16/6/14

EL JUEGO LITERARIO DE BARCELONA: LA LECTURA EN SERIO


El Juego Literario es un proyecto de promoción de la lectura inventado en Medellín hace 22 años. Siendo uno de los escritores invitados al evento, el prolífico escritor catalán Jordi Sierra i Fabra se enamoró del evento, de la pasión y el rigor de sus organizadores y de la propia ciudad colombiana, y decidió ayudar a financiarlo. Para ello creó la Fundación Taller de Letras Jordi Sierra i Fabra y el evento prosiguió su marcha cada vez más vigorosa.

                         

En 2013 fui uno de los numerosos escritores invitados a Medellín y este año, he tenido el honor de ser uno de los dos escritores escogidos para el I Juego Literario de Barcelona. Patrocinado  por la Casa de América de Cataluña, la Fundación Jordi Sierra i Fabra, el Fondo de Cultura Económica y Bibliotecas de Barcelona, con el apoyo de instituciones colombianas que hoy sostienen el Juego Literario de Medellín, la invitación a dos autores latinoamericanos era perfectamente natural. La colombiana Irene Vasco y yo, representando a Cuba, tenemos en común el haber publicado con el Fondo de Cultura Económica obras asequibles a los chicos de 8 a 11 años escogidos para esta primera edición en Cataluña, en la cual participaron las escuelas Patronat Domènech y Lluís Vives.


Pero nuestra presencia en Barcelona también incluyó la participación en el décimo festival del libro infantil Món Llibre, con un programa de más de 50 actividades gratuitas, entre ellas la jornada profesional en la que Irene y yo, en compañía de Cristina Osorno, de la Casa de América de Cataluña hicimos una aplaudida presentación de la literatura infantil latinoamericana y una firma de nuestros libros.

mi llegada a Barcelona, según Salik

El vuelo entre París y Barcelona dura apenas dos horas. Un vuelo apacible en alas de un Airbus de Air Europa desde cuyas ventanillas pude contrastar los paisajes rurales cercanos a París (bastante al norte de Europa Occidental) con las inmediaciones de la “ciudad condal”, entre abruptas colinas mediterráneas y urbanización galopante.


En el aeropuerto de Barcelona todo está escrito en catalán y castellano. Es un aeropuerto internacional acostumbrado a recibir millones de viajeros de todo el planeta y la señalética (perdónenme esta horrible palabra) me orientó fácilmente hasta el autocar que permite alcanzar el centro por un precio bastante módico.  

                            


Mapa y libreta de direcciones en mano, descendí en la segunda parada, “Universidad”, donde tomé un taxi que, en diez minutos, me dejó en la puerta de mi hotel, el excelente Gran Catalonia Diagonal Centro, en la calle Balmes, paralela al Passeig de Gràcia y la Rambla de Catalunya que son las principales arterias del Eixample (Ensanche), elegante barrio del centro de Barcelona.

la bandera independentista catalana, flota en el edificio que hace frente a mi hotel.

A solo media cuadra, doblando la esquina, está la Casa de América de Cataluña, principal organizador de mi estancia, y a similar distancia, dos estaciones de metro. El Eixample es el distrito más densamente poblado de Cataluña y España, pero sigue siendo un sector elegante, moderno, que aloja muchas de las joyas de la arquitectura modernista. Creado en en el siglo XIX a fin de expandir una ciudad que rebasaba apenas su perímetro feudal, se diferencia claramente del laberíntico casco antiguo, el famoso Barrio Gótico que todo el mundo conoce por las aventuras de los detectives Carvalho (para adultos) y Flanagan (para adolescentes). Las calles del Eixample son anchas, rectas y con amplias aceras, a veces arboladas. Siempre hay un edificio que hace fachada en la esquina, de manera que se forma una especie de plazoleta  triangular cuyo objetivo inicial era permitir al transeúnte doblar la esquina con la tranquilidad de saber que al otro lado no se agazapaba un delincuente. Es un concepto trasladado a Buenos Aires.


Cuentan que un viajero llegó a Barcelona, y después de asegurarse lugar donde dormir y comer entró en una librería… que me salió al paso mientras bajaba la Rambla de Cataluña rumbo a la plaza del mismo nombre, donde se halla el buró de información turística en que adquirí un pase que me permitiría disponer de reducciones interesantes en los numerosos museos y atracciones turísticas. En fin de cuentas, no llegué a usar el pase, pues nunca dispuse de dos días enteros para consagrarlos al turismo, y terminé por regalarlo a una amiga, estudiante francesa en Barcelona.  Lo cierto es que los servicios turísticos de la Ciudad Condal (no averigüé porqué la llaman así) son extremadamente caros. La ciudad vive del turista y no hace el menor esfuerzo por disimularlo. Pero cuando uno ve las oleadas de extranjeros que desfilan el casco histórico o invaden las joyas de la arquitectura modernista, ha de admitir que “la defensa es permitida”.


La Casa del Libro de la Rambla de Catalunya impresiona: se extiende hasta el centro de la manzana, donde asoma un jardincillo precedido  por una sala de actos con capacidad para unas 40 personas y la sección infantil. El único de mis títulos que figuraba en el catálogo era “En gatet i la pilota”, la traducción catalana del segundo libro de mi serie Gatito (y mi último libro español, publicado a fines de 2012). Pero ni el librero ni yo conseguimos localizarlo entre los libros de Kalandraka o entre los álbumes para los más pequeños.

De hecho, fuera de los títulos puestos a la venta en el festival Món Llibre, solo vi uno de mis títulos a la venta: “Gatito y el balón” (mi antepenúltimo título español, publicado a fines de 2011) en La Central, librería que me habían encomiado y que me salió al paso el domingo, mientras deambulaba por el barrio Gótico.

   
"Gatito y el balón" en la oferta de álbumes de La Central

Lo cierto es que las librerías catalanas me dejaron bastante frustrado pues su oferta se ve limitada por el hecho de que por lo menos la mitad de la oferta está en catalán (hasta los 12 años la lectura se practica cada vez más en la lengua regional que en castellano, mientras que entre jóvenes y adultos la edición se reparte aproximadamente en mitades iguales). Puedo leer, con un algún esfuerzo, en esa lengua; pero finalmente solo compré dos tristes libritos, y eso que me había ilusionado con la posibilidad de ponerme al día respecto a la edición española. Con decir que ni siquiera quedé deslumbrado por la oferta en cinco lenguas de la librería Abracadabra, donde, por recomendación de la Casa de América, éramos esperados Irene y yo el jueves por la mañana. Pura visita de cortesía. Ni siquiera había el menor libro nuestro a la venta, pero la conversación con el propietario fue agradable y nos conocer algunos datos sobre el comercio del libro infantil en Barcelona.

Con Irene Vasco y Ricardo, propietario de la librería Abracadabra

Será porque varias me fueron recomendadas por la Casa de América y el Fondo de Cultura Económica, pero el hecho es que tres de las seis librerías donde entré en Cataluña, tres tenían propietario latinoamericano (dos colombianos y una uruguaya).

Primera visita al Barrio Gótico


En algunos sitios se perciben las tres épocas (romana, mozárabe y medieval) y funciones (militar, política y religiosa) de lo que hoy es la catedral.

Esa primera tarde, y en otros momentos de mi visita, tuve ocasión de hacer escapadas al famoso Barrio Gótico, el Raval y las Ramblas (escenarios privilegiado por la novela negra catalana), que constituye la zona más antigua y turística de Barcelona: la Ciutad Vella. Los restos de la pequeña ciudad romana de Barcino, algún resto del período Mozárabe y bastante del período medieval del reino de Barcelona, dominado por la inmensa catedral y el antiguo palacio real.
Inmensa y lujosa catedral

Al bajar del metro en la estación Liceu, me llamó la atención una curiosa escultura que presenta a un dragón (San Jordi, el que mató al dragón, es el patrono de la ciudad)  en compañía de un paraguas (¿llueve tanto en Barcelona? Bajo el sol que reinaba en esos primeros días de abril cuesta imaginarlo).


