8/10/14

Mis maestros rusos (que fueron soviéticos)


No hablaré aquí de los inmensos Tolstoi, Turguéniev, Chejov y otros monumentos de la literatura rusa que leí a partir de mis 15 años. Ni siquiera mencionaré a Dostoievski, que tanto me ayudó a comprenderme en medio de mis crisis de adolescencia o de Maiakovsky que pudo dejar su impronta en mi efímera carrera de poeta político (menos de seis meses, entre el golpe de estado de Pinochet el 11 de septiembre de 1973). De quienes aquí se trata es de los autores rusos que marcaron durablemente mi formación como lector y mi obra literaria.

Anatoli Alexin, Arkadi Gaidar, Lazar Laguin, Yuri Olesha, Anatoli Ribakov y otros autores para chicos dejaron su huella en mí no solo porque sus obras correspondían a mi edad, sino porque lo que yo comencé a escribir a los 12 años, y sigo escribiendo y publicando hasta hoy, es literatura infantil y juvenil.

Ciertamente leí otros, de los que recuerdo solo el título del libro o que me consta haber leído sin que recuerde qué libro exactamente, como Serguéi Mijalkov, Nikolai Nosov, Agnia Bartó,  Kornéi Chukovski e incluso Alexandr Pushkin. Entre ellos sobresalen muchos libros en verso o destinados a niños pequeños que olvidé más o menos fácilmente, y que quizás todavía gozan de éxito en Rusia. En mi defensa puedo decir que si las traducciones de prosa eran malas las de poesía eran sencillamente abominables. Ninguna belleza formal sobrevivía a traductores que no tenían el menor talento poético, y a menudo, ni siquiera la compresibilidad del texto quedaba garantizada.
El popular Nadasabe, de N. Nosov, tuvo poco éxito en Cuba y ni siquiera recuerdo haberlo leído
Aquí en la emblemática personificación de Boris Kalaushin

Entonces decíamos “escritores soviéticos”, aunque la mayoría eran originarios de la Federación Rusa o por lo menos se expresaban en la lengua de Pushkin. Recuerdo menos escritores rusos de los que leí porque a los hispanos nos despista esa costumbre rusa de poner en las tapas de los libros, incluso para pequeños, solo el apellido –que de por sí nos sabe a caviar– precedido de una simple inicial: V. Kataiev, N. Chervinskaia o S. Prokofieva son infinitamente más difíciles de retener que Mark Twain, Erich Kaestner o Astrid Lindgren, incluso si estos nombres resultaban igualmente exóticos para el niño de la mayor isla del Caribe que fui.

Conseguí este número de Literatura Soviética (n°12, de 1968) por lo menos 15 años después de su aparición.
Pero descubrí la revista a fines de los 70 y adquirí varios números con textos de y sobre literatura infantil

Pienso que los libros soviéticos comenzaron a hacerse visibles en Cuba en los años 1962 ó 1963, cuando ya yo sabía leer. Después de superada la crisis de desconfianza generada en la Isla por la decisión de Krushov de retirar los misiles nucleares con que Fidel Castro contaba evitar un segundo intento de invasión norteamericana, la realpolitik facilitó un nuevo acercamiento con la Unión Soviética, y este crecería hasta alcanzar su clímax a mediados de los 80. En esos años, en parte para compensar las limitaciones de la industria poligráfica cubana, nuestra empresa especializada en libros para chicos, Gente Nueva, coeditó con diversas editoriales soviéticas y de otros países socialistas. Eran sobre todos libros impresos en color y con encuadernaciones más sólidas que las que podían permitirse las imprentas cubanas. Generalmente dedicados a niños pequeños, estos títulos no se adecuaban al mundo referencial ni respondían a las temáticas asequibles a esa edad. En mi condición de crítico literario y de miembro del comité asesor de la editorial, me opuse frecuentemente a tal elección, pero sin resultado alguno.

Otro problema que presentaban  los títulos importados del catálogo en lenguas extranjeras de Progreso, Ráduga o Mir es que sus traductores eran generalmente españoles emigrados en la URSS que abundaban en giros difíciles de comprender por los niños cubanos e incluso de dudosa pureza castellana, amén de poco adaptados a la edad de su destinatario.
 
Sin embargo, el principal defecto que suele mencionarse cuando se trata de la literatura soviética es la prédica leninista o estalinista que no solo se percibía detrás de la mayoría de las tramas y de los valores expresados por sus personajes, narrador o voz poética, sino que incluso solían constituir el objetivo principal, relegando la trama o la buena versificación a meros instrumentos. 

Ejemplar encontrado en una librería de segunda mano
en Pinar del Río (marzo 2015) tan deteriorado
que no animé a comparlo
Dentro de la oferta bibliográfica de cualquier país existen libros informativos sobre arte, ciencia, medio ambiente y, ¿por qué no? ideología. Siempre que no intenten dar gato por libre, no tengo nada que reprocharles. Hubo libros de ese tipo que incluso me interesaron bastante en los años 60, aunque lo cierto es que incluso habiéndolos tenido en casa, no recuerdo bien sus títulos. Es el caso de La perrita, el chico y el cohete, que narraba con un poco de ficción la historia de la perra Laika, y del voluminoso reportaje sobre el palacio de pioneros de Leningrado El palacio pertenece a los niños. Este último me sirvió de fuente de inspiración para algunos elementos de la ciudad ideal, Villa Nueva, que inventé como escenario de la serie de novelas de aventuras, Los Vengadores, que más me ocupó en mis tiempos de niño escritor.

Por entonces Fidel Castro solía repetir que Cuba aún se hallaba “construyendo el socialismo” ya plenamente instalado en la Unión Soviética y otros países de Europa Oriental. En mi impaciencia y sueño de perfección, imaginé la “región experimental de Villa Nueva” como un territorio socialista ideal. Llegué incluso a dibujar mapas de la ciudad y sus alrededores donde se podía apreciar todos los detalles: casas, escuelas, hospitales, industrias, farmacias, cines, bibliotecas… ¡y hasta el itinerario de las diferentes líneas de ómnibus!
Plano de uno de los barrios de Villa Nueva. Nótese el lugar privilegiado
que atribuí al palacio de pioneros (que en algún momento rebauticé “Palacio de Escolares”, 
seguramente por no dejar fuera a los estudiantes secundarios, entre los que yo me contaba por entonces)

No me cabe la menor duda sobre la función de evasión y compensación de mis frustraciones que tenían mis escritos adolescentes. ¿Era un niño gordo y tímido? Mis héroes eran atléticos y desenfadados, ¿los ríos de Santa Clara estaban contaminados? Los de Villa Clara eran cristalinos, ¿Los cubanos  no podíamos viajar al extranjero? La mayor parte de mis aventuras tenían protagonistas franceses o alemanes que viajaban por todo el planeta… e incluso al espacio.

Un ejemplo concreto. La Unión de Pioneros de Cuba, fundada en 1964, cuando yo tenía 9 años, solo se masificó en julio de 1966. Fui pionero solo un día, pues al terminar las vacaciones de verano ingresé en secundaria básica donde no se era pionero sino miembro de la desangelada Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media. Mi reacción fue extender, en mi ideal Villa Nueva, la condición de Pionero hasta noveno grado. Y dotar a dicha ciudad de un palacio de pioneros que no tenía nada que envidiar al que había leído en El palacio pertenece a los niños

La literatura infantil soviética preconizaba una atmósfera alegre, positiva y optimista donde los malvados eran “enemigos del pueblo”, gente sin entusiasmo y egoísta que se apartaba de los valores comunistas. En una época en que Alemania y Austria, pero también algunos países escandinavos y Gran Bretaña practicaban el llamado “realismo crítico”, los países socialistas imponían un concepto de literatura idealizadora y ejemplarizante complementada por la presentación sistemática en la prensa de un capitalismo decadente, sombrío y brutal… que en Cuba se identificaba también con el “pasado ominoso” del que nos había salvado la revolución castrista.

No puedo excluir que el “positivismo” de la literatura infantil socialista que tanto leí me haya marcado al rojo vivo. Sobre todo teniendo en cuenta que la literatura occidental que me llegaba a través de la biblioteca provincial de Santa Clara (anterior a 1968) también eludía mostrar la crueldad del mundo real. En mis libros raramente hay situaciones traumáticas… lo que no implica que mis historias sean idílicas, tranquilizantes o adictas al happy-end. Al contrario, yo diría que en mis cuentos y novelas predominan los cuestionamientos, la connotación y los finales abiertos.

El caso es que entre los libros que, de una u otra manera, orientaron mi gusto literario e incluso dejaron huella visible en mi creación, se encuentran algunos que no disimulan su aceptación e incluso promoción de la sociedad soviética y sus valores. Pero lo hacen con talento y sin subordinar el interés de la historia y la calidad literaria. Entre estos libros sobresalen Timur y su pandilla, de Arkadi Gaidar, Una historia terriblísima, de Anatoli Alexin, Aventuras de Kosh, de Anatoli Ribakov,  El viejo djin Jottábich, de Lazar Laguin y Los tres gordinflones, de Yuri Olesha, así como algunos cuentos tradicionales rusos.

Antes de detallar mi relación con esa media docena de obras, debo advertir que ni siquiera al comenzar este artículo, tenía yo la intención de probar de qué manera y eventualmente en cuáles de mis libros se nota su huella. Como ya he declarado en otra ocasión, un escritor raramente es consciente de sus influencias y a veces hasta cree seguir los pasos de un autor que en realidad no es el que más le ha marcado. Pero al comenzar a examinar las obras de las que a continuación me ocupo, recordé detalles, encontré información en mi archivo e incluso notas en los márgenes de los volúmenes mismos, y todo eso me orientó hacia qué me gustó en ellos y porqué.

Fue en un ejemplar de esta edición que descubrí Timur y su pandilla en la biblioteca provincial de Santa Clara
antes de cumplir 13 años. Años después compré un ejemplar de la edición cubana, que no conservo.
Timur y su pandilla fue probablemente la primera novela rusa que leí y la que más intensamente influyó los cuentos y novelas con que me inicié en la vida literaria pública cubana entre 1974 y 1980. Es la historia de una pandilla de niños que, durante el verano, se organizan para ayudar a las familias de los hombres de la aldea que han sido movilizados al frente de batalla (de una guerra que no se nombra, pero que debió ser la “Guerra de Finlandia”, en 1940, lo que explica la popularidad de la obra durante la “Gran Guerra Patria” que debió librar la Unión Soviética a partir de la invasión nazi en 1941).

Cuando comencé a frecuentar los talleres literarios y premios regionales que permitían el desarrollo de un escritor aficionado en la Cuba de mediados de los 70, yo tenía escritas 54 novelitas de aventuras, las unas peores que las otras. Las había escrito entre mis 13 y 18 años, período en el que era perfectamente permeable a la norma ideológica en vigor y a los libros (y películas) a mi alcance.

