26/10/11

BRASIL: UNA DE LAS GRANDES LITERATURAS PARA INFANTO-JUVENILES DEL CONTINENTE

 
Volví a Brasil en 2010 Tras diez años de ausencia, me di el gustazo de todo un mes en Brasilia, Sao Paulo, Rio de Janeiro, Palmas de Tocantins y varios puntos del estado de Goiás. Algo de ese viaje cuento en las líneas que siguen. La versión completa (con la parte turística, por ejemplo) puede ser leía en mi página facebook

frente al palacio de Planalto, Brasilia

Volé de París a Brasilia, que sería mi “centro de operaciones”. Invitado por la Feria Literaria Internacional de Tocantins, en la vecina ciudad de Palmas, también tenía actividades en Río de Janeiro, Sao Paulo y la propia Brasilia.

FERIA LITERARIA INTERNACIONAL DE TOCANTINS

El aeropuerto de Tocantins es pequeño y al salir del área de desembarque, detecté enseguida un cartel con mi nombre. Lo sostenía una muchacha que vestía una camiseta y un sombrero “tejano” (en realidad típico del muy rural centro-oeste de Brasil) ambos con el logo de la FLIT. Había acudido a recibirnos el Secretario (ministro estadual) de Educación en persona. La muchacha intentó darme la bienvenida en francés, pero yo le respondí en portugués, y en esa lengua conversé con el Secretario, quien me pareció un tipo entusiasta y competente; como los demás funcionarios de la secretaría que trabajaban para la feria. Junto a otras dos escritoras -una intelectual brasileña que no volví a ver y de quien no retuve el nombre, y una escritora peruana con la que conversé mucho a propósito de su yerno cubano- nos trasladamos al centro. Durante el prolongado trayecto desde el aeropuerto recorrimos vastos terrenos donde, de cuando en cuando, aparecía el edificio de una universidad y algunos negocios: todos esos terrenos están previstos para que la ciudad se extienda planificadamente sin acercarse demasiado al aeropuerto. El hotel que nos habían anunciado ya estaba lleno, pero no fue problema alguno pues en la acera del frente estaba otro incluso de aspecto más agradable. En fin de cuentas, estábamos en el Sector Hotelero.

Es que Palmas es la capital más joven de Brasil, creada según el modelo de Brasilia (aunque sin el aporte estético de Oscar Niemeyer) tras el nacimiento, en 1989, del estado de Tocantins. Se dividió entonces en dos el inmenso e inadministrable estado de Goiás; de la misma manera que antes el vasto Mato Grosso dio origen a dos estados y pronto el no menos inmenso Pará se dividirá en tres. El clima de Palmas es aún más cálido que el de Brasilia y sudé tanto como en Cuba. Pero, cosa típica de los climas semidesérticos, apenas el sol se oculta, refresca bruscamente. De todos modos, no logré aprovechar la piscina del hotel pues cuando al fin encontré unos minutos libres descubrí que un gato me había tomado la delantera: el minino flotaba, cadáver, en las azules aguas.


Visión de los aborígenes (colección de antiguos grabados del museo nacional)

La Feria Literaria Internacional de Tocantins se apoya en la experiencia de siete años de Salón del libro, que la Secretaría de Educación y Cultura decidió ampliar y convertir en todo un proyecto educativo popular. Para ello movilizaron a miles de funcionarios públicos, y organizaron un ambicioso (demasiado quizás) programa de conferencias y talleres que giraban en torno al tema de la diversidad cultural, con particular atención a los afrobrasileños y a los pueblos indígenas de Brasil. En cuanto al panel, comenzaron por invitar a Premios Nobel de Literatura como J.M.G. Le Clézio o Vargas Llosa. Como tales personalidades suelen tener la agenda repleta con años de anticipación, bajaron el nivel hasta llegar a escritores como este humilde servidor... al que no temieron poner al nivel de primeras figuras del libro infantil brasileño como Marina Colasanti y Roger Mello (a buen conocedor, esos ejemplos bastan; pero los menos literarios quizás reconozcan nombres como la actriz Fernanda Montenegro y los músicos Seu Jorge y Lenine). 

