4/8/15

Dora Alonso, una escritora que admiré, me dio su amistad y honro en mis páginas

presentación de las obras completas de Dora Alonso en Santa Clara, en 1981
(foto del archivo de José Luis Rodríguez de Armas, a quien firma un ejemplar)
 Conocí a Dora Alonso en 1972, cuando visitó el taller literario del Instituto Pre-universitario « Carlos Marx » en La Habana. Pero ella no me conoció entonces a mí, pues yo era aún demasiado tímido para dirigirle la palabra.

¿Cómo confesarle que el único libro suyo que había leído era Aventuras de Guille? La literatura infantil carecía del menor prestigio (esto ocurrió antes del Forum sobre literatura infantil y juvenil, que a fines del mismo año iniciaría la transformación de la literatura infanto-juvenil en una de las mayores invenciones de la cultura cubana contemporánea). Así que no me atreví a mostrarle uno de aquellos cuadernos escolares donde escribía, a lápiz y con torpes dibujos, mis primeras novelas infantiles.

Dora Alonso tampoco hizo en aquella ocasión la menor alusión a sus obra para niños (ya copiosa en teatro, radio y televisión) y se centró en Once caballos, libro reciente y que podía juzgar apropiado para los los jóvenes de 16-18 años que integrábamos el taller. De hecho, todos mis camaradas presentaban a las sesiones de debates (donde jamás osé mostrar mis novelitas) poemas y cuentos que ya reflejaban sus lecturas de Neruda, Guillén, Roque Dalton, Onelio Jorge Cardoso, Hemingway o, en el caso de los más informados, de Cortázar, García Márquez o Salinger.

Fue en 1978, apenas seis años después pero en un contexto literario y personal totalmente diferente, que conversé por primera vez con Dora Alonso... a propósito de una novela que yo acababa de presentar al premio « Ismaelillo » de narrativa infantil, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Dora Alonso, junto con Alga Marina Elizagaray y Denia García Ronda, integraban el jurado, y una vez concedidos los premios (el de narrativa infantil fue declarado desierto), les escribí pidiendo consejos para mejorar mi novela y avanzar en la carrera literaria (mi tímidez había desaparecido en el fogueo de los talleres literarios de Santa Clara y de la Universidad Central, y con mi reciente ingreso en la Brigada “Hermanos Saíz” de Escritores y Artistas Jóvenes). Denia García Ronda no consideró necesario contestarme y Alga Marina (a quien había sido presentado un par de años antes por la directora de la biblioteca donde yo trabajaba) se limitó a hacerme algunas observaciones insustanciales. Pero Dora Alonso me dio cita en su bonito apartamento del reparto Sierra y me dijo, sin el menor preámbulo: « Tú tienes madera de escritor, y por lo tanto te puedo y te debo hablar francamente: tu novela es lo mejor que se presentó al concurso. Pero no podíamos darle el premio y ni siquiera una mención. Así como está, no es siquiera publicable, y te voy a explicar por qué... ». Todo cuanto me dijo era acertado, y tanto sus críticas como sus elogios me sirvieron para desechar aquella novela y escribir otra que se convertiría en mi primer libro publicado. No es que yo llevase a la práctica todos los consejos de Dora; algunos no se avenían a mi estilo y objetivos. Por otra parte, nunca establecimos una relación mentor-aprendiz y ni siquiera recuerdo haber sometido otros manuscritos a su consideración. Dudo que Dora Alonso pudiera plantearse la posibilidad de amadrinar de ese modo a un joven escritor o escritora, pero en todo caso, jamás lo hubiera hecho conmigo. Siempre me dijo, incluso en presencia de terceros, “Tú no necesitas ayuda”. Yo no estaba de acuerdo, puesto que mi carrera literaria no fue nunca un lecho de laureles; pero finalmente comprendí que ella tenía razón. Todo escritor verdadero ha de construir su propio camino: a su ritmo y talento, aprendiendo de sus propios errores.


Con todo, de aquella primera novela y de las observaciones de la experimentada autora conservé una idea que vine a explotar ¡30 años después! En mi novela ecológico-detectivesca Exploradores en el lago (Alfaguara, Madrid, 2009). Dora Alonso ya no estaba aquí para leerla y, a modo de compensación, la incluí como personaje. Ningún buen conocedor de la literatura infantil cubana pasará por alto que mi directora de colegio, la doctora Doralina Pérez Corcho, es una invocación de Dora Alonso, ni que el joven y simpático ecologista Guille es otra cosa que una reencarnación del protagonista de la primera novela ecológica infantil cubana.

