en esclavos. Gracias a sus trucos, Jefe Escorpión comenzó a
obtener mayores ganancias que los demás traficantes.
La nieta mayor de
Mamá Chong entró con una bandeja y varias tazas humeantes.
–Es la hora de su té,
Mamá –dijo en voz baja.
Las tazas eran
antiguas, de porcelana, todas diferentes. Alguna estaba un poco rota, pero
resultaban un lujo comparadas con los jarritos de lata que usaban los
chongolinos. Por el olor, los chicos comprendieron que su infusión no era la
misma que llenaba la taza de la centenaria. Una taza grande y dorada, decorada
con un dragón... ¿O era un escorpión?
Mamá Chong cerró los
ojos y aspiró el vapor que salía de su taza. De los chicos, el único que
apreciaba el té era Carbó. Jorge y Kilito intercambiaron una mueca y dejaron
las tazas en el suelo. Pero la anciana, siempre con los ojos cerrados, ordenó:
–¡Beban!... Dejar
enfriar el té es ingrato, tonto y hasta dañino.
Los cinco sintieron
como la infusión corría por sus gargantas, sus estómagos… hasta llevar su calor
a las plantas de sus pies y a la raíz de sus cabellos. Tuvieron la impresión de
que la habitación se llenaba lentamente de una luz dorada y vaporosa que nada
tenía que ver con la lámpara de aceite.
–Jefe Escorpión se
convirtió en un hombre rico, poderoso, y compró la isla donde enmascaraba los
sufrimientos de los chinitos. Allí, como en los tres barcos que llegó a poseer,
sus menores deseos eran órdenes para los marineros, y leyes inviolables para la
mercancía humana que le reportaba un cofre de oro por viaje. Sin embargo, Jefe Escorpión no vivía
mejor que cuando era un miserable filibustero. Él no se cubría de oro y terciopelo,
como sus lugartenientes, y no comía faisán ni bebía coñac francés como ellos. A
él lo que le gustaba era el poder, ejercer su autoridad sobre todos y sobre
todo: fueran quienes fueran, fuese lo que fuese. Por eso, aunque ya había
cumplido ochenta años, seguía capitaneando su goleta Ocamba, y mandando
como un rey en su isla de opio y mentiras…
–La Isla de las
Alucinaciones –musitó Carbó.
Mamá Chong lo miró como
a alguien que te cuenta el final de la película justo cuando entras al cine.
–Nadie sabe cómo
murió Jefe Escorpión –dijo con cierta brusquedad–. Eso ocurrió mucho antes de
que me trajeran a Cuba, siendo una niña. Cuando los mayores hablaban del asunto
nunca se ponían de acuerdo: unos pretendían que un rayo bajó de un cielo
perfectamente despejado para incendiar la goleta, o que ésta se estrelló contra
unos arrecifes surgidos de repente en un mar apacible. Otros hablaban de un
motín de la tripulación, porque Jefe Escorpión también maltrataba a la
marinería, o de una rebelión de chinitos, al fin hartos de mentiras y
privaciones.
Mamá Chong cerró la
boca, cerró los ojos y hasta pareció desaparecer dentro de aquel sillón suyo,
tan parecido a un armario. Los chicos tuvieron la impresión de estar solos en
la habitación, que de nuevo se había vuelto oscura y ya no olía a té, sino a
las flores secas que colgaban del techo.
Pero de repente la
anciana estaba ahí, con los ojos bien abiertos y hablando con su voz susurrante
como la seda cruda.
–La súbita
desaparición de Jefe Escorpión y sus hombres solo aumentó los sufrimientos de
la última partida de chinitos. Se encontraron solos en la isla, sin alimentos y
sin embarcación en la cual tratar de alcanzar la tierra firme. Muy pocos sabían
nadar y ninguno conocía las traicioneras aguas, infestadas de tiburones. Los
que intentaron la travesía, a nado o en una improvisada balsa, no llegaron a
ninguna parte. La mitad de los chinitos era moribunda o cadáver, cuando
apareció uno de los clientes de Jefe Escorpión, extrañado de no recibir el
cargamento prometido. Arramblaron con los que todavía eran capaces de trabajar,
y a los demás los abandonaron a su fatal destino.
Mamá Chong hizo otra
pausa larga. A veces daba la impresión de que le faltaba el aire o le fallaba
la memoria. Sin embargo, cuando hablaba de nuevo su voz era tranquila y segura;
como si leyera un libro invisible, suspendido a la altura de sus ojos.
–La Isla de las
Alucinaciones tendría que estar sembrada de esqueletos. Pero como es una
tramposa, nunca se ha encontrado un hueso humano en su suelo. Y tampoco se ha
descubierto el menor rastro de naufragio o de los cofres de oro que Jefe
Escorpión debió dejar enterrados.
Esta vez Mamá Chong
estuvo callada más tiempo. Los chicos se miraron, preguntando sin palabras si
la extraña visita había llegado a su fin. Como una señal, escucharon abrirse la
puerta de la casa. La luz del mediodía se filtró hasta el sillón, tan parecido
a un armario, desde donde la anciana les había estado hablando.
Pero allí no había
nadie. Solo un chal de seda gris, como un jirón de niebla, cubría el asiento.
–Vuelvan a visitarme
un día de éstos…
La voz de Mamá Chong les llegó desde el otro
extremo de la habitación. Allí estaba más oscuro que en el sillón-armario, pero
tuvieron la impresión de hallarse ante otra persona: más alta, más corpulenta y
mucho menos vieja.
–… estoy segura de
que tendrán preguntas que hacerme.
–¡Precisamente! –dijo
Jorge precipitadamente–. Todo el mundo asegura que la Isla de las Alucinaciones
está maldita y que no debemos visitarla.
Mamá Chong se dio
vuelta y, sin contestar, se perdió en las sombras del pasillo. Pero cuando los
cinco chicos estaban por abandonar la casa, escucharon su voz, lejana, pero
nítida:
–La Isla de las
Alucinaciones y la Chongolina están separadas por un acantilado mudo y un mar
engañoso. Pero lo que separa, une… Mi padre y sus hermanos fueron prisioneros
de esa isla. Sin embargo, cuando ganaron la libertad escogieron rehacer sus
vidas aquí; tan cerca, pero tan lejos… Si van, tengan mucho cuidado. Sobre todo
ustedes dos, Maruchi y Paloma.
las dos ediciones francesas de Mi tesoro te espera en Cuba (en francés: Cuba, destination trésor publicadas por Hachette. París, en 2000 y 2003 http://auteurjeunessedecuba.blogspot.com/p/cuba-destination-tresor.htmlhttp://elpajarolibro.blogspot.fr/p/mi-tesoro-te-espera-en-cuba-de-joel.html Mi tesoro te espera Cuba recibió en 2001 el Premio de la Ville de Cherbourg , concedido por niños de 29 de las 30 escuelas de Cherbourg y Octeville (Normandía). En ese mismo año, mi novela fue cuarta finalista del Prix des jeunes lecteurs que conceden comités de lectura integrados por chicos de toda Francia. |
Ilustración de tapa de la primera edición en castellano de "Mi tesoro te espera en Cuba" Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 2002 |
Evidentemente, el ilustrador argentino de esta versión se basó en viajas publicciones chinas para concebir la imagen de Maruchi Pérez Chong. |
La edición actual de "Mi tesoro te espera en Cuba" Edelvives. Zaragoza, 2008 con una triste foto por tapa y sin ilustraciones 岛 幻觉
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