Por entonces yo creía realmente en la superioridad moral, política y económica del modelo soviético, y veía en Timur y su pandilla un arquetipo de novela infantil de aventuras en un marco contemporáneo y comparable al de mi país en aquel momento (en “guerra fría” contra el imperialismo yanqui). Esta obra de Gaidar tenía, además, el mérito de corregir el modelo –literariamente inferior e ideológicamente denostado– que presidía cuanto había yo escrito hasta entonces: las novelas de niños detectives de la inglesa Enid Blyton.

Por causa de su extensión, yo no podía discutir mis novelas en las sesiones de talleres literarios, pero además ninguna tenía la calidad necesaria para presentarla a un premio literario. Decidí entonces escribir cuentos con un estilo muy similar: formalmente realistas, de ambiente contemporáneo, protagonizadas por niños y con una intriga de misterio lo más verosímil posible. Timur y su pandilla me parecía tan buen modelo que recuerdo haberla leído numerosas veces (tantas como Aventuras de Guille, de la cubana Dora Alonso o Emilio y los detectives, del alemán Erich Kaestner) tratando de “impregnarme” de su técnica y tono. Por eso no es raro que el segundo texto que publiqué en mi entonces corta carrera, y el primero de carácter crítico, fuera una reseña (en realidad mediocre) de la novela de Arkadi Gaidar.
Mi primera reseña literaria
Boletín “Pluma y Fusil” del taller literario de la Universidad Central de Las Villas, inicios de 1976

Dejé de escribir mis cuentecitos más o menos realistas y bastante ejemplarizantes, en 1979, tras ganar el premio del Encuentro Debate Nacional de Talleres Literarios con “La gran rosa blanca”, un nuevo tipo de cuento, de estilo poético, relación parabólica con la realidad y mensaje ecológico y humanista. Con otros seis cuentos similares compuse De los primeros lejanos tiempos la lechuza me contó, libro tardíamente publicado en 1987. Fue mi segundo y no mi primer libro, puesto que en 1983 había llegado a las librerías El secreto del colmillo colgante, una novela detectivesca donde no sería imposible detectar la huella de Timur...

De Una historia terriblísima, de Anatoli Alexin, me encantaron el narrador en primera persona, perspicaz pero levemente ridículo, el estilo irónico, la trama detectivesca perfectamente verosímil y el ambiente –escolar– de un adolescente común y corriente. Sin embargo, su huella no está en mis novelas más o menos realistas El secreto del colmillo…, Exploradores en el Lago o Mi tesoro te espera en Cuba, sino en un libro de estilo fantástico como Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes, donde desarrollé plenamente la parodia de recursos y convenciones literarias que asoman en el discurso y la trama del escritor ruso.

En verdad, siempre quise poder escribir algo parecido a Una historia terriblísima, pero solo ahora estoy cerca de lograrlo (daré noticias dentro de un año). Con todo, en 1987 la emisora cubana Radio Progreso difundió los 104 capítulos de mi folletín radiofónico “El corazón es una flor”, donde el realismo, el ambiente escolar y la importancia de la literatura  son quizá un eco de la novela de Alexin.
 
Mi primer folletín radiofónico (que tuvo un éxito que me hizo pensar más de una vez en convertirlo en novela) revela también alguna influencia de Aventuras de Kosh, de Anatoli Ribakov. Esta novela realista “pura” narra la vida de un joven aprendiz, que descubre durante un verano el mundo del trabajo y la economía, debe aprender a valorar las complejidades psicológicas del mundo adulto y tomar posición frente a un robo en el taller donde labora. Es, sin alardes, una bildungsroman que me impresionó vivamente y que consideré superior a mis fuerzas creativas.

Mi maltratado ejemplar de El viejo djin Jottábich

El viejo djin Jottábich es con certeza la novela juvenil soviética más conocida y más popular en Cuba. Sin dudas influyó en ello la adaptación televisiva con el apreciado Agustín Campos en el rol del djin que se ve trasplantado al “socialismo real” desde su mitológico califato esclavista. El choque tecnológico genera situaciones tan cómicas como las del choque de valores, pero estos últimos han envejecido aún más. Sin embargo el talento de Laguin es tal que la obra mantiene todo su encanto… al menos para un lector que tenga las referencias necesarias. Ahora que pienso en ello, me digo que la pareja protagónica de mi novela La tremenda bruja de La Habana Vieja, una preciosa, ingenua y bondadosa niña cubana y su fea, malvada y tramposa bruja que tiene por tía tatarabuela, está tal vez inspirada por la pareja que forman el pionero Volka Kostilkov y el milenario Hassan Abdurrahmán aben Jottab.

No puedo descartar que una parte de mi fidelidad a este libro radique en que viví una situación similar a la de Volka y su profesora de geografía. A los 10 años mis padres nos habían inscrito a mis hermanos y a mí en el conservatorio municipal. Mi hermana ya llevaba algún tiempo tomando lecciones de piano y resistió hasta su ingreso en la enseñanza secundaria, pero mi hermano abandonó inmediatamente un programa absurdo que se reducía a clases teóricas, sin propiciarnos el menor acercamiento al instrumento que habíamos escogido (en mi caso el acordeón… por simple identificación con un personaje de la serie televisiva de moda). Yo era un niño obediente, que nada asustaba tanto como decepcionar a sus mayores; así que si bien no tardé en desertar también, lo hice a escondidas. El curso había terminado y ya no temía yo un encuentro entre mis padres y mi profesora de solfeo cuando, a la orilla del mar, a 70 km de nuestra ciudad, se produjo lo impensable. No recuerdo que me castigaran por haber mentido durante meses. Pienso que la vergüenza ardía de tal manera en mi rostro que mis padres habrán comprendido lo inútil de agravar mi pena.

Lo más triste es que tengo un excelente oído musical y que podría haber aprendido cualquier instrumento (formé parte de varios coros en el Instituto y la Universidad). La música pudo ser mi “violín de Ingres”, pero todos los intentos que hice, ya adulto, por matricular piano resultaron infructuosos frente a la arbitraria burocracia que administraba el acceso a aquel privilegio cultural. Mi única, tardía, compensación me llegó el año pasado cuando publiqué Concierto n°7 para violín y brujas, la fantástica historia de un violín embrujado que se extiende durante cuatro siglos y que considero una de mis mejores novelas.


Los tres gordinflones es la más trascendente de las novelas que comento en este artículo. Es un raro y logradísimo ejemplo de realismo mágico revolucionario, casi podría decir revolucionarismo mágico puesto que Yuri Olesha consiguió con esta novela lo mismo que quizá se propuso Lazar Laguin: una obra literaria original y fuerte que portara los valores de la Revolución de Octubre. Pero lo hace de tal manera que incluso desconociendo o rechazando esos valores, la novela funciona. Por algo lleva años en el catálogo de una editorial española como Siruela, que se caracteriza menos por supuestos ideales de izquierda que por una alta exigencia literaria. Si Los tres gordinflones posee esa universalidad es porque se sitúa en un país sin nombre que podría ser cualquiera de los que, a inicios del siglo xx oscilaban entre “feudalismo moderno” y proto-capitalismo, y termina siendo el crisol de una revolución liderada por el obrero Próspero y el artista Tibul, con la colaboración decisiva la pequeña bailarina Souk, el viejo profesor Arneri y el propio príncipe heredero del triunvirato que tiraniza el país. La parábola de la revolución leninista es transparente para quien conoce la historia de principios del siglo XX, pero si no, de todos modos es la historia de una exitosa revuelta contra una abominable dictadura… de las que sigue habiendo y ¡ay! habrá en cualquier rincón de nuestro planeta.

Un escritor es un explorador-inventor que anda por la vida y por la literatura buscando superar al más hermoso de sus modelos. Yo he escrito libros bastante diferentes: novelas detectivescas y fantásticas, cuentos realistas y mágicos, leyendas, fábulas y simples historias para pequeñines; mis historias tienen un escenario reconocible (mi país) o no, se desarrollan en nuestra época, en tiempos pasados o en remotas épocas sin calendario, son serias o humorísticas, trepidantes o poéticas… pero lo que todavía no he conseguido escribir es una fábula basada en un decisivo momento histórico que –por la magia de la ficción y el talento– puedan aproximarse a arquetipos universales como Peter Pan y Wendy, El Mago de Oz, Aventuras de Pinocho, El patito feo, Los Viajes de Gulliver o La Bella y la Bestia. Opino que Los tres gordinflones pertenece a ese selecto grupo y mientras no consiga yo crear algo de esa dimensión, tendré motivos para sentirme insatisfecho y seguir mi arduo y tortuoso camino.

En mis Aventuras de Rosa de los Vientos y Perico de los Palotes y Concierto n°7 para violín y brujas hay cosas que, por momentos, pueden hacer pensar en la maravillosa novela de Yuri Olesha. Pero tal semejanza probablemente solo se ve de lejos y con buena voluntad. En realidad hace unos 20 años que tengo en mente el libro que podré poner al lado de este que me obsesiona y deslumbra. Pero todavía no he madurado bastante para escribirlo. El título es tan simple, claro y eficaz como este Los tres gordinflones. Pero no digo más…


Los cuentos tradicionales rusos alimentaron mi apetito de universos maravillosos. Yo ya conocía los de Perrault, muchos de los de los hermanos Grimm, algunos de Las mil y una noches y otras fuentes asiáticas, amén de algunos mitos y leyendas latinoamericanos… cuando descubrí los fascinantes cuentos rusos en una de las famosas compilaciones de Afanásiev o en volúmenes independientes, ricamente ilustrados. Uno de esos relatos, incluido en el volumen Alionuska, que adquirí probablemente después de 1981, me sirvió de inspiración para uno de los momentos definitorios de mi novela La leyenda de Taita Osongo, escrita y premiada en 1983, pero publicada solo dos décadas más tarde; en traducción francesa, primero, y en su versión castellana dos años después.


En este caso se trata de una influencia formal y compositiva, puesto que mi novela aborda la cuestión de la esclavitud durante la Cuba colonial. Pese a un tema, argumento y ambientación que nada tienen que ver con los de los cuentos tradicionales rusos, “El rey de los mares y Elena la sabia” me sugirió una escena de transformación sucesiva de objetos mágicos en obstáculos entre los héroes fugitivos y su peligroso perseguidor. Convenientemente tropicalizados y adaptados a mi historia, esos elementos aportan a mi novela el episodio de acción y magia indispensable para su catártico desenlace.


Desde que me marché de Cuba, en junio de 1989, perdí el contacto privilegiado que hasta entonces tuve con la literatura rusa. Sé que esa literatura pasó un momento de crisis con la caída del comunismo y el fin de la Unión Soviética. Pero también he podido saber que la literatura infantil rusa ha sabido afrontar las nuevas condiciones sociales, culturales y editoriales. Un día de estos, debo darme un paseo por ese panorama… que no puede ser sino estimulante.