Lo cierto es que ya en La tremenda bruja de La Habana Vieja (Edebé, Barcelona, 2001) aparece Dora, representándose a sí misma en la escena en que dos brujas canallas transforman en sapos y culebras el ramo de flores que el Ministro de Cultura ofrece “a la famosa escritora Dora Alonso”. Dotada de un gran sentido del humor, que sabía aplicarse a sí misma, e iniciada en recursos postmodernos como la intertextualidad y lo metaliterario, la gran dama de la literatura infantil cubana hubiera sonreído al leerse en esa página de mi novela.

Sin embargo, mi verdadera “colaboración” con Dora Alonso comenzó un año y medio después de nuestra primera entrevista. Pese a dos o tres “teques” (didactismo ideológico frecuente en la literatura infantil publicada en Cuba), siempre aprecié Aventuras de Guille en busca de la gaviota negra. Y no solo por ser la primera novela cubana para chicos, sino por inaugurar el tema ecológico (no es hasta 1979 que aparece en Cuba una segunda obra con ambas características: Tafie y la caoba gigante, de Efigenio Ameijeiras). Para celebrar puntualmente el décimoquinto aniversario de aquella primera novela publiqué un artículo donde insistía en que el título con que se conoce la obra desde su segunda edición en libro (La Habana, Gente Nueva, 1969) corresponde en realidad a la serie que su autora se proponía iniciar con esa ...busca de la gaviota negra. El segundo libro, que al fin nunca fue escrito, debía tener los intrincados bosques de Baracoa por escenario y a un Guille ya adolescente por protagonista.

Cada vez que yo viajaba a La Habana (desde Santa Clara o desde Santiago de Cuba, a donde me mudé en 1981), y con mayor frecuencia tras establecerme en la capital (¡en el mismo reparto Sierra; solo tres cuadras nos separaban!) en 1985, Dora me obsequiaba su conversación y un nuevo libro. Así tuve el privilegio de ser de los primeros en escribir sobre una obra tan singular como El libro de Camilín; sobre Palomar (su primer poemario publicado, pero no el primero, pues anteriores son El grillo caminante y La flauta de chocolate), sobre su novela El Valle de la Pájara Pinta (premio Casa de las Américas en 1980, que leí en el manuscrito) y sobre Los payasos (el que prefiero entre sus poemarios). La mayoría de esos artículos los publiqué en dos versiones: la primera en el diario Vanguardia de Santa Clara y la segunda, siempre corregida pero a menudo amputada, en publicaciones nacionales como Bohemia, El Caimán Barbudo, Granma o Revolución y Cultura.


Cuando leí la última novela de Dora Alonso, Juan Ligero y el gallo encantado, ya no  estaba en Cuba pero sobre todo, y esto es irremediable, ya ella no estaba en este mundo. Piropeé esta obra, sorprendentemente juvenil (me refiero a la alerta pluma de la autora, no al destinatario de la obra), en la revista española Encuentro de la Cultura Cubana... que de todos modos no tenía demasiadas posibilidades de caer en manos de Dora.
Sin embargo, mi último recuerdo de “la divina matancera” (Dora Alonso nació hace un siglo en una finca aledaña al pueblito de Máximo Gómez) data de 1998. Yo trabajaba en en Radio Francia Internacional, y había viajado a Cuba con una grabadora profesional y el encargo de dos reportajes: uno sobre la religión (la reciente visita del Papa había puesto el tema de actualidad) y otra sobre las empresas francesas en la Isla. Al margen, yo me proponía entrevistar a Dora Alonso, para incluirla en una serie de programas sobre literatura infantil que estaba haciendo para RFI. Sin embargo, ya la salud de Dora declinaba y no accedió a recibirme. “Hagamos la entrevista por teléfono”, propuso. “De acuerdo”, respondí, “pero como aquí no tengo el equipo apropiado, la llamo desde París y hacemos la entrevista con las mejores condiciones técnicas, el día que usted se sienta más en forma”. “En forma estoy”, respondió Dora con picardía, “y revolucionaria hasta la chochez”.

