28/3/12

Hablé de literatura con niños de cinco añitos en Firminy



Acabo de regresar de la Fiesta del libro infantil de Firminy (ciudad de apenas 18 000 habitantes situada en la ex región minera de Saint-Etienne, en el centro-este de Francia). El evento, desarrollado con ambición por un equipo de bibliotecarios, maestros y otros apasionados del libro, contó con una decena de autores e ilustradores que comenzamos por visitar las escuelas de la ciudad, antes de afrontar el “gran público” durante el fin de semana.

Los 10 autores invitados fuimos alojados en el mismo hotel y compartimos las comidas y otros momentos libres. Ese es uno de los aspectos en que los salones del libro que tienen lugar en provincias se revelan más interesantes que los grandes eventos capitalinos (el Salón del Libro de París o el Salón del Libro Infantil de Montreuil). Vista la gran cantidad de profesionales del libro infantil en Francia, no me sorprendió el hecho de no conocer a ninguno de mis colegas Sandrine Bonini, Emmanuelle Eeckhout, Arnaud Alméras, Alice Brière-Haquet, Delphine Brantus, Stéphanie Ledu, Yves Hughes, Viviane Koenig y Stanislas Gros, y eso que formábamos un grupo representativo del sector en Francia : un autor que también publica para adultos, una autora « pura », dos autoras-ilustradoras, una ilustradora que al fin comenzó también a escribir y una autora de novelas con fondo educativo (como en otros países, en Francia las mujeres sont mayoría en el campo de la LIJ), así como un autor de historietas.
delphine brantus

Arnaud Alméras

Sandrine Bonini
Alice Briere-Haquet et yves Hughes

viviane koënig



El tema de la Fiesta del libro de Firminy fue en 2012 “La Noche” y el libro que propició mi participación activa fue mi más reciente título francés: “Petit Chat Noir a peur du soir” (“El gatito negro que le temía a la noche”, inédito en castellano). Es uno de mis escasos libros para primeros lectores: La Nube (Sudamericana, 2001), Javi y los leones (Edelvives, 2003) y Beste bat nahi dut! (A Fortiori, 2008, edición solo en euskera). Como tengo más experiencia con chicos mayores de 6 años, llegué con cierta ansiedad a mi primer encuentro en la escuela Du Mas (yo hubiera preferido que fuese Dumas, Alejandro).

Era, además, la primera vez que me veía, cara a cara, con los lectores de mi “Petit Chat Noir…”, estrenado hace exactamente un año por la poderosa editorial Bayard.

Pronto descubrí que los pequeños habían adorado mi cuento y que me esperaban con enorme excitación. Sigueron con suma atención y lucidez mis explicaciones acerca de cómo concebí el libro que habían leído y todo cuanto les conté sobre mi trabajo escritor e ilustrador.

Empecé por mostrarles el dibujo de un niño de su edad que recibí hace la friolera de 19 años y en el cual se veía precisamente un gatito negro y la leyenda (con una encantadora falta de ortografía) que me dio la idea de un texto que ilustré con mis torpes dibujos de entonces y le mandé por correos. Afortunadamente había tomado la precaución de guardar una fotocopia y en 2008, después que Bayard me rechazara otros textos “profesionales”, saqué de mi archivo aquella primera historia escrita directamente en francés y… ¡bingo! No solo fue publicada en la revista Tralalire en 2008 sino que funcionó tan bien que tres años después fue recuperada por la misma editorial para su excelente colección de álbumes Les belles histoires.
Los pequeños de Firminy siguieron con interés el largo proceso que inicia una simple idea y avanza más o menos laboriosamente hasta el manuscrito, los primeros bocetos de ilustración, la maqueta a base de ilustraciones terminadas y, finalmente, el libro impreso. A modo de ejemplo les presenté diversas etapas de dos de los libros que no solo he escrito sino también ilustrado: “La canción del castillo de arena” (A Fortiori, 2007) y el todavía inédito “Taita Osongo: el camino del monte”.
Una de las cosas que más apreciaron fue detectar las diferencias entre “La canción del castillo de arena”, cuya versión española es posterior a la francesa y cuenta con varias ilustraciones sensiblemente mejoradas. Por supuesto, les conté otros de mis cuentos, y luego jugamos a inventar juntos una nueva historia a partir de los elementos básicos imprescindibles a cualquier relato: personajes, lugares, acciones, conflicto, sentimientos…


