14/5/12

CABRERA, el titiritero

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CABRERA, el titiritero


Si en el conjunto de la narrativa infantil occidental el viaje es uno de los motivos más frecuentes y fecundos, en el corpus de la novela cubana para chicos se revela como motor casi exclusivo; empezando por Aventuras de Guille (1966), donde Dora Alonso relata el descubrimiento por un niño de doce años de la realidad natural y social de su país, y terminando (de momento) con Exploradores en el lago (2009), donde el autor de estas líneas envía a un grupo de niños a una reserva ecológica cubana (mitad real, mitad imaginaria)donde éstos deberán poner en jaque a una banda de traficantes de especies protegidas.

Un recorrido atento por la bibliografía de la novela infantil cubana permite detectar la preminencia del viaje como recurso propiciador del desarrollo del o los protagonistas, además de su utilización como elemento temático y composicional. Ejemplos son la novela de denuncia social Tafie y la caoba gigante (1979), de Efigenio Aimejeiras y la de aventuras El secreto de los Esterlines (1980), de Antonio Benítez Rojo, la pieza maestra de realismo mágico criollo El valle de la Pájara Pinta, de Dora Alonso o la historia de adaptación a otros valores culturales y familiares Kike (publicada como la anterior en 1984), de la cubana radicada en Estados Unidos desde principios de los años 60 Hilda Perera. También se estructuran en un viaje (intergaláctico) la noveleta de ciencia-ficción Struff, el beerf, de Antonio Orlando Rodríguez y en un recorrido (interprovincial) la divertida aventura amorosa María Virginia está de vacaciones, de Gumersindo Pacheco (ambas estrenadas en 1994), mientras que Ariel Ribeaux narra en su intensa novela El Oro de la     Edad (1997)dos viajes a un mismo lugar (una playa del Este de La Habana) de dos niñas de condición socio-familiar muy diferentes: una niña negra hija de obreros y la familia una mujer que ha emigrado a Italia en busca de un bienestar económico que le paga con el amor de su hija y otras lascas del corazón.

Pero si Cuba tiene un autor particularmente apegado al motivo del viaje es Luis Cabrera Delgado (Jarahueca, 1945), autor de Tía Julita (1987), Raúl, su abuela y los espíritus (1998), ¿Dónde está La Princesa? (2000), Vueltas de vidas revueltas (2002), El secreto del pabellón hexagonal (2008) y La vuelta al mundo en tres caballos (2010), entre otros títulos en que el recorrido puede limitarse a su comarca natal, abarcar todo el planeta o alcanzar los territorios imaginarios situados más allá de la muerte.

Carlos, el titiritero (estrenada en 1995) cuenta el viaje en busca de un niño triste emprendido por un joven director-actor de guiñol y sus muñecos Vicaria y Cundiamor (más otros que irán apareciendo según necesidades de la trama), en una atrevida y eficaz alternancia de narración novelesca y fragmentos dramáticos diversos.

Como en un cuento de hadas, tres serán los niños tristes que aparecerán en el camino de los héroes: el primero es huérfano (le destinarán una representación terapéutica de "El Patico Feo"), al segundo le falta una pierna (preverán sanarlo con la escenificación de "El soldadito de plomo") y el tercero sufre sobreprotección y falta de afecto combinados con una sobredosis de bienes materiales. Los dos primeros niños habrán recuperado la alegría antes de ser encontrados por los quijotescos titiriteros, en tanto que curar la tristeza del último -el único radicalmente infeliz- se revela extremadamente difícil y laborioso, no pudiendo los protagonistas ofrecerle cuento teatralizado alguno puesto que nadie entiende su lengua. El tratamiento pasa por los caminos de los juegos folclóricos, puesto que su incomprensible "idioma" no es otra cosa que la jerigonza infantil que se consigue añadiendo, por puro juego, el prefijo fonético “chi” a cada sílaba de las palabras reales.

El trayecto de Carlos y sus títeres está sembrado de dificultades y pruebas que propician el conocimiento y crítica de aspectos diversos de la realidad cubana, así como el desarrollo del protagonista (que conocerá el amor), de Vicaria (que padecerá el letargo de la Bella Durmiente; aunque sólo sea durante tres años) o del escritor mismo (¡sí, sí: Luis Cabrera se utiliza a sí mismo como personaje!) que sabrá de la angustia ante la página en blanco y de la implacable exigencia de los lectores.

La intervención del autor en su obra, hasta el punto de compartir momentos de la acción con sus personajes, es un truco genial que remonta por lo menos al siglo XVIII, con Sterne y Diderot, si bien la referencia que primero me vino a la mente fue Pirandello, dado que su Seis personajes en busca de un autor es una obra de teatro. Acaso olvido precedentes empleos de esta ósmosis entre el creador y sus criaturas dentro de la literatura infantil, pero dudo de un desarrollo tan hábil y consecuente como en Carlos, el titiritero.

Cabrera empieza con ese programa de teatro que constituye su primera página. Allí menciona no sólo los personajes que intervienen en la obra, sino a dos personas: "yo" y "tú". La forma de participar ese "tú" la abordaré más adelante; en cuanto al "yo", éste hace su primera irrupción -todavía sutil- en la página 12 (de la edición cubana original, que es la que citaré a lo largo de este trabajo), donde sin transición alguna leemos:

"Dicen que mi abuelo tenía un mulo cerrero en el que salía por el campo a vender botones, hilos y dedales. Pues precisamente en este mulo de los cuentos de mi mamá, fue en lo que a Carlos el titiritero, se le antojó salir a buscar al niño triste".

Como vemos, el protagonista cabalga en los recuerdos del escritor. Esto, aparte de ser una metafórica forma de revelar uno de los secretos de la creación literaria, implica un tipo de relación entre autor y personajes que se observa también entre Carlos y sus títeres. La reiteración de episodios en los que Carlos está solo (aunque lleva en la espalda la mochila "medio vacía" que contiene decenas de marionetas y personajes que saben entrar en acción en el momento oportuno) ejemplifica de forma ambigua y paradójicamente esclarecedora los nexos entre realidad y fantasía.