Bibliografía

Afanásiev, Alexander: La sortija mágica. Cuentos populares rusos. Editorial Ráduga. Moscú, 1985. Ilustraciones: A. Kurkín. Traducción: José Vento Molina; 160 p.

Anónimo: Alionushka. Cuentos populares rusos. Editorial Progreso. Moscú, 1980. Ilustraciones: I. Ershov y K. Ershova. Traducción: José Vento Molina; 80 p.

Alexin, A.: Una historia terriblísima. Editiorial Gente Nueva. La Habana, 1978; 152 p.

Broditskaia, I., Golovanov Y.: El palacio pertenece a los niños. Ediciones en Lenguas Extranjeras. Moscú, s/f.; 243 p.

Gaidar, Arkadi: Timur y su pandilla. Editorial Progreso. Moscú, s/f. Ilustrado con fotos de la película. Traducción: E. Rodriguez-Daniliévskaya; 101 p.

Laguin, Lazar: El viejo djin Jottábich. Ediciones en Lenguas Extranjeras. Moscú, s.f.. Ilustraciones: B. Markevich. Traducción: J. López Ganivet; 374 p.

Olesha, Yuri: Los tres gordinflones. Editorial Progreso. Moscú, 1974 (co-editado por Gente Nueva. La Habana). Presentación (¿ilustracines?): V. Goriáev. Traducción: A. Herriaz; 158 p.

Ribakov, Anatoli: Aventuras de Krosh. Editorial Progreso. Moscú, s/f. Traducción: A. Herriaz; 236 p.

Varios: Literatura soviética. Número especial dedicado a la literatura infantil. Union de Escritores de la URSS. Moscú, 1968, n° 12 (246); 192 p.

Mis obras citadas

Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes. El Arca. Barcelona, 1996. Il.: Daniel Sesé. Alfaguara. Buenos Aires, 2004. Il.: Xulian; 118 p.

Concierto n°7 para violín y brujas. Fondo de Cultura Económica. México, 2013. Ilustraciones de Julián Cicero; 72 p.

De los primeros lejanos tiempos la lechuza me contó. Editorial Oriente. Santiago de Cuba, 1987. Il.: Vicente Rodriguez Bonachea / Versión ampliada y corregida: La lechuza me contó. Editorial Progreso. México, 2004. Il.: Fabiola Graullera; 54 p.

Exploradores en el Lago. Alfaguara. Madrid, 2009. Il: Tesa González; 164 p.

El secreto del colmillo colgante. Gente Nueva. La Habana, 1983. Nueva versión: El secreto del colmillo dorado. Libros & Libros. Bogotá, 2013. Il.: Luis Enrique Suárez; 192 p.

La leyenda de Taita Osongo. Fondo de Cultura Económica. México, 2006. Il.: Ajubel (estrenada en versión francesa: La légende de Taïta Osongo. Ibis Rouge. Montoury, 2004. Traducción de Pierre Pinalie); 78 p.

Mi tesoro te espera en Cuba. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 2002 / Edelvives. Madrid, 2008 (estrenada en la versión francesa: Cuba, destination trésor, 2000. Traducción de Mireille Meissel); 174 p.




























17/9/14

El único escritor hispano en el Festival America


Del 11 al 14 de septiembre tuvo lugar en Vincennes (afueras de París) la séptima edición del Festival America, que –como sugiere la falta de acento en la segunda palabra- no es un evento literario dedicado a las dos Américas y mucho menos a la América Latina, sino a la América del Norte; es decir, Estados Unidos, Canadá y México (integrantes de la citada región geográfica) más Haití y Cuba que, a través de una importante migración, han insertado sus literaturas en las de Estados Unidos y Canadá. Con motivo de sus diez años, el Festival America incluyó en 2012, excepcionalmente, escritores de todo el hemisferio y esta vez los organizadores quisieron “volver a las raíces” y no invitaron a ningún escritor hispano.
Yo fui la excepción porque al no ser más que un escritor para niños, no estaba en el listado oficial de escritores (65 norteamericanos y 40 franceses), sino en página aparte del vistoso catálogo del evento y fuera del cartel y la camiseta del evento (la escritora norteamericana Delia Sherman, la autora e ilustradora francesa Natalie Fortier y yo gozamos de tal “privilegio”.

http://scolairesamerica.blogspot.fr/

Lo cierto es que la literatura infanto-juvenil no ha alcanzado en el Festival America el reconocimiento que merece. La “jornada escolar” del viernes y las visitas de autores a escuelas de Vincennes antes, durante y después del evento, así como las ventas y actividades que tienen lugar en la carpa infanto-juvenil, en el “tipi” (tienda de estilo “piel roja”) y otros espacios culturales de la localidad, dan muestra de la importancia de la LIJ y el público joven… que, por cierto, ocupa buena parte de la agenda del escritor o escritora elegido para la “residencia” del Festival (todos los años, incluso los que no incluyen evento, un apartamento y una confortable suma de dinero permiten a un autor trabajar durante tres meses en esta tranquila localidad limítrofe de París; en 2012 la agraciada fue la cubana Karla Suárez, primera escritora de lengua española en disfrutar de la “residencia de creación Vincennes”).
La importancia de la literatura y el público infanto-juvenil es, como decía, creciente y este año, por primera vez, desbordó del programa y de los espacios consagrados a los chicos, al ser tema de un debate para público adulto.

Creo poder atribuirme la idea de este debate, puesto que inicialmente no estaba previsto y fueron los argumentos que desarrollé, en mis entrevistas con las coordinadoras de la “programación escolar”, las que permitieron su aprobación por la directiva del Festival. El hecho de tener lugar el domingo por la mañana, momento en que había poca gente en el festival, tanto como la falta de tradición y probablemente de una adecuada promoción, explican la relativa escasez de público.

Confío en que esto no ponga en peligro su presencia en la próxima convocatoria y que, paulatinamente, se convierta en uno de los momentos más nutricios del festival. Y no solo porque son numerosos los maestros y bibliotecarios que participan en el Festival America, y porque son muchísimos los escritores, ilustradores y otros profesionales que se dedican al libro infantil en Francia, sino porque los temas, las formas, las motivaciones y los desafíos diversos que envuelven esta producción implican no solo a su destinatario específico sino a personas de cualquier edad… Fue una de las ideas en que más insistí al responder a las preguntas: “¿Cómo y por qué decide un autor dirigirse a los chicos?” y “Es realmente diferente de escribir para adultos?” que dieron inicio al debate.

En el estrado, a la izquierda de la moderadora, Lucie Cauwe, nos hallábamos los norteamericanos Paolo Bacigalupi y Delia Sherman (con sus respectivas traductoras), la francesa residente en Canadá Sophie Bienvenu, el canadiense David Bouchard y yo.
Bouchard ha publicado decenas de libros, abundantemente ilustrados y acompañados de CDs con música y texto grabados por él mismo, que difunden las ricas tradiciones aborígenes de Canadá. Como yo, él se dirige especialmente a niños y adolescentes, mientras que Bacigalupi es antes que nada un famoso autor de ciencia-ficción para adultos con algún libro dirigido a los adolescentes. Sophie Bienvenu acaba de publicar su primera novela para adultos, pero sus obras juveniles precedentes ya se hallaban en la frontera. Por su parte, Delia Sherman es sobre todo una especialista en literatura fantástica cuyo primer libro traducido al francés, “Laberinto hacia la libertad”, combina recursos realistas y de ciencia ficción para presentar a los jóvenes actuales la problemática de la esclavitud en el sur de los Estados Unidos. 

La víspera, Sophie Bienvenu me había expresado su sorpresa de verse incluida en un debate sobre literatura infanto-juvenil, y Paolo Bacigalupi tampoco se sentía demasiado cómodo. No obstante, la propia diversidad de relaciones entre nosotros cinco y la cuestión de esa literatura que un ensayista francés dijera “definida por su destinatario” era la mejor prueba del interés que la discusión podía tener para el público general.


en este libro, de momento agotado, desarrollo mis concepciones sobre la literatura infantil
Cuando me tocó el turno insistí en mi ya antiguo aserto de que la literatura infantil es algo así como otro de los géneros clásicos de Aristóteles. Es decir, que si el poeta escribe en versos y el dramaturgo redacta diálogos, el escritor infantil no lo es porque se dirige a los chicos, sino porque la forma de su discurso está modulada por la manera que tienen éstos de interpretar, expresar y actuar el mundo… que comparten con nosotros los adultos. Lo que diferencia un libro para chicos de un libro para adultos no es el tema –que puede ser el mismo: el amor, la verdad, el miedo, la guerra, la muerte- sino el tratamiento formal específico… si bien, como también dije esa mañana de domingo, la cuestión de las formas suele ser descuidada por los investigadores y críticos de LIJ.

 

Mi agenda personal comenzó con sendos encuentros con alumnos de 8° y 9° grados. Como el curso empezó solo 10 días antes del festival, los muchachos no pudieron leer enteros los libros de los autores con quienes se reunieron.
 

Yo había propuesto el capítulo 9 de mi novela “La leyenda de Taita Osongo” (único libro juvenil que tengo actualmente en el mercado francés). Motivados, bien preparados y muy atentos, los chicos me preguntaron más sobre el oficio de escritor, de mi vida y obra, que sobre el libro.

Los encuentros escolares del Festival America tienen, entre otras motivaciones, el atractivo de permitir un encuentro en la lengua original de los autores. En mi caso esto se vio muy limitado pues aunque los muchachos vinieron con su profesora de español y con la de francés, solo los de 9° estaban en condiciones de practicar un poco la lengua.




Al día siguiente fui inteligentemente entrevistado por una estudiante en el “Café literario de los jóvenes” que se desarrolla en un estrado dentro de la carpa infanto-juvenil donde se venden los libros destinados a dicho público, lo que permite al público escuchar las entrevistas de autores al tiempo que hacen sus compras. 


En ese diálogo en torno a La leyenda de Taita Osongo, surgió la cuestión de la importancia que tiene la naturaleza en la trama y en el “aparato ideológico” de la novela. Taita Osongo es un mago que extrae sus poderes de un contacto privilegiado y respetuoso con el medio ambiente. Es algo que se dice explícitamente en la primera parte de la novela, cuando se encuentra en su imaginario país africano y en la última parte cuando, después de ser abandonado, casi moribundo, en los montes que rodean la plantación de Severo Blanco, recupera sus poderes gracias al contacto con la naturaleza caribeña. Pero sin dudas el mensaje ecológico más radical del libro se me reveló en ese diálogo en la carpa infantil del Festival América cuando quise explicar que lo de “leyenda” en el título no alude a fuentes tradicionales cubanas de mi historia, sino a que solo volviendo a la naturaleza mis héroes podían escapar a la letal institución esclavista. Taita Osongo, Alma y Leonel se funden con el monte y así escapan a la desigualdad social instaurada por el Hombre. Es que en la naturaleza cada organismo, cada especie, tiene su lugar y goza del respeto del sistema.