En la Feria del libro propiamente dicha, todos los autores estábamos sentados tras las mesas –dispuestas en un gran cuadrado por la única librería de Firminy– que contenían parte de la bibliografía de cada uno. A mis cinco libros franceses disponibles, añadí algunos de mis títulos en castellano, y varios partieron en compañía de adultos que practican nuestra lengua (la más estudiada en Francia, después del inglés). Tantos ejemplares dediqué (con unas simples frases o con dibujos en el caso de los libros que he ilustrado) que al coger el tren de regreso a París tenía con comienzo de tendinitis en el codo.
Firminy es, como dije al principio, una pequeña ciudad con un pasado minero. No es una ciudad particularmente bella, pero cuenta con un patrimonio arquitectónico no despreciable, puesto que allí se encuentra el único conjunto coherente del revolucionario arquitecto Le Corbusier (1887-1965): la Casa de la Cultura, el estadio, la iglesia (quedó inconclusa y una vez concluida en 2005, se destinó a albergar un centro cultural privado) y la piscina (obra de un discípulo del polémico constructor). En una colina cercana se levanta la inmensa Unidad Habitacional, no menos polémica.  

Pero, por supuesto, lo que me llevé en el corazón fueron mis encuentros con los pequeños, tan sinceros y entusiastas con los autores e ilustradores que tenemos el enorme privilegio de tocarles el corazón con nuestras palabras y dibujos.  Esto alimenta mi expectativa por la próxima publicación de “¿De quién es el balón?”, el primer album de una serie para chiquitos que publicará Kalandraka en mayo (un segunto título está previsto en víspera de la fiestas de Navidad). El protagonista de la serie es el mismo gatito de mi último libro francés, pero su primera aventura española no será la que compartí con los pequeños de Firminy. Tampoco las ilustraciones serán las mismas: en lugar de los dibujos entre modernos e ingenuos del italiano Beppe Giacobbe, Kalandraka ha preferido (¡y yo muy contento!) las formas más redondas y expresivas de la alemana Constantze von Kitting.

En la Feria de Madrid tendrá lugar el estreno...

7/3/12

Cubano significa “de Cuba” y no “en Cuba”: palabra de escritor(es)





A principios del mes pasado, dentro de las actividades de la Feria Internacional del Libro de la Habana, los escritores Reynaldo González, Leonardo Padura y Senel Paz participaron en un panel titulado “Tan cerca y tan lejos. Literatura cubana de autores residentes fuera del país” en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Una versión televisiva que recoge algunos momentos de la discusión puede verse en:

http://www.youtube.com/watch?v=NjbpsPYO7rM

Reynaldo González, Premio Nacional de Literatura (2003), afirmó la pertenencia de todos los autores cubanos, “donde quiera que estén”, al ámbito literario del país, “más allá de la politización extrema” y Leonardo Padura, novelista reconocido internacionalmente, dijo incluso que la literatura de una nación, “con independencia de lo que pueda decir una Constitución, está por encima de las coyunturas políticas determinadas que existan en momentos específicos”.

