30/6/14

LA LITERATURA INFANTIL IBEROAMERICANA


NOTAS PARA UN VIAJE DE DESCUBRIMIENTO[i]
página de la versión original de La Edad de Oro, de José Martí (1889)



























entrevista del 8 de julio de 2014, a proósito de la LIJ iberoamericana en el programa Juego de Palabras de Radio Universidad Nacional de Mar del Plata, FM 95. 
www.mdp.edu.ar Enlace radio














Con Ana Maria Machado.
Congreso de la IBBY. Basilea, 2002

La creación iberoamericana para niños y adolescentes es hoy una realidad rica y diversa, de alta calidad estética y de real importancia en el mercado cultural de la región. Varios de sus autores (escritores e ilustradores) han recibido reconocimientos internacionales tan importantes como el Premio Andersen (las brasileñas Lygia Bojunga Nunes, en 1982 y Ana María Machado, en 2000, y la argentina María Teresa Andruetto, en 2012), el premio ALMA (de nuevo Lygia Bojunga Nunes, en 2004) y el Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil (las ya mencionadas Machado y Andruetto, así como la colombiana Gloria Cecilia Díaz, el brasileño Bartolomeu Campos de Queiroz y la argentina Laura Devetach), por no mencionar premios de ilustración (más adelante me expreso sobre el papel “literario” que cumple la ilustración en los libros para chicos) como el premio Andersen 2014 del brasileño Roger Melo o los premios Bolonia Ragazzi de los cubanos Ajubel (en la principal categoría, Ficción) y Alba Marina Rivera, los mexicanos Alejandro Magallanes y Javier Martínez Pedro, los brasileños María Carolina Sampaio y Daniel Bueno (categoría Nuevos Horizontes).
Pese a lo antes dicho, si las editoriales occidentales para adultos se disputan los García Márquez, Borges, Vargas Llosa, Cabrera Infante, Padura o Sepúlveda, la mejor informada de las editoriales infantiles está lejos de conocer siquiera los seis nombres más consensuales de la literatura infantil iberoamericana.

Las siguientes líneas intentan explicar por qué vale la pena interesarse en este fenómeno, sin dudas moderno, pero quizás por eso mismo, formidablemente dinánico.

Revueltos, los orígenes

La literatura infantil, en tanto que entidad cultural definida es, en Iberoamérica, un producto del siglo XX. La especificidad del desarrollo económico, social, educativo y cultural de cada país permite un adelanto o retraso de algunos años dentro del proceso global. Salvo raras excepciones (el cubano Martí o el colombiano Pombo), el siglo XIX no fue mucho más que un período de tanteos que repitió caminos ya recorridos por la literatura europea: silabarios, catones, textos para la formación de jóvenes elites, las primeras fábulas en prosa y verso, compilaciones de cuentos populares y de manuales de lectura para la escuela.



ilustración de Eduardo Muñoz Bachs para
"Balada de mis dos abuelos", de Nicolás Guillén









Algunos estudiosos han creído descubrir antecedentes de literatura infantil latino-americana en los primeros siglos de la colonia, e incluso en la palabra cultivada de los tiempos precolombinos. Si entre los mitos y leyendas aborígenes y en las crónicas de la conquista podemos encontrar páginas cuyo contenido fantástico, épico o testimonial resulta interesante y útil al joven lector de hoy, ello no nos autoriza a considerarlas literatura infanto‑juvenil porque carecían de intencionalidad transformada en rasgo tipificador de discurso estético para el destinatario niño o adolescente. Aun cuando ‑invirtiendo el proceso‑ logremos identificar en dichas obras algún que otro rasgo que más tarde caracterizará a la literatura infantil, eso apenas demuestra que lo que los pueblos dan a leer a sus chicos suele tener puntos de contacto con lo que los pueblos crearon durante su propia infancia.
Paralelo procedimiento de asimilación se verifica a expensas de los grandes autores. Cada nación escogerá los suyos entre las filas de sus nacionalistas románticos (Argentina tomará a José Hernández, Colombia a Jorge Isaacs, Cuba a José María Heredia), o acudirá a sus figuras mayores: Neruda en Chile, Rómulo Gallegos en Venezuela, Santos Chocano en Perú...
Evidentemente no es la adecuación al gusto y necesidades infantiles lo que explica la elección de dichas obras sino la importancia histórico‑literaria de sus autores y su aporte a la formación y consolidación de la identidad. Las citadas lecturas ‑totales, parciales o en adaptación‑ son promovidas por la escuela e integradas a los programas de lengua.
Especial es el caso de creaciones que, al tener al niño como interlocutor virtual o tema, utilizan también elementos de su percepción y expresión, lo que proporciona páginas singularmente híbridas en autores del temple de Rubén Darío (Nicaragua), Manuel Gutiérrez Nájera (México) o José María Arguedas (Perú).

De amores que matan y otros peligros

El folklore es uno de los más importantes moduladores y caracterizadores de la literatura infantil Iberoamericana[ii]. Su presencia es tan fuerte que suplanta en algunos casos a la literatura infantil e incluso ‑no es paradójico‑ a la literatura infantil de inspiración folklórica. La hoy superada falta de condiciones para una sostenida actividad literaria y la abundancia de tradiciones orales ‑puestas al servicio de la formación de la identidad nacional y de la instrucción moral‑, provocaron la sobrevaloración del folklore por parte de educadores, editores e incluso escritores. Contribuyó a esto el «neoclasicismo nuevomundista» practicado por sectores de la intelectualidad iberoamericana que valoraban más el rescate de los «oros viejos» que la creación de nuevas joyas. La real o supuesta grandeza del pasado (civilizaciones precolombinas y gesta independentista) y el propio conservadurismo inherente a la escuela prolongan los efectos de esta desviación.
Hasta la primera mitad del siglo XX los sectores de la infancia iberoamericana con acceso a la lectura recibían ‑de autor nacional‑ casi exclusivamente las consabidas reelaboraciones del folklore, y obras en prosa y verso de didactismo generalizado y amanerado lirismo que, con su patriotismo romántico o su realismo denunciador, satisfacían los objetivos moralizantes e instructivo‑movilizadores de los educadores, y no las necesidades estéticas y lúdicas de los chicos. Esta producción se encontraba en el centro del muy iberoamericano enfrentamiento intelectual entre tradicionalismo y modernidad; combate que se desarrolló básicamente en el plano ideológico y raramente se convirtió en verdadera fuerza motora de la evolución de la literatura infantil en toda la vasta y compleja envergadura que la caracteriza.
José Bento Monteiro Lobato
La anterior situación perdurará pese a la aparición periódica de disonantes astros solitarios como el brasileño Monteiro Lobato (años 1920-30), el boliviano Oscar Alfaro (en los 1940) o la chilena Marcela Paz (años 1950), quienes preludian y plantan las bases del movimiento renovador iniciado a la mitad de los años 1960.
Es evidente que el gran problema del libro infantil en Iberoamérica es de orden estructural: la pobreza y la injusta distribución de la riqueza, la escolarización insuficiente o efímera y la precariedad de editoriales, librerías y bibliotecas no pueden ofrecer suelo de suficiente fertilidad a la invención, fabricación y consumo de obras para niños y adolescentes. Como colofón, y cerrándose a la manera de un círculo vicioso, la actividad editorial se ve confinada a un mercado estrecho ‑nacional o regional‑ que prefiere originales de interés o potabilidad geográficamente restringidas. Las bajas tiradas consecuentes exigen un producto barato, lo que dificulta el acceso al mercado mundial y al atractivo terreno de las coediciones, en un panorama que hacen aún más complejo las ofertas de las transnacionales de la edición, generalmente españolas, que casi monopolizan los best-sellers y los costosos álbumes ilustrados (unos y otros son generalmente traducciones... en su mayoría del inglés).
Por otra parte, la poca envergadura de los medios de expresión de las problemáticas sociales y el escaso respeto de la identidad nacional siguen haciendo a la literatura infantil rehén de tareas que no le son inherentes, por mucha tradición que hayan tenido dentro de las prácticas culturales de la región. La nueva forma adquirida por el tradicional didactismo, la narrativa de “valores”, suele limitar la eficaz ficcionalización y el tratamiento profundo y creativo de “nuevas” temáticas sociales e íntimas: suicidio, crisis de la familia, sexualidad, tráfico y consumo de drogas, conflictos armados y desplazamientos de población, destrucción del medio ambiente, etc.
En las últimas décadas se presenta, sin embargo, un peligro nuevo y formidable: los medios electrónicos de comunicación que, con sus formas expresivas y contenidos foráneos, llegan de manera masiva e indiscriminada a los rincones más apartados, allí donde el libro y la cultura alfabética no han tenido todavía implantación. Las nuevas tecnologías de la comunicación, la edición electrónica y los sitios “sociales” no han cumplido sus promesas –por razones diversas- de democratización de una producción literaria de calidad (consolidan, por el contrario, viejas felonías como la piratería y el plagio).
La mayor parte de los países de Iberoamérica ven así amenazado el empeño de transformación de su cultura nacional oral en cultura nacional escrita (tarea concluida por Europa en el siglo XIX). De verificarse, tal catástrofe incluiría el aborto del proceso ‑de formación en unos casos y de consolidación en otros‑ de la literatura infantil en la región.

