21/5/10

Tres preguntas y cuatro respuestas sobre literatura infantil




1. Para los lectores que aún no te conozcan, explica tus características como escritor, tu estilo, tus temas preferidos…
Es muy difícil resumir una personalidad literaria en pocas palabras, y más cuando se trata de un autorretrato. Nadie tiene una idea objetiva de sí mismo y la cosa llega al extremo de que quien nunca se haya visto reflejado en una superficie pulimentada, no reconocería su rostro a primera vista. Para no irme por las ramas, como tanto me gusta, fuerzo una primera definición de mi personalidad literaria: soy analítico, me gusta afrontar las cosas por un lado poco habitual, evito la narración en primera persona y cuido mucho mi expresión. Mis libros tienen eso que algunos reseñistas llaman “una prosa cuidada”; pero al mismo tiempo busco el humor, la trama intensa, la invención lingüística.
Lo que más cuido en mis libros es la coherencia e interés de la historia. Opino que un escritor puede tener ideas muy profundas y ardientes, pero no debe expresarlas directamente en sus ficciones. Su visión del mundo, su compromiso, sus obsesiones y lo demás ha de transformarlas en acción, en conflicto novelesco, en aliento de sus personajes… en vez de manipular o lastrar la trama, la caracterización, los diálogos o la narración. Mis libros pretenden ser divertidos y profundos, realistas y mágicos, para niños y para ciertos adultos, cuento y novela (y a veces un poco ensayo), todo al mismo tiempo.
Lo anterior no significa que mis obras sean todas iguales: tengo novelas con tanto humor como La tremenda bruja de La Habana Vieja, con mucha aventura como Mi tesoro te espera en Cuba, plenas de leve misterio como Vuela, Ertico, vuela o tejidas con magia e Historia como La leyenda de taita Osongo.
Lo que indudablemente no soy es un escritor realista. Opino que la cruda realidad ha de ser cocida para convertirla en ficción narrativa (la primera es indigesta, mientras que la segunda puede ser asimilada hasta el último de sus nutrientes). Esto no quiere decir que yo rehuya la realidad, sino que prefiero abordarla con la distancia crítica que permiten la fantasía, el humor o la aventura.
En mis cuentos Javi y los leones, La Nube y La bruja Pelandruja está malucha me dirijo a niños pequeños y soy bastante breve y directo, aunque sin renunciar a un segundo plano de lectura, a cierto relieve metafórico o, al menos, a “efectos especiales” como son rimas internas o guiños intertextuales.
En textos más ambiciosos como Pájaros en la cabeza, Don Agapito el apenado, El pájaro libro y la mayoría de los que integran Los cuentos del mago y el mago del cuento, me propuse abordar de manera parabólica o metafórica cuestiones muy concretas y serias de nuestro mundo como el poder, la necesidad del escritor de realizarse en el encuentro con sus lectores, la urgencia de prestar mayor importancia a los demás y asumir francamente nuestras pasiones y defectos, la complejidad de la vida en pareja. Mis cuentos para niños no siempre tienen temas específicamente infantiles ni personajes menores de edad… ¡y eso gusta a los chicos! Ellos bien saben que tienen que crecer, que tienen que conquistar su lugar en un mundo del que los adultos se obstinan en ocultarles cosas quizás difíciles, pero apasionantes.
Alguna vez alguien me dijo que yo era un poeta en prosa y creo que, efectivamente, en mis cuentos busco eso que diferencia al poeta del mero malabarista verbal: cierta dosis de filosofía.
Eso sí, espero ser un poeta divertido, un filósofo al que le encanta jugar.
Aunque se me ha pedido definirme como escritor, tengo que aclarar que no solo soy un autor de narrativa…
Siempre me ha interesado mucho el componente visual de los libros infantiles. Mis primeras experiencias creativas, a los 10 u 11 años, tenían más de tebeo que de cuento dibujado. Y cuando empecé a escribir, no solo ilustré aquellas incipientes novelitas, sino que a menudo la idea partía por entero de un dibujo. Mi primera publicación, a los 19 años, no fue un texto, sino humor gráfico. Pero a continuación me persuadieron de que carecía de talento plástico y durante casi treinta años me contenté con tratar de participar en la elección de mis ilustradores y darles alguna opinión. No es hasta 2006 que publiqué un libro con ilustraciones propias (machacadas por la deficiente impresión), y al año siguiente, todo un álbum, La canción del castillo de arena. Todavía no me atrevo a declararme ilustrador (como tardé mucho tiempo en asumir que el de escritor era mi oficio, no por modestia sino por respeto al género). Pero esta vez se debe a que la mayoría de mis trabajos de ilustración están todavía inéditos en castellano (dos han salido solo en vasco y el último aparecerá a mediados de 2010 en francés). Aclaro que no tengo la menor intención de ser mi único ilustrador, y no solo porque hay estilos de la ilustración donde no puedo meterme o porque nunca renunciaré a la estimulante sorpresa que supone la interpretación de mis textos por otros artistas. Lo cierto es que solo me interesa ilustrar si puedo decir con dibujos algo que en palabras deseo o no alcanzo a expresar.
Hay, finalmente, un aspecto de mi trabajo que está relacionado con la literatura infantil, pero no es literatura infantil: la crítica y el ensayo.
El centenar y medio de colaboraciones que he entregado a revistas y periódicos de tres continentes (una pequeñísima parte reunida en el volumen La literatura infantil. Un oficio de centauros y sirenas) no versa en su totalidad sobre literatura y libros para chicos, aunque es lo que predomina. Durante quince años publiqué más críticas que narraciones. No faltó incluso quien, en mis años cubanos, dijera que yo era un buen crítico y un mal novelista. Algo de razón tenían quienes menospreciaban mis ficciones: yo estaba en una etapa de formación y búsquedas. Desde que descubrí mi verdadera voz literaria (entre 1987 y 1991) relegué la crítica de libros –aunque me sigue gustando– y me concentré en el ensayo y la narrativa. La crítica es un género periodístico mientras que el ensayo ya pertenece a la literatura, y lo que me gusta por sobre todas las cosas es la creación.