La cuestión tendrá cumplido desarrollo en dos momentos decisivos de la novela, en los cuales Luis Cabrera se verá obligado a intervenir en la acción:

Al comenzar el segundo acto, nos cuenta el autor (que pasa a personaje narrador en primera persona) que el libro se ha detenido tres años a causa de su incapacidad para encontrarle salida a la situación en que concluyó el capítulo precedente. En consecuencia, no sólo los personajes sino "Mis amigos, los más queridos, los que leyeron lo escrito hasta allí, no estuvieron de acuerdo conmigo y comenzaron a sugerirme, aconsejarme, rogarme y, por último, ¡exigirme! continuar" [p.87]. Después de varias sorprendentes y cómicas peripecias en compañía de sus personajes, Cabrera escribe: "...al día siguiente debíamos ponernos en marcha, yo de regreso a Santa Clara para seguir escribiendo este libro y Carlos y sus títeres para continuar su búsqueda." [p. 90]

En una segunda rebelión de sus criaturas, el autor se verá denunciado ante el presidente de la Unión de Escritores y uno de los títeres llegará a decir: "Él pensará que es muy buen escritor, pero a la verdad que con este cuento, falló por completo" [p.149]. Esta vez Luis Cabrera-personaje no abandona su puesto ante la máquina de escribir, sino que responde con un telegrama y con la introducción de los personajes que deben resolver el problema que impide el desenlace: Sherlock Holmes y el doctor Watson, nada menos.

Así tocamos uno de los recursos más fructíferos de la novela: la intertextualidad. No se trata únicamente de la ya mencionada utilización de fragmentos teatralizados de clásicos infantiles, sino también de la presencia entre los títeres de personajes correspondientes a esas y otras obras literarias. Igualmente se observa la incorporación de materiales folclóricos criollos: el Gallo de Morón, el Chucho Escondido y la Gallinita Ciega (estos dos funcionando como personajes al tiempo que sus respectivos juegos lanzan la trama), mientras otros elementos de la tradición popular se integran como recursos de la narración (el telegrama que le envían a Luis Cabrera sus amigos indignados cita una conocida rima folclórica al decir, textualmente: "Flor amarilla, flor colorá, si tienes vergüenza no nos hables más" [p. 87].

Entre los géneros dramatúrgicos integrados a la novela no faltan el drama clásico español, el teatro bufo cubano y el moderno espectáculo escénico interactivo; pero la interrelación abarca también formas del arte y la comunicación como la novela radial, el comic y muy especialmente los dibujos animados. Otras presencias, tales como notas de prensa -plana o hertziana-, telegramas, una convocatoria de concurso, canciones, fórmulas procedentes del universo de la burocracia, etc, nos remiten al no menos rico ajuar de intertextualidad y metacultura, presente en Carlos, el titiritero.

Los dibujos animados y otras formas de cultura de masas tienen una utilización muy importante en la novela; son ellos los que permiten la participación del lector (el "tú" de que hablé al principio). Y no me refiero exclusivamente a la presencia de personajes que ese medio ha popularizado (destacaría al cubano Elpidio Valdés), ni a técnicas cinematográficas como el intencionado desplazamiento de la perspectiva del narrador (imitando el cambio del ángulo de la cámara para preservar la sorpresa de un gag), apunto sobre todo a que son incontables los momentos de la obra que reconstruyen clichés de la sintaxis narrativa del dibujo animado: personajes que se caen para atrás del asombro, desproporción entre un acontecimiento grave y el comportamiento flemático del protagonista, cambios repentinos de personalidad, cortinas de humo, etc.

Tales "citas" son deliberadas y para evidenciarlo el autor escribe un párrafo como éste:

"Y como una película, de esas que terminan bonito, se acabó el cuento; por una calle alumbrada de vidrieras se fueron caminando el papá, la mamá y los dos hijos con los cisnes del segundo acto del Patico Feo revoloteándoles encima" [p.127].

El manejo de estas fuentes sirve para movilizar la experiencia estética del niño, más nutrida de dibujos animados que de fuentes literarias o dramáticas. Es por esto que el autor deja que sea una referencia cinematográfica la que determina la solución del episodio/conflicto final: la imposibilidad de despertar a Vicaria. Cabrera aprovecha la presencia en dos cuentos -"Blanca Nieves" y "La Bella Durmiente"- del motivo del letargo (que la embrujada heroína sólo puede vencer gracias a un beso de amor), para que la clave del desenlace esté en detectar cuál de las dos princesas está representando la citada marioneta.

Sherlock Holmes aclara: "...ella no se puso el traje azul y negro de Blanca Nieves, sino uno rosado" [p. 157]. Como toda persona con la suficiente cultura literaria sabe, ni Perrault ni los Hermanos Grimm especifican el color de la vestimenta de las princesas en sus respectivas versiones de ambos cuentos. Esto es algo que, como todo niño con una elemental cultura cinematográfica sabe, es significativo sólo en el mundo tecnicolor de Walt Disney.

Son muchas las facetas de esta enjundiosa novela que, de tener el espacio suficiente, me hubiera gustado destacar. Sólo añadiré que su estructura es extremadamente compleja (lo que se nota menos en su plan externo que en el interno), debido a la introducción de once (di)versiones teatrales y de la fragmentación de episodios y contratiempos, inherente a la telenovela y a la novela radial (género este último abundantemente cultivado por nuestro autor). Igualmente enriquecen la composición del relato los juegos de repetición/mutación característicos del folclore infantil y técnicas procedentes de la nueva novela latinoamericana tales como la "caja china" y los "vasos comunicantes".