Eclosión de una primavera anunciada

Tanto o más incluso que otras formas de la literatura, la destinada a niños y jóvenes es espejo de la sociedad en que surge. Depende del interés de las fuerzas sociales por el desarrollo de sus jóvenes y concretamente de la escuela, ya que aun cuando supera el didactismo, sigue teniendo a la institución escolar como  principal ‑cuando no único‑ fomentador de la lectura y cliente.
Es fácil constatar en la producción editorial iberoamericana el predominio de los géneros, temas y estilos accesibles a la más amplia y mejor atendida población escolar: la clase media urbana de entre 7 y 12 años; con desventaja para párvulos y adolescentes, y patente descuido de la población rural, los sectores pobres y las minorías étnicas.
libro de Isol
Es sintomático que países que carecen de auténtico ambiente literario y editorial, como Paraguay o Guatemala, pudieran engendrar escritores vigorosos, innovadores y trascendentes como Augusto Roa Bastos y Miguel Ángel Asturias y que, sin embargo, en el campo de la literatura infantil no se registre nada parecido: sin escuela no hay público infantil masivo ni literatura que se le consagre.
Lo que no significa que este sector de la creación literaria sea menos válido, y sensible a factores subjetivos y pulsiones estéticas. Prácticamente todos los países del subcontinente tuvieron talentos individuales que no vieron al niño como maleable material para la formación del futuro ciudadano, sino un ser dotado de una peculiar percepción, capaz y merecedor de obras donde predomina la función estética. Así podríamos constituir una biblioteca de próceres de la literatura infantil con firmas tan ilustres como las de José Martí (Cuba, 1853‑1895), Rafael Pombo (Colombia, 1833‑1912), Horacio Quiroga (Uruguay, 1878‑1937), Monteiro Lobato (Brasil, 1882‑1948), Gabriela Mistral (Chile, 1889‑1957), Aquiles Nazoa (Venezuela, 1920‑1976) y Oscar Alfaro (Bolivia, 1921‑1963), que completarán obras que titilan aisladas dentro del legado de un autor universalmente conocido por sus libros para adultos como Juana de Ibarburu, César Vallejo o Nicolás Guillén...
Horacio Quiroga
Entre los años sesenta y setenta del siglo XX se produce en todo el mundo occidental una reforma social y educacional progresista y democratizadora que de una u otra manera se integra a circunstancias específicas del continente (procesos políticos, económicos, demográficos y culturales) que posibilitan un salto cualitativo en la evolución de la literatura infantil.
El crecimiento económico, el desarrollo de la clase media y los progresos en materia de democratización política (pese a siniestros intervalos dictatoriales), propician la extensión y modernización de la enseñanza. Esto permite que la literatura infantil se exonere de tareas que mejor corresponden a la escuela, las instituciones políticas, la iglesia o los medios de comunicación masiva, al tiempo que, con la ampliación de la población lectora, se incrementan el número y la especialización de escritores, ilustradores, editores, críticos, promotores...
edición original de "Lejos como mi querer"
de Marina Colasanti


Por su parte, el antiguo complejo de insuficiente valoración de la nacionalidad fue conjurado por regímenes que utilizaron el  nacionalismo como instrumento de legitimidad política y como estrategia de desarrollo económico. Estos procesos se presentan de manera muy acentuada y productiva en Argentina, Brasil y Cuba. En los dos primeros casos funcionan como catalizantes la impopularidad de las dictaduras militares, la saturación del nacionalismo y la necesidad de esquivar la censura. En el caso de Cuba ‑donde el régimen también ha sido autoritario, pero contó con prolongado apoyo popular‑ es esencialmente la contradicción entre las intensas transformaciones sociales y la retórica oficial lo que condujo a una renovación que llegó más tarde que a la Argentina y Brasil, e indudablemente influida por ellos, y por la vanguardia literaria de  Escandinavia, Alemania, Austria y otros países de vanguardia.
La actividad creadora, hasta entonces dominada por cierta inmediatez castradora y por la hipertrofia de la poesía, el relato y sus respectivas desviaciones didácticas, se abre a los géneros más ricos en fabulación y se renueva con recursos tales como la combinación de realismo y fantasía, el humor, la ironía, la parábola, la carnavalización, el metalenguaje, etc. Al mismo tiempo se produce una ampliación de temas y asuntos en el reencuentro con el folklore y la naturaleza, la revisión de la Historia, la prospección en las circunstancias humanas y sociales de nuevo tipo y la influencia de los progresos en materia de psicología, ciencia, artes, comunicación, etcétera.
Argentina, Brasil y Cuba integran el A B C de la literatura infantil iberoamericana. Son ellos los que poseen el espectro genérico y estilístico más completo, con alto nivel de calidad promedio, y los que han hecho aportes más trascendentes, incluso en el terreno de la crítica y la investigación. Se trata en realidad de la vanguardia de un movimiento de literatura infantil moderna que se extiende, desde la década del 80, a Chile, Colombia, Costa Rica, México...