 Visité el hermoso, pero abarrotado Mercado de la Boquería y la pequeña iglesia, con su encantador claustro, de Santa Ana.

Y más tarde pasé ante el abigarrado Palau de la Música, mi primer contacto –superficial- con el modernismo arquitectónico catalán.



El Juego Literario


El primer elemento de mi agenda oficial era el encuentro con los niños de las escuelas Lluís Vives (barrio de Sants) y Patronat Domènech (barrio de Gracia) en el espacio cultural de la Fundación Jordi Sierra i Fabra, en el popular barrio de Sants. El local posee excelentes condiciones para la labor de promoción de la lectura al tiempo que rinde homenaje a su fundador, el escritor vivo con más amplia bibliografía. Toda una pared del entresuelo está ornada por los más de 400 títulos del apasionado polígrafo catalán mientras varias vitrinas muestran manuscritos y tebeos que remontan a su infancia de creador, testimonios de su amplia trayectoria de escritor, periodista y promotor. Tres de sus máquinas de escribir completan la muestra. De una de ellas, me contó el propio Jordi esa tarde, llegó a poseer dos ejemplares idénticos: tecleaba a tal velocidad que la máquina se le bloqueaba; mientras esperaba por el mecánico continuaba escribiendo en la otra.

Cristina Osorno me presenta (en el entresuelo se advierte un viejo escritorio de Jordi con máquinas similares a las utilizadas por Jodi Sierra i Fabra y una vitrina con sus trofeos literarios

La muy simpática y eficaz dinamizadora Zulma Sierra había organizado el encuentro dentro del mismo espíritu lúdico que caracteriza el Juego Literario. Antes de la llegada de los chicos, me enviaron a la oficina del entresuelo. Cuando los chicos terminaban de armar el puzzle (en Cuba decimos “rompecabezas”) del cartel del evento, irrumpí con la última pieza. Aunque no soy muy buen actor y los chicos sabían que ese día iban a conocerme, mi aparición arrancó aplausos.

Ayudándome con las imágenes presentadas por un video-pantalla y con ejemplares de mis libros y manuscritos, comencé a resumir mi trayectoria literaria desde que a los 10 años dibujé una historieta protagonizada por Super Pecho, mi primer héroe de ficción o a los 11, cuando contaba a mi hermana las aventuras que supuestamente vivían cuatro de sus muñecos mientras la familia se marchaba al trabajo y la escuela, o a los 13 años, cuando escribí mis primeras novelas, inspiradas por la película francesa "La guerra de los botones", en las novelas detectivescas de Enid Blyton y en las historietas protagonizadas por Tintín, entre otras influencias. 

 

Si en encuentros de este tipo es frecuente que los autores recibamos dibujos y comentarios sobre nuestras obras, en esta ocasión también los chicos me trasmitieron diversos testimonios de su vida e intereses. Retroalimentación muy útil para un escritor como yo, que no se dirije a sus coetáneos y conciudadanos, sino a un público que puede ser hasta 50 años más joven y que reside en los países más diversos (estoy traducido en siete lenguas; desde el cercano catalán al muy remoto coreano y tengo tres libros estrenados en México, donde no he estado ni de paso).

En el ambiente de agitación política actual, los chicos de la escuela Patronat Domènech sintieron la necesidad de hablarme de Cataluña, y no solo de sus paisajes o de elementos culturales como el famoso “pan con tomate”, la más sencilla y admirable invención de su gastronomía, sino incluso abordando el complicado asunto de la autodeterminación de esta histórica región de España. Me reglaron una bandera independentista (que ya había visto flotar en numerosos balcones y que asociaba a un equipo de fútbol) y un “burro catalán” vestido con los mismos colores (aunque los chicos que me lo ofrecieron, me aclararon que hubieran preferido un burro tradicional, pero no lo consiguieron) y un CD con canciones que incluían desde el gran Lluis Llach hasta el “himno nacional de Catalunya”.



Oriundo de un país donde se politiza a los niños desde muy temprano, desconfío de los efectos de la movilización en torno a ideas demasiado complejas para una mente todavía insuficientemente crítica e independiente. La asociación con Cuba me resultó inevitable puesto que se me explicó que si la bandera independentista une a las tradicionales franjas rojas y amarillas de Cataluña un escudo con bandera solitaria es por Cuba y su tradición revolucionaria. Lo cierto es que el escudo cubano es rojo. Azul, en cambio, es el de Puerto Rico, que no es un país independiente, sino una semi-colonia de Estados Unidos.

Los niños de la escuela Lluís Vives me reglaron poemas, dibujos, una caja de deliciosos chocolates… ¡y un baile! Zulma me comentó que al principio solo las chicas bailaban bien, pero finalmente los chicos se soltaron y el resultado era muy… simpático. La música era de un conocido rapero portorriqueño (olvidé el nombre, Daddy algo) y la coreografía estaba inspirada en salsa y reguetón.


foto pendiente de autorización parental


Es que si lo catalán pesa mucho en muchos de los chicos de la escuela Patronat Domènech (del barrio Gracia, más acomodado), entre los de Lluís Vives, de un barrio popular que acoge muchos emigrantes como Sants, había niños nacidos en Ucrania, República Dominicana, China, Paquistán, Salvador, Perú, Rumania, Bolivia, etc, los cuales mantienen vivas sus raíces. Cuando llegó la hora de las dedicatorias tuve que pedir me deletrearan no pocos nombres.


Debo aclarar que no dediqué ejemplares de mis libros sino la fotocopia de la tapa de aquel que cada chico prefirió: “Concierto n°7 para violín y brujas” (Fondo de Cultura Económica), “Pájaros en la cabeza” y “Don Agapito el apenado” (Kalandraka), “El pájaro libro” y “La bruja Pelandruja está malucha” (SM) fueron los más apreciados.

maestras encantadas con la colección de libros de los dos autores participantes en el Juego Literario que les fueron ofrecidos por la organización del evento.

En el actual contexto de crisis económica, no cabe esperar  que cada chico pudiese adquirir un ejemplar de su libro preferido. De ahí que la Fundación Jordi Sierra i Fabra y la Casa de América obsequiaran a la escuela una colección de esos libros que tanto gustaron a los chicos, de manera que el Juego Literario siga funcionando ya en modo de lectura libre e independiente… durante el tiempo que los ejemplares sobrevivan a numerosas manos infantiles.

El verdadero objetivo de todo programa de promoción de la lectura no es procurar horas, días o semanas de actividad literaria placentera, sino instalar de manera durable el “sano vicio” de la lectura entre niños que frecuentemente carecen de una biblioteca personal o de frecuentación habitual de los libros allí donde éstos viven: bibliotecas públicas o escolares y librerías. Es imprescindible que los chicos que tanto disfrutaron de un proyecto como el Juego Literario puedan seguir disfrutando (releyendo el mismo libro o descubriendo otros del mismo autor, o de género, temática o estilo semejantes). Si no es posible asegurarse de que cada niño posea un libro del autor con quien tuvo tan estimulante contacto, por lo menos hay que conseguir que la escuela y/o la biblioteca más cercana, permitan la prolongación de la experiencia por cada chico interesado o gracias a la iniciativa de los maestros, bibliotecarios o padres, una vez que los especialistas de promoción se han marchado a proseguir su labor en otro sitio.

El taller


Volví a la Fundación Jordi Sierra i Fabra la misma tarde. Veinticinco adultos, en su mayoría maestros y bibliotecarios, se habían apuntado a mi taller sobre la narración oral en la promoción de la lectura. Pero en la sala había muchos más, que habíamos autorizado a asistir, aunque la metodología y los materiales previstos no les permitieran participar en la parte activa del taller. En fin de cuentas la parte teórica y autobiográfica de mi relación con la narración oral como forma de promoción de la lectura es probablemente la parte más “nutritiva”.


