Es precisamente esta capacidad de combinar osadas búsquedas estilísticas con formas y materiales del folclor y la cultura de masas, lo que establece la singularidad de Carlos, el titiritero y lo que permite a Luis Cabrera Delgado, auxiliándose de un buen uso del humor, del lenguaje criollo y de la abundante peripecia, hacer una novela experimental que sin embargo logra una intensa comunicación con el lector infantil.

BIBLIOGRAFIA CITADA

Aimejeiras, Efigenio: Tafie y la caoba gigante. La Habana. Gente Nueva, 1979.
Alonso, Dora: Aventuras de Guille. La Habana. Gente Nueva, 1966.
_____________: El valle de la Pájara Pinta. La Habana. Casa de las Américas, 1984.
Benítez Rojo, Antonio: El secreto de los Esterlines. La Habana. Gente Nueva, 1980.
Cabrera Delgado, Luis: Tía Julita. La Habana. Ediciones Unión, 1987.
______________________: Carlos, el titiritero.  La Habana. Gente Nueva, 1995; Quito. Libresa, 2012.
______________________:Raúl, su abuela y los espíritus. La Habana. Gente Nueva, 1998.
______________________:¿Dónde está La Princesa? La Habana. Gente Nueva, 2000.
______________________: Vueltas de vidas revueltas. Quito. Libresa, 2002
______________________: El secreto del pabellón hexagonal. La Habana. Gente Nueva, 2008.
______________________: La vuelta al mundo. Quito. Santillana, 2010.
Pacheco, Gumersindo: María Virginia está de vacaciones. La Habana. Casa de las Américas, 1984.
Ribeaux, Ariel: El Oro de la Edad. La Habana. Ediciones Unión, 1997
Perera, Hilda: Kike. Madrid. Ediciones SM, 1984.
Rodríguez, Antonio Orlando: Struff, el beerf. Abril, La Habana, 1996; Educar, Bogotá, 1997.

Rosell, Joel Franz: Exploradores en el lago. Alfaguara. Madrid, 2009; Santillana, 2017

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Joel Franz ROSELL



Versión actualizada del artículo originalmente publicado en la Revista Latinoamericana de Litertura Infantil y Juvenil, nº 5. Bogotá, enero-junio de 1997.

28/3/12

Hablé de literatura con niños de cinco añitos en Firminy



Acabo de regresar de la Fiesta del libro infantil de Firminy (ciudad de apenas 18 000 habitantes situada en la ex región minera de Saint-Etienne, en el centro-este de Francia). El evento, desarrollado con ambición por un equipo de bibliotecarios, maestros y otros apasionados del libro, contó con una decena de autores e ilustradores que comenzamos por visitar las escuelas de la ciudad, antes de afrontar el “gran público” durante el fin de semana.

Los 10 autores invitados fuimos alojados en el mismo hotel y compartimos las comidas y otros momentos libres. Ese es uno de los aspectos en que los salones del libro que tienen lugar en provincias se revelan más interesantes que los grandes eventos capitalinos (el Salón del Libro de París o el Salón del Libro Infantil de Montreuil). Vista la gran cantidad de profesionales del libro infantil en Francia, no me sorprendió el hecho de no conocer a ninguno de mis colegas Sandrine Bonini, Emmanuelle Eeckhout, Arnaud Alméras, Alice Brière-Haquet, Delphine Brantus, Stéphanie Ledu, Yves Hughes, Viviane Koenig y Stanislas Gros, y eso que formábamos un grupo representativo del sector en Francia : un autor que también publica para adultos, una autora « pura », dos autoras-ilustradoras, una ilustradora que al fin comenzó también a escribir y una autora de novelas con fondo educativo (como en otros países, en Francia las mujeres sont mayoría en el campo de la LIJ), así como un autor de historietas.
delphine brantus

Arnaud Alméras

Sandrine Bonini
Alice Briere-Haquet et yves Hughes

viviane koënig



El tema de la Fiesta del libro de Firminy fue en 2012 “La Noche” y el libro que propició mi participación activa fue mi más reciente título francés: “Petit Chat Noir a peur du soir” (“El gatito negro que le temía a la noche”, inédito en castellano). Es uno de mis escasos libros para primeros lectores: La Nube (Sudamericana, 2001), Javi y los leones (Edelvives, 2003) y Beste bat nahi dut! (A Fortiori, 2008, edición solo en euskera). Como tengo más experiencia con chicos mayores de 6 años, llegué con cierta ansiedad a mi primer encuentro en la escuela Du Mas (yo hubiera preferido que fuese Dumas, Alejandro).

Era, además, la primera vez que me veía, cara a cara, con los lectores de mi “Petit Chat Noir…”, estrenado hace exactamente un año por la poderosa editorial Bayard.

Pronto descubrí que los pequeños habían adorado mi cuento y que me esperaban con enorme excitación. Sigueron con suma atención y lucidez mis explicaciones acerca de cómo concebí el libro que habían leído y todo cuanto les conté sobre mi trabajo escritor e ilustrador.

Empecé por mostrarles el dibujo de un niño de su edad que recibí hace la friolera de 19 años y en el cual se veía precisamente un gatito negro y la leyenda (con una encantadora falta de ortografía) que me dio la idea de un texto que ilustré con mis torpes dibujos de entonces y le mandé por correos. Afortunadamente había tomado la precaución de guardar una fotocopia y en 2008, después que Bayard me rechazara otros textos “profesionales”, saqué de mi archivo aquella primera historia escrita directamente en francés y… ¡bingo! No solo fue publicada en la revista Tralalire en 2008 sino que funcionó tan bien que tres años después fue recuperada por la misma editorial para su excelente colección de álbumes Les belles histoires.
Los pequeños de Firminy siguieron con interés el largo proceso que inicia una simple idea y avanza más o menos laboriosamente hasta el manuscrito, los primeros bocetos de ilustración, la maqueta a base de ilustraciones terminadas y, finalmente, el libro impreso. A modo de ejemplo les presenté diversas etapas de dos de los libros que no solo he escrito sino también ilustrado: “La canción del castillo de arena” (A Fortiori, 2007) y el todavía inédito “Taita Osongo: el camino del monte”.
Una de las cosas que más apreciaron fue detectar las diferencias entre “La canción del castillo de arena”, cuya versión española es posterior a la francesa y cuenta con varias ilustraciones sensiblemente mejoradas. Por supuesto, les conté otros de mis cuentos, y luego jugamos a inventar juntos una nueva historia a partir de los elementos básicos imprescindibles a cualquier relato: personajes, lugares, acciones, conflicto, sentimientos…