Fui invitado como escritor franco-cubano (la otra francesa era la galardonada franco-camerunesa Leonora Miano, y los demás escritores eran también creadores con doble pertenencia cultural, en particular con raíces africanas); por eso pronuncié mi conferencia en francés, con traducción simultánea al portugués. La inmensidad del auditorio (que solo se llenó durante los espectáculos y conciertos) no impidió el diálogo con los más interesados, entre ellos un cubano, de mi casi natal Santa Clara, que vive en Palmas desde su creación en 1991. Mi conferencia se titulaba “Yo es otro. Un escritor en el camino intercultural entre Cuba y Francia”. Partí de la famosa frase de Arthur Rimbaud que, completa, dice más o menos: “el primer estudio del hombre que quiere ser poeta es el conocimiento de si mismo. La cuestión es llegar a lo desconocido mediante el desajuste de los sentidos. El impropio decir: Yo pienso; habría que decir: Soy pensado... Yo es otro. Tanto peor para el madero que se descubre violín y exaspera a los inconscientes que pontifican sobre lo que realmente ignoran. Sin la altiva exasperación del poeta niño, me referí al hecho de que el escritor que emigra es siempre percibido de manera equívoca; tanto por los del país que le acoge (en mi caso Francia) o publica (España, por ejemplo) como por los del país que ha dejado (en mi caso Cuba).  



en el stand de mi editor brasileño en la FLIT
 2011 ha sido declarado por la ONU Año Internacional para las personas de origen africano, y bajo esa consigna se colocó la FLIT, con la multiculturalidad como tema central. La leyenda de Taita Osongo, el único libro que tengo actualmente en mercado brasileño es precisamente un libro multicultural que testimonia mi personal apropiación de la cultura afrocubana.  
 
Fue en Palmas que vi por primera vez la tercera versión de mi libro (estrenado en 2004 en francés y en 2006 en castellano) entre sus congéneres de Ediçoes SM, declinación brasileña del editor que ha publicado, en España, tres de mis libros. El traducido en Brasil no es ninguno de ellos, pues si buena parte del catálogo de SM do Brasil lo componen títulos españoles, esa no es una línea definitoria de su trabajo y los títulos de autor e ilustrador brasileño son cada vez más. Pienso que mi novela fue escogida porque aborda cuestiones como la esclavitud y el racismo, estrechamente relacionadas con los orígenes africanos que reivindica la mitad de los brasileños



Y no es que falten libros nacionales en torno a la historia, la narrativa tradicional y la vida actual de los afrobrasileños. Al contrario, en los últimos seis o siete años, todas las editoriales han publicado abundantes libros, e incluso colecciones, que abordan de la manera más diversa la cuestión. Sin embargo, en lo que he podido observar y leer predomina a veces la urgencia de abordar una temática sobre la elaboración formal, la complejidad y el atractivo narrativo.
                                                                                                                                                               

Gran logro de la FLIT fue la presencia popular. Tocantins tiene una población joven y mestiza que acudió masivamente a las conferencias, lecturas, debates, conciertos, espectáculos y hasta divertimentos que de una u otra manera permitieron apreciar y promocionar la diversidad cultural brasileña. Entre los catorce sitios de la feria, dos enormes carpas abrigaban los stands de editoriales y librerías, y cada vez que intenté comprar un libro tuve que hacer cola. Lo más vendido era, como suele ocurrir no solo en Brasil, la literatura infanto-juvenil.

Con el tiempo, los organizadores de la FLIT entenderán mejor la diferencia entre una feria popular y un evento destinado a promover la lectura y la literatura. Según me dijeron, Palmas carece de librerías y en línea con su “cheque cultura” (25 euros anuales que cada tocantinense invertirá en el producto o servicio cultural de su preferencia), el gobierno estadual sabrá invertir en una infraestructura literaria permanente: librerías, bibliotecas, formación de maestros y bibliotecarios, ciclos de conferencias y lecturas de los numerosos y excelentes escritores brasileños.




meseta donde se encuentra Brasilia



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DE NUEVO EN BRASILIA, comencé por una conferencia en la Biblioteca Nacional. Hablé menos de identidad afrocubana y más de literatura que en mi conferencia de Palmas. Un poco tardíamente me había sido dicho que no se disponía de (prespuesto para pagar) un intérprete francés-portugués, pero que alguien podía traducirme del español. “Imposible, expliqué, pues no he preparado mi conferencia en esa lengua”. “¿Y usted no nos dijo que habla portugués?”, arguyó la coordinadora de mis actividades en la capital federal. “Hablar una lengua es una cosa, y otra dictar una conferencia en la Biblioteca Nacional. Puedo comunicarme con niños y adultos en talleres o conversatorios informales, pero para mi conferencia necesito apoyarme en un texto traducido o disponer de un intérprete”. Después de algún estira y encoje, se resolvió la traducción de mi texto francés al portugués. Por más que insistí, solo obtuve la traducción completa diez minutos antes de subir al podio. La coordinadora antes mencionada seguía sin ver problema en ello, pero el brevísimo lapso me bastó para detectar, pese a la competencia del traductor de la Embajada de Francia, las inevitables imprecisiones y errores. Uno era cómico: al aludir a los tutús del Ballet Nacional de Cuba, yo había confundido los casi homófonos franceses toutou y tutu. La primera palabra significa “perrito” y la segunda es la que el español y el portugués tomaron del francés para llamar las faldas de tul de las bailarinas. Mi traductor creyó que yo aludía a la presencia de algunos “mimados” en la troupe de Alicia Alonso, allí donde yo me limitaba a subrayar que el ballet cubano es más europeo que afrocubano, mientras una comparsa es todo lo contrario… sin que uno y otro sean menos excelentes ejemplos de la cultura cubana.