A menudo se dice que la literatura es una de las respuestas del ser humano a la eterna pregunta de ¿cuál es el sentido de la vida? Yo he llegado a la conclusión de que el Hombre viene al mundo para instaurar la justicia y la igualdad entre todos los seres vivos, para realizar la utopía que en la naturaleza es realidad cotidiana.
mi ilustración para la última página de "La leyenda de Taita Osongo". Ediciones Capiro. Santa Clara, Cuba, 2010

Antes y después de la entrevista, firmé mis libros en francés en la mesa puesta a disposición de los autores por la librería Mille Pages (Mil Páginas) que es una de las instituciones fundadoras y auspiciantes del evento. La oferta de libros de los autores invitados o que giran en torno a América del Norte no me pareció suficientemente amplia y representativa. No obstante, todos mis libros franceses estaban e incluso uno de ellos se agotó. Por otra parte, algunos de mis libros en español estaban en venta en la mesa de la asociación caribeña Ti Woch a la que pertenezco (fue invitada porque el más reciente número de nuestra revista para niños está enteramente dedicado a Haití).

Mis libros fueron los únicos en español vendidos en el Festival este año. En la carpa que acoge las editoriales y librerías participantes del “salón del libro” había algunos libros en francés de unos pocos autores hispanos (para adultos); pero en ese espacio, el más concurrido por los compradores, solo las editoriales de Québec ofrecían también literatura infantil. Es la ambigüedad inevitable del libro para chicos: si bien se destinan a los pequeños y jóvenes, deben ser vendidos y promovidos también entre los adultos. En primer lugar porque la mejor literatura infantil puede ser leída por adultos, y en segundo lugar porque estos últimos son los que poseen un verdadero poder adquisitivo y la inalienable responsabilidad de participar en la formación cultural de los jóvenes a su cargo. Pero, como dije, es algo que los canadienses comprenden mejor que los franceses.




en la mesa de la asociación  Ti Woch       http://tiwoch.wordpress.com/

Mi última actividad fue un taller de ilustración para niños en un “tipi” aledaño a la carpa infanto-juvenil. Lo desarrollamos el ilustrador que preside de la asociación Ti Woch (“Piedrita” en creole, que es la lengua mestiza que se habla en diversos territorios del Caribe) y yo. La propuesta, muy bien acogida por los pequeños y por sus padres consistía en ilustrar una “mini-revista” donde reprodujimos uno de los cuentos de nuestra revista sobre Haití. Cada uno de los 19 niños participantes recibió un cuadernito con el texto impreso de manera que quedara el espacio necesario a la ilustración. Yo leí el cuento, mi colega Jacques Luder presentó Ti-woch magazine y ambos aconsejamos y acompañamos el trabajo de ilustración a base de lápices de colorear, pasteles y rotuladores, papel de color, tijeras y cola que prestamos a los chicos. Cada uno ilustró según su gusto y competencias y al terminar se marchó con su ejemplar así personalizado.

 

El Festival America es el único evento dedicado en Francia a la literatura norteamericana. Un equipo de 200 personas, en su abrumadora mayoría voluntarios, garantizan la compleja organización de un programa compuesto por más de 100 debates, encuentros, exposiciones, proyecciones de películas, recitales, etc. La financiación corre por cuenta del municipio de Vincennes (el alcalde estuvo presente en las principales actividades y no solo en “pose” de edil, sino con la pasión de un verdadero participante), el Ministerio de Cultura, el Centro Nacional del Libro, la dirección regional de arte y cultura, las embajadas de Estados Unidos, Canadá y Haití, y la representación de Québec en Francia, entre otras instituciones culturales, el Sindicato de la Edición y la mayor librería de Vincennes, Mille Pages. El propio edificio del ayuntamiento es sede de los principales debates, y el resto se reparte entre un moderno centro cultural vecino y los jardines, donde se instalan las carpas del Salón del Libro, la carpa infanto-juvenil y otros espacios como el fascinante edificio efímero, redondo, con techo en forma de carpa y paredes cubiertas de espejos que porta el merecido nombre de Magic Mirror (conciertos y eventos “sociales”) y los “tipis” que gozan de la preferencia infantil y acogen diversas actividades lúdicas.

La prensa cultural parisina, encabezada por la revista Telerama y la emisora France Culture, se hace eco del evento, y los autores más conocidos (Margaret Atwood, Richard Ford, Nancy Huston, Dany Laferrière y otros) fueron entrevistados por diversos medios. La presencia de 35 000 personas en la última edición da una idea del respaldo de los lectores, muchos de los cuales son auténticos fans y no se pierden un libro o una mesa de sus autores favoritos.


Elodie Marchand, coordinadora del equipo encargado de las actividades para chicos


Tras la clausura en una animada fiesta donde escritores, organizadores y voluntarios pudimos compartir cena y concierto, no pude dejar de preguntarme: ¿cómo es posible que en Francia, donde América Latina concita tanto interés, no haya ningún evento literario de este nivel que rinda homenaje a una literatura que destaca entre las más ricas y variadas del planeta?


















2/9/14

Seis veces premio La Rosa Blanca


He recibido en seis ocasiones el premio La Rosa Blanca, que otorga la Sección de Literatura Infantil de la Unión de Escritores de Cuba a los mejores libros de autor cubano, publicados dentro o fuera del país (aunque en este último caso, ocurre raramente). Fue entre 1995 y 2004 (desde entonces, mis libros, incluso uno que se ublicó en Cuba,no han interesado al jurado) que acumulé los seis galardones, pero solo una vez -no recuerdo exactamente cuándo- me hicieron llegar el diploma y esta simpática cerámica diseñada por Miriam González.

1995:
Los cuentos del mago y el mago del cuento. Ediciones de la Torre. Madrid, 1994. Ilustraciones: Biblioteca de Lastanosa. ISBN: 84-7960-008-X (traducido al portugués en 1991). Cuentos (desde 10 años).

1996:
Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico el de los Palotes. Buenos Aires. Alfaguara, 2004 ISBN: 950-511-979-8. Ilustraciones: Xulian. También: Santa Clara, Cuba. Ediciones Capiro, 1996 y Barcelona. El Arca. Grupo Grijalbo Mondadori, 1996 (traducido al francés en 1998). Novela fantástica (desde 10 años).

1997:
Vuela, Ertico, vuela. Ediciones SM. Madrid, 1997. Ilustraciones: Ajubel. ISBN: 84-348-5268-3. Novela (desde 7 años).

2001:
La Nube. Buenos Aires. Sudamericana, 2001. Ilustraciones Juean Deleau. ISBN: 950-07-1988-6. Libro-álbum (desde 4 años).

2002: 
El pájaro libro. Madrid. Ediciones SM, 2002. ISBN: 84-348-9105-0. Premio Nacional de Ilustración de España por las ilustraciones de Ajubel (traducción al francés en noviembre 2009). Cuento (desde 6 años).

2003:
Javi y los leones. Madrid. Edelvives, 2003. Ilustraciones: María Rojas. ISBN: 84-263-5021-6. Cuento (desde 5 años).

2004:
Pájaros en la cabeza. Pontevedra. Kalandraka, 2004. Ilustraciones: Marta Torrao. ISBN: 84-96388-51-4 (traducido al gallego, el coreano y el portugués). Premio The White Ravens (mejores libros infantiles publicados en el mundo). Biblioteca Internacional de la Juventud, Munich. Cuento (desde 7 años).


21/8/14

Confesiones de un escritor cubano: cómo, qué, porqué, para quién...

El portal de cultura cubana CUBAENCUENTRO acaba de publicar la entrevista que me hizo Juan Carlos Romero. Aborda temas comola realidad, la fantasía, las fuentes literarias, los motivos e influencias en mi creación, entre otros temas. Forma parte de una serie que está publicando esta excelente publicación y que será posteriormente publicada en un libro.

¿En qué momento decidiste que querías escribir? 

Con mi madre, mi hermana, mi hermano, mi abuena y un tío en Sancti Spiritus.Tendría unos 9 años y ya nada me interesaba tanto como leer


Joel Franz Rosell (JFR): No es algo que uno decida. La literatura lo decide a uno. Yo empecé a contar historias a los 10 años; primero las dibujé en forma de comic, luego las narré oralmente a mi hermana, en el camino de regreso de la escuela, y finalmente, a los 13 años, escribí mi primera novela. Por entonces, como cualquier muchacho, a la pregunta “¿Qué harás cuando seas grande?” yo respondía: “veterinario”, “geógrafo”, “cosmonauta”. Pero no tardé en descubrir que en Cuba un veterinario debía vivir en el fango y curar vacas, que la geografía no se descubría ni exploraba: se enseñaba en las aulas, y que para ser cosmonauta había que ser piloto de guerra y saber mucha matemática. Poco a poco no me quedó más opción que la literatura.
Cuando me llegó la hora de escoger carrera universitaria, al pre-universitario de Santa Clara no llegó ninguna plaza de Periodismo ni de Historia del Arte (que se estudiaban en La Habana, sueño dorado de todo joven cubano en tiempos en que “el extranjero” no existía), pero la carrera de Letras abrió matrícula, por primera vez en cuatro años, en la Universidad Central de Las Villas. El camino que me conducía hacia la literatura se tornó entonces rectilíneo y desyerbado.

I Coloquio Internacional de Literatura Cubana. La Habana, 1981.
Vivía por entonces en Santiago, pero me senté con mis coterráneos Amelia Roque, Carmen Sotolongo, Arnaldo Toledo y Félix Luis Viera

¿Qué te aporta la escritura y la literatura, piensas que vale todo en la literatura?


(JFR): La escritura y la literatura me lo han dado todo, o casi. Creo poder decir sin retórica que yo vivo para escribir, y desde hace un tiempo escribo para vivir (modestamente, porque Lettera non dat panem). No creo haber tomado vacaciones —salvo por acompañar a mis parejas— desde que terminé mis estudios. Para mí escribir es viajar, divertirme, reposar (y eso que nunca estoy satisfecho, y reviso y corrijo hasta sacarle sangre a la página). Ateo que soy, mi dios es la literatura… por lo que cosecho grandes y repetidas decepciones; pero también una que otra recompensa. Por lo menos la mitad de mis viajes (a lo largo y ancho de Francia, por Europa y América Latina) y muchas de mis mejores experiencias, me han sido procurados por la literatura y los libros.
En consecuencia, lejos de creer que todo vale en literatura, tiendo a pensar que nada vale tanto como ella… Y llego al extremo de perdonarle cualquier cosa a un individuo con tal de que escriba bien.

