En en verano de 2005 inicié una serie de cortas estancias, por razones estrictamente personales, en Bilbao. Durante la primera visité al escritor Seve Calleja, a quien había conocido diez años antes en el congreso de la IBBY en Sevilla (¿o fue después, en 2001, en el Congreso Hispano-Luso de Literatura Infantil de Santaigo de Compostela?). Con la enorme generosidad que lo caracteriza, Seve me presentó a uno de sus editores, Joseba Landa, de Desclée, quien unas semanas más tarde me comunicaba su decisión de publicar mi volumen de cuentos ecológicos La lechuza me contó. Escrito a principios de los años ochenta (a partir de “La gran rosa blanca”, mi primer premio literario nacional, en 1979) fue ése mi segundo libro publicado, en 1987, en Santiago de Cuba, con interesantes ilustraciones del también pintor Vicente Rodríguez Bonachea. Yo había corregido y aumentado esa obra para la edición mexicana, definitiva, de 2004.
Lo de definitivo resultó no serlo tanto, puesto que decidí realizar yo mismo las ilustraciones para la edición en euskera (nombre que los vascos dan a su lengua). El caso es que no me entusiasmaron los ilustradores que vi en otros libros de Desclée, y las ilustraciones de Bonachea eran irrecuperables (en los años 80, las imprentas cubanas solían estropear o perder los originales que les entregaban para su reproducción, de por si deficiente); eso aparte de que ya no correspondían a la integridad de mi texto. Por su parte, las sin duda bonitas ilustraciones de Fabiola Graullera para la edición mexicana (Pogreso) habían descartado, en mi opinión, ciertas aristas de mi discurso.
En realidad, hacía algún tiempo que yo deseaba expresarme no solo a través de las palabras sino también de las imágenes que acompañan todo libro infantil. No me proponía, ni me propongo, ilustrar yo mismo todos mis libros sino solo aquellos en los que siento que puedo decir algo especial... y cuando el editor no me propone un artista de seductor talento.
Ese deseo de ilustrar me sorprendió en un Salón del libro en Francia (no recuerdo si el de Cherburgo o el de Le Mans) cuando compartí mesa con el famoso ilustrador e historietista Christophe Blain. Yo dedicaba en 30 segundos cada ejemplar de los tres títulos que entonces tenía en francés. Blain, por su parte, necesitaba varios minutos para estampar en cada primera página un dibujo original, regalo para sus lectores (¿o debo decir fans?). Siempre había media docena de personas esperando por sus dedicatorias, mientras que yo, en mejor de los casos, tenía una o dos esperando. Viendo mi cara de aburrimiento, Blain me susurró: “¡Demórate!”. Pero por mucho que cuidé mi caligrafía, ninguna de mis dedicatorias consumía tanto tiempo como un dibujo, incluso realizado rápidamente.
Pero no debo dejar la impresión de una motivación superficial en mi corta carrera de ilustrador. Lo cierto es que yo siempre dibujé “para mí” y hasta para otros. Mi primera publicación, a los 19 años, fue un dibujo humorístico en el suplemento humorístico Melaíto, de la entonces provincia cubana de Las Villas. Posteriormente hice otros dibujos para el boletín de la sala infantil-juvenil de la biblioteca provincial, que durante más de 20 años utilizó uno de ellos como logo.
Muchos años más tarde, puse algunos “dibujitos” en un par de plaquetes publicadas en los linderos de mi colaboración con ALIJA, la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil (sección nacional de la IBBY) de Argentina. Pero fue en 2005, unos meses antes de mi primera visita a Bilbao, mientras estaba becado en la Biblioteca Internacional de la Juventud, en Munich, Alemania, que me compré un cuaderno de dibujo y lo llené de garabatos.
Eran todavía dibujos de aficionado los tres primeros que propuse a mi futuro editor a fines de aquel año, y éste respondió, con diplomacia bilbaína: “No me disgustaron”.
Estaba claro que no le habían gustado en absoluto, y volví a empezar: con mejores materiales y técnica completamente diferente. Tres meses después, al acusar recibo de la segunda propuesta, Joseba me respondió: “¡Pues yo no sabía que dibujabas tan bien!”...Y esta vez no creo que fuese mera cortesía bilbaína.
Mi último trabajo de ilustración es el único que me complace totalmente (¿porque es el más reciente y ya tendré tiempo de encontrarle defectos...?), pero su aparición demora y demora por las dificultades de la crisis famosa... Entre tanto, hice por primera vez ilustraciones en blanco y negro para el público adolescente de la edición cubana de La leyenda de Taita Osongo (Ediciones Capiro. Santa Clara, 2010).