Treinta años de esplendor y un futuro luminoso










María Elena Walsh
La estabilización democrática de los 80 (los 90 en Centroamérica) y las crisis económicas del período se combinan para diseñar un marco de esperanzas y frustraciones en el panorama social, educativo y cultural que dinamizan y frenan alternativamente el desarrollo del libro para niños y jóvenes en nuestro continente. Una mejora en los presupuestos de la enseñanza, en los servicios bibliotecarios y en las economías familiares serviría de extraordinario estímulo a la industria del libro, que luego de consolidarse en los comienzos de las recuperadas democracias, ha sufrido los embates de las crisis económicas y del proceso de concentración que viene remodelando el panorama editorial en la mayor parte del planeta.
En los últimos años, junto a los esfuerzos dispersos y apasionados de siempre y a las viejas editoriales (públicas, universitarias o privadas) sobrevivientes, han aparecido las sucursales de grandes grupos editoriales, por lo general españoles (a su vez pertenecientes a conglomerados aún mayores: estadounidenses, alemanes o franceses), que han creado catálogos de autores nacionales cuya producción se organiza (y a menudo se formatiza) en colecciones y series por edades, reconocibles por sus maquetas y colores. Esta es la cara visible de una estrategia basada en tácticas de mercado probadas en la América Anglosajona y en Europa Occidental. Nuestra producción, antes caótica (para bien y para mal) adquiere un rostro racional, pero no siempre adaptado al mosaico de nuestras realidades socio-económicas y culturales; algo que, a la larga, amenaza el crecimiento en contenidos y formas.
Es todo un nuevo estilo de hacer el que deben enfrentar los escritores y animadores a la lectura: desde la selección de originales ‑que prioriza al autor nacional, pero tipifica la oferta según fórmulas genéricas, temáticas y estilísticas importadas o, al contrario, estereotipadamente “nacionales”‑ hasta campañas de promoción que procuran satisfacer las expectativas de ese prescriptor institucional que es la escuela, aunque sin valorar adecuadamente lo diverso y frágil de nuestros sistemas educacionales, y de nuestras redes de librerías y bibliotecas.
Desde el comienzo del tercer milenio, una pléyade de pequeñas empresas sacude el panorama con formas de editar y comercializar diferentes. En Argentina se destacan numerosas mini-editoriales que invierten en el álbum ilustrado nacional e incluso en el libro informativo; en Colombia llaman la atención pequeños sellos que apuestan a un público más reducido, pero exigente y transgeneracional, y en Cuba, la vieja centralización cede el paso a la apertura de editoriales provinciales que dan su oportunidad a nuevos autores, con la consiguiente diversidad de voces.
Por lo menos tres generaciones garantizan la pujanza de la creación en las últimas tres décadas, entrelazando talentos de la fuerza y originalidad de Lygia Bojunga Nunes, Ana Maria Machado, Marina Colasanti, João Carlos Marinho o Luíz António Aguiar (Brasil), de María Elena Walsh, Laura Devetach, Luis María Pescetti, Ema Wolf o Liliana Bodoc  (Argentina), de Dora Alonso, Hilda Perera, Ivette Vian, David Chericián, Luis Cabrera Delgado o Ariel Ribeaux (Cuba), de Jairo Aníbal Niño, Gloria Cecilia Díaz o Yolanda Reyes (Colombia), de Emilio Carballido, Guillermo Rendón Ortiz, Juan Villoro o Mónica Brozón (México), de Alicia Morell o Víctor Carvajal (Chile), de Jorge Díaz Herrera (Perú), Armando José Zerquera (Venezuela), Roy Berocay (Uruguay)...
con Gloria Cecilia Díaz. Congreso internacional del libro infantil de la IBBY.
Cartagena de Indias (Colombia), 2000
Aunque aquí hablamos de bellas letras (novelas, cuentos, poemarios, textos dramatúrgicos…) lo cierto es que resulta imposible abordar la literatura infantil sin tener en cuenta la ilustración, que ya no se limita, como hasta la primera mitad del siglo XX, a adornar páginas dominadas por el texto; su creciente protagonismo le ha permitido engendrar al álbum ilustrado o “libro álbum”, el único género específico (y no adoptado de la literatura para adultos) inherente a nuestra especialidad, donde a veces ni texto hay y, sin embargo, se cuenta una historia.
En estas décadas prodigiosas se han afirmado autores-ilustradores (o ilustradores que son auténticos “autores de imagen”) como Angela Lago, Ziraldo, Ciça Fittipaldi, Nelson Cruz o Roger Mello (Brasil), Ivar da Coll, Alekos o Dipacho (Colombia), Eduardo Muñoz Bachs, Reinaldo Alfonso, Ajubel, Luis Castro Enjamio o Ares (Cuba), Isol, Carlos Nine,  Istvansch, Pablo Berlasconi, Marcelo Elisalde, Gustavo Roldán Devetach, (Argentina) o Vicky Ramos (Costa Rica), Carlos Pellicer (México) y Rosana Faría (Venezuela). 

ilustración de Roger Mello
Como lo demuestra la experiencia de otras regiones del mundo, solo el crecimiento y clarificación de la oferta ‑dando mayor espacio a los auténticos talentos‑ y el aumento y eficacia del consumo de libros ‑al propiciar una mejor relación con lectores más diversos y exigentes‑ garantizan la superación definitiva de defectos tenaces como son la debilidad de las tramas frente a la proliferación de lirismos gratuitos y mensajes explícitos, la escasa variedad temática, estilística y genérica, la insuficiente independencia y osadía de la ilustración, la mejorable relación con la literatura infantil de otras regiones del planeta o con la literatura para adultos propia, y la escasa interacción con otras formas de la cultura -cine, periodismo, informática, ciencia, artes- que explica, en parte, la prevalencia de tipologías tradicionales.

El problema de las benditas fronteras
ilustración de Carlos Pellicer





Una de las grandes tareas pendientes de la literatura infantil iberoamericana es el conocimiento mutuo. Aunque abundan las selecciones y listas de libros recomendados (divulgados por el Banco del Libro o la fundación Cuatrogatos, por ejemplo, a través de ese medio sin fronteras que es la web) y no faltan premios literarios internacionales (como el Norma, el Libresa o el de álbum ilustrado del Fondo de Cultura Económica), lo cierto es que son pocos los libros que confirman con una presencia en todo el continente la aprobación que reciben en sus países de origen.
Raras son las editoriales iberoamericanas con presencia real en otros países, y eso no excluye a las sucursales de transnacionales españolas o de otros países, pues éstas se limitan a dispersar el grueso de su fondo “internacional”, mientras que el catálogo de autores nacionales es tratado casi como un apéndice de los manuales escolares, corazón del mercado interno. Si las ediciones en castellano de cualquier best seller estadounidense, alemán o italiano (a menudo productos de patente mediocridad) se encuentran en cualquier punto de venta, las mismas u otras editoriales excluyen (a veces contra toda lógica y contrariando la demanda del público informado) obras coronadas por la crítica y hasta por el público de un país vecino.
El argumento habitual contra un mercado verdaderamente iberoamericano del libro infantil es que la lengua (el castellano en sus respectivas variantes nacionales) y algunos temas (de fuente cultural, histórica o de la naturaleza endémicas) levantarían barreras insalvables para los niños (aunque tampoco se pueda decir que la literatura para adultos disfrute de ejemplar permeabilidad de fronteras).
En una época en que las migraciones, la globalización y la supresión de fronteras nos confrontan a todos, cotidianamente, con otras culturas y modos de vida; en un tiempo en que todo el mundo sabe que no basta con hablar la propia lengua, y ni siquiera con dominar el inglés de base (el llamado “globish”), sino que hay que poseer aunque sea una tercera lengua extranjera… ¿cómo hacer remilgos ante las diferencias y peculiaridades existentes en el interior de nuestra internacional lengua castellana?
Igualmente, ¿cómo pretender que algunos modos de vida y referencias culturales exóticas van a impedir a chicos, que cotidianamente navegan por Internet, consumen películas, series televisivas y videojuegos de los más diversos orígenes, comprender o disfrutar una historia por lo demás perfectamente asimilable? Sería olvidar que el libro es, precisamente, el producto cultural que –por no ser solo lenguaje- menos impone una representación o interpretación y mejor se adapta a la velocidad intelectual de cada cual, permitiendo, sin verdaderamente interrumpir la experiencia estética y recreativa de la lectura, la reflexión y el diálogo con maestros y otros miembros del entorno capaces de esclarecer una duda (cualquiera puede comprobar que cerrar un libro, dejándole dentro un dedo como marca-páginas, interrumpe menos la lectura que apretar, con el mismo dedo, el botón “pausa” del video?).
 A quien opine que si la literatura infantil iberoamericana no consigue cruzar las fronteras internas del subcontinente, no hay que sorprenderse de que tampoco consiga saltar el Atlántico, puedo recordarle el elevado número de libros españoles que cruzan el mismo océano, en dirección contraria, sin problema.
En realidad no falta interés en Europa por las diferentes culturas y realidades del planeta. Pero se prefiere que un autor del país “traduzca” esas diferencias de contenido, de valores y de forma… incluso si, con frecuencia, dicho “mediador” conoce superficialmente el mundo que adapta y simplifica.
El problema es que, en materia de libros infantiles, la forma, la excelencia literaria, es frecuentemente postergada al tema (el famoso “mensaje”). La simplificación de problemáticas sociales, psicológicas y culturales sigue siendo practicada incluso en productos culturales para edades en que el individuo ya es capaz de interesarse y comprender la complejidad del mundo. Es lo que podríamos llamar «utilidad literaria», un “valor”, por cierto, mucho más sensible a los compromisos locales que al albedrío de lo universal.
Más de una vez he constatado que editores, bibliotecarios y otros profesionales europeos del libro infantil pueden esperar que casi cualquier narración brasileña hable de favelas y destrucción de la Amazonia, que casi cualquier ficción colombiana permita documentarse sobre guerrillas o narcotráfico, que casi cualquier novela cubana para chicos aborde la crisis del castrismo a ritmo de salsa, que casi cualquier relato infanto-juvenil mexicano refleje el machismo y la violencia...