Algunos días en Brasil y el perfecto conocimiento del asunto me permitieron, pese a estar muy tenso al principio, comunicar decorosamente y hasta sentirme muy cómodo al final de mi intervención. El auditorio estaba repleto; menos por interés en mis desconocidas persona y obra como porque fui invitado a reabrir el ciclo de conferencias de la Biblioteca Nacional tras las vacaciones de « invierno ». Tuve un público talentoso y cálido, que me hizo preguntas interesantes y gentiles elogios. El presidente de la BN, un simpático señor que habla perfectamente el castellano y ha viajado a Cuba, me hizo el honor de presentarme, y se eclipsó después (otras tierras del mundo reclamaban el concurso de sus modestos esfuerzos, como dijera el Che Guevara en circunstancias más serias). El encargado de actividades de extensión asumió la misión de acompañarme hasta el final y ajustar detalles del taller previsto, a mi regreso de Río de Janeiro y São Paulo, en una biblioteca de la red.



42 HORAS EN RIO

El miércoles 3 de agosto tomé un nuevo avión, esta vez rumbo a Río de Janeiro. No aterricé e el internacional aeropuerto Galeão, sino en el aeródromo Santos Dumont, en pleno centro. Me esperaban Sabrina Derris, la misma funcionaria de la Oficina del Libro que había conocido en Palmas, y uno de los encargados de la Mediateca de la “Maison de France”.

Brasil ha cambiado bastante. No solo respecto a 1989-91, cuando viví en ese mismo Río de Janeiro, sino en comparación con mis dos últimas estancias en el país, a comienzos del milenio. Al margen de las cifras oficiales y las noticias que todo el mundo conoce (y más claramente que en Brasilia, ciudad peculiar y que de todos modos no conocí en otra época), noté la desaparición de aquella suciedad, tensión y ofensiva miseria que otrora oprimían el centro burocrático de Río, mientras que en la playa de Copacabana, donde por miedo a los asaltantes, yo mismo evitaba portar un reloj o gafas que no lucieran visiblemente baratos, vi ahora, en plena noche, turistas que se paseaban tranquilamente con una cara cámara colgando del hombro. Por supuesto, la criminalidad sigue siendo el mayor problema de las urbes brasileñas y la pobreza no ha desaparecido. La contrapartida de la elevación del nivel de vida y de la no diversificación y mejoramiento de los transportes públicos es que el número de automóviles se ha incrementado vertiginosamente y los embotellamientos de las calles interiores de Copacabana, Botafogo y Lagoa, ya notables hace dos décadas, alcanzan niveles de pesadilla. Padecí uno de ellos cuando me dirigí la noche del 3 de agosto a casa de mi amiga, la escritora  Luciana Sandroni, donde me esperaban también su madre, Laura, y su padre, Cícero. Los Sandroni integran un verdadero clan de intelectuales brasileños. Cícero (como otrora su suegro Athayde) preside la Academia de Letras de Brasil, y Laura creó la Fundación Nacional del Libro Infantil y Juvenil, organizando en Brasil uno de los dos únicos congresos de la IBBY que han tenido lugar en América Latina. Laura fue también mi iniciadora en la literatura infantil brasileña al ofrecerme en 1986 un ejemplar de la excelsa colección Ciranda de livros durante nuestro primer encuentro  en un congreso literario en Ecuador. Ya en 1991, durante mi segundo año en Brasil, fue ella la traductora de mi primer libro brasileño, Era uma vez um jovem mago (que tardaría cuatro años en convertirse en Los cuentos del mago y el mago del cuento, la tercera entrada oficial de mi bibliografía). El encuentro fue cálido y no se extendió más porque precisamente Laura partía temprano en la mañana a San Bernardo, donde nos reencontraríamos su hija Luciana y yo el viernes.

