Aviñón, ciudad fundada por los
galos antes de la conquista romana y una de las perlas de la dulce Provenza, en
el sur de Francia, se ha hecho famosa por dos cosas: varios papas instalaron en
ella su capital durante el agitado siglo XIV, y desde hace 66 años es la capital
del teatro mundial. Yo había hecho una corta estancia en Aviñón hace más de
tres lustros, pero en pleno invierno (del 31 de diciembre al 1 de enero) y no
podía imaginar la fiesta fabulosa que es esta ciudad en el mes de julio: cuando
el cielo es de un azul cubano, el aire deliciosamente cálido se anima con el
canto inmutable de las cigarras, y las calles se inundan de carteles y actores
que invitan a presenciar uno de los 1142 espectáculos escénicos (teatro, danza,
música, circo) que participan del festival oficial (el “In”) y del extraoficial
(el “Off”); sin contar las performances de calidad dudosa, pero que atraen la
abundante muchedumbre veraniega, siempre dispuesta a “matar el tiempo” gratis,
que es lo que podríase llamar el festival “Out”.
Yo no soy un aficionado al
teatro. Raramente voy a espectáculos escénicos, y no iba a viajar a Aviñón para
ponerme al día. Pero por razones que no vienen al caso, estuve allí casi tres
días y les regalo algunas de las fotos que hice de la variada arquitectura
aviñonesa y del ambiente festivo que se extiende durante los 22 días del
formidable evento fundado en 1947 por el actor y director teatral Jean Villar
(quien nació hace 100 años, precisamente). Villar fue un visionario de la
democratización de la cultura que decía: “El teatro es un alimento tan
indispensable”’ a la vida como el pan y el vino… Es, ante todo, un servicio
público. Como el gas, el agua y la electricidad”, pero a la gratuidad ocasional
que contenta las conciencias, prefería una política de precios accesibles todo
el año. La ideología progresista y democrática de la Reconstrucción (tras el
fin de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación nazi) marcó la importante
acción de Jean Villar, que no solo fundó el Festival de Aviñón precisamente dos
años después de la Liberación, sino que fundó y dirigió el Teatro Nacional
Popular de 1951 a 1963 y contó con el apoyo de artistas tan brillantes como
Gerard Philippe, Maria Cassarès y Maurice Béjart.
otra calle en ambiente festivalero
Solo vi dos espectáculos y no
pienso comentarlos, pues ya dije que no soy un conocedor del teatro francés
(francófono, como prefiere ser considerado el festival, pues se abre a la
escena mundial en la lengua de Molière –nunca mejor utilizada la fórmula,
puesto que de teatro hablamos) e incluso a otras lenguas. Este año la gran
estrella de la Cour d’honneur (el Patio Central del Palacio de los Papas, que
es la mayor y más prestigiosa “sala” del festival) es el estreno mundial de “El
maestro y Margarita”, de Mijail Bulgakov, en la elogiada adaptación del
británico Simon McBurney. Gran Bretaña es el país invitado de la 66ª edición
del festival.
Me dediqué sobre todo a pasear
la ciudad y a delectarme con el ambiente de inmensa, variada, ecléctica y
cambiante obra de teatro coral que es Aviñón durante su festival.
los distintos espectáculos hacen el "appel" en traje y tono de cada obra
Empecé por volver a visitar
Palacio de los Papas. Pero comencé la visita a las 6 de la tarde y con los
guardianes en los talones, que iban cerrando detrás de mí las distintas salas.
Me consta que no visité partes el inmenso y laberíntico edificio (de hecho son dos
palacios: el “Viejo” y el “Nuevo”, cuya construcción implicó tres papas: Benito
XII, Clemente VI e Inocente VI) donde estuve la primera vez, a mediados de los
90, pero no sé si fue por falta de tiempo o porque durante el festival parte
del palacio resulta inaccesible.
vista interior del palacio de los papas (siglos XII-XIV)
El otro gran monumento de la
“ciudad papal” es el Puente Saint-Benézet, construido en el siglo XII y
reconstruido varias veces hasta que, cinco siglo después, hubo que rendirse a
la evidencia de que el lugar estaba mal escogido, pues la corriente era
demasiado revoltosa. Si es quizás el más famoso puente de Francia es a causa de
una vieja canción infantil querepite:
“Sur le pont d’Avignon on y danse, on y danse…” (En el puente de Aviñón
bailamos, bailamos…”) lo que no es exacto, pues el puente era demasiado
estrecho para permitir el jolgorio… que ocurría, en realidad, DEBAJO del
puente, en las acogedoras márgenes del Ródano.
El puente se rompió muchas veces. A fines del siglo XVII desistieron de reconstruirlo. Tras la capilla se prolonga el puente unas decenas de metros más hasta quedar interrumpido a unos 30 ó 40 metros de la otra orilla
Por ese gusto francés por las
paradojas (pensemos en “Los Tres Mosqueteros”, que canta la gloria de
D’Artagnan, el cuarto mosquetero), lo que quizás ha hecho tan famoso al Puente
de Aviñón, al margen de su belleza y antigüedad, es que ya nadie lo cruza, pues
quedó roto definitivamente desde finales del siglo XVII.
Si vi pocos espectáculos, en cambio recorrí minuciosamente la ciudad intra-muros (la muralla, del siglo XVII) se conserva en toda su extensión y en muy buen estado de conservación), y mi preferencia va para la zona sudeste, en torno a las calles Bonnetire y Teinturiers donde se conservan un canal y los molinos de agua que suministraban la energía necesaria a los talleres textiles.
Aviñón fue la capital de la
cristiandad durante siglo y medio, e incluso después de los papas a Roma, alojó
a dos “anti-papas”, siendo administrada por los sumos pontífices hasta la
revolución que estalla en 1789 y arrasa los abundantísimos monasterios e
iglesias.
Añadir leyenda
Los dos momentos históricos: el dominio de la religión y el anticlericalismo se superponen de manera sorprendente en esta ciudad: no conseguí caminar cinco minutos sin pasar delante de una iglesia o capilla de suntuosa arquitectura… y sin embargo no logré entrar en templo alguno: o estaban cerrados (¿a causa de la hora?) o habían sido transformados en salas de espectáculo u otra instalación cultural.