La revista on line de literatura hispanoamericana OTRO LUNES consagra un amplio espacio en su número 22 a las reacciones de varios escritores cubanos, de diferentes generaciones y posiciones , y residentes en diversos países. Las respuestas de Antonio Álvarez Gil, Alberto Lauro, Arnoldo Tauler, Félix Luis Viera, Jesús Hernández Cuéllar, Joaquín Badajoz, Michael Hernández Miranda, Rolando Jorge, Santiago Méndez Alpízar, Waldo Pérez Cino y yo mismo, entre otros, pueden leerse en: http://otrolunes.com/punto-de-mira/respuestas-desde-la-otra-orilla/

A continuación reproduzco íntegramente mi contribución personal al debate:


OTRO LUNES: Se ha avanzado mucho en la eliminación de las barreras que dividen a la literatura cubana que se hace en la isla de la que se escribe en el exilio, es una de las tesis manifestadas en este panel. ¿Hasta dónde crees que sea cierta esa afirmación?

Indudablemente hay una mejoría respecto a los años 60, 70 u 80, épocas de radical amputación; pero resulta poco en comparación con lo que falta para una completa abolición de la incongruente barrera levantada entre la literatura producida en la Isla y la generada por la Emigración. En su oleaginosa respuesta a la posibilidad de invitar autores emigrados a la Feria Internacional del Libro de La Habana, el propio Reynaldo González confirma la ruptura: afirma que no nos conoce, pero se permite considerar que en el exterior hay demasiados “escritores” sin obra que los avale (yo diría que en proporción similar a los que en Cuba mal justifican su condición de autores). El problema es, entonces, no solo de ignorancia sino de prejuicios. De hecho, es difícil que un Liborio del montón (no es el caso de González) conozca aunque sea remotamente la realidad de la literatura cubana fuera de sus fronteras. Pero ¿qué sabe el emigrado lector de la literatura en la isla? A juzgar por las manifestaciones de escritores emigrados muy mediáticos, en Cuba no habría literatura.
Otro carácter tiene la reflexión de Padura, avalada por el docto Ambrosio Fornet, acerca de la literatura escrita en inglés por cubanos residentes en Estados Unidos. La idea de que la substancia identitaria de una literatura es la lengua no es concluyente. Argentinos y uruguayos hablan y escriben el mismo castellano, y sin embargo, sus respectivas literaturas no se substituyen la una a la otra. Tampoco el ejemplo de un escritor catalán que no por ello deja de ser español es buena, puesto que España siempre fue un territorio multilingüe. Por otra parte, un escritor de Cataluña puede escribir en catalán y en castellano y en ambos casos su obra será incuestionablemente española, pero… ¿serán ambas literatura catalana? El caso de un autor emigrado es diferente: yo escribo actualmente en castellano y en  francés. En algunos casos he traducido simplemente y en otros he rescrito en francés un texto concebido en español, pero también me ha ocurrido que el texto venga primero en francés y solo después (de la publicación en Francia, incluso) haya hecho la versión en mi lengua natal. No existiendo diferencias esenciales entre las obras escritas en castellano y las escritas en francés, tampoco hay razón para separar estas últimas de mi producción, que sigue siendo, por supuesto, cubana.

Es algo mucho más sutil y profundo que la lengua o el lugar de residencia lo que determina la identidad de una obra literaria: valores, sensibilidad, compromiso con los destinos de la Nación, cierto tipo de imaginario y hasta una determinada manera de tratar la lengua literaria (que no debe reducirse al idioma, que en nuestro caso es internacional y practicado por 30 millones de personas en un país ajeno a la raíz hispana como Estados Unidos). Recordemos que Martí, cuando vivía en Nueva York, escribió en inglés e incluso en francés sin que a nadie se le ocurra separar esos textos de su obra cubanísima… de emigrado casi permanente.

En resumen, que tampoco la “extranjeridad” de la lengua utilizada por algunos autores (forzosamente emigrados) venga a servir de machete para, una vez más, podar groseramente la literatura cubana (no hay árbol de tronco es poderoso sin copa frondosa). Aunque me inclino a creer que la reflexión de Padura/Fornet no pretende seccionar sino provocar un debate que, en términos de ciencia literaria, no puede sino enriquecernos.