ilustración de Ajubel
Iberoamérica no puede seguir siendo considerada como productora de esa materia prima literaria que son nuestros mitos, nuestra naturaleza, nuestra diversidad étnica y nuestros problemas socio-económicos, todo cortado en trozos y servido en bandejitas de plástico para un mejor consumo de lectores europeos y norteamericanos necesitados de información o exotismo socio-cultural y geográfico. Materia prima “condicionada” en los laboratorios editoriales de las urbes occidentales con la intención, en fin de cuentas, de consolidar por contraste el conocimiento y valoración de su propia realidad.
Los escritores e ilustradores iberoamericanos nos negamos a ser tratados como meros exportadores de “comodities”. Somos creadores de un producto elaborado y de «alto valor añadido»: una literatura infantil diversa y rica, que debería conocer de una vez su propio boom.
Mucho es lo que la literatura infantil iberoamericana tiene para legar al mundo: la sensualidad de su lenguaje, de sus símbolos e imágenes, la frescura que le viene de la proximidad del folklore (todavía vivo y visitable), un formidable caudal imaginativo irrigado por inagotables reservas de personajes, asuntos y ambientes (realistas, históricos o imaginarios), y aquella sorprendente flexibilidad y capacidad de combinación que le aportan su carácter mestizo y la promiscuidad de un contexto donde cohabitan glaciares y desiertos, caseríos sin nombre y urbes pantagruélicas, tecnología de punta y miseria, prehistoria y juventud.
Con la apertura al libro infantil iberoamericano del espacio europeo, norteamericano, del noreste asiático y demás lugares con industria editorial importante, todos tenemos algo que ganar. Los creadores de “nuestra América” porque nos veríamos totalmente liberados del yugo que nos impone nuestro limitado mercado actual, y los lectores, editores y creadores del norte industrializado por todo lo que podemos descubrirles de este Nuevo Mundo que seguimos inventando y que completa ‑junto a esas literaturas de Asia, África y Oceanía que tan poco conocemos‑ la verdadera fisonomía de un planeta supuestamente globalizado.

ilustración de Eduardo Muñoz Bachs


Joel Franz Rosell
París, 30 de junio de 2014

(Versión actualizada de textos recogidos en La literatura infantil: un oficio de centauros y sirenas. Lugar Editorial. Buenos Aires, 2001) que sirvió de base para una intervención en la mesa sobre Literatura Infantil Iberoamericana presentada por la Casa de América de Cataluña en el festival Món Llibre, el 12 de abril 2014, en Barcelona.





[i] Utilizo el término “iberoamericano(a)” en su sentido estricto: países y culturas de América que tienen el castellano o el portugués como lengua oficial y dominante, y no en el sentido geopolítico de comunidad integrada por España, Portugal y sus antiguas colonias del Hemisferio Occidental. Considero esta formulación más apropiada que la usual “latinoamericano(a)” que incluiría también los departamentos franceses que bañan las aguas del Caribe e incluso, si somos rigurosos, el Quebec y otros territorios de lengua francesa en América del Norte.

[ii] Cuando digo « literatura infantil iberoamericana » no pretendo que exista realmente una comunidad de rasgos expresivos, formas genéricas o modos de organización y difusión en el conjunto o al menos en una mayoría de los países que se extienden “del Bravo a la Patagonia”. Sería como pretender que existe una literatura europea o una literatura africana. Vasto debate y ardua cuestión sería definir o describir lo que hay de común –que sin duda lo hay- en la gran diversidad de la literatura infantil de Iberoamérica.

16/6/14

EL JUEGO LITERARIO DE BARCELONA: LA LECTURA EN SERIO


El Juego Literario es un proyecto de promoción de la lectura inventado en Medellín hace 22 años. Siendo uno de los escritores invitados al evento, el prolífico escritor catalán Jordi Sierra i Fabra se enamoró del evento, de la pasión y el rigor de sus organizadores y de la propia ciudad colombiana, y decidió ayudar a financiarlo. Para ello creó la Fundación Taller de Letras Jordi Sierra i Fabra y el evento prosiguió su marcha cada vez más vigorosa.

                         

En 2013 fui uno de los numerosos escritores invitados a Medellín y este año, he tenido el honor de ser uno de los dos escritores escogidos para el I Juego Literario de Barcelona. Patrocinado  por la Casa de América de Cataluña, la Fundación Jordi Sierra i Fabra, el Fondo de Cultura Económica y Bibliotecas de Barcelona, con el apoyo de instituciones colombianas que hoy sostienen el Juego Literario de Medellín, la invitación a dos autores latinoamericanos era perfectamente natural. La colombiana Irene Vasco y yo, representando a Cuba, tenemos en común el haber publicado con el Fondo de Cultura Económica obras asequibles a los chicos de 8 a 11 años escogidos para esta primera edición en Cataluña, en la cual participaron las escuelas Patronat Domènech y Lluís Vives.


Pero nuestra presencia en Barcelona también incluyó la participación en el décimo festival del libro infantil Món Llibre, con un programa de más de 50 actividades gratuitas, entre ellas la jornada profesional en la que Irene y yo, en compañía de Cristina Osorno, de la Casa de América de Cataluña hicimos una aplaudida presentación de la literatura infantil latinoamericana y una firma de nuestros libros.

mi llegada a Barcelona, según Salik

El vuelo entre París y Barcelona dura apenas dos horas. Un vuelo apacible en alas de un Airbus de Air Europa desde cuyas ventanillas pude contrastar los paisajes rurales cercanos a París (bastante al norte de Europa Occidental) con las inmediaciones de la “ciudad condal”, entre abruptas colinas mediterráneas y urbanización galopante.


En el aeropuerto de Barcelona todo está escrito en catalán y castellano. Es un aeropuerto internacional acostumbrado a recibir millones de viajeros de todo el planeta y la señalética (perdónenme esta horrible palabra) me orientó fácilmente hasta el autocar que permite alcanzar el centro por un precio bastante módico.  

                            


Mapa y libreta de direcciones en mano, descendí en la segunda parada, “Universidad”, donde tomé un taxi que, en diez minutos, me dejó en la puerta de mi hotel, el excelente Gran Catalonia Diagonal Centro, en la calle Balmes, paralela al Passeig de Gràcia y la Rambla de Catalunya que son las principales arterias del Eixample (Ensanche), elegante barrio del centro de Barcelona.

la bandera independentista catalana, flota en el edificio que hace frente a mi hotel.