Agricol parece haber sido nombre corriente en el país provenzal. El más famoso fue obispo y le dejó su nombre a esta bonita iglesia.
También me asombró la peculiaridad
de las librerías aviñonesas. Para una ciudad con Universidad y dominada por
evento cultural de la dimensión del festival de teatro, hay muy pocas, y todas
las que vi vendían libros antiguos, caros, evidentemente destinados a los ricos
franceses –que predominan en el soleado sur de Francia- o extranjeros –que lo
mismo- y no verdaderos lectores. Di por casualidad con una calle que
concentraba varias librerías especializadas en historieta (género muy popular
entre niños, adolescentes y adultos en Francia), pero no vi ni una sola
librería generalista.
De manera que no vi un solo libro infantil, fuera del mercado de libros de segunda mano (todos antiguos, también) instalado junto a la Porte de la Republique, la principal de la ciudad puesto que conecta la calle homónima, principal de Aviñón, con la estación de trenes, situada al otro lado de la muralla.
Miento, vi libros infantiles en la biblioteca municipal. La Sección Infanto-juvenil está excelentemente instalada en un vasto edificio con amplio jardín desde el cual se accede directamente a la amplia y luminosa sala destinada a los más jóvenesque cuenta al pie de una atractiva escalera de caracol con un rincón decorado por un fresco de alegres colores, que parece un libro abierto.
Muebles adaptados a los pequeños
completan el decorado. Una amable bibliotecaria me informó que tenían mi
penúltimo libro francés, y que el último estaba en otra de las bibliotecas de
la ciudad y en el bibliobús.
Aunque tengo por costumbre entrar
en al menos una biblioteca de cuanta ciudad visito, llegué allí por casualidad,
pues mientras deambulaba decidí visitar el museo de Angladon, que sí aparecía
en mi mapa, y se hallaba en la acera de enfrente. Este museo, instalado en una
de esas mansiones que en Francia llaman “hôtel particulier” (hotel particular)
presenta la ecléctica colección de arte de un rico modista de principios de
siglo (algunos Picasso, Degas, Cézanne, Modigliani, Sisley, Van Gogh, Foujita)
y obras de arte chino, y oportuna exposición temporal de los grandes fotógrafos
Nadar (padre e hijo), centrada en imágenes de grandes figuras del teatro a
fines del siglo XIX y durante la Belle Epoque (la Bella Otero, Sarah Bernard,
Mistinguet y otras cuyos nombre reconocí, pero ahora no recuerdo).
América Latina estaba presente de
una u otra manera en el Festival de Aviñón. Entre los carteles, que empapelan
toda la ciudad distinguí varias obras que aludían a Argentina, entre ellas “Eva
Perón” del extravagante genio dramatúrgico argentino-francés Copi y “Correo
Express” de un autotitulado “Théâtre del Caballero de Cuba” con foto del Che
Guevara… que también distinguí en alguna camiseta, producto comercial o vitrina
(del café El Cubanito, que incluso planta al “guerrillero heroico” en medio del
menú)
Este último hallazgo lo hice
demasiado tarde para entrar en el local. Pero ya sé que no hay ciudad francesa
que no tenga su café, bar o restaurante cubano (sin cocineros cubanos y con
oferta gastronómica que poco tiene que ver con las recetas de Nitza Villapol o
de mi abuela).
Caminé tanto por las calles de Aviñón que me gasté los pies. Entre las lindas tiendas de la ciudad hubo una donde descubrí el nombre de Gardel (¿no dicen que era francés?).
Sin embargo, preferí la más
modesta boutique de un fabricante de
zapatos artesanales. Eran más bonitos que cómodos, pero… ¿cómo resistirme a una
marca casi idéntica a mi propio nombre?
Si en el conjunto de la narrativa infantil
occidental el viaje es uno de los motivos más frecuentes y fecundos, en el
corpus de la novela cubana para chicos se revela como motor casi exclusivo;
empezando por Aventuras de Guille (1966),
donde Dora Alonso relata el descubrimiento por un niño de doce años de la
realidad natural y social de su país, y terminando (de momento) con Exploradores en el lago (2009), donde el
autor de estas líneas envía a un grupo de niños a una reserva ecológica cubana
(mitad real, mitad imaginaria)donde éstos deberán poner en jaque a una banda de
traficantes de especies protegidas.
Un recorrido atento por la bibliografía de
la novela infantil cubana permite detectar la preminencia del viaje como
recurso propiciador del desarrollo del o los protagonistas, además de su
utilización como elemento temático y composicional. Ejemplos son la novela de
denuncia social Tafie y la caoba gigante
(1979), de Efigenio Aimejeiras y la de aventuras El secreto de los Esterlines (1980), de Antonio Benítez Rojo, la
pieza maestra de realismo mágico criollo El
valle de la Pájara Pinta, de Dora Alonso o la historia de adaptación a
otros valores culturales y familiares Kike
(publicada como la anterior en 1984), de la cubana radicada en Estados Unidos
desde principios de los años 60 Hilda Perera. También se estructuran en un
viaje (intergaláctico) la noveleta de ciencia-ficción Struff, el beerf, de Antonio Orlando Rodríguez y en un recorrido
(interprovincial) la divertida aventura amorosa María Virginia está de vacaciones, de Gumersindo Pacheco (ambas
estrenadas en 1994), mientras que Ariel Ribeaux narra en su intensa novela El Oro de la
Edad (1997)dos viajes a un mismo lugar (una playa del Este de La Habana) de
dos niñas de condición socio-familiar muy diferentes: una niña negra hija de
obreros y la familia una mujer que ha emigrado a Italia en busca de un
bienestar económico que le paga con el amor de su hija y otras lascas del
corazón.
Pero si Cuba tiene un autor particularmente apegado al
motivo del viaje es Luis Cabrera Delgado (Jarahueca, 1945), autor de Tía Julita (1987), Raúl, su abuela y los espíritus (1998),¿Dónde está La
Princesa? (2000), Vueltas de vidas
revueltas(2002), El secreto del pabellón hexagonal (2008) y La vuelta al mundo en tres
caballos(2010), entre otros títulos en que el recorrido
puede limitarse a su comarca natal, abarcar todo el planeta o alcanzar los
territorios imaginarios situados más allá de la muerte.