Para llegar al meollo de la pregunta de Otro Lunes, debo precisar que no dispongo de información precisa sobre los autores emigrados presentes en la edición cubana; pero como viajo al país con cierta regularidad y me asomo con frecuencia a su panorama literario, creo poder afirmar que raros son los emigrados que publican en Cuba (libros enteros, o cuentos, poemas, piezas dramatúrgicas y ensayos en revistas y antologías). La experiencia me permite opinar que la decisión de publicar a un emigrado se estudia caso a caso, valorando la posición política del autor y el contenido del libro en cuestión, y no su calidad literaria global. Estoy seguro, además, de que el paso inicial suele darlo el autor expatriado y no el home club.



De la veintena de libros que he publicado en España, América Latina, Francia y otros países, solo tres han sido editados en Cuba desde que me fui en 1989. Esos tres títulos salieron en 1996, 1999 y 2011 por Ediciones Capiro, de mi casi natal ciudad de Santa Clara. En cambio, ninguno de los libros -avalados por ediciones extranjeras y buenas críticas- que he propuesto a las editoriales capitalinas Gente Nueva y Unión, y a las editoriales provinciales Oriente y Cauce han sido, hasta ahora, aceptados, y en muchos casos ni siquiera he recibido respuesta alguna. Todos mis intentos por publicar en las revistas nacionales artículos sobre literatura infantil -campo en el tengo cierto crédito internacional- se saldaron en completo fracaso. ¿Hemos de concluir que solo me otorgan su confianza mis antiguos amigos-paisanos de Villa Clara? No, puesto que algunos de mis cuentos han sido incluidos en antologías de Unión, Gente Nueva y Abril, y en el portal electrónico Papalotero, de la Biblioteca Nacional, mientras la comunicación que presenté en un Encuentro de literatura infantil de Sancti Spiritus fue uno de los trabajos incluidos en la selección  El sueño y la luz (Ediciones Luminaria, 2006). Bien poco, en todo caso, comparado con mis bibliografías española, francesa  argentina.

No me detendré en las diversas iniciativas que he emprendido para evitar mi completa desaparición del panorama literario de mi país. Solo diré que he sido de una paciencia y perseverancia en las que pocos me reconocerían. Cada quien actúa según principios, condiciones y objetivos que a nadie es dado juzgar, y probablemente no son muchos los colegas expatriados que comparten mi postura; sin embargo, hay que ser ingenuo o hipócrita para afirmar que si pocos autores de Afuera han publicado Adentro es simplemente por su falta de interés. El interés debería ser de ambas partes, pues si como acierta Reynaldo González, un escritor no debe renunciar a su público natural: sus compatriotas, tampoco un país debe renunciar a sus escritores naturales: los que han nacido bajo su cielo. Pero digo más: si el orgullo personal de un autor le impidiese andar insistiendo, el interés nacional dispensa de similar escrúpulo al representante de una editorial o publicación periódica insular que sea consciente no solo de la valía de un escritor emigrado, sino de la necesidad de reflejar la auténtica diversidad de nuestras Letras. En este terreno hay que reconocerle a Enrique Pérez Díaz un par de antologías de cuentos infantiles donde se codean “tirios” y “troyanos” y parece dispuesto a mantener una línea similar en Gente Nueva, editorial nacional que dirige desde hace unos pocos años.

Alguien dirá (ya me lo han dicho) que a mí realmente no me hace falta publicar en Cuba. Tengo el privilegio de haber publicado de manera continua y estable en varios países y lenguas, de vivir (modestamente) de mi obra, de haber recibido elogios y premios en lugares diversos, empezando por mi Francia adoptiva. En situación parecida o mejor se encuentran otros muchos escritores cubanos de la diáspora; pero la cuestión no está en la falta que pueda hacernos a nosotros el público original, sino la falta que le hacemos nosotros a los niños y adultos cubanos. Lo que me hace pasar por encima de otras consideraciones (y como Elena Burke y Portillo de la Luz, “persistiré…”) es pensar que nosotros, los autores que tenemos la oportunidad de ser leídos bajo otros cielos, no debemos dejar solos a quienes pueden leer únicamente los libros que se publican bajo nuestro primer cielo.