En la Feria del libro propiamente dicha, todos los autores estábamos sentados tras las mesas –dispuestas en un gran cuadrado por la única librería de Firminy– que contenían parte de la bibliografía de cada uno. A mis cinco libros franceses disponibles, añadí algunos de mis títulos en castellano, y varios partieron en compañía de adultos que practican nuestra lengua (la más estudiada en Francia, después del inglés). Tantos ejemplares dediqué (con unas simples frases o con dibujos en el caso de los libros que he ilustrado) que al coger el tren de regreso a París tenía con comienzo de tendinitis en el codo.
Firminy es, como dije al principio, una pequeña ciudad con un pasado minero. No es una ciudad particularmente bella, pero cuenta con un patrimonio arquitectónico no despreciable, puesto que allí se encuentra el único conjunto coherente del revolucionario arquitecto Le Corbusier (1887-1965): la Casa de la Cultura, el estadio, la iglesia (quedó inconclusa y una vez concluida en 2005, se destinó a albergar un centro cultural privado) y la piscina (obra de un discípulo del polémico constructor). En una colina cercana se levanta la inmensa Unidad Habitacional, no menos polémica.  

Pero, por supuesto, lo que me llevé en el corazón fueron mis encuentros con los pequeños, tan sinceros y entusiastas con los autores e ilustradores que tenemos el enorme privilegio de tocarles el corazón con nuestras palabras y dibujos.  Esto alimenta mi expectativa por la próxima publicación de “¿De quién es el balón?”, el primer album de una serie para chiquitos que publicará Kalandraka en mayo (un segunto título está previsto en víspera de la fiestas de Navidad). El protagonista de la serie es el mismo gatito de mi último libro francés, pero su primera aventura española no será la que compartí con los pequeños de Firminy. Tampoco las ilustraciones serán las mismas: en lugar de los dibujos entre modernos e ingenuos del italiano Beppe Giacobbe, Kalandraka ha preferido (¡y yo muy contento!) las formas más redondas y expresivas de la alemana Constantze von Kitting.

En la Feria de Madrid tendrá lugar el estreno...

7/3/12

Cubano significa “de Cuba” y no “en Cuba”: palabra de escritor(es)





A principios del mes pasado, dentro de las actividades de la Feria Internacional del Libro de la Habana, los escritores Reynaldo González, Leonardo Padura y Senel Paz participaron en un panel titulado “Tan cerca y tan lejos. Literatura cubana de autores residentes fuera del país” en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Una versión televisiva que recoge algunos momentos de la discusión puede verse en:

http://www.youtube.com/watch?v=NjbpsPYO7rM

Reynaldo González, Premio Nacional de Literatura (2003), afirmó la pertenencia de todos los autores cubanos, “donde quiera que estén”, al ámbito literario del país, “más allá de la politización extrema” y Leonardo Padura, novelista reconocido internacionalmente, dijo incluso que la literatura de una nación, “con independencia de lo que pueda decir una Constitución, está por encima de las coyunturas políticas determinadas que existan en momentos específicos”.

La revista on line de literatura hispanoamericana OTRO LUNES consagra un amplio espacio en su número 22 a las reacciones de varios escritores cubanos, de diferentes generaciones y posiciones , y residentes en diversos países. Las respuestas de Antonio Álvarez Gil, Alberto Lauro, Arnoldo Tauler, Félix Luis Viera, Jesús Hernández Cuéllar, Joaquín Badajoz, Michael Hernández Miranda, Rolando Jorge, Santiago Méndez Alpízar, Waldo Pérez Cino y yo mismo, entre otros, pueden leerse en: http://otrolunes.com/punto-de-mira/respuestas-desde-la-otra-orilla/

A continuación reproduzco íntegramente mi contribución personal al debate:


OTRO LUNES: Se ha avanzado mucho en la eliminación de las barreras que dividen a la literatura cubana que se hace en la isla de la que se escribe en el exilio, es una de las tesis manifestadas en este panel. ¿Hasta dónde crees que sea cierta esa afirmación?

Indudablemente hay una mejoría respecto a los años 60, 70 u 80, épocas de radical amputación; pero resulta poco en comparación con lo que falta para una completa abolición de la incongruente barrera levantada entre la literatura producida en la Isla y la generada por la Emigración. En su oleaginosa respuesta a la posibilidad de invitar autores emigrados a la Feria Internacional del Libro de La Habana, el propio Reynaldo González confirma la ruptura: afirma que no nos conoce, pero se permite considerar que en el exterior hay demasiados “escritores” sin obra que los avale (yo diría que en proporción similar a los que en Cuba mal justifican su condición de autores). El problema es, entonces, no solo de ignorancia sino de prejuicios. De hecho, es difícil que un Liborio del montón (no es el caso de González) conozca aunque sea remotamente la realidad de la literatura cubana fuera de sus fronteras. Pero ¿qué sabe el emigrado lector de la literatura en la isla? A juzgar por las manifestaciones de escritores emigrados muy mediáticos, en Cuba no habría literatura.
Otro carácter tiene la reflexión de Padura, avalada por el docto Ambrosio Fornet, acerca de la literatura escrita en inglés por cubanos residentes en Estados Unidos. La idea de que la substancia identitaria de una literatura es la lengua no es concluyente. Argentinos y uruguayos hablan y escriben el mismo castellano, y sin embargo, sus respectivas literaturas no se substituyen la una a la otra. Tampoco el ejemplo de un escritor catalán que no por ello deja de ser español es buena, puesto que España siempre fue un territorio multilingüe. Por otra parte, un escritor de Cataluña puede escribir en catalán y en castellano y en ambos casos su obra será incuestionablemente española, pero… ¿serán ambas literatura catalana? El caso de un autor emigrado es diferente: yo escribo actualmente en castellano y en  francés. En algunos casos he traducido simplemente y en otros he rescrito en francés un texto concebido en español, pero también me ha ocurrido que el texto venga primero en francés y solo después (de la publicación en Francia, incluso) haya hecho la versión en mi lengua natal. No existiendo diferencias esenciales entre las obras escritas en castellano y las escritas en francés, tampoco hay razón para separar estas últimas de mi producción, que sigue siendo, por supuesto, cubana.