5. ¿Y el panorama de la LIJ en Cuba?

La literatura infantil cubana es una de las más antiguas y sólidas del mundo hispánico. Surgida a mediados del siglo XIX, ya en 1889 tenía su clásico: La Edad de Oro de José Martí. Fuera de algunos títulos sobresalientes en la primera mitad del siglo XX, es tras la Revolución Castrista (1959) que surge una verdadera escuela cubana de literatura infantil. Muy subordinada en sus primeros veinte años a la prédica ideológica, la poética literaria infantil cubana se desembaraza progresivamente del lastre educativo. Pero la grave crisis económica de los 90 y su consiguiente depresión editorial, provocan la emigración de gran número de autores e ilustradores, generando algo que ya existía en literatura para adultos: la bifurcación en dos ramas: la de creadores radicados en la isla y la de creadores emigrados. Evidentemente, el número de los que permanecen en la isla es más alto y, salvo raras excepciones, su producción es más estable. Sin embargo, la literatura infantil en Cuba se enfrenta a varios problemas de envergadura:
1) La imposibilidad de acceder a la bibliografía completa de un autor puesto que raros libros se reeditan y, en la lejana época de las tiradas masivas, inclusive, se agotan completamente en pocas semanas. En consecuencia, los autores radicados en Cuba tienen un impacto muy limitado en la sociedad.
2) En el archipiélago cubano solo circulan los libros editados in situ, y para eso, esencialmente los editados en la capital. Son muy pocos, mayoritariamente de autor nacional, y no reflejan en modo alguno la pluralidad de la literatura infantil contemporánea, dejando insatisfecha las necesidades literarias de los niños cubanos. Por supuesto, los primeros en vernos privados de difusión somos los escritores emigrados. Algunos publicamos sostenidamente, pero debemos aceptar el no tener lectores de la misma nacionalidad del niño que fuimos (“Soy de mi infancia, como de un país”, escribió alguien, Rilke creo; así que los escritores infantiles cubanos en el exterior somos doblemente exiliados).
3) La literatura infantil cubana se exporta extremadamente mal. Las ediciones cubanas no tienen mercado externo; en parte debido a la poca calidad de la edición, la ilustración y la impresión, pero también porque los textos mismos resultan difícilmente leíbles por niños de otros países. Cuba es un país cerrado, con una estructura socio-económica demasiado específica y una lengua e ideologemas –que tienen una enorme importancia en la poética y la práctica de nuestra literatura infantil- sumamente endogámicos. Los escritores infantiles residentes en Cuba tienen una percepción demasiado inmediata de su lectorado y sus obras, a veces estéticamente ambiciosas, sufren de localismo. En sentido general, la literatura infantil es menos exportable que su equivalente para adultos, pues los niños solo gradualmente adquieren la madurez necesaria para comprender otras realidades y reconocerse en otros individuos; pero en el caso cubano las fronteras son particularmente compactas.
12. ¿Qué crees que se puede hacer para el fomento de la lectura entre niños y jóvenes?
Hay una única receta eficaz para fomentar la lectura: publicar buenos libros. Libros de todos los géneros, de todos los estilos, de todas las temáticas, procedentes de todas las culturas, contemporáneos o clásicos… pero que estén escritos con ambición estética, con respeto y conocimiento del destinatario, con dominio del tema y de las técnicas literarias. Por supuesto, esto vale para todos los públicos. Si los adultos no leen, mal podrán inculcar el placer de la lectura en los más chicos. Esto incluye a los maestros, que no leen bastante para sí mismos, por placer, y para sus alumnos (para mejor orientar sus lecturas, pero también para compartir una literatura que, en buena medida explica quiénes son esos seres a los que están encargados de formar). Me contaba el comercial de una importante editorial, que tiene clientes (maestros) que le encargan el mismo libro desde hace veinte años. Son maestros que se leyeron un solo libro y lo quieren utilizar a lo largo de toda su carrera. A veces se trata de libros que ya no corresponden a los gustos, preocupaciones y necesidades de sus alumnos o que, incluso, han sido descatalogados (aunque ya sabemos que se saca de catálogo lo que no vende bastante, que no es obligatoriamente lo peor escrito) y que él debe hacer increíbles malabarismos para conseguirles algún ejemplar (¿que luego fotocopiarán...?).