Dora Alonso, todo el mundo lo sabe, siempre fue una entusiasta del “modelo cubano”. La prueba de que, pese a su desgaste físico, conservaba una absoluta claridad de espíritu fue aquella frase. De alguna manera me estaba diciendo: tú vives y trabajas en un país capitalista; hace nueve años que te fuiste de Cuba y no conozco muy bien tu actual manera de pensar. Yo sigo aquí, con las mismas ideas... pero suavizaba la acotación con su viejo truco de burlarse de sí misma.  En fin de cuentas, atrapado por otros proyectos, no llegué a llamar a Dora a mi regreso a Francia, y luego fue demasiado tarde.
Pero quiero concluir con una anécdota que habrá de modular la imagen estereotipada que algunos conservan de Dora Alonso.

En 1979 hice una visita más a Dora. Apenas entrar, visiblemente preocupada, me preguntó: “¿Qué piensas tú de lo que está pasando?”. Lo que estaba pasando, y yo acababa de verlo en las calles del vecino barrio de Miramar, eran los actos de repudio; una de las páginas más lamentables de la historia reciente de Cuba, cuando cualquier candidato a la emigración podía ver su casa sitiada y su persona humillada, injuriada, golpeada incluso. “Es espantoso, le contesté, esto no es la Revolución”. Dora pareció recuperar un poco de su empaque habitual y suspiró: “¡Menos que tú, que eres Joven Comunista, piensas como yo! ¡Creí que me estaba volviendo vieja y gusana!”
Y me confió que dos viejos amigos suyos, destacados teatristas, habían tenido que buscar refugio en su casa, tras ser hostigados por una chusma extremista e ignorante.

Esta es la Dora Alonso que yo prefiero: la enamorada de la revolución de 1959, pero no de sus errores; la humanista, la mujer dotada de humor e ironía, la escritora imaginativa y  la personalidad generosa que supo compartir algunos de sus secretos literarios con un joven colega al que estimuló con su confianza y afecto.

Joel Franz Rosell







Algunos de mis artículos sobre 
                                             Dora Alonso

"Guille cumple quince años". Vanguardia. Santa Clara, 16/9/1979. Versión: “Un cumpleaños para Guille”. Bohemia, año 71, nº 29. La Habana, 28 de septiembre de 1979.

"Un palomar para los niños". El Caimán Barbudo. La Habana , junio 1980.

"El libro de Camilín: la maestría de Dora Alonso". Vanguardia. Santa Clara, 7 de noviembre 1980. Versión: "La maestría de Dora Alonso". Revolución y Cultura. La Habana, marzo/1981.

"De la vida a las letras de Dora Alonso". Vanguardia, 25 de febrero de 1981

“El reto de la pájara pinta", Revolución y Cultura. La Habana, agosto/1985.

"Dora y Bachs juegan a los payasos" Revolución y Cultura. La Habana, septiembre/1986.

 “Una dimensión mágica”. Encuentro de la Cultura Cubana. no 21/22. Madrid, diciembre 2001 (a propósito de Juan Ligero y el gallo encantado).

Bibliografía citada

Aventuras de Guille. En busca de la gaviota negra. Editora Juvenil. La Habana, 1966; una primera versión fue publicada como folletín del suplemento infantil del periódico Revolución,  en el último trimestr de 1964.

Once caballos. Ediciones Unión. La Habana, 1970. Cuentos para adultos.

El libro de Camilín. Gente Nueva. La Habana, 1979. Cuentos y dibujos infantiles.

Palomar. Ediciones Unión. La Habana, 1979; poemas infantiles.

El grillo caminante. Gente Nueva. La Habana, 1985; versos infantiles.

La flauta de chocolate. Gente Nueva. La Habana, 1985; poemas infantiles.

El Valle de la Pájara Pinta. Casa de las Américas. La Habana, 1984;  novela infantil.

Juan Ligero y el gallo encantado. Gente Nueva. La Habana, 1999;  novela infantil.


Homenajes en páginas de ficción

En dos de mis obras narrativas hay homenajes a Dora Alonso. 