Durante mi primer viaje a extranjero en 1986. En Colón, provincia de Manabí, Ecuador, con Antonio Orlando Rodrígues, las brasileñas Laura Sandroni y Gloria Pondé, y nuestro anfitrión el poeta Horacio Huidovro.
¿Qué es necesario para que una novela interese a los lectores?
(JFR): Eso no lo sabe nadie. Cada lector es diferente y espera algo distinto de la literatura. Algunos buscan historias que los alejen de lo cotidiano, otros, al contrario, buscan respuestas para los problemas del día a día. Estos desean un espejo donde mirarse y aquellos, algo trascendente, con respuestas para las Grandes Preguntas en torno a la vida, la muerte, el amor, la guerra… Pero también hay gente que solo anima el deseo de frotarse con la palabra excelsa, la construcción ingeniosa, la idea prístina.
Supongo que uno como escritor se parece a sí mismo como lector… Aunque los que hacemos literatura infantil hemos de tomar suficiente distancia, practicar una forma de esquizofrenia; con dos cabezas como la del dios Janus: una vuelta hacia la infancia (la nuestra, que dejamos atrás, y la ajena, que tenemos por público) y la otra vuelta hacia el adulto que somos. En cualquier caso, los lectores con los cuales me entiendo bien gustan de historias intensas, sorprendentes, bien hilvanadas, y al mismo tiempo escritas con esmero y creatividad. Alguna vez me definí como “un traficante de aventuras y leyendas”. Pero trafico con guantes de seda, intensamente convencido de que la literatura debe, como dijera Martí de la poesía, “resistir como el bronce y vibrar como la porcelana”.
¿Cuáles son tus géneros favoritos en la lectura, tus autores y quiénes te han influido más?
(JFR): Lo que menos leo es poesía y teatro. Me gustan el ensayo (cuando está bien escrito y no exige la pertenencia a una secta intelectual) y la Historia (cuando reconstruye los movimientos de masas sin descuidar los destinos de hombres concretos), pero lo que más leo son cuentos (infantiles) y novelas (para chicos y para adultos). Citar “mis autores” me resulta bien difícil pues he leído muchos, prefiriéndolos o descuidándolos según el momento vital o creativo. La mayoría son autores para niños, lo que es lógico teniendo en cuenta mi especialización.
Para empezar, creo que le debo mucho a Martí (me gustaría poder negarlo, porque es el autor que más revindicamos y traicionamos los cubanos) y a ese famoso desconocido que es Hans Christian Andersen. Sin dudas me han marcado Julio Verne y Alejandro Dumas (aunque no he escrito ninguna auténtica novela de aventuras), Charles Perrault, Road Dahl y Pierre Gripari. Debo enormemente a Hergé (pese a no cultivar la historieta), a Enid Blyton (una escritora mediocre que, no obstante, marcó mi infancia y mis inicios como novelista). También debo, aunque no sea más que una comprometedora admiración, a los cubanos Dora Alonso, Onelio Jorge Cardoso y Guillermo Cabrera Infante.
Hay libros que en algún momento orientaron mi carrera (de lector o de escritor; suponiendo que sean cosas diferentes) o me dejaron una huella indeleble: Aventuras de Guille (D. Alonso), Emilio y los detectives (Erich Kaestner), Los tres gordinflones (Yuri Olesha), El viejo Jottábich (Lazar Laguin), Timur y su pandilla (Arkadi Gaidar), las series “Aventuras de Kásperle” (Josephine Siebe), “Teban Sventon” (Ake Holmberg), “Club del Pino Solitario” (Malcolm Saville) y “Aventura” (E. Blyton), así como diversas novelas juveniles escandinavas (Lindgren, Unnerstand, Tove Jansson). En algún momento admiraba tanto Las aventuras de Tom Sawyer La isla del tesoro que los releí regularmente, procurando empaparme de su estilo.

Tumba de mi admirado Erich Kaestner (Munich, 2005), escritorio de Dumas en el Castillo de Montecristo (Pont-Marly, 1996),monumento a Andersen (Copenhague, 1993)
¿A qué te dedicas cuando no escribes?
(JFR): Yo soy un escritor profesional (aunque, no temo repetirlo, no dé para vivir) y casi todas mis restantes actividades tienen que ver con la promoción de la literatura, la lectura y la escritura. Desde 2005, además, he ilustrado unos cuantos de mis libros. Así que leo, dibujo, visito museos (numerosos y excelentes en París, a veces hasta me salen gratis), escucho la excelente radio pública francesa, acudo (sin la menor disciplina) al gimnasio, escribo a tanto amigo lejano y, últimamente, pierdo mucho tiempo en Internet. Tengo la manía de ordenar y la mala maña de dejar para última hora, o para nunca, lo urgente.

he ilustrado algunos de mis libros... y en los salones dibujo dedicatorias

¿Cuál es tu método de escritura? ¿Anotas lo que se te ocurre? 
(JFR): Tengo decenas de cuadernos (con notas escritas y dibujos) donde amontono nombres y anécdotas de personajes, nombres o descripciones de lugares, esbozos de escenas, ideas, referencias, chistes. En su mayoría, esos apuntes no encuentran lugar en mis libros (algún día deberé reunirlos en volúmenes heterogéneos que nadie querrá publicar), pero otros permiten el lento y progresivo desarrollo de algunos libros, e incluso constituyen cuentos casi completos y hasta algún poema (malo). Conservo varias agendas, apuntes, recortes y manuscritos que remontan a fines de los años 60. A veces reescribo proyectos antiguos, o no tanto.
En general soy un escritor lento. Puedo demorar 20 años en escribir un cuento de solo 10 páginas. Y no hablo en sentido metafórico: la trama de El pájaro libro ya la tenía completa en 1982, pero solo conseguí darle su forma definitiva un par de años antes de publicarlo en 2002. Más grave es el caso de mi novela La leyenda de Taita Osongo; la escribí en 1983 para optar al premio Heredia en Santiago de Cuba, que efectivamente gané. Pero no aproveché el derecho a publicación. Necesité casi 20 años para concebir las páginas —escasas pero esenciales— que diferencian el primer manuscrito del libro publicado en 2004 (se estrenó en traducción francesa) y 2006 (fecha de la edición mexicana). Una trama puede estarme dando vueltas durante años, o lustros, antes de que me empiece a redactarla o consiga terminarla, pasando en algunos casos por versiones que otros quizás considerarían publicables.
No me faltan ni ganas ni ideas, pero me cuesta mucho dar con el tono adecuado, con esos detalles que hacen viva a una criatura de palabras. A veces puedo ser muy indeciso, y si puedo quedar desconcertado ante el menú de un modesto restaurante, que solo propone una docena de ítems como entrada, plato y postre, ¿cómo entonces decidir entre las infinitas posibilidades de tono, estilo, perspectiva o subgénero que permiten abordar una historia? Yo acabo un libro cuando no puedo más, cuando estoy tan preñado de él que se me sale por los poros. Ningún método ni truco me resulta infalible para acortar los plazos: o leo libros parecidos o acumulo documentación, o bien escribo trozos que luego he de armar e interconectar o dibujo las situaciones antes de narrarlas, y a veces me dejo marcar la pauta por los ukases del editor… Pero el libro solo sale cuando tiene que salir.
¿Sí pudieras ser un libro, cuál serías?
(JFR): ¡Pero es que yo soy un libro! No voy a decir cuál, pues en este mundo cruel no es bueno que nos lean los secretos. Solo puedo revelar que soy un libro muy parecido a La historia interminable de Michael Ende.
¿En qué proyectos te encuentras sumergido en estos momentos?
(JFR): De mis respuestas anteriores se deduce fácilmente que estoy metido en varios proyectos en estos momentos. En unos me sumerjo un tiempo, en otros doy breves zambullidas...
Todo escritor tiene dos oficios: escribir y publicar. Y aunque soy un escritor relativamente bien aceptado, tengo una decena de libros (cuentos y novelas) terminados e inéditos, o actualmente fuera de catálogo (no son “seis personajes en busca de un autor” sino seis —o más— obras en busca de un editor… adecuado). Mientras no está publicado, un libro está inconcluso (como dirían ciertas madres: “hasta que la hija no está casada, no está encaminada”) y sigue pesando sobre las espaldas de su autor… aunque menos que los libros inacabados, condenados a girar en un torbellino similar al que imaginó Dante para las almas no bautizadas, exiladas en el Limbo.
Por método, por carácter o por accidente, trabajo en varios cuentos, novelas, artículos y proyectos de ilustración al mismo tiempo; hasta que uno de ellos está tan maduro que se pone delante de los otros y me acapara. A veces el que consigue protagonismo es un proyecto completamente nuevo, salido “de la nada”, pero con tanto brío que no hay quien se le resista.


¿Se escribe por placer o también por dinero y reconocimiento?


(JFR): Se escribe por placer, pero no hay placer sin reconocimiento y, por tanto, sin dinero (que es la justa compensación por la explotación comercial de nuestro trabajo y única forma, en una civilización mercantil como la nuestra, de hacer circular productos y servicios). Sin esa remuneración, los que vivimos de nuestros libros tendríamos que dejar de escribir para asegurarnos el pan, el techo, el fuego, los calzones… o nos veríamos en tal medida apaleados por la necesidad, que nos veríamos impedidos de consagrar a nuestras obras el tiempo y meollo que exigen.
El derecho de autor proporcional (X % por cada ejemplar vendido) es el mejor sistema de retribución literaria porque —a diferencia de las subvenciones y mecenazgos— garantizan la libertad de opinión y una cierta conexión del autor con la realidad. El problema es que el neoliberalismo y la financiarización de la economía también han contagiado a la industria editorial, y el aumento irracional de la oferta (de títulos “fusibles” que se clonan con pocos ambages) “pudre” el panorama y obliga al autor a cortar por la mitad cada idea que se le ocurre para hacer de uno, dos libros, y así intentar mantener su nivel de vida y su presencia en las librerías.
Escribir solo por dinero y reconocimiento (¿de quién?) es muy peligroso. No solo porque traicionaríamos a los lectores, sino porque nos traicionaríamos a nosotros mismos. A veces el escritor rico (o no tanto) y “reconocido” (y tampoco) es un cínico o un amargado que ya nunca volverá a escribir bien.