Siete meses antes, en el XXI Juego Literario de Medellín había hecho una intervención semejante, ahora enriquecida con experiencias nuevas. Entre otras cosas, pude utilizar mi propio “butai” (retablillo portátil) para presentar uno de mis cuentos según los principios del “kamishibai” (sucedáneo japonés de la narración oral que consiste en leer cuentos parapetado tras las ilustraciones que llevan en su dorso el texto).

 
Jordi Sierra i Fabra asistió al encuentro. Es un escritor compulsivo, que acompaña la actualidad con obras a menudo comprometidas y palpitantes de suspenso. Ha dedicado parte de las jugosas ganancias que produce su vasta obra a proyectos de estímulo a los jóvenes escritores y de promoción de la lectura. El Juego Literario de Barcelona es iniciativa suya, pero han ayudado a pagarlo las instituciones colombianas que convocan el Juego Literario de Medellín… que en otra época Jordi financiara. O sea que en estos tiempos de crisis, América Latina ayuda a la Madre Patria.


El taller no se prolongó mucho porque esa noche había un partido de la final de una de las múltiples copas europeas de fútbol y en España el deporte de las patadas es sagrado. En fin de cuentas, el Futbol Club de Barcelona perdió frente al Real Madrid (¿o era el Atlético…?). Me di cuenta por el silencio que reinaba en la calle mientras yo cenaba en un restaurante al lado del hotel, un enorme biftec que, pese a pedirlo bien cocido, me sirvieron medio crudo, que es como consumen los buenos gastrónomos europeos.

Món Llibre

 

El viernes 11 de abril tuvo lugar la jornada profesional (inaugural) del festival del libro infantil Món Llibre (Mundo Libro en catalán) que se desarrollaría ese fin de semana en el fastuoso Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona  (CCCB).


El evento ya tiene 10 años y está vinculado a la tradicional fiesta literaria de Saint Jordi (San Jorge, el que mató el dragón, es el santo patrón de Barcelona) que se celebra el 23 de abril (fecha del facimiento, en 1616, de William Shakespeare, Miguel de Cervantes y el Inca Garcilaso de la Vega, por lo que la UNESCO lo adoptó como Día Mundial del Libro y los Derechos de Autor). En Cataluña, y cada vez en más países, se celebra en tal fecha el Día del libro y la rosa (a los hombres se les regalaba un libro y a las mujeres una flor; machismo hoy caduco pues las mujeres son más asiduas lectoras que los hombres). El Sant Jordi concentra las mayores ventas de libros en Cataluña, pero este año Pascuas y sus respectivas vacaciones cayeron en la segunda quincena de abril, por lo que el Juego Literario y el Món Llibre se adelantaron.


Cristina Osorno (Casa de América de Cataluña) y Francisco Arbós (Fondo de Cultura Económica en Cataluña) nos acompañaban. Empezamos por una visita guiada de las instalaciones que el CCCB puso a disposición del festival del libro infantil: una gran sala de lectura, con abundantes libros, ordenadores, decorado alusivo y animadores; un corredor donde se exponían obras de varios ilustradores, espacios diversos adaptados al encuentro entre niños de diversas edades y los libros...

espacio para los pequeñitos
  
por algo mi libro más reciente se titula "Concierto n°7 para violín y brujas"
La visita al CCCB terminó con el recorrido de la magnífica exposición “Metamorfosis”, consagrada al artista gráfico y cinematográfico checo Jan Šmankmajer. La muestra contiene, entre otras cosas, los muñecos, decorados, maquetas y otros objetos con que Švankmajer realizó notables filmes de animación (inventó el stop-motion en los años 1930), inspirados en las fábulas de La Fontaine, el Fausto de Goethe o la Alicia de Lewis Carrol.

Poso antes el decorado y personajes de Švankmajer para la película “Fausto”
Se trata de un artista original, talentoso y muy completo, y la muestra incluía obras de otros artistas contemporáneos con los que está relacionado (más bien sus continuadores) y objetos de procedencia diversa (arte africano, animales disecados, caracoles, etc) pertenecientes al “gabinete de curiosidades” que Šmankmajer reunió en su castillo en Bohemia y que han servido de inspiración a su trabajo intensamente surrealista.

con el director de la editorial Juventud, Luis Zendrera

Irene Vasco, mi colega colombiana, me presentó al director de la Editorial Juventud. De esa editorial catalana procedía uno de los primeros ejemplares de mi biblioteca (regalo por mis 10 años) y sin dudas el primer libro español que poseí: A orillas del Yang-tsé, de una autora inglesa cuyo nombre no retuve; entre otros que marcaron mis inicios como lector y precoz escritor: novelas detectivescas de Enid Blyton, divertidas aventuras de Teban Sventon, disparatadas andanzas de Kásperle o historietas de Tintín. Juventud entró en perigeo en los 80, pero su actual director (hijo o nieto del que la dirigía en “mis tiempos”) la ha sabido renovar. Juventud S.A. no solo mantiene en catálogo los Tintín y muchas de las novelas de otrora, sino que se ha convertido en uno de los más principales editores españoles de álbumes ilustrados. Irene Vasco será la primera latinoamericana en el catálogo de Juventud y, bromeé con el señor Zendrera, no me molestaría nada ser el segundo.

Tanto nos demoramos Irene, Zendrera y yo en la exposición de Šmankmajer, que cuando salimos ya los demás estaban en la sala de conferencias y habían comenzado los debates. Tras una mesa de jóvenes ilustradores, nos tocó a mi colega colombiana y a mí. Fuimos presentados por Cristina Osorno, de la Casa de América, quien introdujo la temática con apoyo de un power point convincente. A continuación tracé un panorama de la LIJ latinoamericana, empezando por Martí, Pombo, Quiroga y otros clásicos, y terminando con autores y tendencias recientes de una producción que, pese a “la lengua común que nos separa” es mal conocida y peor distribuida en España. Por su parte, Irene “ilustró” mi apasionada defensa de la LIJ latinoamericana leyendo fragmentos de dos escritoras que dieron un vuelco al género en los 60-70: la poeta, narradora y cantautora argentina María Elena Walsh  y la novelista brasileña Lygia Bojunga Nunes (primera latinoamericana en obtener los más importantes premios internacionales de la literatura infantil: el Andersen (1982) y el Astrid Lindgren (2004).

en la mesa de ponentes, con Irene y Cristina

La jornada profesional concluyó con un original “almuerzo de trabajo”. Cada participante tenía puesto asignado en una mesa (redonda y con capacidad para una decena de personas) y a cada una de estas correspondía un tema de conversación profesional. Tras los postres, un representante de cada mesa, previamente designado presentó, micrófono en mano, un resumen de lo tratado por cada grupo. Una forma original y “digestiva” de prolongar el debate.

Al salir del CCCB dejé a Irene en compañía de unos amigos, y caminé por la vieja ciudad, que ya había recorrido en parte la víspera. Esta vez me dirigí hacia la zona costera y llegué hasta el antiguo barrio de marineros La Barceloneta. La avenida costera ha sido modernizada y no hay planta baja que no acoja un restaurante, bar o tienda de suvenires. Probablemente los edificios de esa avenida han sido remozados y los apartamentos sean caros, pero el resto del barrio sigue siendo eminentemente popular (con bares sencillos y vecinos jugando al fútbol en las plazuelas). Al llegar a la playa, ya caía la noche, pero me quité los zapatos y avancé por el borde del mar.