OTRO LUNES: ¿A qué razón atribuyes que exista (y sea mencionada varias veces por los panelistas) esa intolerancia hacia "la otra orilla" tanto dentro de los escritores cubanos de la isla como dentro de los escritores cubanos del exilio?
No creo que exista ni la sombra de una duda respecto a porqué la literatura cubana, a diferencia de la de otros países, donde las fronteras son meras circunscripciones administrativas, está dividida: la intolerancia político-ideológica y la tendencia a reducir la literatura a un vehículo de ideas es la única causa; todo lo demás son ingredientes secundarios o condimentos de una sopa amarga e indigesta. El escritor que se opone a la continuidad y/o proyecto del régimen político en vigor en Cuba, o del que se teme una manifestación en tal sentido, queda excluido de toda existencia literaria en su patria, sean cuales sean el valor literario y/o el signo ideológico de su(s) obra(s). Como en la otra banda nos publican empresas privadas (situadas en diversos países) y por tanto sin control centralizado “de arriba”, no puede pretenderse una situación equiparable; sin embargo, no le neguemos ninguna racionalidad a las suspicacias de la Isla: los escritores emigrados que temen ser considerados por “la Comunidad” amigos o “tibios” respecto al estado de cosas en Cuba, descartan cualquier posibilidad de ser asociados al panorama literario en el territorio que los vio nacer.

No me parece racional que en pleno siglo XXI se pueda considerar –en Cuba o en la Florida- que por el hecho de publicar en el otro lado, un autor se convierte automáticamente en seguidor, instrumento o vocero del susodicho. El escritor que así lo desee, puede militar contra el régimen castrista o a favor de la Revolución (como dirá cada bando) desde su obra literaria o desde fuera de ella, manifestarse públicamente o en privado, radicalmente o con circunspección y hasta con contradicciones. Nada de ello debería pesar en la decisión de publicar a dicho autor en un lado o en el otro (suponiendo que no hay más que dos lados, como si viviésemos en un mundo bidimensional como el de los viejos cartoons).

En cierta época, Cabrera Infante podía acusar de boicot a los medios culturales franceses de izquierda; la última vez que vino a Francia, pudo comprobar que ya no era tan así. Espero que más temprano que tarde en La Habana y en Miami (en Ciudad México y en Madrid, etc) se alcancen la madurez y la serenidad necesarias para superar extrapolaciones, y se acepte que un escritor, independientemente de su obra, pueda expresar, con franqueza aunque con respeto para su anfitrión (editorial, revista o evento), su desacuerdo con determinada conducción política… sin que la cosa acabe en riña, en trifulca (¿en qué? pregunta el sordo… y concluye: ¡Ah, entonces no era tan niña!).
Mientras las comunidades emigradas más coherentes, fuertes y radicales no admitan “en el seno de la cultura cubana libre” al escritor que “se vende” al Castrismo (pudiendo ensalzar al autor de un libro que pierde trascendencia estética en su obsesión por ajustar cuentas… con injusticias que pueden ser flagrantes) y mientras la literatura sea tratada como una cuestión de Estado y como un instrumento político (negándole honradez y calidad literaria a quien no suscriba la llamada -con mayúscula proselitista  y no ortográfica- Revolución), la tolerancia respecto a opiniones discordantes será imposible (decía Máximo Gómez: “el cubano, cuando no llega; se pasa”) y nuestra literatura, como nuestra Nación, seguirá escindida.