Es algo mucho más sutil y profundo que la lengua o el lugar de residencia lo que determina la identidad de una obra literaria: valores, sensibilidad, compromiso con los destinos de la Nación, cierto tipo de imaginario y hasta una determinada manera de tratar la lengua literaria (que no debe reducirse al idioma, que en nuestro caso es internacional y practicado por 30 millones de personas en un país ajeno a la raíz hispana como Estados Unidos). Recordemos que Martí, cuando vivía en Nueva York, escribió en inglés e incluso en francés sin que a nadie se le ocurra separar esos textos de su obra cubanísima… de emigrado casi permanente.

En resumen, que tampoco la “extranjeridad” de la lengua utilizada por algunos autores (forzosamente emigrados) venga a servir de machete para, una vez más, podar groseramente la literatura cubana (no hay árbol de tronco es poderoso sin copa frondosa). Aunque me inclino a creer que la reflexión de Padura/Fornet no pretende seccionar sino provocar un debate que, en términos de ciencia literaria, no puede sino enriquecernos.

Para llegar al meollo de la pregunta de Otro Lunes, debo precisar que no dispongo de información precisa sobre los autores emigrados presentes en la edición cubana; pero como viajo al país con cierta regularidad y me asomo con frecuencia a su panorama literario, creo poder afirmar que raros son los emigrados que publican en Cuba (libros enteros, o cuentos, poemas, piezas dramatúrgicas y ensayos en revistas y antologías). La experiencia me permite opinar que la decisión de publicar a un emigrado se estudia caso a caso, valorando la posición política del autor y el contenido del libro en cuestión, y no su calidad literaria global. Estoy seguro, además, de que el paso inicial suele darlo el autor expatriado y no el home club.



De la veintena de libros que he publicado en España, América Latina, Francia y otros países, solo tres han sido editados en Cuba desde que me fui en 1989. Esos tres títulos salieron en 1996, 1999 y 2011 por Ediciones Capiro, de mi casi natal ciudad de Santa Clara. En cambio, ninguno de los libros -avalados por ediciones extranjeras y buenas críticas- que he propuesto a las editoriales capitalinas Gente Nueva y Unión, y a las editoriales provinciales Oriente y Cauce han sido, hasta ahora, aceptados, y en muchos casos ni siquiera he recibido respuesta alguna. Todos mis intentos por publicar en las revistas nacionales artículos sobre literatura infantil -campo en el tengo cierto crédito internacional- se saldaron en completo fracaso. ¿Hemos de concluir que solo me otorgan su confianza mis antiguos amigos-paisanos de Villa Clara? No, puesto que algunos de mis cuentos han sido incluidos en antologías de Unión, Gente Nueva y Abril, y en el portal electrónico Papalotero, de la Biblioteca Nacional, mientras la comunicación que presenté en un Encuentro de literatura infantil de Sancti Spiritus fue uno de los trabajos incluidos en la selección  El sueño y la luz (Ediciones Luminaria, 2006). Bien poco, en todo caso, comparado con mis bibliografías española, francesa  argentina.

No me detendré en las diversas iniciativas que he emprendido para evitar mi completa desaparición del panorama literario de mi país. Solo diré que he sido de una paciencia y perseverancia en las que pocos me reconocerían. Cada quien actúa según principios, condiciones y objetivos que a nadie es dado juzgar, y probablemente no son muchos los colegas expatriados que comparten mi postura; sin embargo, hay que ser ingenuo o hipócrita para afirmar que si pocos autores de Afuera han publicado Adentro es simplemente por su falta de interés. El interés debería ser de ambas partes, pues si como acierta Reynaldo González, un escritor no debe renunciar a su público natural: sus compatriotas, tampoco un país debe renunciar a sus escritores naturales: los que han nacido bajo su cielo. Pero digo más: si el orgullo personal de un autor le impidiese andar insistiendo, el interés nacional dispensa de similar escrúpulo al representante de una editorial o publicación periódica insular que sea consciente no solo de la valía de un escritor emigrado, sino de la necesidad de reflejar la auténtica diversidad de nuestras Letras. En este terreno hay que reconocerle a Enrique Pérez Díaz un par de antologías de cuentos infantiles donde se codean “tirios” y “troyanos” y parece dispuesto a mantener una línea similar en Gente Nueva, editorial nacional que dirige desde hace unos pocos años.

Alguien dirá (ya me lo han dicho) que a mí realmente no me hace falta publicar en Cuba. Tengo el privilegio de haber publicado de manera continua y estable en varios países y lenguas, de vivir (modestamente) de mi obra, de haber recibido elogios y premios en lugares diversos, empezando por mi Francia adoptiva. En situación parecida o mejor se encuentran otros muchos escritores cubanos de la diáspora; pero la cuestión no está en la falta que pueda hacernos a nosotros el público original, sino la falta que le hacemos nosotros a los niños y adultos cubanos. Lo que me hace pasar por encima de otras consideraciones (y como Elena Burke y Portillo de la Luz, “persistiré…”) es pensar que nosotros, los autores que tenemos la oportunidad de ser leídos bajo otros cielos, no debemos dejar solos a quienes pueden leer únicamente los libros que se publican bajo nuestro primer cielo.

