A principios del mes pasado, dentro de las actividades de la Feria Internacional del Libro de la Habana, los escritores Reynaldo González, Leonardo Padura y Senel Paz participaron en un panel titulado “Tan cerca y tan lejos. Literatura cubana de autores residentes fuera del país” en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Una versión televisiva que recoge algunos momentos de la discusión puede verse en:
http://www.youtube.com/watch?v=NjbpsPYO7rM
La revista on line de literatura hispanoamericana OTRO LUNES consagra un amplio espacio en su número 22 a las reacciones de varios escritores cubanos, de diferentes generaciones y posiciones , y residentes en diversos países. Las respuestas de Antonio Álvarez Gil, Alberto Lauro, Arnoldo Tauler, Félix Luis Viera, Jesús Hernández Cuéllar, Joaquín Badajoz, Michael Hernández Miranda, Rolando Jorge, Santiago Méndez Alpízar, Waldo Pérez Cino y yo mismo, entre otros, pueden leerse en: http://otrolunes.com/punto-de-mira/respuestas-desde-la-otra-orilla/
A continuación reproduzco íntegramente mi contribución personal al debate:
OTRO LUNES: Se ha avanzado mucho en la eliminación de las barreras que dividen a la literatura cubana que se hace en la isla de la que se escribe en el exilio, es una de las tesis manifestadas en este panel. ¿Hasta dónde crees que sea cierta esa afirmación?
Indudablemente hay una mejoría respecto a los años 60, 70 u 80, épocas de radical amputación; pero resulta poco en comparación con lo que falta para una completa abolición de la incongruente barrera levantada entre la literatura producida en la Isla y la generada por la Emigración. En su oleaginosa respuesta a la posibilidad de invitar autores emigrados a la Feria Internacional del Libro de La Habana, el propio Reynaldo González confirma la ruptura: afirma que no nos conoce, pero se permite considerar que en el exterior hay demasiados “escritores” sin obra que los avale (yo diría que en proporción similar a los que en Cuba mal justifican su condición de autores). El problema es, entonces, no solo de ignorancia sino de prejuicios. De hecho, es difícil que un Liborio del montón (no es el caso de González) conozca aunque sea remotamente la realidad de la literatura cubana fuera de sus fronteras. Pero ¿qué sabe el emigrado lector de la literatura en la isla? A juzgar por las manifestaciones de escritores emigrados muy mediáticos, en Cuba no habría literatura.
Otro carácter tiene la reflexión de Padura, avalada por el docto Ambrosio Fornet, acerca de la literatura escrita en inglés por cubanos residentes en Estados Unidos. La idea de que la substancia identitaria de una literatura es la lengua no es concluyente. Argentinos y uruguayos hablan y escriben el mismo castellano, y sin embargo, sus respectivas literaturas no se substituyen la una a la otra. Tampoco el ejemplo de un escritor catalán que no por ello deja de ser español es buena, puesto que España siempre fue un territorio multilingüe. Por otra parte, un escritor de Cataluña puede escribir en catalán y en castellano y en ambos casos su obra será incuestionablemente española, pero… ¿serán ambas literatura catalana? El caso de un autor emigrado es diferente: yo escribo actualmente en castellano y en francés. En algunos casos he traducido simplemente y en otros he rescrito en francés un texto concebido en español, pero también me ha ocurrido que el texto venga primero en francés y solo después (de la publicación en Francia, incluso) haya hecho la versión en mi lengua natal. No existiendo diferencias esenciales entre las obras escritas en castellano y las escritas en francés, tampoco hay razón para separar estas últimas de mi producción, que sigue siendo, por supuesto, cubana.
Es algo mucho más sutil y profundo que la lengua o el lugar de residencia lo que determina la identidad de una obra literaria: valores, sensibilidad, compromiso con los destinos de la Nación, cierto tipo de imaginario y hasta una determinada manera de tratar la lengua literaria (que no debe reducirse al idioma, que en nuestro caso es internacional y practicado por 30 millones de personas en un país ajeno a la raíz hispana como Estados Unidos). Recordemos que Martí, cuando vivía en Nueva York, escribió en inglés e incluso en francés sin que a nadie se le ocurra separar esos textos de su obra cubanísima… de emigrado casi permanente.