A solo media cuadra, doblando la esquina, está la Casa de América de Cataluña, principal organizador de mi estancia, y a similar distancia, dos estaciones de metro. El Eixample es el distrito más densamente poblado de Cataluña y España, pero sigue siendo un sector elegante, moderno, que aloja muchas de las joyas de la arquitectura modernista. Creado en en el siglo XIX a fin de expandir una ciudad que rebasaba apenas su perímetro feudal, se diferencia claramente del laberíntico casco antiguo, el famoso Barrio Gótico que todo el mundo conoce por las aventuras de los detectives Carvalho (para adultos) y Flanagan (para adolescentes). Las calles del Eixample son anchas, rectas y con amplias aceras, a veces arboladas. Siempre hay un edificio que hace fachada en la esquina, de manera que se forma una especie de plazoleta  triangular cuyo objetivo inicial era permitir al transeúnte doblar la esquina con la tranquilidad de saber que al otro lado no se agazapaba un delincuente. Es un concepto trasladado a Buenos Aires.


Cuentan que un viajero llegó a Barcelona, y después de asegurarse lugar donde dormir y comer entró en una librería… que me salió al paso mientras bajaba la Rambla de Cataluña rumbo a la plaza del mismo nombre, donde se halla el buró de información turística en que adquirí un pase que me permitiría disponer de reducciones interesantes en los numerosos museos y atracciones turísticas. En fin de cuentas, no llegué a usar el pase, pues nunca dispuse de dos días enteros para consagrarlos al turismo, y terminé por regalarlo a una amiga, estudiante francesa en Barcelona.  Lo cierto es que los servicios turísticos de la Ciudad Condal (no averigüé porqué la llaman así) son extremadamente caros. La ciudad vive del turista y no hace el menor esfuerzo por disimularlo. Pero cuando uno ve las oleadas de extranjeros que desfilan el casco histórico o invaden las joyas de la arquitectura modernista, ha de admitir que “la defensa es permitida”.


La Casa del Libro de la Rambla de Catalunya impresiona: se extiende hasta el centro de la manzana, donde asoma un jardincillo precedido  por una sala de actos con capacidad para unas 40 personas y la sección infantil. El único de mis títulos que figuraba en el catálogo era “En gatet i la pilota”, la traducción catalana del segundo libro de mi serie Gatito (y mi último libro español, publicado a fines de 2012). Pero ni el librero ni yo conseguimos localizarlo entre los libros de Kalandraka o entre los álbumes para los más pequeños.

De hecho, fuera de los títulos puestos a la venta en el festival Món Llibre, solo vi uno de mis títulos a la venta: “Gatito y el balón” (mi antepenúltimo título español, publicado a fines de 2011) en La Central, librería que me habían encomiado y que me salió al paso el domingo, mientras deambulaba por el barrio Gótico.

   
"Gatito y el balón" en la oferta de álbumes de La Central

Lo cierto es que las librerías catalanas me dejaron bastante frustrado pues su oferta se ve limitada por el hecho de que por lo menos la mitad de la oferta está en catalán (hasta los 12 años la lectura se practica cada vez más en la lengua regional que en castellano, mientras que entre jóvenes y adultos la edición se reparte aproximadamente en mitades iguales). Puedo leer, con un algún esfuerzo, en esa lengua; pero finalmente solo compré dos tristes libritos, y eso que me había ilusionado con la posibilidad de ponerme al día respecto a la edición española. Con decir que ni siquiera quedé deslumbrado por la oferta en cinco lenguas de la librería Abracadabra, donde, por recomendación de la Casa de América, éramos esperados Irene y yo el jueves por la mañana. Pura visita de cortesía. Ni siquiera había el menor libro nuestro a la venta, pero la conversación con el propietario fue agradable y nos conocer algunos datos sobre el comercio del libro infantil en Barcelona.

Con Irene Vasco y Ricardo, propietario de la librería Abracadabra

Será porque varias me fueron recomendadas por la Casa de América y el Fondo de Cultura Económica, pero el hecho es que tres de las seis librerías donde entré en Cataluña, tres tenían propietario latinoamericano (dos colombianos y una uruguaya).

Primera visita al Barrio Gótico


En algunos sitios se perciben las tres épocas (romana, mozárabe y medieval) y funciones (militar, política y religiosa) de lo que hoy es la catedral.

Esa primera tarde, y en otros momentos de mi visita, tuve ocasión de hacer escapadas al famoso Barrio Gótico, el Raval y las Ramblas (escenarios privilegiado por la novela negra catalana), que constituye la zona más antigua y turística de Barcelona: la Ciutad Vella. Los restos de la pequeña ciudad romana de Barcino, algún resto del período Mozárabe y bastante del período medieval del reino de Barcelona, dominado por la inmensa catedral y el antiguo palacio real.
Inmensa y lujosa catedral

Al bajar del metro en la estación Liceu, me llamó la atención una curiosa escultura que presenta a un dragón (San Jordi, el que mató al dragón, es el patrono de la ciudad)  en compañía de un paraguas (¿llueve tanto en Barcelona? Bajo el sol que reinaba en esos primeros días de abril cuesta imaginarlo).


 Visité el hermoso, pero abarrotado Mercado de la Boquería y la pequeña iglesia, con su encantador claustro, de Santa Ana.

Y más tarde pasé ante el abigarrado Palau de la Música, mi primer contacto –superficial- con el modernismo arquitectónico catalán.



El Juego Literario


El primer elemento de mi agenda oficial era el encuentro con los niños de las escuelas Lluís Vives (barrio de Sants) y Patronat Domènech (barrio de Gracia) en el espacio cultural de la Fundación Jordi Sierra i Fabra, en el popular barrio de Sants. El local posee excelentes condiciones para la labor de promoción de la lectura al tiempo que rinde homenaje a su fundador, el escritor vivo con más amplia bibliografía. Toda una pared del entresuelo está ornada por los más de 400 títulos del apasionado polígrafo catalán mientras varias vitrinas muestran manuscritos y tebeos que remontan a su infancia de creador, testimonios de su amplia trayectoria de escritor, periodista y promotor. Tres de sus máquinas de escribir completan la muestra. De una de ellas, me contó el propio Jordi esa tarde, llegó a poseer dos ejemplares idénticos: tecleaba a tal velocidad que la máquina se le bloqueaba; mientras esperaba por el mecánico continuaba escribiendo en la otra.

Cristina Osorno me presenta (en el entresuelo se advierte un viejo escritorio de Jordi con máquinas similares a las utilizadas por Jodi Sierra i Fabra y una vitrina con sus trofeos literarios

La muy simpática y eficaz dinamizadora Zulma Sierra había organizado el encuentro dentro del mismo espíritu lúdico que caracteriza el Juego Literario. Antes de la llegada de los chicos, me enviaron a la oficina del entresuelo. Cuando los chicos terminaban de armar el puzzle (en Cuba decimos “rompecabezas”) del cartel del evento, irrumpí con la última pieza. Aunque no soy muy buen actor y los chicos sabían que ese día iban a conocerme, mi aparición arrancó aplausos.

Ayudándome con las imágenes presentadas por un video-pantalla y con ejemplares de mis libros y manuscritos, comencé a resumir mi trayectoria literaria desde que a los 10 años dibujé una historieta protagonizada por Super Pecho, mi primer héroe de ficción o a los 11, cuando contaba a mi hermana las aventuras que supuestamente vivían cuatro de sus muñecos mientras la familia se marchaba al trabajo y la escuela, o a los 13 años, cuando escribí mis primeras novelas, inspiradas por la película francesa "La guerra de los botones", en las novelas detectivescas de Enid Blyton y en las historietas protagonizadas por Tintín, entre otras influencias. 