¿Dominas los recursos de estilo, las figuras literarias o escribes con estilo propio y sigues experimentando y aprendiendo?
(JFR): El estilo propio lo conforman menos los recursos que uno acaba por dominar que, lo dijo Carpentier, las estrategias que uno inventa para eludir los escollos que jamás llega a vencer. Pero entiendo que te refieres a aquellos recursos que uno mismo ha inventado (o reciclado, adaptado, integrado; porque a estas alturas es difícil crear algo enteramente nuevo). Creo que “mi estilo” se configuró entre 1986 y 1993, en libros como Los cuentos del mago y el mago del cuentoAventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes, y Vuela, Ertico, vuela, gracias a la articulación de realidad y fantasía, a un discurso "estereofónico" que simultánea —pero diferenciadamente— se dirige a niños y adultos, a un lenguaje que busca ser juguetón, sin dejar de ser preciso e innovador. Procuro evitar la calcificación de esta estética con variaciones como Pájaros en la cabeza (2004) o Concierto n°7 para violín y brujas (2013), y con textos más despojados —a veces para niños muy pequeños— como la serie “Gatito” (iniciada en 2012) o novelas de aventura detectivesca como Exploradores en el lago (2009). Finalmente, mi debut en 2006 como ilustrador de algunos de mis textos, me obliga a explorar nuevos yacimientos y técnicas.
Siempre aprendes, inventas, descubres… incluso dentro de tu viejo coto de caza. Es más, desde el momento mismo en que dejas de experimentar y aprender, estás acabado.
Con Félix Luis Viera y Luis Cabrera Delgado
en el Coloquio de la Praxis Literaria. Santa Clara, 1993

Se dice que los escritores deben cuidar y ofrecer obras depuradas utilizando recursos narrativos. ¿O encuentras bien que lo que se cuenta, se limita a contar como se cuenta en la sobremesa?
(JFR): Nunca se escribe como se cuenta en la sobremesa. Incluso los narradores de estilo coloquial deben elaborar un discurso, seleccionar y organizar los elementos de realidad que ponen en la página. Aunque solo sea porque en la vida real, lo que decimos viene apoyado por entonaciones, pausas, gestos, y que lo que sucede es visto y referido por alguien (el narrador) que, incluso cuando no participa de la trama, no deja de ser un personaje...
El caso es que el realismo a secas no me interesa. Me considero miope y “duro de oído”, y por tanto no me estimo apto para la reproducción directa de la realidad… cosa que, de todos modos, no me interesa.
Antes me dije miope, pero también presumo de présbita. La distancia que me permiten poner la fantasía, la parábola, la aventura o el humor entre la realidad y yo, crea el espacio necesario para deslizar mi concepción del mundo. También, por supuesto, es una cuestión de placer creativo. No me parece que un espejo (retrovisor, de baño o de escaparate) tenga una vida muy divertida.
¿Regalas libros en alguna ocasión?
(JFR): Todo el tiempo. Regalo libros a alguna biblioteca o escuela, a familiares, amigos y colegas, y a veces a uno que otro que no es tan amigo (por razones, digamos, diplomáticas). También regalo mucho de mi trabajo, ya sea en mis sitios (http://elpajarolibro.blogspot.com es el principal), en Facebook y en diversas publicaciones electrónicas o impresas que no pagan la colaboración (en el terreno de la literatura infantil se remunera todavía menos, y peor, que en literatura para adultos). Soy generoso y por tanto pobre.
Mucha gente ignora que a los escritores no nos dan más que una ínfima cantidad de ejemplares de nuestros libros. Los ejemplares pertenecen a sus editores (que pagan papel, tinta, imprenta, distribución y promoción) y no a los autores, que solo poseemos “la obra” (nadie nos paga el trabajo de creación; solo nos dan una lasquita del beneficio que produce su venta). Cuando publiqué mi primer libro, un conocido me preguntó con falsa sorpresa: “¿Y no les regalas tu libro a los amigos?”, a lo que debí responder: “Mis amigos son los (primeros) que compran mi libro”.
Viejos mitos como el “derecho del pueblo a la cultura” y el “libre acceso a la creación” han engendrado su avatar post posmoderno con la “descarga libre”. En algún sitio pirata he descubierto alguno de mis libros que un “generoso” Robin Hook (Sic.) pone gratuitamente a la disposición de quienes se abonan a su pequeña empresa filibustera. Todo el mundo paga la computadora, la corriente y la conexión telefónica, pero se esfuerza en no pagar la música, las películas y los libros sin los cuales los tres primeros ítems resultarían muy poco apetitosos… Pero esto es h@rin@ d€ otro co$t@l...

Con Leonardo Padura y Karla Suárez en el festival América (Vincennes, Francia, 2012)

¿Crees que la literatura cubana está de moda y que el escritor, en tanto figura pública tiene responsabilidad social?
(JFR): Menos que hace una década, pero sí: Cuba está de moda. Eso sí, más que la literatura cubana, están de moda la música (salsa, jazz latino), el mar, el sol, las mulatas y las especulaciones sobre el futuro político de la Isla. Reconozco que es bastante fácil llamar la atención y alimentar una conversación con el solo hecho de ser cubano, y que hay eventos consagrados a Cuba, cuando no los hay a propósito de Mongolia, Honduras o Liechtenstein. La cara fea de la moneda es que muchos esperan que hagas “el cubano” y que tus libros muestren La Habana en ruinas, las mulatas ardientes, el exilio y los tambores. Si tus libros tocan otros temas (como ocurre en casi todos los míos), te cuesta encontrar editor o promotor tanto como a un escritor de Mongolia, Honduras o Liechtenstein.
Lo de la responsabilidad social es difícil de evocar en la época ultra individual y posmodernamente desencantada que vivimos (por lo menos en “Occidente”). Hay una minoría que sí cree en la responsabilidad del intelectual frente a las “impurezas de la realidad”, pero es difícil conseguir el equilibrio entre el compromiso ideológico y esa autonomía estética sin la cual no se hace literatura sino panfleto o, en mejor de los casos, periodismo.
Los autores de libros para niños lo tenemos más fácil porque no se espera de nosotros que hablemos de política, pero en realidad lo tenemos más difícil porque también se espera que contribuyamos a la formación de los chicos, sin manipularlos... Y cuando nuestra consciencia o nuestras cicatrices nos piden hablar de política o ética, hemos de hacerlo sin que lo parezca y sin que se note demasiado de qué lado estamos. Yo intenté mostrar con el máximo de neutralidad algunos problemas de la Cuba reciente en Mi tesoro te espera en Cuba; pero creo hablar de política (de la apropiación y ejercicio del poder) con más eficacia en las parábolas que son el cuento Pájaros en la cabeza, la novela Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes, y textos que no encuentro quien me publique como “El plátano republicano”.

mis últimos meses en Cuba (primavera de 1989) los dediqué a escribir en esta máquina Olivetti (regalo de una amiga argentina). Ahí comencé el que sería mi tercer libro "Los cuentos del mago y el mago del cuento".

¿Cómo te ha cambiado el mundo de la tecnología y el e-book?
(JFR): El e-book todavía no me ha cambiado nada. Tengo algunos libros en formato electrónico, casi toda mi bibliografía activa está a la venta en la web y tengo hasta un primer libro en formato electrónico que no existe (pese a la promesa del editor) en papel. No conozco gran cosa en materia de informática y mal me veo adaptando mi manera de crear a las nuevas herramientas y formas de comunicación (cuya influencia en la vida moderna no alimenta tampoco mis tramas). Otra cosa es el uso de la tecnología para escribir más cómodamente y comunicar más rápida y eficientemente. Me compré mi primera computadora en 1992, abrí mi primera cuenta de correo electrónico antes de 1998, y mi primer blog a principios de 2006. Al teclear casi tan rápida y silenciosamente como pensaba, y al disponer de amplias posibilidades de documentación, corrección y exploración de variantes, mi escritura se liberó de cierto peso y redujo errores e imprecisiones. Esta nueva libertad me ha dado alas para volar aún más lejos y codiciar el horizonte.
Pero nunca he leído en tableta, y no siento su falta. Para leer nada se ha inventado mejor que los libros. Puedes escoger tipografía, tipo de papel y encuadernación, sin preocuparte de la batería, la temperatura, la humedad o el polvo. Para documentarse, los “leedores” electrónicos son más eficaces, pero para leer literatura… ¡No!
¿Sentías que habías nacido con vocación literaria, cuáles son tus verdaderos orígenes en ese sentido?
(JFR): Ya lo dije al principio, empecé a escribir siendo niño, pero me consta que SIEMPRE conté historias (a mí mismo y a los demás). La realidad no me satisfacía y pronto me empeñé en mejorarla, “editarla”, remasterizarla. Pienso que, al margen de mi deseo de literaturizar la realidad, la necesidad de leer y luego de escribir me la impuso una pérdida jamás consolada: cuando tenía unos 3 años, mi familia cambió de ciudad. La nueva casa era pequeña y en el cuarto de desahogo del pueblo natal se quedaron unos comicsque nunca pudimos recuperar y ni siquiera sustituir, puesto que la Revolución decretó que el género (como su origen estadounidense) eran perjudiciales para el pueblo cubano. Por supuesto, yo no sabía leer (creo recordar que algunos de aquellos comics estaban en inglés), pero imaginaba las historias. Esa primera pérdida bibliográfica me condenó a ser un bulímico lector (cuando estoy “en falta” —en la cola del supermercado, por ejemplo— leo las etiquetas de las conservas que llenan mi canasta).