Carlos, el titiritero (estrenada en 1995) cuenta el viaje en
busca de un niño triste emprendido por un joven director-actor de guiñol y sus
muñecos Vicaria y Cundiamor (más otros que irán apareciendo según necesidades
de la trama), en una atrevida y eficaz alternancia de narración novelesca y
fragmentos dramáticos diversos.
Como en un cuento de hadas, tres serán los
niños tristes que aparecerán en el camino de los héroes: el primero es huérfano
(le destinarán una representación terapéutica de "El Patico Feo"), al
segundo le falta una pierna (preverán sanarlo con la escenificación de "El
soldadito de plomo") y el tercero sufre sobreprotección y falta de afecto
combinados con una sobredosis de bienes materiales. Los dos primeros niños
habrán recuperado la alegría antes de ser encontrados por los quijotescos
titiriteros, en tanto que curar la tristeza del último -el único radicalmente
infeliz- se revela extremadamente difícil y laborioso, no pudiendo los
protagonistas ofrecerle cuento teatralizado alguno puesto que nadie entiende su
lengua. El tratamiento pasa por los caminos de los juegos folclóricos, puesto
que su incomprensible "idioma" no es otra cosa que la jerigonza
infantil que se consigue añadiendo, por puro juego, el prefijo fonético “chi” a
cada sílaba de las palabras reales.
El trayecto de Carlos y sus títeres está
sembrado de dificultades y pruebas que propician el conocimiento y crítica de
aspectos diversos de la realidad cubana, así como el desarrollo del
protagonista (que conocerá el amor), de Vicaria (que padecerá el letargo de la
Bella Durmiente; aunque sólo sea durante tres años) o del escritor mismo (¡sí,
sí: Luis Cabrera se utiliza a sí mismo como personaje!) que sabrá de la
angustia ante la página en blanco y de la implacable exigencia de los lectores.
La intervención del autor en su obra, hasta
el punto de compartir momentos de la acción con sus personajes, es un truco
genial que remonta por lo menos al siglo XVIII, con Sterne y Diderot, si bien
la referencia que primero me vino a la mente fue Pirandello, dado que su Seis personajes en busca de un autor es
una obra de teatro. Acaso olvido precedentes empleos de esta ósmosis entre el
creador y sus criaturas dentro de la literatura infantil, pero dudo de un
desarrollo tan hábil y consecuente como en Carlos,
el titiritero.
Cabrera empieza con ese programa de teatro
que constituye su primera página. Allí menciona no sólo los personajes que
intervienen en la obra, sino a dos personas: "yo" y "tú".
La forma de participar ese "tú" la abordaré más adelante; en cuanto
al "yo", éste hace su primera irrupción -todavía sutil- en la página
12 (de la edición cubana original, que es la que citaré a lo largo de este
trabajo), donde sin transición alguna leemos:
"Dicen que mi abuelo tenía un mulo
cerrero en el que salía por el campo a vender botones, hilos y dedales. Pues
precisamente en este mulo de los cuentos de mi mamá, fue en lo que a Carlos el
titiritero, se le antojó salir a buscar al niño triste".
Como vemos, el protagonista cabalga en los
recuerdos del escritor. Esto, aparte de ser una metafórica forma de revelar uno
de los secretos de la creación literaria, implica un tipo de relación entre
autor y personajes que se observa también entre Carlos y sus títeres. La
reiteración de episodios en los que Carlos está solo (aunque lleva en la
espalda la mochila "medio vacía" que contiene decenas de marionetas y
personajes que saben entrar en acción en el momento oportuno) ejemplifica de
forma ambigua y paradójicamente esclarecedora los nexos entre realidad y
fantasía.
La cuestión tendrá cumplido desarrollo en
dos momentos decisivos de la novela, en los cuales Luis Cabrera se verá
obligado a intervenir en la acción:
Al comenzar el segundo acto, nos cuenta el
autor (que pasa a personaje narrador en primera persona) que el libro se ha
detenido tres años a causa de su incapacidad para encontrarle salida a la
situación en que concluyó el capítulo precedente. En consecuencia, no sólo los
personajes sino "Mis amigos, los más queridos, los que leyeron lo escrito
hasta allí, no estuvieron de acuerdo conmigo y comenzaron a sugerirme,
aconsejarme, rogarme y, por último, ¡exigirme! continuar" [p.87]. Después
de varias sorprendentes y cómicas peripecias en compañía de sus personajes,
Cabrera escribe: "...al día siguiente debíamos ponernos en marcha, yo de
regreso a Santa Clara para seguir escribiendo este libro y Carlos y sus títeres
para continuar su búsqueda." [p. 90]
En una segunda rebelión de sus criaturas,
el autor se verá denunciado ante el presidente de la Unión de Escritores y uno
de los títeres llegará a decir: "Él pensará que es muy buen escritor, pero
a la verdad que con este cuento, falló por completo" [p.149]. Esta vez
Luis Cabrera-personaje no abandona su puesto ante la máquina de escribir, sino
que responde con un telegrama y con la introducción de los personajes que deben
resolver el problema que impide el desenlace: Sherlock Holmes y el doctor
Watson, nada menos.
Así tocamos uno de los recursos más
fructíferos de la novela: la intertextualidad. No se trata únicamente de la ya
mencionada utilización de fragmentos teatralizados de clásicos infantiles, sino
también de la presencia entre los títeres de personajes correspondientes a esas
y otras obras literarias. Igualmente se observa la incorporación de materiales
folclóricos criollos: el Gallo de Morón, el Chucho Escondido y la Gallinita
Ciega (estos dos funcionando como personajes al tiempo que sus respectivos juegos
lanzan la trama), mientras otros elementos de la tradición popular se integran
como recursos de la narración (el telegrama que le envían a Luis Cabrera sus
amigos indignados cita una conocida rima folclórica al decir, textualmente:
"Flor amarilla, flor colorá, si tienes vergüenza no nos hables más"
[p. 87].
Entre los géneros dramatúrgicos integrados
a la novela no faltan el drama clásico español, el teatro bufo cubano y el
moderno espectáculo escénico interactivo; pero la interrelación abarca también
formas del arte y la comunicación como la novela radial, el comic y muy
especialmente los dibujos animados. Otras presencias, tales como notas de
prensa -plana o hertziana-, telegramas, una convocatoria de concurso,
canciones, fórmulas procedentes del universo de la burocracia, etc, nos remiten
al no menos rico ajuar de intertextualidad y metacultura, presente en Carlos, el titiritero.