El primero está en  La tremenda bruja de La Habana Vieja (Edebé. Barcelona, 2001), cuando dos de las brujas que protagonizan esta novela salen a hacer maldades por las calles de La Habana: 











ilustración de este episodio en la versión francesa
Malicia Horribla Pouah, la pire des sorcières. París, 2001




"Pezuña y PCM se divirtieron muchísimo. Primero hicieron bromas clásicas como reventarles los globos a los niños, cambiar los nombres de las calles y comerse los helados que la gente compraba en los puestos callejeros.

Pero una vez que entraron en calor se les ocurrió convertir en alacranes, sapos y culebras las flores que el ministro de cultura estaba entregándole a la famosa escritora Dora Alonso." 

Lamentablemente, Dora no llegó a leer este libro mío. Estoy seguro de que le hubiera   
divertido mucho verse como personaje de ficción y en una situación irreverente.





El otro homenaje es un poco menos explícito, pero más amplio y comprometido. Se trata de mi novela Exploradores en el Lago"(Alfaguara. Madrid, 2009) donde el personaje de la directora está inspirado en nuestra gran escritora.

 Donde escribo "La doctora Doralina Pérez Corcho era directora de colegio desde hacía muchos años y opinaba que los mejores resultados se obtienen con una mirada franca y una sonrisa" (p. ) ¿quién que la conoció bien no reconocerá a Dora Alonso? Otros  rasgos de su personalidad son evocados en distintos momentos de la novela y hasta hago eco a la caricatura de sí misma que hizo Dora Alonso en su personaje de la Tía Lola en Aventuras de Guille... novela de la que también me inspiré para mi personaje del ecologista, que  es una especie de Guille adulto.



El último viaje de Dora Alonso... y Muñoz Bachs 


 Juan Ligero y el Gallo Encantado
Autor: Dora Alonso
La Habana. Editorial Gente Nueva, 2000. 
Ilustraciones : Eduardo Muñoz Bachs. 
83 páginas. ISBN 959-08-0267-2

Dora Alonso festejó sus noventa años con la publicación de su cuarta novela infantil. Culmina así el universo narrativo iniciado en 1964 con la primera versión de Aventuras de Guille. En busca de la gaviota negra, obra realista donde se combinan motivos ecológicos y de propaganda revolucionaria. Una década después, tras varias decenas de cuentos imaginativos y relatos realistas, ambas líneas se fundieron, aportando algo completamente nuevo a la literatura infantil cubana: el realismo mágico criollo de El cochero azul  (1975), que pronto consolida  El Valle de la Pájara Pinta (Premio Casa de las Américas 1980).

Juan Ligero y el Gallo Encantado trae a la obra de Dora Alonso un cambio mayor que el que separa las dos noveletas precedentes. Lo primero que salta a la vista es que todo el escenario es ahora imaginario y que lo cubano se diluye en elementos culturales que podría reconocer cualquier lector caribeño. Ambas cosas confieren mayor dimensión a lo mágico y evitan anteriores interferencias -en algún momento molestas- de la realidad social cubana en la "realidad" del relato.

Lo último no significa que la noveleta carezca de mensajes explícitos. Dora Alonso considera que la literatura infantil, sin ser didáctica, debe contribuir a la formación del carácter y a la socialización del niño.

 El viaje es, como siempre, el motor de la historia, y los personajes son los componentes más pintorescos del libro (esta capacidad para crear personajes de un solo pincelazo maestro no la limita la autora a su narrativa; recordemos al entrañable Hiloverde, del poemario Los payasos o a Pelusín del Monte, el personaje teatral que la introdujo en la literatura infantil en 1956, cuando ya llevaba 30 años publicando). Otro recurso lleno de significancias en la narrativa de Dora Alonso, el lenguaje, se presta en su último libro a invenciones de fuerte sabor criollo; trátese de topónimos -San Ciprián de los Remolinos, Jorobitas, Cocotazo o Pulgar del Zurdo-, de nombres de personajes -Pancho Poco, alias Doblepé, la gallina Suprema Nocturna Clase A, el gato Sucu-sucu, la iguana Lola Galindo, y el alcatraz Bolsilibro-, o de simples términos reyoyos o aplatanados como zipizape, camisola, chuculún...