En 1979 gané mi primer premio literario nacional y fui entrevistado en el periódico Vanguardia, de Santa Clara
La segunda pérdida irreparable la sufrí cuando me “deportaron” de la Sala Juvenil de la biblioteca provincial. En la sección de adultos no hallé las novelas de niños detectives, las historietas de Tintín y demás libros que me gustaban todavía a los 14 años (aunque ya empezaba a leer literatura para adultos, y no solo novelas policíacas y de ciencia-ficción, sino grandes autores como Thomas Mann o Dostoievski). No pude resistir aquella amputación y comencé a escribir desaforadamente lo que me habían quitado (completé 54 novelitas en 5 años).
Cuando ingresé en la facultad de Letras de la Universidad Central de las Villas, a los 19 años, ya era miembro de un taller literario, había participado en un par de concursos literarios y había publicado (un dibujo y un cuentecito) en el semanario humorístico regional. A los 24 años, con mi primer cuento no realista, gané un premio nacional, y a los 29 publiqué mi primer libro.
Todo lo ocurrido desde que empezara a contar historias a los 10 años era mi “destino manifiesto”.
¿Lamentas que tu vida literaria no se hubiera desarrollado en otro medio más propicio?
(JFR): Todo tiempo pasado, presente y futuro pudo ser mejor. En Cuba nunca ha habido bastantes libros. Ni siquiera en la época en que más títulos se publican, los últimos 15 años, porque no se importan libros y la industria editorial de un pequeño país no puede dar cuenta de la vasta producción mundial (en el supuesto de que se lo propusiera, que no es el caso). Durante mi infancia y adolescencia era difícil acceder a, siquiera, una correcta representación de la literatura universal (contemporáneos menos aún que clásicos y). Sé que algunos compatriotas de mi generación lograron tener una buena formación literaria, pero mi familia no era nada intelectual y en la provinciana realidad villaclareña las vías alternativas eran escasas. Si mis lecturas hubieran sido más variadas, si mis profesores de Español y Literatura hubieran sido mejores, si hubiera tenido un mejor acceso a revistas y tertulias literarias, y a otras expresiones artísticas… yo sería ciertamente un mejor escritor… Pero ¿no estoy especulando? Acabo de explicar que fue precisamente la falta de libros lo que me incitó a escribir…
Ningún individuo plenamente satisfecho con el mundo en que vive, intenta reformarlo. Y los escritores somos eso: reformadores, cuando no revolucionadores, de la realidad gracias a esa forma objetiva del ensueño que es escribir.
Al salir de Cuba en junio de 1989 se me abrieron las grandes alamedas de la literatura. Y no solo pude acceder a ella en castellano, sino en portugués, francés (la lengua en que más leo), inglés e incluso ocasionalmente en italiano. He podido reformatear y enriquecer mi cultura, y desarrollar mi oficio. Pero los huesos necesitan el calcio que aporta la leche en la infancia y no en la madurez, y debo concluir que ciertas carencias de mi formación las guardaré para siempre (como una escoliosis y huecos de la dentadura que me acompañarán hasta el “FIN”).
¿Crees que la literatura cubana a veces tiene serios altibajos?
(JFR): Todas las literaturas tienen altibajos. La cubana tal vez más que otras porque nuestra realidad económica y política ha vivido muchos sobresaltos. Hay países más pobres y con mayores porcentajes de analfabetismo (nuestra vecina Haití, sin ir más lejos), que sin duda afrontan problemas que Cuba desconoce. Pero el nuestro es uno de los pocos países del mundo en que la simple condición de emigrado te impide publicar y ser leído allí donde nació, creció y se reprodujo (aunque no necesariamente muera).
La literatura cubana se ha dividido en dos ramas que solo unos pocos conocen a ambos lados del Estrecho de la Florida, acentuando la desnaturalización de un conjunto que, no obstante, ofrece flores intensas y fecundas. Al no poder contar con el cubano integral como receptor, muchos autores condicionan su discurso, sus referencias y sus alcances al destinatario más inmediato, y eso se paga en términos de trascendencia espacial y temporal. Hay mucha narrativa de la Isla que es excesivamente localista y autorreferencial, y mucha narrativa de la emigración que responde a esquemas proporcionales, aunque de polaridad contraria. ¿Cuánta novela no sobra sobre la picaresca de la Cuba post Muro de Berlín, cada una con su cruz en alto, a ambos de esas aguas que ningún Cristo va a cruzar? Oportunismo, populismo, revancha y poca exigencia estética empercuden la literatura cubana, y eso en una medida difícilmente comparable con la de cualquier otra nación.
¿Qué libros han cambiado tu vida?
(JFR): Eso suena un poco grandilocuente… ¿Puede realmente un libro cambiarle la vida a alguien?
En realidad sí, pero no son necesariamente grandes obras literarias. De pequeño me impresionó tuve un librito titulado, creo, El león rojo (aunque impreso en azul y rojo sobre grueso papel blanco), escrito y editado en castellano en algún país del llamado Campo Socialista. Contaba cómo un niño superaba sus miedos y flaquezas gracias a un amigo imaginario. Algunos años más tarde, ya en plena adolescencia, otro libro —quizás un mero manual— de psicología, me hizo descubrir que un carácter se modifica, se fortalece. Yo no estaba nada conforme conmigo mismo, y creo que esos libros me dieron, si no fuerzas, por lo menos esperanzas de cambio. Fueron esenciales para mí y, sin embargo ni del uno ni del otro recuerdo exactamente título o autor. Todavía pasaron muchos años hasta que, en 2003, ya un poco más conforme conmigo mismo, publiqué Javi y los leones, la historia de un niño que, ante la amenaza de un peligro real, enfrenta un miedo imaginario y parte a la defensa de su derecho a ser respetado.

tapa del manuscrito de mi primera novela, terminada al cumplir 13 años

Para un escritor que casi no ha hecho otra cosa en la vida que leer, escribir y hablar de literatura, los libros son algo más que condimentos, algo más que ingredientes, son el caldero y el fuego mismo, y los libros que me han cambiado la vida son, sobre todo, libros que me cambiaron la escritura.
A los trece o catorce años descubrí un relato titulado algo así como El naufragio del “Continental”, en cuya primera página se precisaba que había sido escrito por un niño de 11 años. Sentí tanta envidia que me puse a falsificar las fechas que yo anotaba, escrupulosamente, en la primera y última página de cada una de mis novelitas. Fue una envidia estimulante porque si mi “competidor” se me había adelantado e incluso había publicado un libro, yo creía haber escrito más… y continuaría hasta completar 54 novelas (por supuesto impublicables) en seis años.

tapa que dibujé para presentar mi primer manuscrito a un concurso literario  (Premio Unión, 1977) 





















Cuando me puse a trabajar seriamente en lo que sería mi primer libro publicado, El secreto del colmillo colgante, releí atenta y repetidamente Emilio y los detectives, Las aventuras de Tom Sawyer y Timur y su pandilla; tratando de encontrar en esos modelos la levedad y solidez de estilo que debían caracterizar la que pudo ser primera novela detectivesca juvenil cubana (se me adelantaron Benítez Rojo con la —inigualada aunque impura— El enigma de los Esterlines y Pérez Valero con El misterio de las Cuevas del Pirata).
Un lustro después, El hombrecito vestido de gris, de Fernando Alonso, El bolso amarillo, de Lygia Bojunga Nunes y Gramática de la fantasía, de Gianni Rodari, abonaron el surco donde surgió la forma de narrativa que acabaría por definirme, pero que aún requirió la tardía lectura de Cabrera Infante para romper las últimas cadenas que ataban mi prosa.
No obstante es muy probable que los libros que más hayan cambiado mi vida los tenga ocultos en el subconsciente porque, parafraseando de nuevo a Martí: “… hay cosas que para lograrlas, han de andar ocultas”, y un escritor demasiado consciente de sus sueños, angustias y carencias no es verdaderamente libre.
¿Qué pintores cubanos te han influenciado más?
(JFR): Aunque comencé a dibujar de manera más o menos sistemática en 2005, y lo hice siempre para mí mismo o por encargo, no creo que ningún pintor cubano haya tenido una influencia decisiva en ese nuevo rubro de mi actividad, ni en mi cultura general. Pero es indudable que La jungla de Wilfredo Lam me conmueve desde que pude tocarla con los ojos en el MOMA de Nueva York, que el mundo de Pedro Pablo Oliva lo siento próximo a mi sensibilidad, que me gustaría ilustrar como Eduardo Muñoz Bachs, y a veces como Vicente Rodríguez Bonachea (sus mejores ilustraciones no están entre las que concibió para mi segundo libro y primero suyo, De los primeros lejanos tiempos la lechuza me contó), y que me gustaría poder fugarme de tanto en tanto a las comarcas poéticamente hiperrealistas de Tomás Sánchez.
El regreso, la nostalgia, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. ¿Tienes la obsesión del regreso a tenor de los nuevos cambios?
(JFR): Nunca he padecido la nostalgia de realidades conocidas y no me costó demasiado poner tierra (cuando aún estaba en Cuba) o mar por medio entre ellas y yo. He podido regresar a Cuba (solo cuatro años me duró la cuarentena del maldito “permiso de viaje”) y quizá por eso mismo no sueño con regresar definitivamente. Tal vez estoy demasiado afrancesado para eso, y ciertamente no son los modestos “nuevos cambios” los que me persuadirán de incendiar mis naves. Mucho más que la corteza económica y política tendría que cambiar para que me atrapara la obsesión de volver definitivamente a una Cuba que prefiero inventar.
¿Has tenido que esquivar la censura en tus escritos?
(JFR): Todo escritor cubano ha debido esquivar censuras. Lo que pasa es que a menudo el mejor esquive es la elusión anticipada del tema o enfoque conflictivo; la “fuga hacia adelante”, como dicen los franceses. En mi primer libro, publicado en 1983 (todavía tiempo de ojerizas, rescoldos del “quinquenio gris” que ni fue gris ni duró solo cinco años) hay uno que otro “teque” (“verdad revolucionaria” que se le sirve al auditorio con cuchara de palo) y algunas palabras que, incluso si entonces yo era “creyente”, subrayé con prestado lápiz rojo.
Si todavía hoy retengo de vez en cuando la brida, no es solo pensando en Cuba. Los que escribimos para niños debemos tener en cuenta que hay cosas que a los cuatro años no se entienden, que a los nueve años no interesan en absoluto y que a los doce deben seguir siendo ignoradas, y que hay asuntos que importan al adulto que soy, pero no puedo compartir con mis jóvenes lectores, por mucho que yo considere mi obra como un “medio de expresión” personal y no solo como un medio de comunicación estética con un determinado destinatario.
Por otra parte, hay cubanismos que un españolito desconoce o entenderá mal; como hay porteñismos, caraquismos o galleguismos que despistarán a lectores de otras células del cuerpo de “la lengua común que nos separa”. Un lector adulto puede extraer del contexto, buscar en el diccionario o saltar el vacío que abre bajo sus pies una palabra exógena, pero el chico caerá en ese agujero y puede hasta salirse por ahí del libro. Un autor cubano para niños y adolescentes que publica en España, Argentina, México o Colombia (países donde efectivamente he sido editado) y circula por todo el mundo hispánico, tiene a veces que tomarse bastante en serio aquello de género “definido por su destinatario”. Son muchos los valores, sabores y tenores que no compartimos mis lectores y yo. A veces el editor me da tijera y a veces me doy tijera yo. Es otra forma de censura, menos dolorosa, pero no menos cierta.
manuscrito de "El secreto del colmillo colgante, sanamente "tijereteado"
No obstante, la libertad es un material más plástico y elástico, y más dotado de capacidad autorregenerativa, de lo que suele pensarse y decirse. Como los gatos, un escritor, siempre que quiere, cae parado.
Isaac B. Singer afirmaba que tenía más de 500 razones para escribir para los niños. ¿Cuáles son tus razones fundamentales?
(JFR): Las mías no suman 500, pero ciertamente son más de las que caben en esta página. La primera es que no he sentido hasta ahora —fuera de mis ensayos y artículos— la imperiosa necesidad de “ir a ver si me encuentro en otro sitio” (traduzco una popular boutade francesa). A medida que me pongo viejo, noto que acumulo cosas que solo con un coetáneo puedo compartir plenamente, y eso puede acabar por conducirme a la ficción para adultos. Pero hasta ahora mi satisfacción estética ha sido plena dentro del coto de la literatura infantil (seguramente porque escribo para adultos artículos y ensayos que no carecen de jugos creativos).
Ya lo dije en otro sitio: empecé a escribir siendo niño y como escribía en primer lugar (como todo el mundo) para mí mismo, empecé a escribir literatura infantil. Dentro de ese “género” (en propiedad, un abanico de géneros) se desarrolló mi estilo, que se define en el abordaje de lo que me preocupa, me gusta o me interpela, usando la percepción y discurso que son propios o afines a la infancia. Es una cuestión de poética, de tipología discursiva: un poeta escribe versos, un dramaturgo escribe diálogos, un escritor infantil escribe a la manera esencial (no a la manera elemental) del chico. Prefiero a los más jóvenes como destinatario porque me gusta crear universos fantásticos (con cimientos realistas); algo que los adultos, cuando lo aceptan, es solo como táctica o técnica de extrañamiento. Los chicos, en cambio, me creen a pie juntillas todas mis “mentiras”. Y esas “mentiras”, fervorosamente construidas, son mi verdad estética.