Yo también me levanté temprano. A las ocho, Sabrina y su colega de la mediateca me recogieron y nos adentramos en los populosos barrios del norte de Río. La biblioteca-parque de Manguinhos es el primer eslabón de un ambicioso proyecto del gobierno estadual, con respaldo francés. Ocupa uno de los tres edificios de un antiguo cuartel. Rodeada por dos favelas que otrora utilizaban la plaza como terreno de enfrentamientos, la institución se ha convertido en un terreno neutral y pacificador. Excelentemente equipada, la biblioteca posee, además de las salas de lectura, salas de informática y de reuniones; estas últimas suelen ser cedidas a la comunidad para usos sociales. Quedé convencido de que las bibliotecarias tienen tanta competencia en el cuidado de los libros y la promoción de la lectura como en la mediación social.   



Trabajé con una decena de niños, en su mayoría varones,  de entre 8 y 10 años. Mi taller « Fisiología de un cuento » parte de una presentación esquemática, con elementos de ficción y dibujos, de los elementos que componen un relato: trama, personajes, escenario, estilo, lenguaje... y concluye con una sesión práctica.

Era evidente que los chicos no tenían hábito de lectura y como habían trabajado recientemente con un historietista, sus propuestas estuvieron más cerca de la narración en imágenes que del discurso narrativo, pero eso no les impidió completar el taller con una producción propia.

De regreso a la ciudad, hice una rápida visita de la Maison de France, en particular de la moderna mediateca, que no conocí durante mi estancia en Río hace 20 años, pues se encontraba en proceso de reconstrucción. La responsable del buró del libro, Marion Loire nos convidó a almorzar en el restaurante cooperativo instalado en el patio del Hospital de Beneficencia; un majestuoso edificio que abarca dos manzanas del centro histórico. Recuerdo haber pasado en otros tiempos ante de aquella fachada neoclásica sin imaginar que su interior ofrecía a los pacientes un entorno tan agradable. Gastronómicamente no era muy interesante, pero arquitectónicamente sí.

Esa tarde tenía cita con mi amiga de tantos años Marina Colasanti. Uno de sus libros figuraba en aquella colección que me regaló Laura Sandroni en 1986. Traduje dos de los poéticos y profundos cuentos de Uma idéia toda azul para la revista Casa incluso antes de conocernos personalmente cuando Marina viajó a La Habana como jurado, precisamente, del premio Casa de las Américas. Desde entonces nos hemos encontrado en lugares tan diversos como Copenhague, París y Buenos Aires. En Palmas, caminaba rumbo a mi hotel cuando escuché un auto-parlante que anunciaba a todos los vientos: « Hoy, palestra del escritor cubano Joel Franz Rosell y de la destacada escritora carioca Marina Colasanti... ». Sin embargo, la vorágine de la Feria pospuso nuestro encuentro hasta el aeropuerto de Brasilia: ¡habíamos volado en el mismo avión sin saberlo! Esa vez actualizamos nuestros números de teléfono móvil y juramos: con lluvia, viento o marea, vernos en Río.

Y fue bajo un aguacero torrencial que llegué al vasto edificio de Ipanema donde Marina y su esposo, el poeta Affonso Romano de Sant’Anna poseen un dúplex abarrotado de libros en varias lenguas. Encontré a mi amiga con una neumonía provocada por los brutales cambios de temperaturas de Palmas (de 32ºC a pleno sol pasábamos a poco más de 15ºC en los locales provistos de aire acondicionado). Marina tuvo que cancelar su participación en la Feria del libro infantil de San Bernardo, pero «¡A nuestro encuentro, jamás! » dijo con una sonrisa radiante pese a la fiebre. Intercambiamos noticias y libros, arreglamos el mundo de la literatura infantil, nos refocilamos con algunos chismes literarios.


SAN BERNARDO DO CAMPO es una ciudad más antigua que la propia São Paulo, con la que hoy se confunde en una monstruosidad urbana de 11 millones de habitantes (19 en el “área metropolitana”). Prueba de la anárquica circulación es que entre el hotel y el espacio ferial no había más de 400 metros, pero eran necesarios varios minutos de confusos rodeos para que un automóvil consiguiera ir de uno a otro. De San Bernardo solo vi esos tres espacios: el hotel, la Feria y el camino entre ambos. Pero yo no tenía la menor intención de hacer turismo en esa etapa de mi viaje.