 

Si en encuentros de este tipo es frecuente que los autores recibamos dibujos y comentarios sobre nuestras obras, en esta ocasión también los chicos me trasmitieron diversos testimonios de su vida e intereses. Retroalimentación muy útil para un escritor como yo, que no se dirije a sus coetáneos y conciudadanos, sino a un público que puede ser hasta 50 años más joven y que reside en los países más diversos (estoy traducido en siete lenguas; desde el cercano catalán al muy remoto coreano y tengo tres libros estrenados en México, donde no he estado ni de paso).

En el ambiente de agitación política actual, los chicos de la escuela Patronat Domènech sintieron la necesidad de hablarme de Cataluña, y no solo de sus paisajes o de elementos culturales como el famoso “pan con tomate”, la más sencilla y admirable invención de su gastronomía, sino incluso abordando el complicado asunto de la autodeterminación de esta histórica región de España. Me reglaron una bandera independentista (que ya había visto flotar en numerosos balcones y que asociaba a un equipo de fútbol) y un “burro catalán” vestido con los mismos colores (aunque los chicos que me lo ofrecieron, me aclararon que hubieran preferido un burro tradicional, pero no lo consiguieron) y un CD con canciones que incluían desde el gran Lluis Llach hasta el “himno nacional de Catalunya”.



Oriundo de un país donde se politiza a los niños desde muy temprano, desconfío de los efectos de la movilización en torno a ideas demasiado complejas para una mente todavía insuficientemente crítica e independiente. La asociación con Cuba me resultó inevitable puesto que se me explicó que si la bandera independentista une a las tradicionales franjas rojas y amarillas de Cataluña un escudo con bandera solitaria es por Cuba y su tradición revolucionaria. Lo cierto es que el escudo cubano es rojo. Azul, en cambio, es el de Puerto Rico, que no es un país independiente, sino una semi-colonia de Estados Unidos.

Los niños de la escuela Lluís Vives me reglaron poemas, dibujos, una caja de deliciosos chocolates… ¡y un baile! Zulma me comentó que al principio solo las chicas bailaban bien, pero finalmente los chicos se soltaron y el resultado era muy… simpático. La música era de un conocido rapero portorriqueño (olvidé el nombre, Daddy algo) y la coreografía estaba inspirada en salsa y reguetón.


foto pendiente de autorización parental


Es que si lo catalán pesa mucho en muchos de los chicos de la escuela Patronat Domènech (del barrio Gracia, más acomodado), entre los de Lluís Vives, de un barrio popular que acoge muchos emigrantes como Sants, había niños nacidos en Ucrania, República Dominicana, China, Paquistán, Salvador, Perú, Rumania, Bolivia, etc, los cuales mantienen vivas sus raíces. Cuando llegó la hora de las dedicatorias tuve que pedir me deletrearan no pocos nombres.


Debo aclarar que no dediqué ejemplares de mis libros sino la fotocopia de la tapa de aquel que cada chico prefirió: “Concierto n°7 para violín y brujas” (Fondo de Cultura Económica), “Pájaros en la cabeza” y “Don Agapito el apenado” (Kalandraka), “El pájaro libro” y “La bruja Pelandruja está malucha” (SM) fueron los más apreciados.

maestras encantadas con la colección de libros de los dos autores participantes en el Juego Literario que les fueron ofrecidos por la organización del evento.

En el actual contexto de crisis económica, no cabe esperar  que cada chico pudiese adquirir un ejemplar de su libro preferido. De ahí que la Fundación Jordi Sierra i Fabra y la Casa de América obsequiaran a la escuela una colección de esos libros que tanto gustaron a los chicos, de manera que el Juego Literario siga funcionando ya en modo de lectura libre e independiente… durante el tiempo que los ejemplares sobrevivan a numerosas manos infantiles.

El verdadero objetivo de todo programa de promoción de la lectura no es procurar horas, días o semanas de actividad literaria placentera, sino instalar de manera durable el “sano vicio” de la lectura entre niños que frecuentemente carecen de una biblioteca personal o de frecuentación habitual de los libros allí donde éstos viven: bibliotecas públicas o escolares y librerías. Es imprescindible que los chicos que tanto disfrutaron de un proyecto como el Juego Literario puedan seguir disfrutando (releyendo el mismo libro o descubriendo otros del mismo autor, o de género, temática o estilo semejantes). Si no es posible asegurarse de que cada niño posea un libro del autor con quien tuvo tan estimulante contacto, por lo menos hay que conseguir que la escuela y/o la biblioteca más cercana, permitan la prolongación de la experiencia por cada chico interesado o gracias a la iniciativa de los maestros, bibliotecarios o padres, una vez que los especialistas de promoción se han marchado a proseguir su labor en otro sitio.

El taller


Volví a la Fundación Jordi Sierra i Fabra la misma tarde. Veinticinco adultos, en su mayoría maestros y bibliotecarios, se habían apuntado a mi taller sobre la narración oral en la promoción de la lectura. Pero en la sala había muchos más, que habíamos autorizado a asistir, aunque la metodología y los materiales previstos no les permitieran participar en la parte activa del taller. En fin de cuentas la parte teórica y autobiográfica de mi relación con la narración oral como forma de promoción de la lectura es probablemente la parte más “nutritiva”.


















Siete meses antes, en el XXI Juego Literario de Medellín había hecho una intervención semejante, ahora enriquecida con experiencias nuevas. Entre otras cosas, pude utilizar mi propio “butai” (retablillo portátil) para presentar uno de mis cuentos según los principios del “kamishibai” (sucedáneo japonés de la narración oral que consiste en leer cuentos parapetado tras las ilustraciones que llevan en su dorso el texto).

 
Jordi Sierra i Fabra asistió al encuentro. Es un escritor compulsivo, que acompaña la actualidad con obras a menudo comprometidas y palpitantes de suspenso. Ha dedicado parte de las jugosas ganancias que produce su vasta obra a proyectos de estímulo a los jóvenes escritores y de promoción de la lectura. El Juego Literario de Barcelona es iniciativa suya, pero han ayudado a pagarlo las instituciones colombianas que convocan el Juego Literario de Medellín… que en otra época Jordi financiara. O sea que en estos tiempos de crisis, América Latina ayuda a la Madre Patria.


El taller no se prolongó mucho porque esa noche había un partido de la final de una de las múltiples copas europeas de fútbol y en España el deporte de las patadas es sagrado. En fin de cuentas, el Futbol Club de Barcelona perdió frente al Real Madrid (¿o era el Atlético…?). Me di cuenta por el silencio que reinaba en la calle mientras yo cenaba en un restaurante al lado del hotel, un enorme biftec que, pese a pedirlo bien cocido, me sirvieron medio crudo, que es como consumen los buenos gastrónomos europeos.

Món Llibre

 

El viernes 11 de abril tuvo lugar la jornada profesional (inaugural) del festival del libro infantil Món Llibre (Mundo Libro en catalán) que se desarrollaría ese fin de semana en el fastuoso Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona  (CCCB).


El evento ya tiene 10 años y está vinculado a la tradicional fiesta literaria de Saint Jordi (San Jorge, el que mató el dragón, es el santo patrón de Barcelona) que se celebra el 23 de abril (fecha del facimiento, en 1616, de William Shakespeare, Miguel de Cervantes y el Inca Garcilaso de la Vega, por lo que la UNESCO lo adoptó como Día Mundial del Libro y los Derechos de Autor). En Cataluña, y cada vez en más países, se celebra en tal fecha el Día del libro y la rosa (a los hombres se les regalaba un libro y a las mujeres una flor; machismo hoy caduco pues las mujeres son más asiduas lectoras que los hombres). El Sant Jordi concentra las mayores ventas de libros en Cataluña, pero este año Pascuas y sus respectivas vacaciones cayeron en la segunda quincena de abril, por lo que el Juego Literario y el Món Llibre se adelantaron.