Los dibujos animados y otras formas de
cultura de masas tienen una utilización muy importante en la novela; son ellos
los que permiten la participación del lector (el "tú" de que hablé al
principio). Y no me refiero exclusivamente a la presencia de personajes que ese
medio ha popularizado (destacaría al cubano Elpidio Valdés), ni a técnicas
cinematográficas como el intencionado desplazamiento de la perspectiva del
narrador (imitando el cambio del ángulo de la cámara para preservar la sorpresa
de un gag), apunto sobre todo a que
son incontables los momentos de la obra que reconstruyen clichés de la sintaxis
narrativa del dibujo animado: personajes que se caen para atrás del asombro,
desproporción entre un acontecimiento grave y el comportamiento flemático del
protagonista, cambios repentinos de personalidad, cortinas de humo, etc.
Tales "citas" son deliberadas y
para evidenciarlo el autor escribe un párrafo como éste:
"Y como una película, de esas que
terminan bonito, se acabó el cuento; por una calle alumbrada de vidrieras se fueron
caminando el papá, la mamá y los dos hijos con los cisnes del segundo acto del
Patico Feo revoloteándoles encima" [p.127].
El manejo de estas fuentes sirve para
movilizar la experiencia estética del niño, más nutrida de dibujos animados que
de fuentes literarias o dramáticas. Es por esto que el autor deja que sea una
referencia cinematográfica la que determina la solución del episodio/conflicto
final: la imposibilidad de despertar a Vicaria. Cabrera aprovecha la presencia
en dos cuentos -"Blanca Nieves" y "La Bella Durmiente"- del
motivo del letargo (que la embrujada heroína sólo puede vencer gracias a un
beso de amor), para que la clave del desenlace esté en detectar cuál de las dos
princesas está representando la citada marioneta.
Sherlock Holmes aclara: "...ella no se
puso el traje azul y negro de Blanca Nieves, sino uno rosado" [p. 157].
Como toda persona con la suficiente cultura literaria sabe, ni Perrault ni los
Hermanos Grimm especifican el color de la vestimenta de las princesas en sus
respectivas versiones de ambos cuentos. Esto es algo que, como todo niño con
una elemental cultura cinematográfica sabe, es significativo sólo en el mundo
tecnicolor de Walt Disney.
Son muchas las facetas de esta enjundiosa
novela que, de tener el espacio suficiente, me hubiera gustado destacar. Sólo
añadiré que su estructura es extremadamente compleja (lo que se nota menos en
su plan externo que en el interno), debido a la introducción de once
(di)versiones teatrales y de la fragmentación de episodios y contratiempos,
inherente a la telenovela y a la novela radial (género este último
abundantemente cultivado por nuestro autor). Igualmente enriquecen la
composición del relato los juegos de repetición/mutación característicos del
folclore infantil y técnicas procedentes de la nueva novela latinoamericana
tales como la "caja china" y los "vasos comunicantes".
Es precisamente esta capacidad de combinar
osadas búsquedas estilísticas con formas y materiales del folclor y la cultura
de masas, lo que establece la singularidad de Carlos, el titiritero y lo que permite a Luis Cabrera Delgado,
auxiliándose de un buen uso del humor, del lenguaje criollo y de la abundante
peripecia, hacer una novela experimental que sin embargo logra una intensa
comunicación con el lector infantil.
BIBLIOGRAFIA CITADA
Aimejeiras, Efigenio: Tafie y la caoba gigante. La Habana.
Gente Nueva, 1979.
Alonso, Dora: Aventuras de Guille. La Habana. Gente Nueva, 1966.
_____________: El valle de la Pájara Pinta. La Habana. Casa
de las Américas, 1984.
Benítez Rojo,Antonio: El secreto de los Esterlines. La Habana. Gente Nueva, 1980.
Cabrera Delgado, Luis:
Tía Julita. La Habana. Ediciones Unión,
1987.
______________________:
Carlos, el titiritero. La Habana. Gente Nueva, 1995; Quito. Libresa, 2012.
______________________:Raúl, su abuela y los espíritus. La Habana.
Gente Nueva, 1998.
______________________:¿Dónde está La Princesa? La Habana. Gente Nueva,
2000.
______________________: Vueltas de vidas revueltas. Quito. Libresa,2002
______________________:
El secreto del pabellón hexagonal. La Habana.
Gente Nueva, 2008.
______________________:
La vuelta al mundo. Quito. Santillana,2010.
Pacheco, Gumersindo: María Virginia está de vacaciones. La
Habana. Casa de las Américas, 1984.
Ribeaux, Ariel: El Oro de la Edad. La Habana. Ediciones
Unión,1997
Perera,Hilda: Kike. Madrid. Ediciones SM, 1984.
Rodríguez,Antonio Orlando: Struff, el beerf. Abril, La Habana, 1996; Educar, Bogotá, 1997.
Rosell, Joel Franz: Exploradores en el lago. Alfaguara.
Madrid, 2009; Santillana, 2017
__________________
Joel Franz ROSELL
Versión actualizada del artículo
originalmente publicado en la Revista Latinoamericana de Litertura Infantil y
Juvenil, nº 5. Bogotá, enero-junio de 1997.
Acabo de regresar de la Fiesta del libro infantil de Firminy (ciudad de apenas 18 000 habitantes situada en la ex región minera de Saint-Etienne, en el centro-este de Francia). El evento, desarrollado con ambición por un equipo de bibliotecarios, maestros y otros apasionados del libro, contó con una decena de autores e ilustradores que comenzamos por visitar las escuelas de la ciudad, antes de afrontar el “gran público” durante el fin de semana.