Pero que el árbol no nos impida ver el bosque y las pícaras ardillitas que viven en sus ramas. En los años de más intensa emigración no faltó en Cuba quien supiera aprovechar el lugar dejado vacante para instalarse, y este protagonista precario no ve con buenos ojos al que no “se janeó” los peores años del Período Especial y ahora vendría a disputarle su lugarcito al sol. Que los emigrados tengamos nuestro propio saco de miserias no impide que, cuando viajamos a Cuba, los que se quedaron se sientan inclinados a culparnos de no haber sufrido lo que ellos, como si en lugar de víctimas diferentes fuésemos un órgano vital del victimario común.

Para decirlo claramente: no es solo la Institución sino algunos de sus componentes aislados los que pueden revelarse peores enemigos de la reconciliación literaria cubana. 
Encuentro con lectores de la biblioteca Martí, de Santa Clara, centro de Cuba, en febrero de 2011

OTRO LUNES: Reinaldo González, ante la pregunta de que ¿por qué no se invitan escritores cubanos del exilio a la isla? dijo, entre otras cosas, que "si tuviéramos empezar a invitarlos, no es así", "la patria es esta...", reduciendo el asunto a que los escritores que viven fuera tienen primero que manifestar el interés de ir y publicar en su "público natural": Cuba. Padura, entretanto, dice que, más importante que traer a un autor es que sus libros circulen en la isla. Ambos, en diversos momentos, insistieron en que la literatura va más allá de posiciones políticas distintas y aseguraron que, entre todos los exponentes de la cultura del país, existe una voluntad de unir ambas orillas. Subrayo la frase porque deja la pelota en terreno del exilio. ¿Qué dirías sobre este tema?

Pese a una posición un poco más franca, Padura yerra al pretender que lo que importa es publicar nuestros libros y no invitarnos a la FILH (y a otros eventos literarios en el territorio nacional) puesto que ambas cosas son una en la vida literaria cubana actual. ¡Como si alguien ignorase
que hoy todos los libros insulares se publican para la Feria y que libro que no se presente en ella es libro muerto, y su autor un espectro! Por supuesto que hay que publicarnos, pero también han de dejarnos subir a la palestra (ocasiones he tenido de ver cómo escamoteaban la silla desde la cual tenía yo derecho a ventilar mi libro, y que me había sido prometida… ¿en un momento de debilidad?). Pero ¿qué responsable literario de la Isla corre el riesgo de quitarle el cascabel al gato? Nuestro eventual anfitrión se vería obligado a pagar por las declaraciones incómodas que pudiésemos hacer (y que nos serían también descontadas del permiso a volver a visitar el país aunque solo fuese como simple cubano-residente-en-el-exterior).

Por otra parte, ¿porqué los escritores emigrados deberíamos aceptar en la patria un tratamiento diferente al que reciben los escritores residentes en Cuba que sí son invitados a toda clase de eventos en otros países? Si de vez en cuando los organizadores de esos eventos evitan, por iniciativa propia o por presiones de La Habana, convertir una mesa en bello ejemplo de unidad y lucha de contrarios, también he tenido la ocasión de compartir evento (extranjero) con compatriotas de cuyas ideas disiento y hasta de ver al propio Padura junto a paisanos-colegas de otra opinión política sin que nadie se ofendiera ni se autocensurase… en demasía.

Es obvio que Cuba, más que cualquier otro país, tiene la obligación de invitar, publicar y estudiar a sus escritores emigrados. Si nadie puede negar que la Emigración es un componente esencial de la realidad cubana contemporánea desde el punto de vista demográfico o económico, ¿cómo pretender que la literatura en emigración no sea un componente esencial de la cultura cubana posterior a 1959? Incluso aquellos que disponen, como en Estados Unidos, México o España, de un grupo numeroso de colegas cubanos y hasta de cierto “público”, no pueden prescindir de la escena insular; como dicha escena no puede autorizarse el despilfarro de prescindir de parte tan notable y complementaria de su cuerpo intelectual… aunque no sea más que porque muchos libros que se estrenan en el exterior fueron concebidos en Cuba poco antes (¿Cuál es la diferencia entre un cubano de Cuba y un cubano de Afuera? Que el cubano de afuera ya se fue).