Cristina Osorno (Casa de América de Cataluña) y Francisco Arbós (Fondo de Cultura Económica en Cataluña) nos acompañaban. Empezamos por una visita guiada de las instalaciones que el CCCB puso a disposición del festival del libro infantil: una gran sala de lectura, con abundantes libros, ordenadores, decorado alusivo y animadores; un corredor donde se exponían obras de varios ilustradores, espacios diversos adaptados al encuentro entre niños de diversas edades y los libros...

espacio para los pequeñitos
  
por algo mi libro más reciente se titula "Concierto n°7 para violín y brujas"
La visita al CCCB terminó con el recorrido de la magnífica exposición “Metamorfosis”, consagrada al artista gráfico y cinematográfico checo Jan Šmankmajer. La muestra contiene, entre otras cosas, los muñecos, decorados, maquetas y otros objetos con que Švankmajer realizó notables filmes de animación (inventó el stop-motion en los años 1930), inspirados en las fábulas de La Fontaine, el Fausto de Goethe o la Alicia de Lewis Carrol.

Poso antes el decorado y personajes de Švankmajer para la película “Fausto”
Se trata de un artista original, talentoso y muy completo, y la muestra incluía obras de otros artistas contemporáneos con los que está relacionado (más bien sus continuadores) y objetos de procedencia diversa (arte africano, animales disecados, caracoles, etc) pertenecientes al “gabinete de curiosidades” que Šmankmajer reunió en su castillo en Bohemia y que han servido de inspiración a su trabajo intensamente surrealista.

con el director de la editorial Juventud, Luis Zendrera

Irene Vasco, mi colega colombiana, me presentó al director de la Editorial Juventud. De esa editorial catalana procedía uno de los primeros ejemplares de mi biblioteca (regalo por mis 10 años) y sin dudas el primer libro español que poseí: A orillas del Yang-tsé, de una autora inglesa cuyo nombre no retuve; entre otros que marcaron mis inicios como lector y precoz escritor: novelas detectivescas de Enid Blyton, divertidas aventuras de Teban Sventon, disparatadas andanzas de Kásperle o historietas de Tintín. Juventud entró en perigeo en los 80, pero su actual director (hijo o nieto del que la dirigía en “mis tiempos”) la ha sabido renovar. Juventud S.A. no solo mantiene en catálogo los Tintín y muchas de las novelas de otrora, sino que se ha convertido en uno de los más principales editores españoles de álbumes ilustrados. Irene Vasco será la primera latinoamericana en el catálogo de Juventud y, bromeé con el señor Zendrera, no me molestaría nada ser el segundo.

Tanto nos demoramos Irene, Zendrera y yo en la exposición de Šmankmajer, que cuando salimos ya los demás estaban en la sala de conferencias y habían comenzado los debates. Tras una mesa de jóvenes ilustradores, nos tocó a mi colega colombiana y a mí. Fuimos presentados por Cristina Osorno, de la Casa de América, quien introdujo la temática con apoyo de un power point convincente. A continuación tracé un panorama de la LIJ latinoamericana, empezando por Martí, Pombo, Quiroga y otros clásicos, y terminando con autores y tendencias recientes de una producción que, pese a “la lengua común que nos separa” es mal conocida y peor distribuida en España. Por su parte, Irene “ilustró” mi apasionada defensa de la LIJ latinoamericana leyendo fragmentos de dos escritoras que dieron un vuelco al género en los 60-70: la poeta, narradora y cantautora argentina María Elena Walsh  y la novelista brasileña Lygia Bojunga Nunes (primera latinoamericana en obtener los más importantes premios internacionales de la literatura infantil: el Andersen (1982) y el Astrid Lindgren (2004).

en la mesa de ponentes, con Irene y Cristina

La jornada profesional concluyó con un original “almuerzo de trabajo”. Cada participante tenía puesto asignado en una mesa (redonda y con capacidad para una decena de personas) y a cada una de estas correspondía un tema de conversación profesional. Tras los postres, un representante de cada mesa, previamente designado presentó, micrófono en mano, un resumen de lo tratado por cada grupo. Una forma original y “digestiva” de prolongar el debate.

Al salir del CCCB dejé a Irene en compañía de unos amigos, y caminé por la vieja ciudad, que ya había recorrido en parte la víspera. Esta vez me dirigí hacia la zona costera y llegué hasta el antiguo barrio de marineros La Barceloneta. La avenida costera ha sido modernizada y no hay planta baja que no acoja un restaurante, bar o tienda de suvenires. Probablemente los edificios de esa avenida han sido remozados y los apartamentos sean caros, pero el resto del barrio sigue siendo eminentemente popular (con bares sencillos y vecinos jugando al fútbol en las plazuelas). Al llegar a la playa, ya caía la noche, pero me quité los zapatos y avancé por el borde del mar.

Es la primera vez que me mojo los pies en el Mediterráneo; aunque ya en mi primer viaje a Europa, en diciembre de 1989, metí la mano en las aguas que bañan las inmediaciones de la localidad francesa de Saintes-Maries de la Mer (no creo que sea por casualidad que la iglesia que fundaron hace varios siglos los pescadores de la Barceloneta también se llama Santa María del Mar: esa virgen debe ser protectora de marineros). A fines de los 90 estuve en Niza, pero con tan mala suerte de que, por primera vez en 25 años, había nevado en la famosa ciudad de la Riviera francesa. Así que ni entonces ni ahora, cuando acabo de volver del salón del libro de Mèze, a solo un par de kilómetros del Mediterráneo he podido disfrutar de sus aguas: mi estancia en Mèze fue de solo 48 y ni siquiera probé las aguas salobre del lago que separa esta localidad del mítico mar. Sufro probablemente de la maldición lanzada por Neptuno, Polifemo, la hechicera Circe u otra de las deidades homéricas del Mesogeios Thalassa.

El caso es que encontré el agua de La Barceloneta menos fría de lo que hacía suponer la temperatura ambiente. No era como para bañarse, pero aguanté perfectamente diez minutos con el agua en los tobillos. La arena es dorada, pero gruesa y me arañó las plantas de los pies cuando caminé hasta una acera donde secármelos y volver a calzarlos. Comí en un restaurante frente al mar, especializado en tapas (comidas ligeras), y cogí el metro hasta la Sagrada Familia. Lloviznaba y no había nadie, pero de todos modos la basílica estaba cerrada. De noche es bastante fea, pues sus nada convencionales formas necesitan los colores que solo la luz diurna permite apreciar bien.

Promoviendo nuestros libros

El sábado por la mañana, en compañía de Irene Vasco, Cristina Osorno y Francisco Arbós (el representante del Fondo de Cultura Económica en Barcelona) tomamos un “tren de cercanías” en la estación Diagonal, situada bajo la misma calle de mi hotel. Los transportes públicos son muy eficientes en Barcelona: una decena de líneas de metro, varias de trenes de cercanías, numerosos ómnibus y taxis (mucho más baratos que en París), por no hablar de las bicicletas municipales que se pueden alquilar en muchas esquinas y para las que abundan unas agradables pistas reservadas en las principales avenidas. Nada de eso evita los embotellamientos, pues la gente sigue usando el automóvil, sobre todo quienes viven o trabajan en los numerosos suburbios que, aunque a veces no están muy lejos, obligan a largos trayectos debido a la accidentada geografía de esta parte de Cataluña.

con Irene Vasco y Francisco Arbós en la librería latinoamericana de Sabadell
Atravesamos varios pueblitos y hermosos bosques en nuestro camino hasta Sabadell, población donde se halla Librerío de la Plata, la librería latinoamericana (la propietaria es uruguaya) donde teníamos pendiente una actividad de promoción  coordinada por el Fondo de Cultura Económica, editor de mis libros “La leyenda de Taita Osongo” y “Concierto n°7 para violín y brujas”, y de sendas obras de mi colega colombiana. La librera debió recibir 20 ejemplares de cada uno de mis libros, pero al comenzar la firma de ejemplares, descubrimos que había 36 de “La leyenda…” y solo 4 de “Concierto…” que es precisamente el libro que yo defendí más esa mañana puesto que era el más apropiado para la mayoría de los niños presentes, menores de 12 años.