OTRO LUNES: ¿A qué razón atribuyes que exista (y sea mencionada varias veces por los panelistas) esa intolerancia hacia "la otra orilla" tanto dentro de los escritores cubanos de la isla como dentro de los escritores cubanos del exilio?
No creo que exista ni la sombra de una duda respecto a porqué la literatura cubana, a diferencia de la de otros países, donde las fronteras son meras circunscripciones administrativas, está dividida: la intolerancia político-ideológica y la tendencia a reducir la literatura a un vehículo de ideas es la única causa; todo lo demás son ingredientes secundarios o condimentos de una sopa amarga e indigesta. El escritor que se opone a la continuidad y/o proyecto del régimen político en vigor en Cuba, o del que se teme una manifestación en tal sentido, queda excluido de toda existencia literaria en su patria, sean cuales sean el valor literario y/o el signo ideológico de su(s) obra(s). Como en la otra banda nos publican empresas privadas (situadas en diversos países) y por tanto sin control centralizado “de arriba”, no puede pretenderse una situación equiparable; sin embargo, no le neguemos ninguna racionalidad a las suspicacias de la Isla: los escritores emigrados que temen ser considerados por “la Comunidad” amigos o “tibios” respecto al estado de cosas en Cuba, descartan cualquier posibilidad de ser asociados al panorama literario en el territorio que los vio nacer.

No me parece racional que en pleno siglo XXI se pueda considerar –en Cuba o en la Florida- que por el hecho de publicar en el otro lado, un autor se convierte automáticamente en seguidor, instrumento o vocero del susodicho. El escritor que así lo desee, puede militar contra el régimen castrista o a favor de la Revolución (como dirá cada bando) desde su obra literaria o desde fuera de ella, manifestarse públicamente o en privado, radicalmente o con circunspección y hasta con contradicciones. Nada de ello debería pesar en la decisión de publicar a dicho autor en un lado o en el otro (suponiendo que no hay más que dos lados, como si viviésemos en un mundo bidimensional como el de los viejos cartoons).

En cierta época, Cabrera Infante podía acusar de boicot a los medios culturales franceses de izquierda; la última vez que vino a Francia, pudo comprobar que ya no era tan así. Espero que más temprano que tarde en La Habana y en Miami (en Ciudad México y en Madrid, etc) se alcancen la madurez y la serenidad necesarias para superar extrapolaciones, y se acepte que un escritor, independientemente de su obra, pueda expresar, con franqueza aunque con respeto para su anfitrión (editorial, revista o evento), su desacuerdo con determinada conducción política… sin que la cosa acabe en riña, en trifulca (¿en qué? pregunta el sordo… y concluye: ¡Ah, entonces no era tan niña!).
Mientras las comunidades emigradas más coherentes, fuertes y radicales no admitan “en el seno de la cultura cubana libre” al escritor que “se vende” al Castrismo (pudiendo ensalzar al autor de un libro que pierde trascendencia estética en su obsesión por ajustar cuentas… con injusticias que pueden ser flagrantes) y mientras la literatura sea tratada como una cuestión de Estado y como un instrumento político (negándole honradez y calidad literaria a quien no suscriba la llamada -con mayúscula proselitista  y no ortográfica- Revolución), la tolerancia respecto a opiniones discordantes será imposible (decía Máximo Gómez: “el cubano, cuando no llega; se pasa”) y nuestra literatura, como nuestra Nación, seguirá escindida.

Pero que el árbol no nos impida ver el bosque y las pícaras ardillitas que viven en sus ramas. En los años de más intensa emigración no faltó en Cuba quien supiera aprovechar el lugar dejado vacante para instalarse, y este protagonista precario no ve con buenos ojos al que no “se janeó” los peores años del Período Especial y ahora vendría a disputarle su lugarcito al sol. Que los emigrados tengamos nuestro propio saco de miserias no impide que, cuando viajamos a Cuba, los que se quedaron se sientan inclinados a culparnos de no haber sufrido lo que ellos, como si en lugar de víctimas diferentes fuésemos un órgano vital del victimario común.

Para decirlo claramente: no es solo la Institución sino algunos de sus componentes aislados los que pueden revelarse peores enemigos de la reconciliación literaria cubana. 
Encuentro con lectores de la biblioteca Martí, de Santa Clara, centro de Cuba, en febrero de 2011

OTRO LUNES: Reinaldo González, ante la pregunta de que ¿por qué no se invitan escritores cubanos del exilio a la isla? dijo, entre otras cosas, que "si tuviéramos empezar a invitarlos, no es así", "la patria es esta...", reduciendo el asunto a que los escritores que viven fuera tienen primero que manifestar el interés de ir y publicar en su "público natural": Cuba. Padura, entretanto, dice que, más importante que traer a un autor es que sus libros circulen en la isla. Ambos, en diversos momentos, insistieron en que la literatura va más allá de posiciones políticas distintas y aseguraron que, entre todos los exponentes de la cultura del país, existe una voluntad de unir ambas orillas. Subrayo la frase porque deja la pelota en terreno del exilio. ¿Qué dirías sobre este tema?

Pese a una posición un poco más franca, Padura yerra al pretender que lo que importa es publicar nuestros libros y no invitarnos a la FILH (y a otros eventos literarios en el territorio nacional) puesto que ambas cosas son una en la vida literaria cubana actual. ¡Como si alguien ignorase
que hoy todos los libros insulares se publican para la Feria y que libro que no se presente en ella es libro muerto, y su autor un espectro! Por supuesto que hay que publicarnos, pero también han de dejarnos subir a la palestra (ocasiones he tenido de ver cómo escamoteaban la silla desde la cual tenía yo derecho a ventilar mi libro, y que me había sido prometida… ¿en un momento de debilidad?). Pero ¿qué responsable literario de la Isla corre el riesgo de quitarle el cascabel al gato? Nuestro eventual anfitrión se vería obligado a pagar por las declaraciones incómodas que pudiésemos hacer (y que nos serían también descontadas del permiso a volver a visitar el país aunque solo fuese como simple cubano-residente-en-el-exterior).