Dora hace alarde de imaginación con estos términos, nutritivos y endémicos como un ajiaco, pero sobre todo con situaciones como la reaparición del duende Chilín, que ha abandonado los sueños (“gente loca e informal”; p. 65) para vivir su propia vida en el mundo de Juan Ligero, que ya no lo sueña. En la misma línea está la carabela La Pinta que, en risueña versión de los míticos barcos fantasmas, llega con un sombrero de mago por bandera y tripulación diminuta que jinetea peces voladores y caballitos de mar. Toda la trama del libro gira en torno a uno de los personajes más curiosos de la veterana narradora: el Gallo Encantado, un animalote que vive en la Luna y viene a imponerle al niño protagonista un viaje iniciático que lo hace desafiar sus miedos, viajar por aire y mar, atravesar un arcoiris formado por mariposas guerreras y conocer a la famosa gallina de los huevos de oro.

En esta noveleta, Dora moderniza su arte narrativo con recursos postmodernos. Si la intertextualidad que acabo de citar remite a la tradición occidental, otra, cuando el gallo Kundasor llama “Juan Candela” al protagonista, le permite hacer un guiño a su compatriota, colega y amigo  Onelio Jorge Cardoso. También se permite toda una página a base de metalenguaje (la 26), y recicla un recurso retórico de los dibujos animados, tan caros a sus lectores, cuando Juan Ligero invoca los poderes de un talismán para aniquilar las huestes enemigas (p. 73). La nota irónica la aporta el hecho de que esos enemigos no sean otra cosa que inocuas mariposas.

Como en sus otras dos noveletas, Dora hilvana los acontecimientos con cierto desaliño, yuxtaponiendo esos escenarios pintorescos y personajes extravangantes que aprendió a manejar en sus largos años como escritora radial. Pero esta composición “artesanal” es  deliberada y da un sabor especial, calculadamente naif, a la peculiar saga gallinácea con que la popular autora cubana culmina su bibliografía.

Las ilustraciones de Eduardo Muñoz Bachs no son un ingrediente menor del libro. Su habitual combinación de caricatura y poesía, de ternura e ironía, que ya sirvieran inmejorablemente al poemario Los payasos (1985), adquiere en este caso un trazo más ingenuo y un color más brillante para ajustarse al tono escogido por la narradora. La edición, bastante cuidada, con diseño agradable, abundantes ilustraciones y tipografía grande y redonda, sufre de un entintado irregular en un papel que, pese a su buen gramaje, absorbe y opaca los colores. Igualmente deplorable es la encuadernación, que al cabo de tres lecturas empieza a desmembrarse.

El fallecimiento de Dora Alonso solo unos meses después de la aparición de Juan Ligero y el Gallo Encantado  hace que a ésta noveleta –fechada en el verano de 1997- corresponda cerrar la carrera más larga, rica y aplaudida de la literatura infantil cubana. Entrada en la especialidad por la puerta del teatro (las dos obras de Pelusín del Monte, en 1956-57;  “Espantajo y los pájaros”, 1966), y con importantes aportes en el cuento (El libro de Camilín, 1979; Tres lechuzas en un cuento, 1994) y la poesía  (Palomar, 1979; La flauta de chocolate, 1980), también incursionó en la narrativa afrocubana (Ponolani, 1966) y el testimonio (Gente de mar, 1977); por no mencionar su relevante producción para adultos, en prosa y verso, sus novelas radiofónicas y su periodismo. 

 Con la partida de la Alonso se despide toda una generación: la de los fundadores de la literatura infantil llamada “revolucionaria” que ya traían un sólido bagaje desde los años 40 y 50, y que integraron, con un aporte más o menos abundante, pero con similar reconocimiento de la crítica, Renée Méndez Capote, Félix Pita Rodríguez y Onelio Jorge Cardoso.

Eduardo Muñoz Bachs también nos ha dejado, y apenas unos meses después que la escritora. Su ausencia enlutece la edición infantil cubana, cuyos colores ya habían palidecido bastante debido a que la mayoría de sus grandes talentos emigró en esos años de crisis económica que han sido los 90 y sus ilustraciones las encontramos ahora solo en libros extranjeros. Ignoro si del taller del inimitable ilustrador y laureado diseñador de carteles cinematográficos salió algún libro posterior a Juan Ligero y el gallo encantado. En cualquier caso, éste tiene la calidad necesaria para poner broche de oro a una carrera tan brillante y prolífica como la de la popular narradora.

poster de Dora Alonso en uno de los baluartes de La Cabaña,
sede de la XXIV Feria Internacional del Libro de La Habana, febrero 2015













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