En resumen, que tampoco la “extranjeridad” de la lengua utilizada por algunos autores (forzosamente emigrados) venga a servir de machete para, una vez más, podar groseramente la literatura cubana (no hay árbol de tronco es poderoso sin copa frondosa). Aunque me inclino a creer que la reflexión de Padura/Fornet no pretende seccionar sino provocar un debate que, en términos de ciencia literaria, no puede sino enriquecernos.
Para llegar al meollo de la pregunta de Otro Lunes, debo precisar que no dispongo de información precisa sobre los autores emigrados presentes en la edición cubana; pero como viajo al país con cierta regularidad y me asomo con frecuencia a su panorama literario, creo poder afirmar que raros son los emigrados que publican en Cuba (libros enteros, o cuentos, poemas, piezas dramatúrgicas y ensayos en revistas y antologías). La experiencia me permite opinar que la decisión de publicar a un emigrado se estudia caso a caso, valorando la posición política del autor y el contenido del libro en cuestión, y no su calidad literaria global. Estoy seguro, además, de que el paso inicial suele darlo el autor expatriado y no el home club.
De la veintena de libros que he publicado en España, América Latina, Francia y otros países, solo tres han sido editados en Cuba desde que me fui en 1989. Esos tres títulos salieron en 1996, 1999 y 2011 por Ediciones Capiro, de mi casi natal ciudad de Santa Clara. En cambio, ninguno de los libros -avalados por ediciones extranjeras y buenas críticas- que he propuesto a las editoriales capitalinas Gente Nueva y Unión, y a las editoriales provinciales Oriente y Cauce han sido, hasta ahora, aceptados, y en muchos casos ni siquiera he recibido respuesta alguna. Todos mis intentos por publicar en las revistas nacionales artículos sobre literatura infantil -campo en el tengo cierto crédito internacional- se saldaron en completo fracaso. ¿Hemos de concluir que solo me otorgan su confianza mis antiguos amigos-paisanos de Villa Clara? No, puesto que algunos de mis cuentos han sido incluidos en antologías de Unión, Gente Nueva y Abril, y en el portal electrónico Papalotero, de la Biblioteca Nacional, mientras la comunicación que presenté en un Encuentro de literatura infantil de Sancti Spiritus fue uno de los trabajos incluidos en la selección El sueño y la luz (Ediciones Luminaria, 2006). Bien poco, en todo caso, comparado con mis bibliografías española, francesa argentina.
No me detendré en las diversas iniciativas que he emprendido para evitar mi completa desaparición del panorama literario de mi país. Solo diré que he sido de una paciencia y perseverancia en las que pocos me reconocerían. Cada quien actúa según principios, condiciones y objetivos que a nadie es dado juzgar, y probablemente no son muchos los colegas expatriados que comparten mi postura; sin embargo, hay que ser ingenuo o hipócrita para afirmar que si pocos autores de Afuera han publicado Adentro es simplemente por su falta de interés. El interés debería ser de ambas partes, pues si como acierta Reynaldo González, un escritor no debe renunciar a su público natural: sus compatriotas, tampoco un país debe renunciar a sus escritores naturales: los que han nacido bajo su cielo. Pero digo más: si el orgullo personal de un autor le impidiese andar insistiendo, el interés nacional dispensa de similar escrúpulo al representante de una editorial o publicación periódica insular que sea consciente no solo de la valía de un escritor emigrado, sino de la necesidad de reflejar la auténtica diversidad de nuestras Letras. En este terreno hay que reconocerle a Enrique Pérez Díaz un par de antologías de cuentos infantiles donde se codean “tirios” y “troyanos” y parece dispuesto a mantener una línea similar en Gente Nueva, editorial nacional que dirige desde hace unos pocos años.