Los 10 autores invitados fuimos alojados en el mismo hotel y compartimos las comidas y otros momentos libres. Ese es uno de los aspectos en que los salones del libro que tienen lugar en provincias se revelan más interesantes que los grandes eventos capitalinos (el Salón del Libro de París o el Salón del Libro Infantil de Montreuil). Vista la gran cantidad de profesionales del libro infantil en Francia, no me sorprendió el hecho de no conocer a ninguno de mis colegas Sandrine Bonini, Emmanuelle Eeckhout, Arnaud Alméras, Alice Brière-Haquet, Delphine Brantus, Stéphanie Ledu, Yves Hughes, Viviane Koenig y Stanislas Gros, y eso que formábamos un grupo representativo del sector en Francia : un autor que también publica para adultos, una autora « pura », dos autoras-ilustradoras, una ilustradora que al fin comenzó también a escribir y una autora de novelas con fondo educativo (como en otros países, en Francia las mujeres sont mayoría en el campo de la LIJ), así como un autor de historietas.
delphine brantus
Arnaud Alméras
Sandrine Bonini
Alice Briere-Haquet et yves Hughes
viviane koënig
El tema de la Fiesta del libro de Firminy fue en 2012 “La Noche” y el libro que propició mi participación activa fue mi más reciente título francés: “Petit Chat Noir a peur du soir” (“El gatito negro que le temía a la noche”, inédito en castellano). Es uno de mis escasos libros para primeros lectores: La Nube (Sudamericana, 2001), Javi y los leones (Edelvives, 2003) y Beste bat nahi dut! (A Fortiori, 2008, edición solo en euskera). Como tengo más experiencia con chicos mayores de 6 años, llegué con cierta ansiedad a mi primer encuentro en la escuela Du Mas (yo hubiera preferido que fuese Dumas, Alejandro).
Era, además, la primera vez que me veía, cara a cara, con los lectores de mi “Petit Chat Noir…”, estrenado hace exactamente un año por la poderosa editorial Bayard.
Pronto descubrí que los pequeños habían adorado mi cuento y que me esperaban con enorme excitación. Sigueron con suma atención y lucidez mis explicaciones acerca de cómo concebí el libro que habían leído y todo cuanto les conté sobre mi trabajo escritor e ilustrador.
Empecé por mostrarles el dibujo de un niño de su edad que recibí hace la friolera de 19 años y en el cual se veía precisamente un gatito negro y la leyenda (con una encantadora falta de ortografía) que me dio la idea de un texto que ilustré con mis torpes dibujos de entonces y le mandé por correos. Afortunadamente había tomado la precaución de guardar una fotocopia y en 2008, después que Bayard me rechazara otros textos “profesionales”, saqué de mi archivo aquella primera historia escrita directamente en francés y… ¡bingo! No solo fue publicada en la revista Tralalire en 2008 sino que funcionó tan bien que tres años después fue recuperada por la misma editorial para su excelente colección de álbumes Les belles histoires.
Los pequeños de Firminy siguieron con interés el largo proceso que inicia una simple idea y avanza más o menos laboriosamente hasta el manuscrito, los primeros bocetos de ilustración, la maqueta a base de ilustraciones terminadas y, finalmente, el libro impreso. A modo de ejemplo les presenté diversas etapas de dos de los libros que no solo he escrito sino también ilustrado: “La canción del castillo de arena” (A Fortiori, 2007) y el todavía inédito “Taita Osongo: el camino del monte”.
Una de las cosas que más apreciaron fue detectar las diferencias entre “La canción del castillo de arena”, cuya versión española es posterior a la francesa y cuenta con varias ilustraciones sensiblemente mejoradas. Por supuesto, les conté otros de mis cuentos, y luego jugamos a inventar juntos una nueva historia a partir de los elementos básicos imprescindibles a cualquier relato: personajes, lugares, acciones, conflicto, sentimientos…
En la Feria del libro propiamente dicha, todos los autores estábamos sentados tras las mesas –dispuestas en un gran cuadrado por la única librería de Firminy– que contenían parte de la bibliografía de cada uno. A mis cinco libros franceses disponibles, añadí algunos de mis títulos en castellano, y varios partieron en compañía de adultos que practican nuestra lengua (la más estudiada en Francia, después del inglés). Tantos ejemplares dediqué (con unas simples frases o con dibujos en el caso de los libros que he ilustrado) que al coger el tren de regreso a París tenía con comienzo de tendinitis en el codo.
Firminy es, como dije al principio, una pequeña ciudad con un pasado minero. No es una ciudad particularmente bella, pero cuenta con un patrimonio arquitectónico no despreciable, puesto que allí se encuentra el único conjunto coherente del revolucionario arquitecto Le Corbusier (1887-1965): la Casa de la Cultura, el estadio, la iglesia (quedó inconclusa y una vez concluida en 2005, se destinó a albergar un centro cultural privado) y la piscina (obra de un discípulo del polémico constructor). En una colina cercana se levanta la inmensa Unidad Habitacional, no menos polémica.
Pero, por supuesto, lo que me llevé en el corazón fueron mis encuentros con los pequeños, tan sinceros y entusiastas con los autores e ilustradores que tenemos el enorme privilegio de tocarles el corazón con nuestras palabras y dibujos. Esto alimenta mi expectativa por la próxima publicación de “¿De quién es el balón?”, el primer album de una serie para chiquitos que publicará Kalandraka en mayo (un segunto título está previsto en víspera de la fiestas de Navidad). El protagonista de la serie es el mismo gatito de mi último libro francés, pero su primera aventura española no será la que compartí con los pequeños de Firminy. Tampoco las ilustraciones serán las mismas: en lugar de los dibujos entre modernos e ingenuos del italiano Beppe Giacobbe, Kalandraka ha preferido (¡y yo muy contento!) las formas más redondas y expresivas de la alemana Constantze von Kitting.
A principios del mes pasado, dentro de las actividades de la Feria Internacional del Libro de la Habana, los escritores Reynaldo González, Leonardo Padura y Senel Paz participaron en un panel titulado “Tan cerca y tan lejos. Literatura cubana de autores residentes fuera del país” en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Una versión televisiva que recoge algunos momentos de la discusión puede verse en:
Reynaldo González, Premio Nacional de Literatura (2003), afirmó la pertenencia de todos los autores cubanos, “donde quiera que estén”, al ámbito literario del país, “más allá de la politización extrema” y Leonardo Padura, novelista reconocido internacionalmente, dijo incluso que la literatura de una nación, “con independencia de lo que pueda decir una Constitución, está por encima de las coyunturas políticas determinadas que existan en momentos específicos”.