Algunos escritores, funcionarios y escritores-funcionarios podrían coger la opinión de Padura por las hojas y aceptar que nos publiquen (a algunos), pero no nos inviten a palestras prestigiosas como la Feria del Libro o programas de televisión. Saben que hacer esto último implicaría, a la larga, la cuestión de porqué los escritores emigrados no somos tenidos en cuenta por la crítica y las autoridades culturales, y ningún residente en el exterior ha recibido el Premio de la Crítica y mucho menos el Premio Nacional de Literatura. Si acaso nos dan “premios de consolación”; como cierta escritora cuya novela -publicada en la Isla-  fue finalista del Premio de la Crítica o, como este servidor, que ha visto seis de sus libros (solo uno de ellos publicado en Cuba) recompensados con el imperceptible premio La Rosa Blanca de la Sección de Literatura Infantil de la UNEAC.

Por supuesto, tanto la escritora que no nombro como el abajo firmante viajamos a menudo a Cuba y no decimos cosas demasiado incómodas en momentos o lugares inoportunos.

La falta de recursos materiales es una buena excusa. Es comprensible que Cuba no nos abone derechos de autor en moneda convertible; que no nos paguen pasajes de avión, hotel y restaurante en caso de una eventual invitación oficial a eventos prestigiosos; pero eso no nos impide percibir aún más la presencia en nuestra patria de intelectuales extranjeros, en su mayoría latinoamericanos (los que integran cada año el premio Casa de las Américas, por poner un ejemplo). Tengo entendido que en los últimos años (de crisis) esos “invitados” corren con la casi totalidad de sus gastos. Pero tanto hoy como en tiempos de bonanza la mayoría de esos escritores han compensado su estancia con la moneda de la solidaridad y/o de la reciprocidad que ha permitido a tanto residente en Cuba –escritor con obra o mero “culturoso”- ser calurosamente acogido y/o publicado allende nuestras fronteras.

... En fin, que junto a tanta gloriosa bandera ondea, en las dos bordas de nuestro común barco, no poco trapo sucio. Bien haríamos en arriar algunos estandartes y conversar como civilizados. Dije arriar estandartes, no arriar conciencias y corazones. Todo el que ha sido herido profundamente, todo el que considera que su lucha no puede ser librada sino en la cruda trinchera, tiene el derecho y hasta el deber de mantener su posición. Pero alguien debe ir a la mesa de negociaciones. Como la economía, terreno en el que el presidente Castro (Raúl) se muestra dispuesto a empezar la apertura, la literatura puede servir de “tierra de nadie”, es decir, de tierra de todos en la cual sembrar la Cuba reunificada del futuro. 

La problemática de la emigración es un elemento clave de la Cuba contemporánea. Desde hace varios meses, el escritor y periodista Félix Luis Viera, residente en México desde mediados de los 90, viene publicando en portal CubaEncuentro una serie de entrevistas a personalidades culturales de la diáspora cubana. Yo fui uno de los últimos entrevistados, casualmente, un par de días antes de la difusión del debate en la UNEAC. De alguna manera, esa entrevista complementa los criteros arriba expresados.

http://www.cubaencuentro.com/entrevistas/articulos/joel-franz-rosell-paris-274410





23/1/12

Esos premios que nos decepcionan


Numerosos son los escritores españoles e hispanoamericanos que cada año a envían un manuscrito a un premio de literatura infantil y juvenil. Son certámenes prestigiosos por su dotación económica, por la difusión que proporcionan a las obras elegidas y por las perspectivas profesionales que abren a sus autores.

Lamentablemente, no es raro que la decepción acompañe la publicación de los títulos galardonados. Una decepción que raramente se expresa en la plaza pública porque... ¿quién se atreve a clamar: “¡El rey está desnudo!” cuando aspira a la corona más temprano que tarde?