Pero hay una paradoja a tener en cuenta. Si los padres deben leer a los pequeños, y si los maestros de guardería y primeros años escolares deben leer en voz alta ante la clase, paulatinamente deben dejar que los chicos lean solos. He visitado colegios en que los niños me dicen haber leído mi libro, cuando en realidad se han limitado a escuchárselo leer al maestro… y hablo de niños más de 7 u 8 años. Escuchar historias gusta a todo el mundo, pero quien no practica la lectura individual, jamás conseguirá adquirir la técnica y convertirse en auténtico lector. El otro problema de la lectura en voz alta es que impide la selección individual del tipo de texto. A menudo los no lectores no son más que chicos (y adultos) que no han encontrado el género, estilo o tema que los enamorará para siempre de la literatura.
Todas las encuestas afirman que los niños consumen una cantidad de libros muy superior a la que leen los adolescentes. No sé si esas encuestas tienen en cuenta la cantidad de páginas, y por consiguiente de tiempo, que implica el término de “libro leído”; pero lo a lo que apunto es a que parte del fracaso de la lectura en la adolescencia tiene que ver, paradójicamente, con su éxito en la infancia. Un niño acostumbrado a “oír” cuentos –por lo general escogidos por otros- no estará tan bien preparado para leer novelas por sí mismo, y aún menos para encontrar el tipo de libro que le conviene. La relativa pasividad del niño pequeño, que se deja proponer lecturas por sus mayores, limita la autonomía que debe ejercer el adolescente. Otro aspecto de la misma hipótesis tiene que ver con la calidad de las lecturas propuestas en la escuela. Un libro mediocre puede resultar aceptable durante la lectura oral compartida, y sin embargo revelará su insubstancialidad durante una lectura individual. Cuando lees te zambulles en la realidad ficcional, haces amistad, te enamoras u odias a los personajes, vives la trama, te dejas seducir por la voz narrativa… Si el libro es mediocre, no puedes zambullirte más allá de la panza, los personajes te aburren, se te borran, la trama se te hace invivible, la voz narrativa parece hablar una lengua que apenas balbuceas. No sé si la calidad de la literatura infantil publicada en España es equivalente a la calidad de la literatura juvenil, pero, a riesgo de equivocarme, encuentro mucho libro juvenil más preocupado en abordar una temática que en crear un universo literario palpitante.
Veo un último problema en las actividades de animación a la lectura. A veces el medio se convierte en el fin: el narrador oral no dice de qué libro sacó sus cuentos, ni explica o trasmite el placer primero que él concibió leyendo los textos de su repertorio; o la animación propuesta tiene más de circo que de “puesta en voz” de una obra literaria, o el taller mismo nada tiene que ver con la lectura. También ocurre que el tallerista es un escritor y su público se retira satisfecho de la actividad, pero sin siquiera preguntarle por sus libros, ni pedirle la dedicatoria de uno de los ejemplares que están a la venta a tres metros de distancia. Por no hablar de los “encuentros” con escritores que ni los chicos ni sus maestros han leído previamente… y que tampoco tienen la intención de leer después.
Mi cuento El pájaro libro es una parábola de la angustia del escritor que se siente poco leído. El héroe de esa historia no es un escritor sino un libro, que se escapa de su estante polvoriento, aprende a volar y a hablar, para al fin instalarse como narrador oral en un árbol frente a la biblioteca. A los lectores tenemos que salir a buscarlos, tenemos que transmitirles nuestro sueño y contagiarles el amor, la pasión, la necesidad de los libros.

Tomado de « Platero », revista de literatura infantil y juvenil, de animación a la lectura y bibliotecas escolares.
Centro de profesores y recursos de Oviedo. Asturias. España, enero-febrero de 2010.
Versión completa, con la autorización de « Platero » en mi página facebook y en el portal literario y teatral Artedfactus:

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