Cecilia, la librera, fue la primera en solicitarme una dedicatoria: toda buena librera es una apasionada lectora:
eso no tiene vuelta de hoja
Lamentablemente no había ninguno otro de mis libros para pequeños. No creo que el FCE se hubiese opuesto expresamente, pero seguramente la librera consideró descortés “invitar” a “la competencia”. En realidad no sería tal, puesto que de todos modos un niño de 4 ó 7 años no iba a comprar ninguno de los libros que tanto Irene como yo hemos publicado en el Fondo, pues todos se destinan a chicos de 11 años en adelante.  



En todo caso, la actividad se desarrolló en un clima de plena atención y buen humor. Yo leí un capítulo de “La leyenda de Taita Osongo” y otro de “Concierto n°7 para violín y brujas”. Fue la primera ocasión en que pude asistir en directo a la reacción del público a éste, mi más reciente libro. Pero tanto Irene como yo, enmarcamos nuestras lecturas con anécdotas y “secretos de cocina” de esos escritores que somos.

De regreso a Barcelona, almorzamos en uno de los restaurantes próximos al hotel, y nos dirigimos al CCCB donde se había anunciado una firma de nuestros libros.


En el patio del centro cultural había una gran carpa con numerosos libros de varias editoriales –en catalán y castellano- entre los cuales se hallaban los libros que Irene y yo tenemos en el Fondo de Cultura Económica.



Al salir, caminamos hasta el Ensanche, buscando una papelería donde Irene, que es tan fanática de Tintín como yo, esperaba encontrar objetos derivados de la saga. En realidad lo que hallamos no era mucho ni muy interesante.
este "Capitán Haddock" no está nada logrado, pero cómo resisitir la invitación  

Irene siguió con sus compras y yo me fui a visitar la Casa Batlló, edificio de apartamentos construido por Antoni Gaudi principios del siglo XX para una pudiente familia que todavía habita uno de los apartamentos y han convertido el resto en museo.

Deben vivir del prestigioso inmueble porque cobran carísimo la entrada, además alquilar de vez en cuando el piso principal a personas, instituciones y empresas que desean celebrar allí eventos de prestigio (lo que me impidió visitarla el día antes).

 Es innegable que la Casa Batlló es una absoluta maravilla. No solo por el buen gusto de Gaudí, capaz de convertir una escalera, un “patio de luz”, una chimenea y hasta el inodoro en obra de arte. Gaudi inventaba soluciones para problemas prácticos como aprovechar la luz natural, evitar la humedad y las temperaturas extremadamente frías o calurosas, crear impresión de amplitud en espacios exiguos, etc. La arquitectura modernista catalana (muy próxima del Art Déco y el Art Nouveau) se caracteriza por las  líneas curvas, la abundancia de decorado y los colores, pero Gaudi llevó estos rasgos a su expresión más acabada… cuando no los introdujo.

El domingo fue el único día que pude destinar totalmente al turismo. Comencé por el Palacio Güell, que fue una de las primeras obras de Gaudí. Será por eso o porque es lo que esperaba la pudiente familia que se lo encargó, que es un palacio señorial y algo severo, todo en mármoles pardos, pero no por ello menos ingenioso y pasmosamente lujoso.






De allí fui a la Plaza Reial, la clásica “plaza mayor” que posee toda ciudad española. Decidí almorzar en uno de sus numerosos restaurantes y como pedí cangrejo, la laboriosa tarea de sacarle la carnita a animal tan enrevesado me dejó tiempo de sobra para descansar las extremidades inferiores y disfrutar de la hermosa plaza. Si la mayoría de los comensales eran turistas extranjeros, el mercadillo de antigüedades era frecuentado por españoles.














Deambulé un poco por la parte del casco histórico que aún no conocía, por ejemplo el Call (antiguo barrio judío) y la parte occidental de la actual catedral. Atravesé una avenida que merecía el apelativo de rambla sin tenerlo y renunciar a visitar una reputada iglesia (la entrada, fuera de las horas de servicio religioso, costaba demasiado cara).


Considerando que, por esta vez, ya había explorado lo suficiente el Barrio Gótico, cogí el metro hasta la estación donde un funicular permite subir hasta las primeras atracciones del Montjuic. Ya era tarde para entrar en alguno de los muchos museos de la zona y seguí en teleférico hasta la cumbre, a fin de visitar el castillo que corona la colina.




Esta vieja fortaleza fue muy odiada por los barceloneses pues sirvió en diversas épocas para reprimir a revolucionarios, republicanos, obreros y nacionalistas catalanes. Allí también fue sumariamente juzgado y fusilado por el franquismo el primer presidente de la Generalitat (gobierno autónomo regional). Pero ya a principios del siglo xx, esa bien situada elevación acogió las espectaculares construcciones de una Exposición Universal y actualmente es un pulmón verde y conjunto recreativo muy cercano al centro (hay un segundo teleférico que comunica con la súper turística zona portuaria, pero cuesta una barbaridad). La vista sobre la ciudad, a un lado, y sobre el puerto y el mar, por otro, es impresionante.




Terminé mi tarde dominical de turismo en la Sagrada Familia, que esta vez pude apreciar en toda su insensata belleza exterior.



Este monumento que Gaudí dejó inconcluso al morir en 1926, hubiese exigido, en opinión de su creador, dos siglos de obras. Las técnicas modernas permiten esperar su conclusión en 2026 (un siglo después de la muerte del genial arquitecto, como quiera que sea). Hay mucha polémica por la continuación de las obras usando esas técnicas modernas y basándose solo en la maqueta (los planos originales se quemaron durante la Guerra Civil). Pero tanto eso, como la inaudita audacia, originalidad y belleza del proyecto, explican su inmensa popularidad. La cosa de entrada era tan prolongada que se recomienda reservar un acceso. Finalmente, no pude entrar.


De regreso


Imposible pasar por España sin tener algún tipo de contacto con el deporte de las patadas. Cuando me disponía a entrar a la zona de embarque me crucé con los integrantes de un equipo juvenil de fútbol. ¿Fue casualidad que el encuentro tuviera lugar delante de la tienda oficial del Futbol Club Barcelona?


Al llegar al aeropuerto el lunes a mediodía, mi maleta tenía 4 kilos de más. Se trataba básicamente de libros, pues  además de los 8 ejemplares de mi álbum más voluminoso, que su editor me había hecho llegar desde Bilbao, y los libros de segunda mano que compré para mi insaciable lector de hermano (siempre frustrado con la escasa y poco atractiva oferta cubana) estaba mi flamante retablillo de Kamishibai. Afortunadamente no me atendió en el mostrador de Air Europa ni un estricto catalán ni un cubano atravesado, sino un polaco flexible que me propuso trasladar parte del peso a mi mochila. Su experiencia profesional debía advertirle que ésta última ya estaba cargadita, pero hice un rápido trasvase de libros.  Tan rápido que olvidé ponerle de nuevo el candado a mi maleta, que viajó cerrada con un simple zipper. Sin embargo, nada me hurtaron.

Mi ángel de la guardia estaba haciendo horas extras, pero no me echó una mano cuando debí afrontar las numerosas y obsoletas escaleras del metro parisino: el enemigo número uno del viajero en “clase económica”.


También me esperaba el triste cielo parisino: el bello sol de Cataluña quedó atrás.




La tercera novela detectivesca juvenil cubana cumple 40 años

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