Es la primera vez que me mojo los pies en el Mediterráneo; aunque ya en mi primer viaje a Europa, en diciembre de 1989, metí la mano en las aguas que bañan las inmediaciones de la localidad francesa de Saintes-Maries de la Mer (no creo que sea por casualidad que la iglesia que fundaron hace varios siglos los pescadores de la Barceloneta también se llama Santa María del Mar: esa virgen debe ser protectora de marineros). A fines de los 90 estuve en Niza, pero con tan mala suerte de que, por primera vez en 25 años, había nevado en la famosa ciudad de la Riviera francesa. Así que ni entonces ni ahora, cuando acabo de volver del salón del libro de Mèze, a solo un par de kilómetros del Mediterráneo he podido disfrutar de sus aguas: mi estancia en Mèze fue de solo 48 y ni siquiera probé las aguas salobre del lago que separa esta localidad del mítico mar. Sufro probablemente de la maldición lanzada por Neptuno, Polifemo, la hechicera Circe u otra de las deidades homéricas del Mesogeios Thalassa.

El caso es que encontré el agua de La Barceloneta menos fría de lo que hacía suponer la temperatura ambiente. No era como para bañarse, pero aguanté perfectamente diez minutos con el agua en los tobillos. La arena es dorada, pero gruesa y me arañó las plantas de los pies cuando caminé hasta una acera donde secármelos y volver a calzarlos. Comí en un restaurante frente al mar, especializado en tapas (comidas ligeras), y cogí el metro hasta la Sagrada Familia. Lloviznaba y no había nadie, pero de todos modos la basílica estaba cerrada. De noche es bastante fea, pues sus nada convencionales formas necesitan los colores que solo la luz diurna permite apreciar bien.

Promoviendo nuestros libros

El sábado por la mañana, en compañía de Irene Vasco, Cristina Osorno y Francisco Arbós (el representante del Fondo de Cultura Económica en Barcelona) tomamos un “tren de cercanías” en la estación Diagonal, situada bajo la misma calle de mi hotel. Los transportes públicos son muy eficientes en Barcelona: una decena de líneas de metro, varias de trenes de cercanías, numerosos ómnibus y taxis (mucho más baratos que en París), por no hablar de las bicicletas municipales que se pueden alquilar en muchas esquinas y para las que abundan unas agradables pistas reservadas en las principales avenidas. Nada de eso evita los embotellamientos, pues la gente sigue usando el automóvil, sobre todo quienes viven o trabajan en los numerosos suburbios que, aunque a veces no están muy lejos, obligan a largos trayectos debido a la accidentada geografía de esta parte de Cataluña.

con Irene Vasco y Francisco Arbós en la librería latinoamericana de Sabadell
Atravesamos varios pueblitos y hermosos bosques en nuestro camino hasta Sabadell, población donde se halla Librerío de la Plata, la librería latinoamericana (la propietaria es uruguaya) donde teníamos pendiente una actividad de promoción  coordinada por el Fondo de Cultura Económica, editor de mis libros “La leyenda de Taita Osongo” y “Concierto n°7 para violín y brujas”, y de sendas obras de mi colega colombiana. La librera debió recibir 20 ejemplares de cada uno de mis libros, pero al comenzar la firma de ejemplares, descubrimos que había 36 de “La leyenda…” y solo 4 de “Concierto…” que es precisamente el libro que yo defendí más esa mañana puesto que era el más apropiado para la mayoría de los niños presentes, menores de 12 años.

Cecilia, la librera, fue la primera en solicitarme una dedicatoria: toda buena librera es una apasionada lectora:
eso no tiene vuelta de hoja
Lamentablemente no había ninguno otro de mis libros para pequeños. No creo que el FCE se hubiese opuesto expresamente, pero seguramente la librera consideró descortés “invitar” a “la competencia”. En realidad no sería tal, puesto que de todos modos un niño de 4 ó 7 años no iba a comprar ninguno de los libros que tanto Irene como yo hemos publicado en el Fondo, pues todos se destinan a chicos de 11 años en adelante.  



En todo caso, la actividad se desarrolló en un clima de plena atención y buen humor. Yo leí un capítulo de “La leyenda de Taita Osongo” y otro de “Concierto n°7 para violín y brujas”. Fue la primera ocasión en que pude asistir en directo a la reacción del público a éste, mi más reciente libro. Pero tanto Irene como yo, enmarcamos nuestras lecturas con anécdotas y “secretos de cocina” de esos escritores que somos.

De regreso a Barcelona, almorzamos en uno de los restaurantes próximos al hotel, y nos dirigimos al CCCB donde se había anunciado una firma de nuestros libros.


En el patio del centro cultural había una gran carpa con numerosos libros de varias editoriales –en catalán y castellano- entre los cuales se hallaban los libros que Irene y yo tenemos en el Fondo de Cultura Económica.



Al salir, caminamos hasta el Ensanche, buscando una papelería donde Irene, que es tan fanática de Tintín como yo, esperaba encontrar objetos derivados de la saga. En realidad lo que hallamos no era mucho ni muy interesante.
este "Capitán Haddock" no está nada logrado, pero cómo resisitir la invitación  

Irene siguió con sus compras y yo me fui a visitar la Casa Batlló, edificio de apartamentos construido por Antoni Gaudi principios del siglo XX para una pudiente familia que todavía habita uno de los apartamentos y han convertido el resto en museo.

Deben vivir del prestigioso inmueble porque cobran carísimo la entrada, además alquilar de vez en cuando el piso principal a personas, instituciones y empresas que desean celebrar allí eventos de prestigio (lo que me impidió visitarla el día antes).

 Es innegable que la Casa Batlló es una absoluta maravilla. No solo por el buen gusto de Gaudí, capaz de convertir una escalera, un “patio de luz”, una chimenea y hasta el inodoro en obra de arte. Gaudi inventaba soluciones para problemas prácticos como aprovechar la luz natural, evitar la humedad y las temperaturas extremadamente frías o calurosas, crear impresión de amplitud en espacios exiguos, etc. La arquitectura modernista catalana (muy próxima del Art Déco y el Art Nouveau) se caracteriza por las  líneas curvas, la abundancia de decorado y los colores, pero Gaudi llevó estos rasgos a su expresión más acabada… cuando no los introdujo.

El domingo fue el único día que pude destinar totalmente al turismo. Comencé por el Palacio Güell, que fue una de las primeras obras de Gaudí. Será por eso o porque es lo que esperaba la pudiente familia que se lo encargó, que es un palacio señorial y algo severo, todo en mármoles pardos, pero no por ello menos ingenioso y pasmosamente lujoso.






De allí fui a la Plaza Reial, la clásica “plaza mayor” que posee toda ciudad española. Decidí almorzar en uno de sus numerosos restaurantes y como pedí cangrejo, la laboriosa tarea de sacarle la carnita a animal tan enrevesado me dejó tiempo de sobra para descansar las extremidades inferiores y disfrutar de la hermosa plaza. Si la mayoría de los comensales eran turistas extranjeros, el mercadillo de antigüedades era frecuentado por españoles.














Deambulé un poco por la parte del casco histórico que aún no conocía, por ejemplo el Call (antiguo barrio judío) y la parte occidental de la actual catedral. Atravesé una avenida que merecía el apelativo de rambla sin tenerlo y renunciar a visitar una reputada iglesia (la entrada, fuera de las horas de servicio religioso, costaba demasiado cara).


Considerando que, por esta vez, ya había explorado lo suficiente el Barrio Gótico, cogí el metro hasta la estación donde un funicular permite subir hasta las primeras atracciones del Montjuic. Ya era tarde para entrar en alguno de los muchos museos de la zona y seguí en teleférico hasta la cumbre, a fin de visitar el castillo que corona la colina.




Esta vieja fortaleza fue muy odiada por los barceloneses pues sirvió en diversas épocas para reprimir a revolucionarios, republicanos, obreros y nacionalistas catalanes. Allí también fue sumariamente juzgado y fusilado por el franquismo el primer presidente de la Generalitat (gobierno autónomo regional). Pero ya a principios del siglo xx, esa bien situada elevación acogió las espectaculares construcciones de una Exposición Universal y actualmente es un pulmón verde y conjunto recreativo muy cercano al centro (hay un segundo teleférico que comunica con la súper turística zona portuaria, pero cuesta una barbaridad). La vista sobre la ciudad, a un lado, y sobre el puerto y el mar, por otro, es impresionante.