Por otra parte, ¿porqué los escritores emigrados deberíamos aceptar en la patria un tratamiento diferente al que reciben los escritores residentes en Cuba que sí son invitados a toda clase de eventos en otros países? Si de vez en cuando los organizadores de esos eventos evitan, por iniciativa propia o por presiones de La Habana, convertir una mesa en bello ejemplo de unidad y lucha de contrarios, también he tenido la ocasión de compartir evento (extranjero) con compatriotas de cuyas ideas disiento y hasta de ver al propio Padura junto a paisanos-colegas de otra opinión política sin que nadie se ofendiera ni se autocensurase… en demasía.

Es obvio que Cuba, más que cualquier otro país, tiene la obligación de invitar, publicar y estudiar a sus escritores emigrados. Si nadie puede negar que la Emigración es un componente esencial de la realidad cubana contemporánea desde el punto de vista demográfico o económico, ¿cómo pretender que la literatura en emigración no sea un componente esencial de la cultura cubana posterior a 1959? Incluso aquellos que disponen, como en Estados Unidos, México o España, de un grupo numeroso de colegas cubanos y hasta de cierto “público”, no pueden prescindir de la escena insular; como dicha escena no puede autorizarse el despilfarro de prescindir de parte tan notable y complementaria de su cuerpo intelectual… aunque no sea más que porque muchos libros que se estrenan en el exterior fueron concebidos en Cuba poco antes (¿Cuál es la diferencia entre un cubano de Cuba y un cubano de Afuera? Que el cubano de afuera ya se fue).

Algunos escritores, funcionarios y escritores-funcionarios podrían coger la opinión de Padura por las hojas y aceptar que nos publiquen (a algunos), pero no nos inviten a palestras prestigiosas como la Feria del Libro o programas de televisión. Saben que hacer esto último implicaría, a la larga, la cuestión de porqué los escritores emigrados no somos tenidos en cuenta por la crítica y las autoridades culturales, y ningún residente en el exterior ha recibido el Premio de la Crítica y mucho menos el Premio Nacional de Literatura. Si acaso nos dan “premios de consolación”; como cierta escritora cuya novela -publicada en la Isla-  fue finalista del Premio de la Crítica o, como este servidor, que ha visto seis de sus libros (solo uno de ellos publicado en Cuba) recompensados con el imperceptible premio La Rosa Blanca de la Sección de Literatura Infantil de la UNEAC.

Por supuesto, tanto la escritora que no nombro como el abajo firmante viajamos a menudo a Cuba y no decimos cosas demasiado incómodas en momentos o lugares inoportunos.

La falta de recursos materiales es una buena excusa. Es comprensible que Cuba no nos abone derechos de autor en moneda convertible; que no nos paguen pasajes de avión, hotel y restaurante en caso de una eventual invitación oficial a eventos prestigiosos; pero eso no nos impide percibir aún más la presencia en nuestra patria de intelectuales extranjeros, en su mayoría latinoamericanos (los que integran cada año el premio Casa de las Américas, por poner un ejemplo). Tengo entendido que en los últimos años (de crisis) esos “invitados” corren con la casi totalidad de sus gastos. Pero tanto hoy como en tiempos de bonanza la mayoría de esos escritores han compensado su estancia con la moneda de la solidaridad y/o de la reciprocidad que ha permitido a tanto residente en Cuba –escritor con obra o mero “culturoso”- ser calurosamente acogido y/o publicado allende nuestras fronteras.

... En fin, que junto a tanta gloriosa bandera ondea, en las dos bordas de nuestro común barco, no poco trapo sucio. Bien haríamos en arriar algunos estandartes y conversar como civilizados. Dije arriar estandartes, no arriar conciencias y corazones. Todo el que ha sido herido profundamente, todo el que considera que su lucha no puede ser librada sino en la cruda trinchera, tiene el derecho y hasta el deber de mantener su posición. Pero alguien debe ir a la mesa de negociaciones. Como la economía, terreno en el que el presidente Castro (Raúl) se muestra dispuesto a empezar la apertura, la literatura puede servir de “tierra de nadie”, es decir, de tierra de todos en la cual sembrar la Cuba reunificada del futuro. 

La problemática de la emigración es un elemento clave de la Cuba contemporánea. Desde hace varios meses, el escritor y periodista Félix Luis Viera, residente en México desde mediados de los 90, viene publicando en portal CubaEncuentro una serie de entrevistas a personalidades culturales de la diáspora cubana. Yo fui uno de los últimos entrevistados, casualmente, un par de días antes de la difusión del debate en la UNEAC. De alguna manera, esa entrevista complementa los criteros arriba expresados.

http://www.cubaencuentro.com/entrevistas/articulos/joel-franz-rosell-paris-274410





23/1/12

Esos premios que nos decepcionan


Numerosos son los escritores españoles e hispanoamericanos que cada año a envían un manuscrito a un premio de literatura infantil y juvenil. Son certámenes prestigiosos por su dotación económica, por la difusión que proporcionan a las obras elegidas y por las perspectivas profesionales que abren a sus autores.

Lamentablemente, no es raro que la decepción acompañe la publicación de los títulos galardonados. Una decepción que raramente se expresa en la plaza pública porque... ¿quién se atreve a clamar: “¡El rey está desnudo!” cuando aspira a la corona más temprano que tarde?

Aún a riesgo de perder la cabeza, este crítico que también es autor ha decidido decir todo lo que, sinceramente, piensa de los libros recompensados en la edición 2011 de los premios Edebé…

Leer el resto en el blog de Cuatrogatos

http://cuatrogatos-miau.blogspot.com/2012/01/en-busca-del-tesoro-de-los-premios_23.html

6/12/11

el cuaderno de papá Noel

He aquí la prueba formal de la existencia de Papá Noel: yo recibí de sus propias manos un regal (esa cajita rosada que está sacando de la bolsa) el 24 de diciembre de 1993 en Skeikampen (cerca de Lille Hammer, donde un año antes tuviera lugar la Olimpiada de Invierno), al centro de Noruega. Como se aprecia, él estaba más sorprendido que yo de nuestro encuentro. 