Alguien dirá (ya me lo han dicho) que a mí realmente no me hace falta publicar en Cuba. Tengo el privilegio de haber publicado de manera continua y estable en varios países y lenguas, de vivir (modestamente) de mi obra, de haber recibido elogios y premios en lugares diversos, empezando por mi Francia adoptiva. En situación parecida o mejor se encuentran otros muchos escritores cubanos de la diáspora; pero la cuestión no está en la falta que pueda hacernos a nosotros el público original, sino la falta que le hacemos nosotros a los niños y adultos cubanos. Lo que me hace pasar por encima de otras consideraciones (y como Elena Burke y Portillo de la Luz, “persistiré…”) es pensar que nosotros, los autores que tenemos la oportunidad de ser leídos bajo otros cielos, no debemos dejar solos a quienes pueden leer únicamente los libros que se publican bajo nuestro primer cielo.
OTRO LUNES: ¿A qué razón atribuyes que exista (y sea mencionada varias veces por los panelistas) esa intolerancia hacia "la otra orilla" tanto dentro de los escritores cubanos de la isla como dentro de los escritores cubanos del exilio?
No creo que exista ni la sombra de una duda respecto a porqué la literatura cubana, a diferencia de la de otros países, donde las fronteras son meras circunscripciones administrativas, está dividida: la intolerancia político-ideológica y la tendencia a reducir la literatura a un vehículo de ideas es la única causa; todo lo demás son ingredientes secundarios o condimentos de una sopa amarga e indigesta. El escritor que se opone a la continuidad y/o proyecto del régimen político en vigor en Cuba, o del que se teme una manifestación en tal sentido, queda excluido de toda existencia literaria en su patria, sean cuales sean el valor literario y/o el signo ideológico de su(s) obra(s). Como en la otra banda nos publican empresas privadas (situadas en diversos países) y por tanto sin control centralizado “de arriba”, no puede pretenderse una situación equiparable; sin embargo, no le neguemos ninguna racionalidad a las suspicacias de la Isla: los escritores emigrados que temen ser considerados por “la Comunidad” amigos o “tibios” respecto al estado de cosas en Cuba, descartan cualquier posibilidad de ser asociados al panorama literario en el territorio que los vio nacer.
No me parece racional que en pleno siglo XXI se pueda considerar –en Cuba o en la Florida- que por el hecho de publicar en el otro lado, un autor se convierte automáticamente en seguidor, instrumento o vocero del susodicho. El escritor que así lo desee, puede militar contra el régimen castrista o a favor de la Revolución (como dirá cada bando) desde su obra literaria o desde fuera de ella, manifestarse públicamente o en privado, radicalmente o con circunspección y hasta con contradicciones. Nada de ello debería pesar en la decisión de publicar a dicho autor en un lado o en el otro (suponiendo que no hay más que dos lados, como si viviésemos en un mundo bidimensional como el de los viejos cartoons).
En cierta época, Cabrera Infante podía acusar de boicot a los medios culturales franceses de izquierda; la última vez que vino a Francia, pudo comprobar que ya no era tan así. Espero que más temprano que tarde en La Habana y en Miami (en Ciudad México y en Madrid, etc) se alcancen la madurez y la serenidad necesarias para superar extrapolaciones, y se acepte que un escritor, independientemente de su obra, pueda expresar, con franqueza aunque con respeto para su anfitrión (editorial, revista o evento), su desacuerdo con determinada conducción política… sin que la cosa acabe en riña, en trifulca (¿en qué? pregunta el sordo… y concluye: ¡Ah, entonces no era tan niña!).