Terminé mi tarde dominical de turismo en la Sagrada Familia, que esta vez pude apreciar en toda su insensata belleza exterior.



Este monumento que Gaudí dejó inconcluso al morir en 1926, hubiese exigido, en opinión de su creador, dos siglos de obras. Las técnicas modernas permiten esperar su conclusión en 2026 (un siglo después de la muerte del genial arquitecto, como quiera que sea). Hay mucha polémica por la continuación de las obras usando esas técnicas modernas y basándose solo en la maqueta (los planos originales se quemaron durante la Guerra Civil). Pero tanto eso, como la inaudita audacia, originalidad y belleza del proyecto, explican su inmensa popularidad. La cosa de entrada era tan prolongada que se recomienda reservar un acceso. Finalmente, no pude entrar.


De regreso


Imposible pasar por España sin tener algún tipo de contacto con el deporte de las patadas. Cuando me disponía a entrar a la zona de embarque me crucé con los integrantes de un equipo juvenil de fútbol. ¿Fue casualidad que el encuentro tuviera lugar delante de la tienda oficial del Futbol Club Barcelona?


Al llegar al aeropuerto el lunes a mediodía, mi maleta tenía 4 kilos de más. Se trataba básicamente de libros, pues  además de los 8 ejemplares de mi álbum más voluminoso, que su editor me había hecho llegar desde Bilbao, y los libros de segunda mano que compré para mi insaciable lector de hermano (siempre frustrado con la escasa y poco atractiva oferta cubana) estaba mi flamante retablillo de Kamishibai. Afortunadamente no me atendió en el mostrador de Air Europa ni un estricto catalán ni un cubano atravesado, sino un polaco flexible que me propuso trasladar parte del peso a mi mochila. Su experiencia profesional debía advertirle que ésta última ya estaba cargadita, pero hice un rápido trasvase de libros.  Tan rápido que olvidé ponerle de nuevo el candado a mi maleta, que viajó cerrada con un simple zipper. Sin embargo, nada me hurtaron.

Mi ángel de la guardia estaba haciendo horas extras, pero no me echó una mano cuando debí afrontar las numerosas y obsoletas escaleras del metro parisino: el enemigo número uno del viajero en “clase económica”.


También me esperaba el triste cielo parisino: el bello sol de Cataluña quedó atrás.




22/5/14

¿Racista Tintín?… Miremos el asunto de cerca












El 11 de junio de 1931 aparecen en el suplemento infantil del diario belga Le XX Siêcle, las últimas tiras de Tintín en el Congo, la segunda historieta consagrada por Hergé a su universalmente conocido reportero del copete. Es una obra inmadura, de dibujos torpes y trama improvisada que ha sido justamente denostada por los resabios colonialistas y los prejuicios racistas que contiene. Sin embargo, pese a las tormentas que amenazaron más de una vez hacerlo naufragar en el olvido, el álbum sigue contando entre los millones de ejemplares que, en más de 70 lenguas y dialectos, venden cada año los 24 títulos de la serie[1].

El belga Georges Rémy (1907-1983) demostró desde muy temprano una vocación artística resuelta. En 1924, cuando no era más que un inexperto colaborador de la revista de los Boy-scouts, invierte sus iniciales y las escribe como suenan en francés, añadiéndole una H para  hacer más verosímil o estético el nombre así inventado. Hergé nace cinco años antes que Tintín, pero es su trabajo en torno a este personaje que lo convierte en el artista visionario que funda, paso a paso y con mucha autocrítica, la llamada escuela franco-belga de historieta y su estilo dominante: la « línea clara ».

Lo de franco-belga merece aclaración: en principio se trata de la parte de Bélgica donde se habla francés (la mitad sur, Valonia, y la región capital, bilingüe como el propio Hergé). Pero  también debe entenderse como el tipo de historieta popularizada en Francia y Bélgica, países cuyas prácticas culturales suelen confundirse.

Igualmente es oportuno precisar que “la línea clara” no es solo un concepto gráfico (no se dibujan sombras, volúmenes ni juegos de luz, y todos los elementos están delineados por el mismo trazo grueso, ignorando las leyes de la perspectiva) sino también un concepto narrativo (la historia debe ser clara y coherente, despojada de florilegios inútiles y soluciones arbitrarias, y preferentemente sin asperidades: violencia, sexo, etc).

Cuando el río Congo suena...

Todo lector percibe una obra desde su perspectiva personal, social e histórica (para eso el arte es universal: para confrontarse a tiempos y modos de pensar y de ver diferentes). Pero al crítico no corresponde condenar libros encadenados a un momento histórico-ideológico cuestionable, sino interpretarlos y contextualizarlos, permitiendo así comprender cómo humor, costumbrismo, exotismo y aventura pueden acabar en prejuicio, burla, superioridad y mala propaganda.

Que Tintín en el Congo contiene situaciones y lenguaje maculados del  racismo y colonialismo comunes a su época es innegable. Y ello se aprecia, de mayor a menor grado, en sus tres versiones: las viñetas aparecidas en 1930-31 en las escasas páginas del “Petit Vingtième”, suplemento infantil del diario Le XX Siècle; el libro en blanco y negro impreso por el propio diario en 1937, y la versión corregida, reformateada y redibujada en color de 1946, que es la que se publica hasta nuestros días.

Tintín en el Congo se inicia el 5 de junio de 1930, año en que el término “racismo”, inventado en 1894 por el panfletista Gaston Méry, ingresa oficialmente en la lengua francesa. Téngase igualmente en cuenta que estamos a 15 años de que la Segunda Guerra Mundial termine con la victoria de los valores democráticos que desencadenarán, otros 15 años más tarde, el fin del coloniaje europeo en África; pero también a casi cuarenta años del reconocimiento de los derechos civiles de los negros en Estados Unidos.

Hergé comienza su segunda obra con 23 años, sin haber salido de su pequeño y conservador país más que para excursionar por algunos países europeos, y hallándose bajo la influencia del autoritario director del periódico católico y nacionalista donde trabaja como ilustrador, diseñador, fotógrafo, etc. El abate Wallez impuso el escenario de esta aventura (como había impuesto el de la primera: la Rusia Soviética) contrariando los deseos del joven historietista, que deberá esperar a septiembre de 1931 para comenzar Tintín en América, un álbum donde la autonomía al fin alcanzada por Hergé se refleja no solo en mejores trama y dibujo, sino en una clara simpatía por los « pieles rojas » y una evidente crítica del capitalismo expoliador anglosajón.

Tintín en el Congo se integró en la estrategia del periódico y el hombre que empleaban a Hergé, embarcados en la campaña del Estado belga por conseguir la implicación de sus “fuerzas vivas” en la explotación de la colonia heredada en 1908 de su rey Leopoldo II (quien la obtuviera como propiedad personal en 1885): el Congo Belga, luego Congo-Kinshasa, Congo-Leopolville, República Democrática del Congo y Zaire, antes de recuperar su precedente denominación (R.D.C.) en 1997. De la agitada historia congoleña nos interesa aquí el período en que ese territorio pluriétnico e inmensamente rico comienza a ser capitalísticamente explotado por una lejana nación europea, 80 veces menos extensa y bastante menos poblada.

La mejor prueba del compromiso ideológico de Tintín en el Congo con el colonialismo belga es la clase de geografía en que el protagonista lanza: “Voy a hablaros de vuestra patria, Bélgica” a los niños congoleños que llenan la escuelita de la misión de los Padres Blancos (congregación así llamada por el color de las sotanas y no de la piel de los sacerdotes que la integran). Criticadísima, la situación solo aparece en las versiones de 1930-31 y 1937, y se ve substituida por una banal lección de aritmética en la versión definitiva.