PAPA NOEL Y YO

Mi primer encuentro con Papá Noel tuvo lugar en algún libro soviético o de otro país de Europa Oriental allá por los años sesenta, cuando yo apenas acababa de descubrir la verdad sobre los Reyes Magos.
Papá Noel no vino a suplantar las figuras míticas que no solo desmanteló el sentido de realidad que con la edad yo venía adquiriendo, sino la campaña de calumnias lanzadas por el materialismo dialéctico que se volvía la filosofía oficial cubana contra aquella “tradición cristiana, europea, oscurantista y ajena a nuestras raíces”.

Para mí, Papá Noel no era ni folclore extranjero ni creencia familiar, era un personaje literario. Pienso que por eso le he seguido siendo fiel pese a que hace varias décadas que la vida arremete contra mis más dorados sueños. La otra razón que mantiene rozagante a Papá Noel mientras que los pobres Reyes Magos ya no cuentan para nada en mi espíritu, es que el mofletudo, barbiblanco e invernal personaje se renueva cada año con decenas de libros –álbumes, novelas, libros ilustrados, historietas gráficas y hasta libros documentales- mientras que los pobres Reyes Magos repiten la misma leyenda más o menos bíblica de oro y la mirra al niño Jesús. A lo mejor me equivoco, pues vivo en un país que rinde culto a Papá Noel y lo ignora todo –o casi- de sus tres camélidas majestades, y es por mi ausencia de las librerías españolas que no veo llegar cada año, en vísperas de Navidad, decenas de libros en torno a Gaspar, Melchor y Baltazar.
El caso es que, más que creer en Papá Noel, he contribuido no poco a su patrimonio cultural contemporáneo. Sí, yo mismo he escrito y dibujado mucho en torno a él. Y aquí sigue una muestra más o menos exhaustiva. Algunos son meros bocetos, otros dibujos terminados, coloreados y que he enviado a mis amigos y hasta colgado en algún escaparate virtual; entre los textos, algunos me han servido de mensaje de año nuevo a familiares, amigos y colegas, por lo que es posible que tú ya conozcas alguno.



Había una vez un año nuevo.
Era realmente nuevo. No tenía nada que ver con años anteriores, algo realmente nunca visto, absolutamente fascinante, lleno de cosas buenas, de excelentes noticias y fabulosos resultados.
Lo llamaron “el año que viene” y se sentaron a esperar que estuviera listo.


Hace de esto varios siglos.
Muchos son los que siguen esperando, y cada 1 de enero ven comenzar el mismo período gris, con días correctos y otros mediocres, más uno que otro francamente malo.
Pero hay quienes comprendieron el secreto, y cada 31 de diciembre toman las medidas necesarias para que el año nuevo sea realmente FANTÁSTICO.
Lo ayudan a nacer y a mantenerse en vida, fresco y rozagante hasta el último de sus 365 días.
Divulguen este secreto: mientras más seamos en practicar un año BUENO,
más nuevo será el que le sigue.

Y lo será para todos…
                                                       ... ¿o no?




me gustaría un Papá Noel multicultural


(No tengo la menor prueba,  pero sospecho que Papá Noel se pasa todo el año... excepto tal vez el mes de diciembre vacacionando en una soleada playa tropical) ¿A que sí?





EL MALDITO REGALO DE PAPÁ NOEL

Todos los años es lo mismo. Yo me escondo, pero Papá Noel siempre me encuentra.

 El viejo no es nada discreto con su traje rojo, sus botas negras y su barba impoluta, y mucho menos ágil (con su enorme barriga, su saco lleno, sus renos). Pero por discreto que yo me vuelva, por rápidos que sean mis movimientos… el maldito siempre da conmigo y me hace su regalo: siempre el mismo, el mismo regalo envenenado que no hay modo de rechazar.

Ya probé a esconderme entre las plumas de un espeso edredón, entre las botellas vacías del festín de Nochebuena, en una playa de sol cegador y arenas ardientes, e incluso, una vez, en el mismísimo Polo Norte, donde dicen que vive Papá Noel, pensando que allí precisamente él no iba a encontrarse, ocupado como está, por estas fechas, regalando juguetes en las cuatro esquinas del planeta…

¡Pena perdida! Siempre me encuentra el ocambo astuto y me suelta su temible e irrefutable obsequio: UN AÑO MÁS.

Y entonces se larga, tan contento, dispuesto a volver el año próximo, con infalible puntualidad.

Hay que reconocer que tuvo una genial idea, el maldito. Cada año me ofrece un año, ¡pero no un año cualquiera! El que me ofrece es su año, el que ya no tendrá él que cumplir porque soy yo quien habrá de cumplirlo en su lugar.

Es así como se las arregla para no envejecer.

Y cuando me haya liquidado, se buscará a otro para que pague por él los años rotos.

¡Cómo no va a ser eterno el maldito Papá Noel!


¿Y por qué no un Papá Noel rumbero?



AÑOS DE CRISIS




A veces tengo la impresión de que el tiempo no pasa, o que los años se repiten, o que nada cambia... y repito el mismo mensaje de Navidad. Así recuperé la postal de 2008 y la mandé de nuevo la pasada Navidad. Como era un mensaje ecológico, mi intensión de reciclaje, era acertada ¿no?


















Pero como Papá Noel es símbolo de infancia, ilusiones y alegría: siempre nos traerá algún regalito: yo "me pongo" con algunos bocetos más, que saqué de varios cuadernos de apuntes más o menos recientes.                                                                                                             
Ojalá les gusten.















La tercera novela detectivesca juvenil cubana cumple 40 años

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