Texto presentado al encuentro bienal de literatura infantil y juvenil cubana, organizado por la Sección de Literatura Infantil y Juvenil de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en noviembre de 2020.
En el contexto de la COVID-19 y a fin de mantener la distanciación social el encuentro se celebra de manera vitrual.
TABÚ OR NOT TABÚ: ESE ES EL TEMA
por Joel Franz Rosell
Demasiado se ha citado a Mirta Aguirre cuando, en 1972, pidió que la
literatura infanto-juvenil cubana no le ocultara a nuestros niños y
adolescentes las “aristas duras o costados feos de la vida”. No he encontrado
esta frase en el volumen que contiene lo esencial de las intervenciones del
Forum sobre literatura infantil y juvenil, pero sí esta otra que me parece más
completa puesto que presenta los dos aspectos, inseparables, de la cuestión:
¿…Hemos de temer hablarles de la tristeza, de
la sangre o de la muerte? O debemos los adultos, actuando como intermediarios
inteligentes, afrontar todo eso, explicar todo eso y aprovechar todo eso de
manera tal que lo literario pueda ser utilizado como puente para que la dura,
implacable verdad histórica pueda ser asimilada por la inteligencia y la
sensibilidad de los hombres del mañana.[1]

En ese evento, que resultó de
uno de los acuerdos del Congreso Nacional de Educación y Cultura de 1971,
destinado a enmarcar la política cultural cubana en el marxismo-leninismo
ortodoxo de la época, la misma lúcida poeta y ensayista reaccionó a la “cacería
de hadas” que allí asomó su peluda oreja advirtiendo: “¿Qué es lo que tenemos
que evitar? Que eso nos conduzca a una estrechez que borre toda la imaginación,
toda la fantasía, todos los recursos poéticos de esa literatura que estamos
llamados a crear”[2].
El destacado papel que desempeñó
Mirta Aguirre en el Forum (con luminosos aliados como Eliseo Diego y Onelio
Jorge Cardoso) se apoyaba en su preocupación, ya entonces con amplios
antecedentes, por la existencia en Cuba de buenos y variados libros para niños
y jóvenes. De ahí que en varias ocasiones destacara la necesidad de una
literatura que hablara de todos los aspectos de la realidad, al tiempo que subrayó
algo que los paladines de los “temas tabúes” callan interesadamente:
…No hay que derivar de aquí que
lo que se propugna es que conduzcamos a nuestros niños a moverse de manera
exclusiva y constante, en un mundo literario de horror (…) Infeliz quien no
crea que lo hermoso y lo tierno forman parte de la verdad de la vida…[3].
¿Acaso no deja Mirta Aguirre
suficientemente claro la importancia de la adecuación del discurso a las
capacidades y necesidades de los niños y adolescentes, reconociendo plenamente que
la implacable verdad histórica ha de
ser transformada en destellante verdad
literaria y lo ha de hacer desde el conocimiento y reconocimiento de su
destinatario explícito?
El investigador, editor, promotor y escritor Enrique
Pérez Díaz ha expresado innúmeras veces su convicción de que la visión crítica
de la familia y el ambiente escolar son los rasgos que definen y engrandecen la
LIJ cubana de las últimas dos décadas y media:
Hace poco, conversando con Eudris Planche Savón, evocaba mis inicios en el
mundo de la literatura cubana para niños en una época feliz donde pequeños y
mayores vivían en total armonía, en el mejor de los mundos posibles y sin
contradicción alguna que resolver o dilemas existenciales por enfrentar.
En ese mundo no había adultos abusadores y llenos de prejuicios que, con la
mejor de las intenciones posibles, llevaran a sus menores por el peor de los
caminos. Los niños eran obedientes, siempre decían “sí”; se consideraba
pecaminoso no estudiar o no entender a las excelentes maestras y escapar de
casa (o del aula) si te sentías maltratado y hasta era algo impensable dudar de
las verdades que esgrimían los grandes o creernos que, siendo bajos de
estatura, no estuviéramos equivocados. [4]

¿Es posible aplicar esta caricatural descripción a un cuento como
“Caballito blanco” (1974) de Onelio Jorge Cardoso, que es la historia de un
niño enfermo y confinado, que desobedece a una tía miedosa y ridiculiza a un
médico viejo, bueno y vanidosillo, y se atreve a correr el mundo que le está
prohibido? El libro (homónimo) está compuesto por cuentos en que todos los
personajes se rebelan contra lo que les aconsejan, contra la costumbre, contra
la tradición e incluso contra el poder político, para trazar su propio camino.
