El monstruo de Perlique School es mi primera novelita de ambiente y personajes no cubanos. Escrita en poco más de un mes, a comienzos de 1969, recién cumplidos mis 14 años, había sido precedida por una decena de obritas semejantes, pero en su mayoría de ambiente cubano.
Mi precoz "carrera literaria" contaba entonces un par de años y era tan rápida que me permitió acumular 54 títulos (todos ineptos e impublicables) antes de comenzar, unos diez años después, a tomar la literatura en serio... algo en lo que influyó tanto mi ingreso en la facultad de Filología de la Universidad Central de Las Villas (Santa Clara, Cuba) como el haber frecuentado varios talleres literarios: los de los institutos pre-universitarios Carlos Marx (La Habana) y Osvaldo Herrera (Santa Clara), de modo poco asiduo y, ya de manera regular y más seria el taller "Juan Oscar Alvarado". de Santa Clara. y el "Víctor Jara", de la citada universidad.

La mitad de aquellas narraciones (inspiradas por el cine franco-italiano de aventuras, y por la obra de la novelista inglesa Enid Blyton y el historietista belga Hergé, entre otros) tenían protagonistas europeos y escenarios que iban desde Escocia y Terranova o Egipto y el África ecuatorial, hasta Europa Oriental, Centroamérica y el Matto Grosso... e incluso la Luna y el planeta Marte. Sin embargo, el realismo y la "utilidad social" que se predicaba en Cuba por entonces me llevó a inmolar por el fuego toda mi producción de ambiente extranjero... salvo "El monstruo de Perlique School" que, sin ser mejor que otras benefició, supongo, de la excusa de ser la primera en su tipo.

Mis libritos (como los llamaban mis lectores: mi hermana menor, mi hermano mayor, y un par de primas y algún amigo) los "manuscribí" (neologismo que acabo de descubrir en el colofón del texto que aquí comento) llenaron libretas escolares que, en algunos casos, decoré con dibujos tan torpes como mi prosa.
Casi siempre utilicé lápices de dibujo (3H o 5H) cuya dura mina me ahorraba el tiempo que hubiese perdido afilando puntas de grafito común (HB). Gané en velocidad, pero me estropeé la vista, viéndome obligado a usar gafas de aumento (espejuelos, como decimos los cubanos) a los17 años, cuando ya mi miopía me obligaba en sentarme en la primera fila del aula y a preguntar el destino del ómnibus (cubanismo: guagua) que se acercaba a la parada en que me movía en mis tiempos de becario habanero.
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tapa típica de las libretas escolares cubanas durante los años 60 y 70 |
Siguiendo el ejemplo de mis maestros (Blyton, Hergé, Malcom Saville, Ake Holmberg, Josephin Siebe, Astrid Lindgren, etc) organicé mi producción en series que llevaban el nombre de los protagonistas.
"El monstruo de Perlique School" inauguró la serie Mique y Siré (inicialmente Trentín (en burda imitación de Tintín y Milú). Mi héroe se llamaba en realidad Alain Delon, lo que genera algunas confusiones de intención humorística al comienzo de la trama; pero en algún momento me dije que yo no tenía derecho a emplear el nombre de una persona real en una historia inventada, y rebauticé al chico como Jules Delouche. De paso le cambié el apodo: de Trentin (acabo de descubrir que es no solo la forma francesa de la provincia italiana de Trentino, sino un apellido francés) a Mique.
Como se puede apreciar, también otros personajes cambiaron de nombre (yo solía inventar los patronímicos extranjeros según referencias cinematográficas, musicales o de las clases de inglés (el Barón de la Castaña, Lady Madonna, Beatle, Fill Theblanks...).
Mis novelitas de ambiente extranjero se inspiraban en los escenarios de películas y libros. Así, "El monstruo de Perlique School se desarrolla en un colegio de niñas que "copié" de la comedia británica "El asalto al tren de San Trinián", con sendos capítulos en París (donde la vida me trajo a vivir hace un cuarto de siglo) y Marsella (la única gran ciudad francesa que aún no conozco).
Mi obra de madurez ya no se inspira en películas o libros (no directamente, por lo menos), pero tampoco en experiencias vitales concretas. He vivido en ciudades tan inspirantes como París, Río de Janeiro, Copenhague y Buenos Aires, y visitado otras no menos prometedoras (Barcelona, Viena, Munich, Salónica, Estocolmo...) sin que ninguna haya servido de escenario a los treinta y tantos libros que he publicado.
Incluso en mis novelas de ambiente cubano, solo excepcionalmente aparecen sitios reales (La Habana, Varadero) y lo esencial de la trama se desarrolla en lugares que he inventado a base de otros que realmente existen (Santiago de Cuba, Colón, Puerto Padre...). Solo me he apartado de la regla en dos ocasiones: la capital cubana en "La tremenda bruja de La Habana Vieja" (Edebé. Barcelona, 2001 y, en versión reducida, Capiro, 1999) y mi casi natal Santa Clara, que es el reconocible escenario (pese a algunas "licencias poéticas") de "Las aventuras de Sheila Jólmez, por el docto Juancho" que publicó -con modesta tirada- la editorial Capiro (Santa Clara, 2018).