No hay dudas de que la modificación se imponía en 1947, cuando la difusión de “Las Aventuras de Tintín” se internacionaliza, y en esta versión lo que Tintín imparte es simple  aritmética pero... ¿cuál era el verdadero sentido de la frase de Tintín en la versión original? Teniendo un destinatario ideal belga y un destinatario real belga y acaso francés, a quien Hergé/Tintín habla es a los niños y adultos a quienes su gobierno incita a participar en la colonización. “Vuestra patria es Bélgica” dice Tintín en la historieta, pero los lectores de Hergé son niños belgas y para éstos es mensaje es “El Congo es vuestra patria”. Es lo que el abad Wallez, su jefe de redacción, quiere trasmitir. Puesto que se dirige a jóvenes súbditos de un estado colonial, su mensaje no tiene la función de “lavar cerebros” africanos que tanto se le ha atribuido. La frase es culpable de proselitismo, cierto, pero no asesina de una identidad. Otro argumento en descargo de Hergé es que Tintín no pasa de esta frase: su lección de geopolítica es ridiculizada por el historietista, que la interrumpe dos veces mediante el episodio, totalmente bufonesco, del leopardo.

Tintín en el Congo es ciertamente un álbum propagandista; pero no promueve solo la colonización del inmenso país africano (encargo del editor), sino al propio héroe de la historieta  (designio del autor). Una lectura atenta del álbum, y su comparación con los que le siguen, permite advertir que Tintín es inexplicadamente célebre entre todos los que se cruzan con él -negros y blancos, amigos o enemigos- y que todas las anécdotas -las mejores y las peores, las que menoscaban a los congoleños y las que no- tienen la misión de mostrar (con exagerada comicidad, reconozcámoslo) cuán genial es Tintín.


Primera viñeta de “Tintín en el Congo”. Hernández y Fernández (que debutan como simples transeúntes en este álbum de la serie) comentan: “Parece que es un joven reportero que parte rumbo al África. La viñeta incluye varias bromas: entre los personajes que rodean a Tintín se encuentran Quick y Plupke, héroes de otra popular serie de Hergé, así como él mismo (con chaqueta marrón y pantalón gris) en compañía de dos integrantes de los Studios Hergé.

La explicación del ingenuo comportamiento de Hergé respecto a su personaje, está fuera del texto: los lectores actuales tendrían que estar predispuestos, como los de 1930, por el fulminante éxito de la primera aventura de Tintín. Su “regreso” del País de los Soviets fue celebrado, un mes antes de comenzar la aventura congoleña, con la aparición, en una estación ferroviaria de Bruselas, de un jovencito disfrazado de Tintín y acompañado de un perrito blanco. Fue una hábil operación propagandística que se convirtió en apoteósica performance cuando cientos de lectores, chicos y grandes, acudieron a la cita dada por el periódico.

El joven Hergé estaba obnubilado por su inesperado éxito y no supo establecer la distancia necesaria entre realidad y ficción, y mucho menos la distancia irónica que, paulatinamente, irá tomando respecto a sus personajes y su creación en general.

De hecho, en la viñeta siguiente, la vanidad de Milú, que por entonces es el único compañero de aventuras del héroe, y funge como su Alter Ego, revela que Hergé desconfía de su propia tentación de “inflar” a Tintín.
"Pues sí, me cansé de llevar una vida monótona y decidí irme a cazar leones"

Un humanista conservador, pero justiciero

Que Hergé está más a la derecha que Tintín es un hecho. Fue siempre un conservador convencido y un hombre bastante introvertido, pero con inflamada alma de Boy-scout. Humanista cristiano (practicante, pero no militante; su obra será consecuentemente laica), en sus momentos de flaqueza demuestra más inclinación al monarquismo nacionalista belga, a cierto antisemitismo y al colonialismo paternalista -con una mirada superficial sobre otras culturas- que a lo que algunos prefieren ver, con extrema severidad descontextualizada, como racismo patán.

El reportero trotamundos creado por Hergé en 1929 no tiene nada de Superman, invencible extraterrestre cuyo primer cómic data de 1938, o de Indiana Jones, aventurero sensual y ambicioso inventado en 1980 por Steven Spielberg (que actualmente produce la primera adaptación al cine Tintín con visos de acierto).

Tintín  no es el típico super-héroe blanco, musculoso e individualista. Con total desprendimiento, pone su inteligencia y buen corazón (más que sus puños) invariablemente del lado del que sufre: los aborígenes norteamericanos expoliados por las compañías petroleras (Tintín en América), los indígenas peruanos que se habrían sustraído a la Conquista (El templo del sol),  los chinos apabullados por el imperialismo japonés (El loto azul), los musulmanes negros a quienes se pretende esclavizar durante una peregrinación a la Meca (Stock de coke) o los gitanos forzados a acampar en un vertedero (Las joyas de la Castafiore).

Entretanto, sus enemigos no son solo criminales por cuenta propia (generalmente occidentales): falsificadores de dinero, traficantes de armas o drogas, que suelen aparecer en más de una aventura. Tintín también se enfrenta a regímenes dictatoriales como el de la balcánica Borduria (El asunto Tornasol) o el latinoamericano San Theodoros (La oreja rota y Tintín y los Pícaros) o al inescrupuloso poder financiero de Sao Rico, que en la primera versión de La estrella misteriosa enarbola sin ambages la bandera de los Estados Unidos.












Tintín es un legalista: defiende diáfanamente a un rey constitucional víctima del proyecto de Anschluss de ese Mussolini-Hitler que es el Müstler de El cetro de Ottokar; pero testimonia fidelidad semejante a un déspota lamentable como el jeque Ben Kalish Ezab (Tintín en el País del Oro Negro) o al ambiguo populista Alkázar (revolucionario triunfante en La oreja rota y víctima de un golpe de estado en Tintín y los Pícaros).

Los personajes ambiguos y contradictorios son raros en las primeras aventuras, pero van volviéndose más frecuentes a medida que la serie madura. Un caso revelador es el millonario Laszlo Carreidas, que pertenece al bando de “los buenos”, pero rivaliza desde su vileza legal con la ilegal villanía de Rastapapoulos en Vuelo 714 para Sydney. Pero el claroscuro también se observa en un miembro de la “familia” Tintín tan importante como el capitán Haddock, quien cede fácilmente al alcoholismo, la cólera, los prejuicios y la codicia. Lógicamente, los estereotipos y la simplificación son mucho más tenaces en los personajes secundarios y “figurantes”. Ello explica la justamente criticada escasez de personajes femeninos (prácticamente reducidos a las tiranas que son la Castafiore y la esposa del general Alkázar) y, por supuesto, la representación estereotipada de negros, árabes, amerindios y asiáticos.

Tercer mundo a primera vista

A primera vista, los representantes del Tercer Mundo solo asoman en las páginas de Hergé para ser salvados, defendidos e incluso instruidos por Tintín. Los casos en que el reportero del copete y sus compañeros habituales reciben una ayuda efectiva de los habitantes de los países a que se desplazan son raros... pero existen. Los mejores ejemplos los aportan El loto azul, que ensalza la resistencia china al invasor japonés; Tintín en el Tíbet, donde el sherpa Tarkey se eleva al rango de héroe, prácticamente al mismo nivel que Tintín y Haddock, y El templo del sol, donde el indito Zorrino da sobradas pruebas de abnegación, astucia y coraje.