Tampoco
puede ser que Pérez Díaz se refiera a Memorias
de una cubanita que nació con el siglo (1964), de Renée Méndez Capote, que
desde el primer párrafo deja claro el tono y los sucesos anticonvencionales de
ese inigualable libro de memorias que los jóvenes cubanos supieron apropiarse:
“Yo nací inmediatamente antes que la República. Yo en noviembre de 1901 y ella
en mayo de 1902, pero desde el nacimiento nos diferenciamos: ella nació
enmendada y yo nací decidida a no dejarme enmendar.”[5]
Ya
en fecha tan temprana como 1963, el premio
del II Concurso La Edad de Oro (no confundir con el lanzado nueve años después)
recaía en Nachito[6],
de Antonio Vázquez Gallo, historia de un niño campesino huérfano, que vive con
su padre y la abuela. Si ninguno de los adultos es alcohólico o violento, como
parece obligado hoy, tampoco están idealizados. Al contrario: sus
personalidades se definen a través de las anécdotas y son coherentes con sus
modos y medios de vida, lo que los hace muy verosímiles. Tampoco el
protagonista está idealizado: es ingenuo, caprichoso y avanza por el relato
entre trastadas, errores y asombros.
No
menos idealizadas resultan las familias en Dora Alonso. Huérfanos de madre (dicho
explícita o no) y en permanente búsqueda de trascendencia son los protagonistas
de Aventuras de Guille: en busca de la
gaviota negra (1966) y de El cochero
azul (1974), por no hablar de Ponolani
(1966), libro basado en la vida de dos generaciones de mujeres negras y pobres,
que con poderosa fuerza testimonial reconstruye alguien que conoció sus
destinos de cerca.


Otro
buen ejemplo de representación poco satisfecha del mundo es Niños de Viet Nam (1968), de Félix Pita
Rodríguez. Este libro, tan intensamente realista que se sitúa a las puerta del
periodismo, presenta sin dudas niños y adultos que luchan de manera ejemplar
-pero no sin miedo y errores- contra la tremenda violencia del invasor
norteamericano y sus títeres del régimen de Saigón. “Si mañana tus hijos viven
en un mundo en el que sea imposible que se escriban libros como éste, enséñales
que los niños vietnamitas de hoy pagaron un duro tributo para que ese mundo
fuera posible”[7],
dice el autor en la dedicatoria a su nieta.
Y
¿cómo calificar de conformista a Kike
(1984), de Hilda Perera, primer libro juvenil en abordar el exilio cubano,
revelando la terrible experiencia de niños que fueron exilados (solos) por sus
familias, temerosas de una presunta intención del gobierno revolucionario de
privarlos de su autoridad parental? En esa valiente novela, no solo los adultos
les fallan gravemente a sus hijos, sino que éstos se muestran duros e
incomprensivos cuando al fin llega la hora de reconstruir el vínculo filial.
Por
su parte, Cuentos de Guane (1976), de
Nersys Felipe, ¿es un mundo idóneo y sin conflictos en su abordaje sin
precedentes (narrado en primera persona por un niño) de la muerte en el seno de una familia?
Tampoco lo es Roman Elé (1978), que narra la difícil
vida de un niño negro, pobre, huérfano, nieto de esclavos, en la finca donde se
le hace trabajar sin escuela, y se le discrimina y maltrata…?
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ilustración de Boiry tomada de mi novela Cuba destination trésor Hachette. Paris, 2000
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Los
libros que he mencionado (en su mayoría elegidos por una representativa muestra
de autores y especialistas en literatura infantil como los más importantes publicados
antes de 1987), contienen conflictos humanos y personajes negativos. ¿Acaso no
cuentan a los ojos de los “tabuístas” porque las contradicciones de clase predominan
sobre las contradicciones internas? En realidad en los libros de los primeros
30 años de la LIJ cubana moderna hay a menudo conflictos más sólidos (y basados
en situaciones reales muy concretas) que en muchos de esos libros que hoy se
pondera porque dejan ver la estructura carcomida de la familia o la escuela…
incluso si el edificio narrativo en cuestión se desploma porque pesan más las
ideas, intenciones y mensajes que la trama y la coherencia de los personajes.
No pretendo negar el hecho indudable de que entre
1959 y 1989 las editoriales cubanas
publicaron un elevado número de textos promotores del modelo de comportamiento
y justicia social enarbolados por la Revolución. Pero resulta de una
simplificación inaceptable concluir que TODA o incluso una ABRUMADORA MAYORÍA
de esa producción estaba sometida a tan limitados objetivos y falta de ambición
estética.
Ciertamente (en los 60 y 70,
sobre todo) domina la LIJ cubana (y también en no poca literatura extranjera,
de países socialistas o capitalistas) la vieja idea de que los libros para chicos
deben ser globalmente ejemplarizantes y tranquilizadores, y constituir un nido
de paz en el que los chicos puedan acumular fuerzas antes de lanzarse a la dura
realidad de la vida. Pero de ahí a menospreciar a las generaciones que debieron
cumplir la hazaña de crear, casi desde la nada, la literatura cubana para
chicos de la que somos herederos (en la que aprendimos a leer y a escribir) me
parece tan inverosímil como ingrato.