Escribir para chicos no supone simplificación alguna. Lo que no puedes hacer es abusar de las descripciones, introspecciones y digresiones (que también puede ser defecto en la literatura mal llamada “general”) o presentar un mundo excesivamente pesimista, desencantado, agrio. No porque no les puedas hablar de los hoscos traspiés del humano, sino porque no tienes derecho a fastidiarles la existencia (aunque hoy la literatura juvenil, e incluso la infantil, acampa bastante a menudo en esos terrenos insalubres).
El caso es que esas supuestas limitaciones no lo son para mí… y por tanto ¡prefiero a los chicos!
¿Hay algún género más eficaz para trascribir la realidad cubana?
(JFR): Cualquier género de ficción me parece válido para transcribir una realidad, y lo mismo opino de los subgéneros (picaresca moderna, negra o detectivesca, novela-testimonio, thriller sentimental, relato histórico, realismo mágico, novela de aventuras o de ciencia ficción y, por supuesto, literatura infantil. El éxito internacional cosechado por Leonardo Padura inclina a creer que la novela negra lo hace muy bien.
Podría contentarme con responder a la pregunta en tanto que lector, pero no me parece tan interesante. Como lector soy una persona privada; como escritor, soy una persona pública.
primera versión de "Mi tesoro te espera en Cuba"
(Hachette. Paris, 2000)

Ya dije que no soy un escritor realista y que el tema cubano es infrecuente en mi narrativa… por lo menos explícitamente, porque más de una de mis comarcas mágicas y personajes fantásticos caben en el mapa de la Isla.
En Mi tesoro te espera en Cuba me valgo de una trama detectivesca en torno a un tesoro escondido, para abordar esa época de descomposición del modelo castrista que fuera bautizada, de modo abstruso, “período especial”. Mi novela fue tan bien recibida en Francia que, por su capacidad para explicar la realidad cubana a jovencitos que nada saben de nuestro país, resultó finalista del Prix des Jeunes Lecteurs y ganadora del Premio de la Ville de Cherbourg-Octeville. En La tremenda bruja de La Habana Vieja también abordo algunos aspectos del ¿quinquenio negro? sin abandonar los predios de lo magicómico, mientras que en la gran parábola que es Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes hay, igualmente, mucho de Cuba.


¿Crees que la cultura cubana tiene déficit de monografías, memorias históricas que den profundidad a esta cultura?, ¿cómo se puede suplir este vacío?
(JFR): Aunque no estoy suficientemente informado de la producción editorial en la Isla o en la diáspora, tengo la impresión de que hay pocos estudios competentes, variados y complementarios de los diversos aspectos de la sociedad, la historia y la cultura cubanas de hoy, de ayer y de antes de ayer. Si Cuba no ha sido siquiera capaz de publicar un lexicón cubano, pese a poseer una Academia de la Lengua, ni de actualizar el Diccionario de Literatura Cubana, pese a la abundante plantilla del Instituto de Literatura y Lingüística, y tampoco los numerosos emprendimientos individuales e institucionales en Miami o Madrid han logrado coagular en verdaderas investigaciones multidisciplinarias y trascendentes… ¿cómo esperar una seria valoración del amplio espectro de nuestra cultura?
En los últimos diez o doce años, por ejemplo, se ha destapado la temática afrocubana, pero ni siquiera esta abundancia evita que se repitan abordajes demasiado subjetivos o, por el contrario, excesivamente pragmáticos. ¿Qué decir, entonces, de otros aspectos menos “sexy” como la vida colonial o las facetas no estrictamente político-económicas de la primera mitad del siglo xx? Probablemente hay una que otra obra que ha hecho lo que pido de manera honesta y rigurosa, pero su escasa visibilidad me daría, de todos modos, la razón.
Para disponer al fin de una abarcadora “Memoria Cubana”, haría falta que superásemos el recelo, el individualismo, el revanchismo; que aprendiéramos a trabajar en equipo, de manera científica, y a crear proyectos editoriales y universitarios sólidos, convincentes, dotados de los necesarios recursos para expurgar archivos que están en Cuba, España y Estados Unidos. Y que hubiera público para ello. No solo los cuatro gatos intelectuales de siempre, sino un amplio destinatario —apasionado, pero crítico— que prefiera saber a tener, leer a consumir, compartir a facebookear. En fin, deliro…
¿Sin memoria histórica no hay imaginación?
(JFR): Sin memoria histórica la imaginación es volátil, superficial, enfermiza; más juego de estilo e imitación de otros imaginarios que exploración de una selva que, pese a todas las apariencias, no ha sido talada. Muchos cuentos y algunas novelas juveniles cubanas (ocurre lo mismo en literatura para adultos, pero prefiero referirme a lo que mejor conozco) repiten los modelos y trucos de la literatura fantástica del norte de Europa, despreciando los tesoros enterrados de la mitología afrocubana, indocubana y hasta hispanocubana. ¿Cuándo tendremos fantasía heroica inspirada en el panteón yoruba?, ¿cuándo un güije cabalgará un manatí y desafiará a la Madre de Agua en la conquista del gran cemí de oro?, ¿cuándo la Madre de los Tomates y el Ñame con corbata bailarán el Son de la Ma’Teodora...?. Con una historia tan rica y movida como la nuestra, vinculada a la fabulosa conquista y colonización de los imperios azteca e inca; poblada de piratas formidables como Drake, Morgan y el cubano Diego Grillo; con páginas de fuego e intriga como la ocupación inglesa, la rebelión de La Escalera, las guerras de independencia (despojadas de epicidad retórica y manipulaciones ideológicas), la presencia nazi en nuestras aguas… ¿qué poca novela histórica y de aventuras hemos producido? Y si alguno de esos temas ha sido abordado, las candilejas politiqueras han ocultado los dramas humanos intensos y la acción puramente novelesca… que tanta lívida luz puede arrojar sobre nuestros drama, tragedia y comedia nacionales.
¿Qué significado tiene para ti la ciudad dónde has vivido la mayor parte del exilio?
(JFR): He vivido 25 años fuera de Cuba. Más de la mitad de ese tiempo (el resto se divide entre Río de Janeiro, Copenhague y Buenos Aires) lo he pasado en París, que es un fabuloso escenario literario. Pero como ya dije, mi literatura no es realista, y raramente aprovecha fuentes directas y menos aún autobiográficas. Hasta el momento no he escrito ni siquiera un cuento que transcurra en una de mis cuatro (¡interesantes!) capitales de Sudamérica y Europa. Tentado he estado, y algún vago proyecto mantengo calentito entre las cenizas del fogón, pero de momento, nada. Sin embargo ¿se puede imaginar mejor ciudad para un escritor que París? Aquí he escrito la mayor parte de mis libros y he estrenado algunos de ellos; he tenido importantes experiencias profesionales, vitales y culturales que sin dudas han aportado consistencia, singularidad y trascendencia a mi obra.
Sin haberme convertido en un escritor francés y ni siquiera en un escritor parisino, algo de la concepción y práctica de la literatura y la edición del país que me ha hecho un ciudadano pleno, han modulado mi personalidad creativa. La mejor prueba de que me estoy afrancesando es que me siento cada vez más tentado por Cuba como fuente de paisaje, conflictos y formas expresivas… porque si algo caracteriza a la literatura francesa es que, aparte de contemplarse con delectación el ombligo, adora dar cuenta del mundo exterior.
¿Qué objetivo persiguen tus libros?
(JFR): Esta es quizás la pregunta más difícil que se le puede hacer a un escritor. En la plena extensión del término, un escritor no tiene objetivos netamente delimitados y conscientes. Es al cabo de muchas leguas (recorridas con los pies y con la pluma) que vuelves la cabeza atrás y descubres a dónde ibas.
Yo escribo de manera irreprensible (no confundir con “incontinente”), arrastrado por la necesidad de dar vida a ciertos personajes y desarrollar determinada historia. Pero fuera de algún que otro divertimento en que, una vez concluida la reflexión retrospectiva, no descubro motivaciones consistentes, todos mis cuentos y novelas se apoyan en una concepción del mundo basada en “la utilidad de la virtud” (por tercera y última vez cito a Martí, pero nótese que lo hago sin tirar de las riendas ni pararme en los estribos). En mis textos suelo ridiculizar a los poderosos, burlarme de los burócratas y los imbéciles (¿redundancia?), defender la naturaleza, la generosidad y la imaginación, recompensar la inteligencia, la perseverancia y el coraje… Rápidamente se nota por qué no me preocupo por mis “objetivos”: todo lo anterior es tan tradicional y bien pensante que debía haberme conducido a tramas insípidas y polvorientas. Tengo, en cambio, la vanidad de creer que suelo andar a campo traviesa y hasta a veces con cierto aire insolente.
Seguramente, aspiro a que mis lectores salgan de mis libros más inteligentes, más prevenidos contra las ideas prefabricadas y los discursos politiqueros. Pero también tengo motivaciones muy íntimas, como se puede deducir de mi abundancia en personajes solitarios que buscan que los quieran, en pájaros y otros vuelos, en destinos insospechados, en victorias de la inteligencia sobre el egoísmo pedestre, en conflictos que no por escasamente tortuosos se resuelven en victorias menos brillantes… ¡Qué sé yo! Ya dije que un escritor que se conoce demasiado se seca. Porque si no te sorprendes a ti mismo… ¿qué gracia tiene escribir?
¿Qué mensaje deseas trasmitirle a los cubanos y a tus lectores en el próximo año?
(JFR): Me gustaría poder decirles: “¡Patria y Vida! ¡Al fin vencimos!”

http://www.cubaencuentro.com/entrevistas/articulos/muchos-esperan-que-hagas-el-cubano-y-que-tus-libros-muestren-la-habana-en-ruinas-319861

La tercera novela detectivesca juvenil cubana cumple 40 años

https://elpajarolibro.blogspot.com/2017/01/la-novela-detectivesca-juvenile-siempre.html EL SECRETO DEL COLMILLO COLGANTE La tercera novela d...