Si los representantes del Tercer Mundo no tienen un papel más brillante en “Las Aventuras de Tintín”, el problema es sobre todo de concepción “dramatúrgica”. Los héroes de Hergé son Tintín, Milú (al principio la serie se llamaba “Las Aventuras de Tintín y Milú”) y la “familia afectiva” que van conformando, por orden de aparición, Hernández y Fernández, Haddock, Tornasol, la Castafiore, Néstor... Todos son europeos como Tintín, pero eso no tiene nada de excepcional para la época (hoy, en la Europa multiétnica, multirracial y multinacional, y en el marco de la globalización de los productos culturales, los historietistas y escritores desarrollan otros modelos, y Hergé no hubiera escapado a la regla). Aunque con menor recurrencia, también forman parte de la “familia” el chino Tchang (más virtuoso que el propio Tintín), el extravagante portugués Oliveira, el latinoamericano Alkázar y el majaderísimo niño árabe Abdalá. No son exactamente héroes, pero tampoco lo son europeos como Néstor, Bianca Castafiore o un sujeto tan risiblemente deleznable como Serafín Lampión, el “ciudadano medio”.

Como en cualquier serie, los personajes secundarios se subordinan al “star system”. Por razones de “economía literaria” es lógico que protagonistas y otros personajes recurrentes ocupen la mayor parte de la esfera afectiva y el tiempo de acción; del mismo modo que los gags, situaciones dramáticas y episodios en general se articulan, en una bien aceitada interacción, con el rol que cada figura ha adquirido en los álbumes precedentes: Abdalá y Lampión están ahí para enfurecer al capitán Haddock, y no para representar a un árabe y un europeo, respectivamente. Lo que no significa que Alkázar y el jeque Ben Kalish Ezab no representen una manera corrupta e ilegítima de ejercicio del poder que Hergé ciertamente asocia a los países del “Sur”.

Una de las cosas más reprochadas a Tintín en el Congo es que los negros tienen los ojos saltones, los labios abultados y la piel negra retinta. En los años 30 todo el mundo dibujaba a los negros de esa manera; no hay más que ver los dibujos animados norteamericanos o la ilustración de prensa latinoamericana de la época. Pero también la Vanguardia pictórica europea (Hergé se revelará un apasionado coleccionista de arte moderno) y sus inspiradoras, las artes tradicionales de África y el Pacífico, explotan la exageración.

En álbumes posteriores Hergé trazará africanos más sutiles y expresivos, y renunciará al negro de tinta (muy eficaz en los tiempos en que dibujaba e imprimía sus historietas en blanco y negro). No olvidemos, sin embargo, que la caricatura y el estereotipo son recursos típicos del humor gráfico y son aplicados por Hergé a todos sus personajes. ¿Acaso el capitán Haddock no tiene los ojos vacíos? ¿Acaso la Castafiore no tiene nariz de cacatúa? ¿Acaso Tornasol no carece de cuello? ¿Acaso Hernández y Fernández no son otra cosa que un bigote y una narizota...? En cuanto a los cuerpos, las manos o las expresiones, no hay diferencia alguna entre los negros, los árabes, los chinos, los amerindios o los blancos dibujados por Hergé.

De los acentos exóticos al prejuicio cultural

Un aspecto mucho más polémico es la presencia de errores lingüísticos en el habla de los  extranjeros en la saga tintinesca. Desde hace más de 20 años leo “Las Aventuras de Tintín” en francés y no recuerdo si la versión castellana de Tintín en el Congo conserva este aspecto; pero como aquí se trata de la obra de Hergé y no de su traducción al castellano (bastante decepcionante, dicho sea de paso) es pertinente señalar que en la versión original todos los negros cometen los mismos errores de construcción y pronunciación: sean marineros o aldeanos, negros de ciudad o pigmeos de selva adentro, y hasta un norteamericano negro -desaparecido en la versión de 1946- comete en uno de sus diálogos un error característico del francés que supuestamente hablaban los congoleños.

Sin embargo, todo indica que a Hergé le interesa más caracterizar lingüísticamente a sus personajes y obtener efectos de exotismo cómico que mostrar la inferioridad cultural de los negros; lo demuestra el hecho de que el léxico que éstos utilizan no es necesariamente pobre ni esencialmente incorrecto. En todo caso, la caricatura costumbrista que se busca en Tintín en el Congo aparece menos en álbumes posteriores. A lo largo de toda la obra de Hergé, los extranjeros blancos “marcan” su exotismo con palabras en su propia lengua (italiano, castellano, inglés) o con peculiaridades de pronunciación, sin que ello implique juicios de valor. Pero Hergé puede divertirse, y divertirnos, inventando una lengua (a base de argot de Bruselas y de la segunda lengua de Bélgica, el flamenco, o con materiales totalmente fantásticos) o una escritura; así aparecen caracteres arábigos en Tintín en el país del oro negro, y caracteres cirílicos en los episodios de Objetivo la Luna y El asunto Tornasol que tienen lugar en el imaginario país balcánico de Syldavia. Sin embargo, cuando los árabes, syldavos o bordurios hablan, lo hacen casi siempre en la misma lengua y estilo que Tintín, Tornasol o el capitán Haddock.

A fin de no complicar la historia, frecuentemente Hergé omite la cuestión de la diferencia de lengua. En la versión original (en francés) de La oreja rota, lo convencional del procedimiento queda en evidencia.  En los episodios iniciales, que transcurren en Europa y en el trasatlántico, el acento del lanzador de puñales Alonso Pérez está marcado por la fonética característica de los hispanohablantes cuando usan la lengua de Molière. Pero desde que desembarcan en la hispanoamericana república de San Theodoros, tanto Alonso Pérez como los demás  nativos hablan en perfecto francés. A lo largo de la serie, Tintín parece capaz de expresarse “naturalmente” en cualquier idioma (como se revela capaz de tripular cualquier clase de vehículo), pero no es imposible verle a él o al capitán Haddock impedido de comunicarse en un país extranjero. La fluidez de la historia, la comicidad de la situación o la creación de una atmósfera exótica parecen ser los criterios determinantes de la condimentación lingüística o no de los diálogos.

El capitán intenta infructuosamente hacerse comprender por quien él cree un indio peruano

De los estereotipos culturales se burla el propio Hergé, en particular a través de los prejuicios del Capitán Haddock, a través de esa vitriólica caricatura del belga ordinario que es Serafín Lampión o, con mayor frecuencia, a costa de Hernández y Fernández, quienes se empeñan en adquirir “color local” vistiendo trajes tradicionales... del país equivocado. Pero a veces Hergé no se limita a la burla; en El loto azul, transparenta la crítica de la prepotencia occidental en  la zona internacional de Shanghái.

Aprovecho la ocasión para precisar que si aludo frecuentemente a este último álbum no es porque sea uno de mis preferidos, sino porque el propio Hergé le concedía una particular importancia; en primer lugar porque marca una reorientación radical de su carrera, tanto en materia de procedimiento creador como de respeto a la realidad que recrea. Mientras escribe/dibuja El loto azul, nuestro autor sostiene instructivos encuentros con un pintor chino becado en Bruselas, que no solo se ofreció a asesorarlo sino que trazó, en auténtico mandarín y con perfecta caligrafía, todos los textos chinos que aparecen en la obra.
Es de notar que cuando Hergé se toma el trabajo de documentarse y, mejor aún, de frecuentar a un nativo del país que recrea, los estereotipos (negativos) y las simplificaciones (que pueden ser bien intencionadas) disminuyen e incluso desaparecen. Es lo que ocurre en Tintín en América, Tintín en el Tibet y, sobre todo, en El loto azul.
Un caso curioso es el de  El templo del sol. Hergé se documentó tan cuidadosamente que cuando salud anímica le impidió entregar a la flamante revista “Tintín” las esperadas viñetas, el espacio fue completado con una serie de notas informativas tituladas “¿Quiénes eran los Incas?” y que firma el propio Tintín (son las únicas muestras directas que tenemos del trabajo de Tintín, reportero de oficio). Estos documentos pueden verse en la versión facsimilar de la edición en revista, un interesante álbum en formato a la italiana.

Una de las páginas de la versión original de "El templo del sol" publicada en la revista Tintín... y completada por la serie de comentarios informativos "¿Quiénes eran los Incas?"