La FELIT surge por iniciativa del municipio de San Bernardo do Campo, que puso abundantes recursos en manos de la Fundación Nacional del Libro Infantil y Juvenil (FNLIJ, sección brasileña de la Organización Internacional del Libro Infantil y Juvenil, IBBY) para organizar un evento similar al “Salón” que esta dinámica institución celebra en Río de Janeiro desde 1999. El espacio ferial era austero, sin los habituales colorines, ruido de payasos y otras animaciones supuestamente indispensables y que convierten muchas ferias del libro infantil en FERIAS INFANTILES del libro. La secretaria general de la FNLIJ, Elisabeth Serra, me dijo con visible satisfacción: “La FELIT se centra en la lectura, los libros y sus autores; nada más”. ¡Y funcionó! Tengo mala memoria para las cifras, pero creo recordar que entre 8 y 15 mil niños vinieron con sus maestros cada día lectivo, y que el sábado más de 500 adultos habían pagado la entrada (según el chófer que me devolvió al aeropuerto el domingo por la mañana, no hubo más gente porque el estacionamiento no era gratuito, y la zona era de acceso bastante complicado; pero este es quizás un típico punto de vista de chófer profesional).

Las mejores editoriales estaban representadas con sobrios y bien organizados stands, pero no me consta que hubiera numerosos responsables (que se reservan seguramente para las grandes ferias ya instaladas, las de Río, San Paulo o Paraty; que son también ferias de negocios). No obstante, hablé con profesionales de Peirópolis, RHJ, Larrousse y Callis.


Numerosos autores figuraban en la programación, y coincidí con el gran ilustrador Roger Mello, el laureado poeta Bartolomeu Campos Queiroz, el muy conocido autor aborigen Daniel Munduruku, los prolíficos escritores Julio Emilio Braz y Rogério Barbosa, mi amiga Luciana Sandroni y su tocaya Luciana Savaget. A Luiz Antonio Aguiar lo conocí de manera peculiar. Cenábamos juntos una veintena de participantes en la feria y estaba yo contando que había formado parte del equipo de especialistas convocado por el Centro de Literatura Infantil de la Biblioteca Nacional de Francia para elaborar, a fines de 2010, una selección de libros infanto-juveniles en lengua portuguesa (100 libros de Brasil, Portugal y África lusoparlante).


“Pues precisamente yo tengo un libro en esa selección”, dijo el señor que estaba sentado a mi lado. “¿De veras -le pregunté- y cómo se titula?” “Brincos de ouro e sentimentos pingentes”, me dice. Me levanté para darle un abrazo, pues era probablemente el libro que más me impresionó en esa lectura… Nos habían presentado esa mañana y habíamos simpatizado, pero yo no reconocí en su nombre el del autor de aquella excelente novela juvenil leída casi un año antes. Aguiar estaba muy orgulloso de la inclusión de su libro en la selección “Lire en V.O.” y prometí gestionar el envío de un ejemplar del folleto en cuanto regresara a París.

Los encuentros con escritores (debidamente remunerados) se sucedían a sala llena, en un ambiente de animación y disciplina. Confirmé lo poco que varía de un país a otro este tipo de actividad literaria: los chicos hacen siempre las mismas preguntas: ¿cuánto tiempo lleva escribir un libro?, ¿cuántos libros has escrito?, ¿cuál es tu libro preferido?, ¿eres famoso?... Unos escritores hablaban con humor, otros de manera convencional, algunos tomaban en cuenta a su auditorio real y otros hablaban de lo que les daba la gana, sin fijarse en si los chicos sintonizaban. Pero cada encuentro estaba bien preparado, con libros del autor en un estante visible. Mis dos intervenciones tuvieron lugar el sábado por la tarde, cuando no había visitas escolares, así que mi público estuvo esencialmente compuesto por adultos. Eran personas suficientemente curiosas como para acercarse a escuchar un autor que sin dudas no conocían, pues mi primer libro brasileño se publicó hace 20 años y está agotado hace 10, y el segundo, con dos ediciones desde 2007 no creo que haya beneficiado de promoción particular.


No obstante, el viernes, mientras visitaba el stand de un gran editor comercial pude intercambiar con los chicos. Eran alumnos de una escuela pública, todos de azul uniforme, y ciertamente de extracción popular (en fin de cuentas, no muy diferentes de los que frecuento en el Salón del libro de Montreuil, suburbio obrero de París). El avispado que nunca falta, leyó mi credencial y gritó a los otros: “¡Oigan, éste es un escritor!”. Todos vinieron a mirar, pero sobre todo a escuchar, al “bicho raro”: “Habla claro, tú”, me lanzaban cada vez que mi acento portugués no les convencía. “Es extranjero”, explicó el avispado a un camarada recién llegado, que decidió ponerme a prueba lanzándome un disparate en inglés. Yo le respondí, por una vez, en perfecto portugués y el anglófilo le dio un manotazo al otro: “Me mentiste: es brasileño”.