Mientras las comunidades emigradas más coherentes, fuertes y radicales no admitan “en el seno de la cultura cubana libre” al escritor que “se vende” al Castrismo (pudiendo ensalzar al autor de un libro que pierde trascendencia estética en su obsesión por ajustar cuentas… con injusticias que pueden ser flagrantes) y mientras la literatura sea tratada como una cuestión de Estado y como un instrumento político (negándole honradez y calidad literaria a quien no suscriba la llamada -con mayúscula proselitista y no ortográfica- Revolución), la tolerancia respecto a opiniones discordantes será imposible (decía Máximo Gómez: “el cubano, cuando no llega; se pasa”) y nuestra literatura, como nuestra Nación, seguirá escindida.
Pero que el árbol no nos impida ver el bosque y las pícaras ardillitas que viven en sus ramas. En los años de más intensa emigración no faltó en Cuba quien supiera aprovechar el lugar dejado vacante para instalarse, y este protagonista precario no ve con buenos ojos al que no “se janeó” los peores años del Período Especial y ahora vendría a disputarle su lugarcito al sol. Que los emigrados tengamos nuestro propio saco de miserias no impide que, cuando viajamos a Cuba, los que se quedaron se sientan inclinados a culparnos de no haber sufrido lo que ellos, como si en lugar de víctimas diferentes fuésemos un órgano vital del victimario común.
Para decirlo claramente: no es solo la Institución sino algunos de sus componentes aislados los que pueden revelarse peores enemigos de la reconciliación literaria cubana.
Encuentro con lectores de la biblioteca Martí, de Santa Clara, centro de Cuba, en febrero de 2011 |
OTRO LUNES: Reinaldo González, ante la pregunta de que ¿por qué no se invitan escritores cubanos del exilio a la isla? dijo, entre otras cosas, que "si tuviéramos empezar a invitarlos, no es así", "la patria es esta...", reduciendo el asunto a que los escritores que viven fuera tienen primero que manifestar el interés de ir y publicar en su "público natural": Cuba. Padura, entretanto, dice que, más importante que traer a un autor es que sus libros circulen en la isla. Ambos, en diversos momentos, insistieron en que la literatura va más allá de posiciones políticas distintas y aseguraron que, entre todos los exponentes de la cultura del país, existe una voluntad de unir ambas orillas. Subrayo la frase porque deja la pelota en terreno del exilio. ¿Qué dirías sobre este tema?
Pese a una posición un poco más franca, Padura yerra al pretender que lo que importa es publicar nuestros libros y no invitarnos a la FILH (y a otros eventos literarios en el territorio nacional) puesto que ambas cosas son una en la vida literaria cubana actual. ¡Como si alguien ignorase que hoy todos los libros insulares se publican para la Feria y que libro que no se presente en ella es libro muerto, y su autor un espectro! Por supuesto que hay que publicarnos, pero también han de dejarnos subir a la palestra (ocasiones he tenido de ver cómo escamoteaban la silla desde la cual tenía yo derecho a ventilar mi libro, y que me había sido prometida… ¿en un momento de debilidad?). Pero ¿qué responsable literario de la Isla corre el riesgo de quitarle el cascabel al gato? Nuestro eventual anfitrión se vería obligado a pagar por las declaraciones incómodas que pudiésemos hacer (y que nos serían también descontadas del permiso a volver a visitar el país aunque solo fuese como simple cubano-residente-en-el-exterior).
Por otra parte, ¿porqué los escritores emigrados deberíamos aceptar en la patria un tratamiento diferente al que reciben los escritores residentes en Cuba que sí son invitados a toda clase de eventos en otros países? Si de vez en cuando los organizadores de esos eventos evitan, por iniciativa propia o por presiones de La Habana, convertir una mesa en bello ejemplo de unidad y lucha de contrarios, también he tenido la ocasión de compartir evento (extranjero) con compatriotas de cuyas ideas disiento y hasta de ver al propio Padura junto a paisanos-colegas de otra opinión política sin que nadie se ofendiera ni se autocensurase… en demasía.