La revista on line de literatura hispanoamericana OTRO LUNES consagra un amplio espacio en su número 22 a las reacciones de varios escritores cubanos, de diferentes generaciones y posiciones , y residentes en diversos países. Las respuestas de Antonio Álvarez Gil, Alberto Lauro, Arnoldo Tauler, Félix Luis Viera, Jesús Hernández Cuéllar, Joaquín Badajoz, Michael Hernández Miranda, Rolando Jorge, Santiago Méndez Alpízar, Waldo Pérez Cino y yo mismo, entre otros, pueden leerse en: http://otrolunes.com/punto-de-mira/respuestas-desde-la-otra-orilla/
A continuación reproduzco íntegramente mi contribución personal al debate:
OTRO LUNES: Se ha avanzado mucho en la eliminación de las barreras que dividen a la literatura cubana que se hace en la isla de la que se escribe en el exilio, es una de las tesis manifestadas en este panel. ¿Hasta dónde crees que sea cierta esa afirmación?
Indudablemente hay una mejoría respecto a los años 60, 70 u 80, épocas de radical amputación; pero resulta poco en comparación con lo que falta para una completa abolición de la incongruente barrera levantada entre la literatura producida en la Isla y la generada por la Emigración. En su oleaginosa respuesta a la posibilidad de invitar autores emigrados a la Feria Internacional del Libro de La Habana, el propio Reynaldo González confirma la ruptura: afirma que no nos conoce, pero se permite considerar que en el exterior hay demasiados “escritores” sin obra que los avale (yo diría que en proporción similar a los que en Cuba mal justifican su condición de autores). El problema es, entonces, no solo de ignorancia sino de prejuicios. De hecho, es difícil que un Liborio del montón (no es el caso de González) conozca aunque sea remotamente la realidad de la literatura cubana fuera de sus fronteras. Pero ¿qué sabe el emigrado lector de la literatura en la isla? A juzgar por las manifestaciones de escritores emigrados muy mediáticos, en Cuba no habría literatura. Otro carácter tiene la reflexión de Padura, avalada por el docto Ambrosio Fornet, acerca de la literatura escrita en inglés por cubanos residentes en Estados Unidos. La idea de que la substancia identitaria de una literatura es la lengua no es concluyente. Argentinos y uruguayos hablan y escriben el mismo castellano, y sin embargo, sus respectivas literaturas no se substituyen la una a la otra. Tampoco el ejemplo de un escritor catalán que no por ello deja de ser español es buena, puesto que España siempre fue un territorio multilingüe. Por otra parte, un escritor de Cataluña puede escribir en catalán y en castellano y en ambos casos su obra será incuestionablemente española, pero… ¿serán ambas literatura catalana? El caso de un autor emigrado es diferente: yo escribo actualmente en castellano y enfrancés. En algunos casos he traducido simplemente y en otros he rescrito en francés un texto concebido en español, pero también me ha ocurrido que el texto venga primero en francés y solo después (de la publicación en Francia, incluso) haya hecho la versión en mi lengua natal. No existiendo diferencias esenciales entre las obras escritas en castellano y las escritas en francés, tampoco hay razón para separar estas últimas de mi producción, que sigue siendo, por supuesto, cubana.
Es algo mucho más sutil y profundo que la lengua o el lugar de residencia lo que determina la identidad de una obra literaria: valores, sensibilidad, compromiso con los destinos de la Nación, cierto tipo de imaginario y hasta una determinada manera de tratar la lengua literaria (que no debe reducirse al idioma, que en nuestro caso es internacional y practicado por 30 millones de personas en un país ajeno a la raíz hispana como Estados Unidos). Recordemos que Martí, cuando vivía en Nueva York, escribió en inglés e incluso en francés sin que a nadie se le ocurra separar esos textos de su obra cubanísima… de emigrado casi permanente.
En resumen, que tampoco la “extranjeridad” de la lengua utilizada por algunos autores (forzosamente emigrados) venga a servir de machete para, una vez más, podar groseramente la literatura cubana (no hay árbol de tronco es poderoso sin copa frondosa). Aunque me inclino a creer que la reflexión de Padura/Fornet no pretende seccionar sino provocar un debate que, en términos de ciencia literaria, no puede sino enriquecernos.
Para llegar al meollo de la pregunta de Otro Lunes, debo precisar que no dispongo de información precisa sobre los autores emigrados presentes en la edición cubana; pero como viajo al país con cierta regularidad y me asomo con frecuencia a su panorama literario, creo poder afirmar que raros son los emigrados que publican en Cuba (libros enteros, o cuentos, poemas, piezas dramatúrgicas y ensayos en revistas y antologías). La experiencia me permite opinar que la decisión de publicar a un emigrado se estudia caso a caso, valorando la posición política del autor y el contenido del libro en cuestión, y no su calidad literaria global. Estoy seguro, además, de que el paso inicial suele darlo el autor expatriado y no el home club.
De la veintena de libros que he publicado en España, América Latina, Francia y otros países, solo tres han sido editados en Cuba desde que me fui en 1989. Esos tres títulos salieron en 1996, 1999 y 2011 por Ediciones Capiro, de mi casi natal ciudad de Santa Clara. En cambio, ninguno de los libros -avalados por ediciones extranjeras y buenas críticas- que he propuesto a las editoriales capitalinas Gente Nueva y Unión, y a las editoriales provinciales Oriente y Cauce han sido, hasta ahora, aceptados, y en muchos casos ni siquiera he recibido respuesta alguna. Todos mis intentos por publicar en las revistas nacionales artículos sobre literatura infantil -campo en el tengo cierto crédito internacional- se saldaron en completo fracaso. ¿Hemos de concluir que solo me otorgan su confianza mis antiguos amigos-paisanos de Villa Clara? No, puesto que algunos de mis cuentos han sido incluidos en antologías de Unión, Gente Nueva y Abril, y en el portal electrónico Papalotero, de la Biblioteca Nacional, mientras la comunicación que presenté en un Encuentro de literatura infantil de Sancti Spiritus fue uno de los trabajos incluidos en la selecciónEl sueño y la luz(Ediciones Luminaria, 2006). Bien poco, en todo caso, comparado con mis bibliografías española, francesaargentina.