No debían haber visto nunca un extranjero y suponían que, forzosamente, yo hablaba inglés. Cuando comencé a hablarles en español y francés, prefirieron abandonar la cuestión lingüística y preguntaron por mis libros. Pasamos al stand de Ediçoes SM do Brasil y les mostré la traducción de La leyenda de Taita Osongo. Aunque aquellos chicos quizás debían esperar un año o dos para apreciar mi novela, la profesora compró un ejemplar y me pidió una dedicatoria para el colegio.

TAGUATINGA

De regreso a Brasilia me esperaba un último compromiso profesional en una de las ciudades surgidas en las inmediaciones de la capital federal.

Como el desarrollo urbanístico del “Plan Piloto” está estrictamente reglamentado y como los precios inmobiliarios son demasiado altos, el crecimiento demográfico capitalino se afianza en unos suburbios que ya no tienen nada que ver con la improvisación y la pobreza iniciales. Actualmente ciudades independientes que rechazan, con razón, la peyorativa denominación de “satélite”, esos centros urbanos superan ampliamente en población a Brasilia. La primera vez que aterricé en el aeropuerto capitalino creí que el remedo de Manhattan que se perfilaba en el horizonte era mi destino. Craso error: aquel tinglado de rascacielos indicaba el emplazamiento de las ciudades satélites.

Unos quince minutos nos bastaron para ir del centro de Brasilia a Taguatinga, separadas apenas por algunas hectáreas de bosque y matorrales. Tras contornear una zona residencial, con altísimos edificios parcialmente en construcción, ingresamos en el centro. Enseguida me percaté de que las ciudades-satélites “corrigen” el sueño de perfección urbanística de Costa y Niemeyer, reproduciendo el mismo caos vital que caracteriza las ciudades brasileñas.

taller con niños en la biblioteca municipal de Taguatinga (Distrito Federal)
La biblioteca comunal forma parte del conjunto cultural de Taguatinga, una empresa industrial esmeradamente reciclado y arbolada que acoge un teatro, una biblioteca y otras instalaciones dedicadas al arte y la literatura. Era poco más de las 9 de la mañana y ya la sala de lectura estaba casi llena. Nos recibió la responsable de la biblioteca y al poco rato me reuní, en una sala equipada a propósito, con una veintena de niños que portaban el azul uniforme de la escuela pública brasileña. Los acompañaban dos profesoras tan motivadas como la más emotiva de sus alumnas.


Yo había previsto repetir el taller de unos días antes en la biblioteca de Manguinhos. Pero la citada experiencia me permitió enriquecer mi “Fisiología de un cuento”: introduje, a modo de preámbulo, de ejemplificación y de conclusión, la narración de algunos de mis álbumes. De esa manera la actividad ofreció momentos lúdicos y mi demostración quedó apoyada en textos concretos… cuya versión impresa estaba en la mesa al alcance de los chicos.

De todos modos, eran alumnos mejor preparados y la parte práctica del taller –la creación de pequeñas historias empleando los “órganos” vitales que, según mi presentación, constituyen el “cuerpo” de todo relato- fue todo un éxito.


Dos de los chicos trabajaron tan rápido y bien que nos leyeron sus respectivos textos. ¡Y eran excelentes! Los  tras responder algunas preguntas acerca de mi obra, doné a la biblioteca ejemplares de dos de mis libros. De esta manera, en la Biblioteca Nacional y en las bibliotecas de Manguinhos y Taguatinga hay ahora ejemplares de mis tres libros en portugués (dos brasileños y uno editado en Portugal) con dedicatoria autógrafa. No es gran cosa, pero es una manera de dejar “pruebas materiales” de mi paso por esos lugares. Yo soy un “pichón de biblioteca” y nada me gusta tanto como “anidar” en cuantas puedo.

Recuerdo de la parte turística de mi viaje: una pequeña muestra de la asombrosa variedad vegetal del "cerrado" zona típica del centro-oeste de Brasil
LIBROS EN BRASILIA

Un escritor nunca está totalmente de vacaciones, y si es buen lector (ambas condiciones son casi inseparables) todavía menos. Aunque mi última actividad profesional tuvo lugar quince días antes de mi regreso a París (dediqué ese tiempo a visitar la Chapada dos Veadeiros, magnífico parque natural del centro-oeste de Brasil y la histórica ciudad de Goiás Velho), el tiempo que pasé en Brasilia lo dediqué en gran parte a comprar libros, visitar librerías y leer.