Es obvio que Cuba, más que cualquier otro país, tiene la obligación de invitar, publicar y estudiar a sus escritores emigrados. Si nadie puede negar que la Emigración es un componente esencial de la realidad cubana contemporánea desde el punto de vista demográfico o económico, ¿cómo pretender que la literatura en emigración no sea un componente esencial de la cultura cubana posterior a 1959? Incluso aquellos que disponen, como en Estados Unidos, México o España, de un grupo numeroso de colegas cubanos y hasta de cierto “público”, no pueden prescindir de la escena insular; como dicha escena no puede autorizarse el despilfarro de prescindir de parte tan notable y complementaria de su cuerpo intelectual… aunque no sea más que porque muchos libros que se estrenan en el exterior fueron concebidos en Cuba poco antes (¿Cuál es la diferencia entre un cubano de Cuba y un cubano de Afuera? Que el cubano de afuera ya se fue).
Algunos escritores, funcionarios y escritores-funcionarios podrían coger la opinión de Padura por las hojas y aceptar que nos publiquen (a algunos), pero no nos inviten a palestras prestigiosas como la Feria del Libro o programas de televisión. Saben que hacer esto último implicaría, a la larga, la cuestión de porqué los escritores emigrados no somos tenidos en cuenta por la crítica y las autoridades culturales, y ningún residente en el exterior ha recibido el Premio de la Crítica y mucho menos el Premio Nacional de Literatura. Si acaso nos dan “premios de consolación”; como cierta escritora cuya novela -publicada en la Isla- fue finalista del Premio de la Crítica o, como este servidor, que ha visto seis de sus libros (solo uno de ellos publicado en Cuba) recompensados con el imperceptible premio La Rosa Blanca de la Sección de Literatura Infantil de la UNEAC.
Por supuesto, tanto la escritora que no nombro como el abajo firmante viajamos a menudo a Cuba y no decimos cosas demasiado incómodas en momentos o lugares inoportunos.
La falta de recursos materiales es una buena excusa. Es comprensible que Cuba no nos abone derechos de autor en moneda convertible; que no nos paguen pasajes de avión, hotel y restaurante en caso de una eventual invitación oficial a eventos prestigiosos; pero eso no nos impide percibir aún más la presencia en nuestra patria de intelectuales extranjeros, en su mayoría latinoamericanos (los que integran cada año el premio Casa de las Américas, por poner un ejemplo). Tengo entendido que en los últimos años (de crisis) esos “invitados” corren con la casi totalidad de sus gastos. Pero tanto hoy como en tiempos de bonanza la mayoría de esos escritores han compensado su estancia con la moneda de la solidaridad y/o de la reciprocidad que ha permitido a tanto residente en Cuba –escritor con obra o mero “culturoso”- ser calurosamente acogido y/o publicado allende nuestras fronteras.
... En fin, que junto a tanta gloriosa bandera ondea, en las dos bordas de nuestro común barco, no poco trapo sucio. Bien haríamos en arriar algunos estandartes y conversar como civilizados. Dije arriar estandartes, no arriar conciencias y corazones. Todo el que ha sido herido profundamente, todo el que considera que su lucha no puede ser librada sino en la cruda trinchera, tiene el derecho y hasta el deber de mantener su posición. Pero alguien debe ir a la mesa de negociaciones. Como la economía, terreno en el que el presidente Castro (Raúl) se muestra dispuesto a empezar la apertura, la literatura puede servir de “tierra de nadie”, es decir, de tierra de todos en la cual sembrar la Cuba reunificada del futuro.
La problemática de la emigración es un elemento clave de la Cuba contemporánea. Desde hace varios meses, el escritor y periodista Félix Luis Viera, residente en México desde mediados de los 90, viene publicando en portal CubaEncuentro una serie de entrevistas a personalidades culturales de la diáspora cubana. Yo fui uno de los últimos entrevistados, casualmente, un par de días antes de la difusión del debate en la UNEAC. De alguna manera, esa entrevista complementa los criteros arriba expresados.
http://www.cubaencuentro.com/entrevistas/articulos/joel-franz-rosell-paris-274410