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Pero esa es ya otra historia...
Lo de definitivo resultó no serlo tanto, puesto que decidí realizar yo mismo las ilustraciones para la edición en euskera (nombre que los vascos dan a su lengua). El caso es que no me entusiasmaron los ilustradores que vi en otros libros de Desclée, y las ilustraciones de Bonachea eran irrecuperables (en los años 80, las imprentas cubanas solían estropear o perder los originales que les entregaban para su reproducción, de por si deficiente); eso aparte de que ya no correspondían a la integridad de mi texto. Por su parte, las sin duda bonitas ilustraciones de Fabiola Graullera para la edición mexicana (Pogreso) habían descartado, en mi opinión, ciertas aristas de mi discurso.
En realidad, hacía algún tiempo que yo deseaba expresarme no solo a través de las palabras sino también de las imágenes que acompañan todo libro infantil. No me proponía, ni me propongo, ilustrar yo mismo todos mis libros sino solo aquellos en los que siento que puedo decir algo especial... y cuando el editor no me propone un artista de seductor talento.
Ese deseo de ilustrar me sorprendió en un Salón del libro en Francia (no recuerdo si el de Cherburgo o el de Le Mans) cuando compartí mesa con el famoso ilustrador e historietista Christophe Blain. Yo dedicaba en 30 segundos cada ejemplar de los tres títulos que entonces tenía en francés. Blain, por su parte, necesitaba varios minutos para estampar en cada primera página un dibujo original, regalo para sus lectores (¿o debo decir fans?). Siempre había media docena de personas esperando por sus dedicatorias, mientras que yo, en mejor de los casos, tenía una o dos esperando. Viendo mi cara de aburrimiento, Blain me susurró: “¡Demórate!”. Pero por mucho que cuidé mi caligrafía, ninguna de mis dedicatorias consumía tanto tiempo como un dibujo, incluso realizado rápidamente.
Pero no debo dejar la impresión de una motivación superficial en mi corta carrera de ilustrador. Lo cierto es que yo siempre dibujé “para mí” y hasta para otros. Mi primera publicación, a los 19 años, fue un dibujo humorístico en el suplemento humorístico Melaíto, de la entonces provincia cubana de Las Villas. Posteriormente hice otros dibujos para el boletín de la sala infantil-juvenil de la biblioteca provincial, que durante más de 20 años utilizó uno de ellos como logo.
Muchos años más tarde, puse algunos “dibujitos” en un par de plaquetes publicadas en los linderos de mi colaboración con ALIJA, la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil (sección nacional de la IBBY) de Argentina. Pero fue en 2005, unos meses antes de mi primera visita a Bilbao, mientras estaba becado en la Biblioteca Internacional de la Juventud, en Munich, Alemania, que me compré un cuaderno de dibujo y lo llené de garabatos.
Eran todavía dibujos de aficionado los tres primeros que propuse a mi futuro editor a fines de aquel año, y éste respondió, con diplomacia bilbaína: “No me disgustaron”.
Estaba claro que no le habían gustado en absoluto, y volví a empezar: con mejores materiales y técnica completamente diferente. Tres meses después, al acusar recibo de la segunda propuesta, Joseba me respondió: “¡Pues yo no sabía que dibujabas tan bien!”...Y esta vez no creo que fuese mera cortesía bilbaína.
Desde entonces he ilustrado cinco libros: tres publicados en euskera y dos que permanecen inéditos (como si la fórmula mágica para la publicación de mis dibujos estuviese escrita en esa antigua lengua caucasiana): Hontzak kontatu zidan. (Bilbao. Desclée De Brouwer, 2006), Beste bat nahi dut ! (Bilbao. A Fortiori, 2008 y Hareazko gazteluaren kanta (Bilbao. A Fortiori, 2007); que es el único de los tres también publicado en español y en francés.
Lo cierto es que si los primeros libros que publiqué en el País Vasco tenían ilustraciones mías, no todos están en lengua vasca (euskera) pues uno de ellos también se editó en castellano. Y este año salió el primer álbum de la serie Gatito (Gatito y el balón), que en euskera Kalandraka coedita con Pamiela como Katutxo eta baloia. Y dentro de poco, estará en las librerías el segundo volumen de la serie
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Pero esa es ya otra historia...
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