No me detendré en las diversas iniciativas que he emprendido para evitar mi completa desaparición del panorama literario de mi país. Solo diré que he sido de una paciencia y perseverancia en las que pocos me reconocerían. Cada quien actúa según principios, condiciones y objetivos que a nadie es dado juzgar, y probablemente no son muchos los colegas expatriados que comparten mi postura; sin embargo, hay que ser ingenuo o hipócrita para afirmar que si pocos autores de Afuera han publicado Adentro es simplemente por su falta de interés. El interés debería ser de ambas partes, pues si como acierta Reynaldo González, un escritor no debe renunciar a su público natural: sus compatriotas, tampoco un país debe renunciar a sus escritores naturales: los que han nacido bajo su cielo. Pero digo más: si el orgullo personal de un autor le impidiese andar insistiendo, el interés nacional dispensa de similar escrúpulo al representante de una editorial o publicación periódica insular que sea consciente no solo de la valía de un escritor emigrado, sino de la necesidad de reflejar la auténtica diversidad de nuestras Letras. En este terreno hay que reconocerle a Enrique Pérez Díaz un par de antologías de cuentos infantiles donde se codean “tirios” y “troyanos” y parece dispuesto a mantener una línea similar en Gente Nueva, editorial nacional que dirige desde hace unos pocos años.
Alguien dirá (ya me lo han dicho) que a mí realmente no me hace faltapublicar en Cuba. Tengo el privilegio de haber publicado de manera continua y estable en varios países y lenguas, de vivir (modestamente) de mi obra, de haber recibido elogios y premios en lugares diversos, empezando por mi Francia adoptiva. En situación parecida o mejor se encuentran otros muchos escritores cubanos de la diáspora; pero la cuestión no está en la falta que pueda hacernos a nosotros el público original, sino la falta que le hacemos nosotros a los niños y adultos cubanos. Lo que me hace pasar por encima de otras consideraciones (y como Elena Burke y Portillo de la Luz, “persistiré…”) es pensar que nosotros, los autores que tenemos la oportunidad de ser leídos bajo otros cielos, no debemos dejar solos a quienes pueden leer únicamente los libros que se publican bajo nuestro primer cielo.
OTRO LUNES: ¿A qué razón atribuyes que exista (y sea mencionada varias veces por los panelistas) esa intolerancia hacia "la otra orilla" tanto dentro de los escritores cubanos de la isla como dentro de los escritores cubanos del exilio? No creo que exista ni la sombra de una duda respecto a porqué la literatura cubana, a diferencia de la de otros países, donde las fronteras son meras circunscripciones administrativas, está dividida: la intolerancia político-ideológica y la tendencia a reducir la literatura a un vehículo de ideas es la única causa; todo lo demás son ingredientes secundarios o condimentos de una sopa amarga e indigesta. El escritor que se opone a la continuidad y/o proyecto del régimen político en vigor en Cuba, o del que se teme una manifestación en tal sentido, queda excluido de toda existencia literaria en su patria, sean cuales sean el valor literario y/o el signo ideológico de su(s) obra(s). Como en la otra banda nos publican empresas privadas (situadas en diversos países) y por tanto sin control centralizado “de arriba”, no puede pretenderse una situación equiparable; sin embargo, no le neguemos ninguna racionalidad a las suspicacias de la Isla: los escritores emigrados que temen ser considerados por “la Comunidad” amigos o “tibios” respecto al estado de cosas en Cuba, descartan cualquier posibilidad de ser asociados al panorama literario en el territorio que los vio nacer.
No me parece racional que en pleno siglo XXI se pueda considerar –en Cuba o en la Florida- que por el hecho de publicar en el otro lado, un autor se convierte automáticamente en seguidor, instrumento o vocero del susodicho. El escritor que así lo desee, puede militar contra el régimen castrista o a favor de la Revolución (como dirá cada bando) desde su obra literaria o desde fuera de ella, manifestarse públicamente o en privado, radicalmente o con circunspección y hasta con contradicciones. Nada de ello debería pesar en la decisión de publicar a dicho autor en un lado o en el otro (suponiendo que no hay más que dos lados, como si viviésemos en un mundo bidimensional como el de los viejos cartoons).
En cierta época, Cabrera Infante podía acusar de boicot a los medios culturales franceses de izquierda; la última vez que vino a Francia, pudo comprobar que ya no era tan así. Espero que más temprano que tarde en La Habana y en Miami (en Ciudad México y en Madrid, etc) se alcancen la madurez y la serenidad necesarias para superar extrapolaciones, y se acepte que un escritor, independientemente de su obra, pueda expresar, con franqueza aunque con respeto para su anfitrión (editorial, revista o evento), su desacuerdo con determinada conducción política… sin que la cosa acabe en riña, en trifulca (¿en qué? pregunta el sordo… y concluye: ¡Ah, entonces no era tan niña!). Mientras las comunidades emigradas más coherentes, fuertes y radicales no admitan “en el seno de la cultura cubana libre” al escritor que “se vende” al Castrismo (pudiendo ensalzar al autor de un libro que pierde trascendencia estética en su obsesión por ajustar cuentas… con injusticias que pueden ser flagrantes) y mientras la literatura sea tratada como una cuestión de Estado y como un instrumento político (negándole honradez y calidad literaria a quien no suscriba la llamada -con mayúscula proselitistay no ortográfica- Revolución), la tolerancia respecto a opiniones discordantes será imposible (decía Máximo Gómez: “el cubano, cuando no llega; se pasa”) y nuestra literatura, como nuestra Nación, seguirá escindida.
Pero que el árbol no nos impida ver el bosque y las pícaras ardillitas que viven en sus ramas. En los años de más intensa emigración no faltó en Cuba quien supiera aprovechar el lugar dejado vacante para instalarse, y este protagonista precario no ve con buenos ojos al que no “se janeó” los peores años del Período Especial y ahora vendría a disputarle su lugarcito al sol. Que los emigrados tengamos nuestro propio saco de miserias no impide que, cuando viajamos a Cuba, los que se quedaron se sientan inclinados a culparnos de no haber sufrido lo que ellos, como si en lugar de víctimas diferentes fuésemos un órgano vital del victimario común.
Para decirlo claramente: no es solo la Institución sino algunos de sus componentes aislados los que pueden revelarse peores enemigos de la reconciliación literaria cubana.