La primera librería que visité, en un concurrido centro comercial, fue la olvidable FNAC, repleta de productos que más parecían juguetes que libros. El único estante con literatura infantil casi no contenía otra cosa que títulos de Companhia das Letrinhas, poderosa editorial cuya producción, excelente sin dudas, ya había consultado en otros sitios; por ejemplo, en la librería del aeropuerto de Brasilia que es, paradoja solo aparente en un país con tan pocas librerías de calidad, muy superior a cualquiera de las que encuentras en los aeropuertos de París o Madrid. La librería del Centro Cultural Banco do Brasil ya me dejó más satisfecho. Situada en un imponente navío de hormigón cultural, esta librería-café oferta abundantes obras relacionadas con las artes, pero también una selecta muestra de literatura, ensayo y libros para niños.

Pero solo pude darme por satisfecho cuando “viajé” a la librería Cultura, que está en un remoto shopping de muebles, situado a unos 400 metros del mayor centro comercial del norte de Brasilia. Para llegar allí hube de bajarme en la última estación de metro dentro de la ciudad, pasar bajo la línea del susodicho, cruzar el inmenso estacionamiento del hipermercado Carrefour, atravesar una calle sin gracia, entre edificios que parecían deshabitados sin serlo y un par de tiendas desangeladas. Solo entonces, en el segundo piso del gélido Casa Shopping, entré en la amplia y bien equipada librería.

Además de libros, había artículos informáticos, discos compactos, DVDs, y compañía. Creo que había incluso un café, pero yo me dirigí rápidamente a la sección infanto-juvenil, bastante surtida aunque de organización incomprensible. Pasé allí más de dos horas, examinando cada estante, libro a libro. Examiné decenas de ellos, leí media docena de álbumes y tomé notas sobre la personalidad cada editorial, la producción de autores cuya amplia bibliografía destacaba del común de la oferta; tratando de comprender la tendencia general de la edición brasileña para chicos (según el testimonio de esa librería). Compré varios títulos: dos de autores que había conocido en la Feria del libro de San Bernardo, dos cuyas ilustraciones o nota de solapa me sedujeron y uno recomendado por el Correio Brasiliense en ocasión del Día de los Padres (no estaba en la estantería, pero un empleado me lo trajo del almacén, lo que me hizo comprender que seguramente había muchos libros interesantes que escapaban a mi visita).

Comprobé lo que ya venía sospechando: que algunos autores deben su reputación más a la cantidad que a la calidad, malgastando a veces un talento cierto. Pero tampoco faltan los que, como la fiel Marina Colasanti, resisten los cantos de sirena (con partitura compuesta por los responsables de marketing) y se mantienen fieles a un estilo personal, al rigor formal y al tratamiento consecuente de sus temas. Como en todas partes, abundan las series para adolescentes (vampiros, piratas, magos, diarios de supuestas jovencitas, etc) de abundantes páginas, sólida encuadernación y tapas chillonas, firmadas por Meg Cabot y otros angolsajones/as a la moda, acompañados por libros-juguetes, ilustrados inconsistentes, textos didácticos y oportunistas. La literatura brasileña de calidad deja su huella indeleble en el conjunto de la oferta. Fuera de algún clásico y los consabidos bestsellers internacionales, encontré raras traducciones de literatura infanto-juvenil contemporánea.


Paso por alto una que otra librería-papelería o de cadena generalista que me salió al paso en alguna supercuadra o centro comercial, pero hago una pausa en la librería Paulinas, a donde fui para recoger el ensayo sobre literatura infantil que mi colega peruano-brasileña Gloria Kirinus había encargado para mí. La librería de la editorial Paulinas ofrece por supuesto literatura religiosa y otros materiales sin interés literario, pero también un catálogo de libros infantiles de calidad, entre ellos algunos de poesía bilingüe o temáticas afro-brasileñas.

Otro encuentro con los libros y la literatura, interesante aunque superficial, lo tuve en el restaurante-librería Rayuela, situado en una de las calles comerciales del Ala Sur de Brasilia. Es un sitio encantador, con un menú de calidad en que cada plato lleva el nombre de una obra literaria famosa, y una sala de lectura donde da gusto sentarse, con una taza de té o de chocolate, a hojear los ejemplares presentados en los anaqueles que tapizan las paredes. Fui allí invitado a cenar y me prometí volver con hambre de lectura; pero me faltó tiempo.
 