Sin embargo, los lectores latinoamericanos de El templo... nos ofuscamos ante el pretendido desconocimiento de los eclipses de sol por parte de los Incas. Todos sabemos que la astronomía es una de las ciencias en que más se destacaron las civilizaciones precolombinas. Creo haber leído en alguna parte que Hergé reconoció su error; pero ya era tarde para buscar un eje dramático diferente a la impactante escena en que Tintín ordena al sol ocultarse, impidiendo que se lo utilice para encender la hoguera en la cual deberían perecer Tornasol, el capitán Haddock y él mismo. El principio, por demás utilizado otros autores, es una licencia poética y no una prueba más de menosprecio por las culturas del “Sur”.

Limitaciones del héroe, la obra y del hombre

Hergé es un hombre de su época, formado en la Europa de comienzos del siglo XX: etnocéntrica, imbuida de superioridad económica, militar, tecnológica y cultural, y, digámoslo francamente, más o menos abiertamente racista y xenófoba. Como la mayoría de los hombres y mujeres de su generación, Hergé fue realizando el aprendizaje y respeto del Otro. Prueba de ello son las modificaciones introducidas en varios álbumes y el lenguaje “políticamente correcto” (antes de que esta actitud y su denominación se pusieran de moda) perceptible en los últimos títulos de la serie.

En los años 40 Hergé reforma todos los álbumes publicados hasta entonces (excepto Tintín en el País de los Soviets, demasiado extenso, primitivo y desactualizado). El objetivo primero era adaptarlos al formato que terminará caracterizando el libro-historieta franco-belga: 64 páginas a todo color, en formato 23x30.5 cm. Cuando el dibujo era demasiado alejado del dominio alcanzado en más de una década de gradual perfeccionamiento, Hergé y los colaboradores con que cuenta a esa altura, redibujan totalmente el álbum aunque sin apartarse mucho del esquema original. Fue el caso de Tintín en el Congo (nueve años después de la primera versión en libro). Lamentablemente, en 1946 la historieta no era aún objeto de las violentas críticas ideológicas que sufrirá desde la década siguiente, y Hergé se limitó a suprimir las muestras más extremas de colonialismo paternalista y prejuicio racista sin casi tocar -por ejemplo- las situaciones antiecológicas. Cabe, sin embargo, preguntarse si hubiera valido la pena una reescritura a fondo. La superficialidad, el esquematismo y la improvisación dominan todos los planos del álbum, y no solo lo que atañe a la representación de los congoleños. También los animales, los hombres blancos y las situaciones “neutras” revelan la misma impericia e improvisación. La corrección de una parte de los defectos del libro no hubiera servido sino para acentuar los otros. En realidad, Hergé tendría que haber tomado respecto a Tintín en el Congo la misma decisión que respecto a Tintín en el País de los Soviets: la exclusión pura y simple de la serie, por incompetencia artística. Pero pocos autores son tan autocríticos (y sus admiradores incondicionales no les facilitan el ejercicio: fue por presión de éstos y por la aparición de ediciones piratas que Tintín en el País de los Soviets terminó por aparecer en álbum).

A fines de su vida, Hergé terminó por reconocer que sus dos primeros libros estaban alimentados por los prejuicios del medio burgués conservador al que pertenecía. “En 1930 yo no sabía de ese país (el Congo) más que lo que la gente decía por entonces: Los negros son niños grandes, afortunadamente nosotros estamos allí. Y dibujé a esos africanos a partir de tales criterios, en el puro espíritu paternalista que imperaba entonces en Bélgica”.

Las polémicas en torno a Tintín en el Congo comienzan a fines de los años cincuenta. La ideología de la descolonización lo hizo tan impopular que no era fácil encontrar ejemplares en el mercado. Sin embargo, tras varios años sin reeditarse, la revista congoleña Zaire relanzó lo que veían como testimonio de la estupidez etnocéntrica. Fue como si las propias “víctimas” levantasen la cuarentena... hasta que en en 2007 un ciudadano congoleño intente una acción judicial por racismo y xenofobia, y que una cadena de librerías británica decida relegar el álbum al sector adultos, donde un público suficientemente informado no lo tomaría al pie de la letra.

En obra tan caricatural y poco realista como la que nos ocupa, es bien probable que los niños del Congo y de otros países del África no vean hoy otra cosa que un espacio convencional. Cuando remonto a mi propia experiencia de lector infantil, lo que recuerdo es mi perfecta identificación con Tintín. Aunque mi piel fuera bronceada como la de Zorrino (El templo del sol), aunque mi país fuera hostilizado por una potencia extranjera como el de Chang (El loto azul) y aunque mis orígenes sociales me acercaran más a Maika (la jitanilla de Las joyas de la Castafiore), el rol que yo asumía era el del protagonista. Y eso que yo era un cubanito politizado, al igual que mis hermanos y otros amiguitos con quienes compartí la lectura de aquellos libros, deliciosamente dibujados, que solo se encontraban en las principales bibliotecas... hasta que la Ofensiva Revolucionaria de 1968 y el Congreso Nacional de Educación y Cultura de 1971 cerraron las puertas a los últimos álbumes de la serie, y permitieron un rápido deterioro o pérdida de los títulos existentes.

Alguien dirá que el problema radica precisamente en que yo, cubano de extracción popular, me identificara con un héroe europeo, que jamás tiene problemas de dinero, que le da alegremente la vuelta al mundo y vive en un castillo, y que siempre luce superior, aunque generoso y cordial, a los hombres, mujeres y niños del Tercer Mundo. Esto supondría olvidar que todo lector asume el punto de vista del autor, sobre todo si éste coincide totalmente con el del héroe; que en este caso es un personaje tan liso y fácil de incorporar como Tintín, y todo ello dentro de una fascinante serie infantil.

No hay verdadero perjuicio en que un chico lea algunas obras con puntos de vistas opuestos, más o menos radicalmente, a los intereses de su propia comunidad. Lo grave es que los chicos, del país o minoría que sean, no tengan libros escritos por sus iguales, que  les muestren, esclarezcan y hagan querible su realidad, su historia e identidad; proponiendo soluciones a sus problemas, y héroes en los cuales reconocerse de veras. Esta carencia de libros autóctonos viene resolviéndose paulatinamente. En América Latina, en China y hasta en algunos países de África ya hay literatura infantil nacional; aunque siguen escaseando libros en lenguas regionales, héroes, temas, ambientes y valores -no solo tradicionales, sino contemporáneos- que reflejen la diversidad de culturas, sensibilidades y clases sociales. Falta cantidad y variedad en la oferta editorial de los países menos ricos, y falta acceso a la lectura por parte de los más humildes, que son los más necesitados de construcción identitaria. Pero nada de esto es culpa de Hergé o de sus obras más criticables.

Por su parte, los niños de Bélgica, Francia y demás rincones afortunados del planeta, tienen hoy muchas más posibilidades de acceder a libros -de autoría local o importados de otras lenguas y culturas- en los que no hay la más mínima sospecha de prejuicio racial o cultural respecto a las culturas no occidentales. En la misma estantería que Tintín en el Congo puede encontrarse Aya de Yupugon (Costa de Marfil), Persépolis (Irán) o Mafalda (Argentina).

Cuando existe esta diversidad de lecturas, un libro como Tintín en el Congo no es peligro para nadie. Sus restos de paternalismo colonialista y de caricatura racial quedarán diluidos dentro de una bibliografía consistente y variada. Prohibir el segundo libro de Hergé equivaldría a darle más importancia de la que merece dentro de una obra donde sobran títulos de elevada calidad y singularidad.






[1]    A los 22 títulos tradicionalmente difundidos ha de añadirse un prólogo -Tintín en el País de los Sovietsinacabado primer álbum- y un epílogo -Tintín y el arte alfa, álbum inconcluso. Pero un verdadero tintinólogo conocerá y coleccionará las versiones en folletín y/o en blanco y negro, antes de la normalización en volúmenes de 64 páginas a todo color, entre otras variantes.

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