Encuentro con lectores de la biblioteca Martí, de Santa Clara, centro de Cuba, en febrero de 2011
OTRO LUNES: Reinaldo González, ante la pregunta de que ¿por qué no se invitan escritores cubanos del exilio a la isla? dijo, entre otras cosas, que "si tuviéramos empezar a invitarlos, no es así", "la patria es esta...", reduciendo el asunto a que los escritores que viven fuera tienen primero que manifestar el interés de ir y publicar en su "público natural": Cuba. Padura, entretanto, dice que, más importante que traer a un autor es que sus libros circulen en la isla. Ambos, en diversos momentos, insistieron en que la literatura va más allá de posiciones políticas distintas y aseguraron que, entre todos los exponentes de la cultura del país, existe una voluntad de unir ambas orillas. Subrayo la frase porque deja la pelota en terreno del exilio. ¿Qué dirías sobre este tema?
Pese a una posición un poco más franca, Padura yerra al pretender que lo que importa es publicar nuestros libros y no invitarnos a la FILH (y a otros eventos literarios en el territorio nacional) puesto que ambas cosas son una en la vida literaria cubana actual. ¡Como si alguien ignorase que hoy todos los libros insulares se publican para la Feria y que libro que no se presente en ella es libro muerto, y su autor un espectro! Por supuesto que hay que publicarnos, pero también han de dejarnos subir a la palestra (ocasiones he tenido de ver cómo escamoteaban la silla desde la cual tenía yo derecho a ventilar mi libro, y que me había sido prometida… ¿en un momento de debilidad?). Pero ¿qué responsable literario de la Isla corre el riesgo de quitarle el cascabel al gato? Nuestro eventual anfitrión se vería obligado a pagar por las declaraciones incómodas que pudiésemos hacer (y que nos serían también descontadas del permiso a volver a visitar el país aunque solo fuese como simple cubano-residente-en-el-exterior).
Por otra parte, ¿porqué los escritores emigrados deberíamos aceptar en la patria un tratamiento diferente al que reciben los escritores residentes en Cuba que sí son invitados a toda clase de eventos en otros países? Si de vez en cuando los organizadores de esos eventos evitan, por iniciativa propia o por presiones de La Habana, convertir una mesa en bello ejemplo de unidad y lucha de contrarios, también he tenido la ocasión de compartir evento (extranjero) con compatriotas de cuyas ideas disiento y hasta de ver al propio Padura junto a paisanos-colegas de otra opinión política sin que nadie se ofendiera ni se autocensurase… en demasía.
Es obvio que Cuba, más que cualquier otro país, tiene la obligación de invitar, publicar y estudiar a sus escritores emigrados.Si nadie puede negar que la Emigración es un componente esencial de la realidad cubana contemporánea desde el punto de vista demográfico o económico, ¿cómo pretender que la literatura en emigración no sea un componente esencial de la cultura cubana posterior a 1959? Incluso aquellos que disponen, como en Estados Unidos, México o España, de un grupo numeroso de colegas cubanos y hasta de cierto “público”, no pueden prescindir de la escena insular; como dicha escena no puede autorizarse el despilfarro de prescindir de parte tan notable y complementaria de su cuerpo intelectual… aunque no sea más que porque muchos libros que se estrenan en el exterior fueron concebidos en Cuba poco antes (¿Cuál es la diferencia entre un cubano de Cuba y un cubano de Afuera? Que el cubano de afuera ya se fue).
Algunos escritores, funcionarios y escritores-funcionarios podrían coger la opinión de Padura por las hojas y aceptar que nos publiquen (a algunos), pero no nos inviten a palestras prestigiosas como la Feria del Libro o programas de televisión. Saben que hacer esto último implicaría, a la larga, la cuestión de porqué los escritores emigrados no somos tenidos en cuenta por la crítica y las autoridades culturales, y ningún residente en el exterior ha recibido el Premio de la Crítica y mucho menos el Premio Nacional de Literatura. Si acaso nos dan “premios de consolación”; como cierta escritora cuya novela -publicada en la Isla-fue finalista del Premio de la Crítica o, como este servidor, que ha visto seis de sus libros (solo uno de ellos publicado en Cuba) recompensados con el imperceptible premio La Rosa Blanca de la Sección de Literatura Infantil de la UNEAC.
Por supuesto, tanto la escritora que no nombro como el abajo firmante viajamos a menudo a Cuba y no decimos cosas demasiado incómodas en momentos o lugares inoportunos.
La falta de recursos materiales es una buena excusa. Es comprensible que Cuba no nos abone derechos de autor en moneda convertible; que no nos paguen pasajes de avión, hotel y restaurante en caso de una eventual invitación oficial a eventos prestigiosos; pero eso no nos impide percibir aún más la presencia en nuestra patria de intelectuales extranjeros, en su mayoría latinoamericanos (los que integran cada año el premio Casa de las Américas, por poner un ejemplo). Tengo entendido que en los últimos años (de crisis) esos “invitados” corren con la casi totalidad de sus gastos. Pero tanto hoy como en tiempos de bonanza la mayoría de esos escritores han compensado su estancia con la moneda de la solidaridad y/o de la reciprocidad que ha permitido a tanto residente en Cuba –escritor con obra o mero “culturoso”- ser calurosamente acogido y/o publicado allende nuestras fronteras.
... En fin, que junto a tanta gloriosa bandera ondea, en las dos bordas de nuestro común barco, no poco trapo sucio. Bien haríamos en arriar algunos estandartes y conversar como civilizados. Dije arriar estandartes, no arriar conciencias y corazones. Todo el que ha sido herido profundamente, todo el que considera que su lucha no puede ser librada sino en la cruda trinchera, tiene el derecho y hasta el deber de mantener su posición. Pero alguien debe ir a la mesa de negociaciones. Como la economía, terreno en el que el presidente Castro (Raúl) se muestra dispuesto a empezar la apertura, la literatura puede servir de “tierra de nadie”, es decir, de tierra de todos en la cual sembrar la Cuba reunificada del futuro.
La problemática de la emigración es un elemento clave de la Cuba contemporánea. Desde hace varios meses, el escritor y periodista Félix Luis Viera, residente en México desde mediados de los 90, viene publicando en portal CubaEncuentro una serie de entrevistas a personalidades culturales de la diáspora cubana. Yo fui uno de los últimos entrevistados, casualmente, un par de días antes de la difusión del debate en la UNEAC. De alguna manera, esa entrevista complementa los criteros arriba expresados.