También me quedé con ganas de explorar a fondo “Sebinho de libros”, una espaciosa y bien organizada librería de segunda mano (eso es lo que en portugués significa “sebo” ( “inho” es sufijo diminutivo, en este caso cariñoso). Pude hojear ediciones hoy históricas, una magnífica colección de historietas y cómics (“gibis” los llaman en Brasil) y, en mi especialidad, muy buenos libros infantiles, sobre todo títulos agotados y que no se reeditan o solo se encuentran en ediciones sin charme. Resistí a muchas tentaciones (no solo por una cuestión de precio –ya dije que libro brasileño es más caro que el libro francés- sino por las limitaciones de peso que imponen las compañías de aviación (el saber no ocupa espacio, pero nada es tan pesado como los libros que contienen el susodicho). Entre otros, me llevé un ejemplar de un libro de Joao Ubaldo Ribeiro que quera releer y un volumen conteniendo Viagem ao céu y O saci, del fundador de la literatura infantil brasileña, Monteiro Lobato. Se trata de una edición menos voluminosa que las otras que había visto; aunque igual de fea (los espectaculares progresos de la ilustración brasileña no han conseguido aprovechar a un autor controlado por los intereses mercantiles de unos herederos que no testimonian el menor respeto a quien no solo fue el padre de la literatura, sino de la edición para chicos en Brasil).

Aunque por su brevedad pude leerla en la librera misma, cedí a la tentación de llevarme una novelita de Rogério Andrade (uno de mis colegas de San Bernardo), cuyo principales escenarios  son la Chapada dos Veadeiros, que había visitado diez días antes, y Vila Boa de Goiás, de donde acababa de regresar. Como si no bastara con lo anterior, el relato se centra en el monstruoso asesinato del joven aborigen Galdino, cometido por unos muchachones de clase media (blancos) a quienes un exceso de cerveza exacerbó la fibra racista y decidieron prender fuego al indígena (un primer jurado calificó de mero “acto irresponsable”, pero la indignación de la opinión pública condujo a un segundo veredicto, más severo). Por pura casualidad, pasé por el lugar del crimen el primer día de mi estancia en Brasilia y mi Ciceronne me explicó el sentido de la bastante abandonada escultura-homenaje.

“Sebinho de livros” ocupa la planta principal y el sótano de uno de esos edificios típicos de las calles comerciales de la zona residencial del Plan Piloto. El amplio espacio incluye un café-restaurante (el lector atento habrá notado la recurrente asociación brasileña entre el libro y los placeres del paladar), una sala para conexión internet (con el propio ordenador portable o mediante las tres o cuatro computadoras puestas a disposición del público) y un personal atento y competente. En el sótano hay una sala con un estrado y butacas donde tienen lugar lecturas y debates.

Un comentario aparte merece el proyecto “Mala do libro”. Se trata de colecciones de 160 libros de todos los géneros y temáticas, instaladas en espacios públicos o locales privados puestos a disposición de una comunidad. Frecuenté la “Mala do libro” de la estación 102 Sur del metro de Brasilia. Allí estaban las dos estanterías (que pueden cerrarse como baúles) y una mesa de control donde los usuarios deben registrar el título que toman en préstamo. “Bah, no hay control ninguno y nadie lo usa”, me dijo un amigo. Es cierto que solo en dos ocasiones vi a un niño (¿sería el mismo?) sentado entre los libros; pero también vi a un funcionario que retiraba las hojas de la víspera y en ellas, me consta, habían sido anotados no solo el préstamo y devolución de algunos títulos, sino varias donaciones. Pienso que algunos hacían como yo: tomaban un libro al coger el metro y lo devolvían, ya leído, en el viaje de regreso; pero también me llevé algunos a casa. El día de mi regreso a París me di un salto a la estación del metro para donar dos libros que había comprado y que consideré podrán ser más útiles a los lectores brasileños.

Evidentemente a la hora de salir rumbo al aeropuerto, me di cuenta de cuántas cosas no había logrado hacer durante mi estancia de ¡todo un mes! en Brasil. También me percaté de que los 23 kg de peso autorizado eran insuficientes para la cantidad de libros, catálogos y revistas que había venido acumulando. Dejé en casa de mi gentil anfitriona unos 15 kg de papel impreso que ella me enviará por correos en caso de urgencia o que me traerá en su ligera valija cuando venga a Francia dentro de unos meses.



una niña de visita en el museo nacional de Brasilia

un niño en San Gabriel, Estado de Goiás


 

La tercera novela detectivesca juvenil cubana cumple 40 años

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