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ilustración de Ares, tomada de Hermanas de intercambio, de Eudris Planche Gente Nueva. La Habana, 2016
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En realidad, lo que ocurre en la
literatura cubana, como reflejo del cambio ideológico, económico, social y
político de las últimas tres décadas es un cambio
de paradigma. Pasamos de ver como enemigos del progreso social al
capitalismo, el imperialismo y las “lacras del pasado” (un enemigo exterior), a detectar como enemigos a
las contradicciones e inconsecuencias del propio modelo (un enemigo interno).
De ahí que la literatura cubana (tanto la infantojuvenil como la destinada a
adultos) pasara de un período “épico” en que nuestra sociedad hacía frente común a su enemigo externo, a un
período “patético” en que Cuba se analiza a sí misma y denuncia sus males
internos.
Concluir que la LIJ actual es
mejor que la de las anteriores décadas por el simple hecho de que cambie de
paradigma social y refleje con más realismo la familia, la escuela y algunos
otros estamentos sociales, equivale a revestir un avatar del viejo didactismo y
mantener la visión pragmática y utilitarista que reduce la calidad literaria a
su capacidad de reflejar la realidad objetiva, en vez de asumir que buena
literatura es la que crea una consistente verdad estética.
Una lectura atenta de los libros
más representativos del período 1959-1989 nos permite descubrir que la familia,
la escuela y la sociedad cubanas no fueron siempre representadas en términos
tan estereotipados como pretenden quienes, visiblemente, no se han tomado el
trabajo de releer. En aquellos 30 años se llevó a cabo un largo y complejo
proceso de creación que incluyó, por supuesto, numerosos fiascos; pero no en
mayor medida que la literatura actual. No hay generación superior a otra, sino
generaciones distintas, con objetivos que corresponden a su tiempo. Es dentro
de cada generación y dentro de la obra de cada autor, que se puede atisbar una
mayor o menor originalidad, pertinencia y rigor.
En todo caso, el deseo o
necesidad de hacer una literatura que refleje de manera más realista –o crítica–
nuestra realidad, tampoco surgió de la nada. Algunos autores que posteriormente
desarrollarían lo que se ha dado en llamar “temas tabúes” publicaron, a fines de
los ochentas, relatos con personajes anti modélicos, en particular brujas
buenas o alternativas, que marcaron la transición de uno a otro paradigma.

Las entrevistas incluidas en el
volumen El fuego sagrado (2006)
reflejan una obsesión ética que resulta en realidad bastante problemática: “Un
autor de LIJ ha de ser una persona sin vicios, cumplidor de sus deberes,
ejemplo dentro de la sociedad en que vive. Para enfrentarse a lo mal hecho que
critica en sus obras, tiene que actuar consecuentemente”[8]. Si la
primera frase de Celima Bernal exige de la condición de escritor una perfección
moral no solamente inalcanzable sino desmentida por la historia de la
literatura universal; la segunda presupone que la Misión de la literatura es criticar y mejorar la sociedad… lo
que tampoco responde a la concepción y práctica generales (en Cuba y en el
resto del mundo occidental, hoy y en otras épocas). No muy diferente es la
posición de Pablo René Estévez cuando define al autor ideal como: “un ente con
profundas convicciones éticas y estéticas, portador de altos valores humanos y
orgánicamente insertados en su realidad social”[9]. La literatura, como toda
actividad artística, suele tener entre sus grandes motivaciones la compresión
del ser humano, pero convertirla en instrumento de reforma moral nos devuelve a
los tan criticados tiempos en que la LIJ cubana se fijaba el objetivo de
“formar y desarrollar en nuestros niños y jóvenes una personalidad integral y
cabal, como debe corresponder a los futuros comunistas”[10].
NOTAS
[1]VARIOS: Primer fórum sobre literatura infantil y juvenil. Boletín para las
bibliotecas escolares. La Habana, marzo-junio de 1973, Año III, nro. 2-3, p. 173
[4] PÉREZ DÍAZ, Enrique. http://www.caimanbarbudo.cu/literatura/resena-de-libros/2017/10/las-ninas-sus-abuelas-y-los-libros-para-ninos-que-quizas-no-entiendan-las-abuelas/
[5] MÉNDEZ CAPOTE, Renée: Memorias de una cubanita que nació con el
siglo. Ediciones Unión, La Habana, 1976; p. 9
[6] VÁZQUEZ GALLO, Antonio: Nachito. Editora Juvenil. La Habna, 1965
[7] PITA RODRÍGUEZ, Félix: Niños de Viet Nam. Gente Nueva. La
Habana, 1968; p. 5
[8] BERNAL, Celima. In: Pérez
Díaz, Enrique: El fuego sagrado. Los
escritores cubanos para niños se confiesan. Editorial El Mar y la Montaña.
Guantánamo, 2006, p. 18
[9] ESTÉVEZ, Pablo René. In:
Pérez Díaz, Enrique (2006), p. 80
[10] ROMERO, Cira y COFIÑO,
Manuel: Primer fórum sobre literatura infantil y juvenil. Op.Cit., p.147