Aún a riesgo de perder la cabeza, este crítico que también es autor ha decidido decir todo lo que, sinceramente, piensa de los libros recompensados en la edición 2011 de los premios Edebé…

Leer el resto en el blog de Cuatrogatos

http://cuatrogatos-miau.blogspot.com/2012/01/en-busca-del-tesoro-de-los-premios_23.html

6/12/11

el cuaderno de papá Noel

He aquí la prueba formal de la existencia de Papá Noel: yo recibí de sus propias manos un regal (esa cajita rosada que está sacando de la bolsa) el 24 de diciembre de 1993 en Skeikampen (cerca de Lille Hammer, donde un año antes tuviera lugar la Olimpiada de Invierno), al centro de Noruega. Como se aprecia, él estaba más sorprendido que yo de nuestro encuentro. 


PAPA NOEL Y YO

Mi primer encuentro con Papá Noel tuvo lugar en algún libro soviético o de otro país de Europa Oriental allá por los años sesenta, cuando yo apenas acababa de descubrir la verdad sobre los Reyes Magos.
Papá Noel no vino a suplantar las figuras míticas que no solo desmanteló el sentido de realidad que con la edad yo venía adquiriendo, sino la campaña de calumnias lanzadas por el materialismo dialéctico que se volvía la filosofía oficial cubana contra aquella “tradición cristiana, europea, oscurantista y ajena a nuestras raíces”.

Para mí, Papá Noel no era ni folclore extranjero ni creencia familiar, era un personaje literario. Pienso que por eso le he seguido siendo fiel pese a que hace varias décadas que la vida arremete contra mis más dorados sueños. La otra razón que mantiene rozagante a Papá Noel mientras que los pobres Reyes Magos ya no cuentan para nada en mi espíritu, es que el mofletudo, barbiblanco e invernal personaje se renueva cada año con decenas de libros –álbumes, novelas, libros ilustrados, historietas gráficas y hasta libros documentales- mientras que los pobres Reyes Magos repiten la misma leyenda más o menos bíblica de oro y la mirra al niño Jesús. A lo mejor me equivoco, pues vivo en un país que rinde culto a Papá Noel y lo ignora todo –o casi- de sus tres camélidas majestades, y es por mi ausencia de las librerías españolas que no veo llegar cada año, en vísperas de Navidad, decenas de libros en torno a Gaspar, Melchor y Baltazar.
El caso es que, más que creer en Papá Noel, he contribuido no poco a su patrimonio cultural contemporáneo. Sí, yo mismo he escrito y dibujado mucho en torno a él. Y aquí sigue una muestra más o menos exhaustiva. Algunos son meros bocetos, otros dibujos terminados, coloreados y que he enviado a mis amigos y hasta colgado en algún escaparate virtual; entre los textos, algunos me han servido de mensaje de año nuevo a familiares, amigos y colegas, por lo que es posible que tú ya conozcas alguno.



Había una vez un año nuevo.
Era realmente nuevo. No tenía nada que ver con años anteriores, algo realmente nunca visto, absolutamente fascinante, lleno de cosas buenas, de excelentes noticias y fabulosos resultados.
Lo llamaron “el año que viene” y se sentaron a esperar que estuviera listo.


Hace de esto varios siglos.
Muchos son los que siguen esperando, y cada 1 de enero ven comenzar el mismo período gris, con días correctos y otros mediocres, más uno que otro francamente malo.
Pero hay quienes comprendieron el secreto, y cada 31 de diciembre toman las medidas necesarias para que el año nuevo sea realmente FANTÁSTICO.
Lo ayudan a nacer y a mantenerse en vida, fresco y rozagante hasta el último de sus 365 días.
Divulguen este secreto: mientras más seamos en practicar un año BUENO,
más nuevo será el que le sigue.

Y lo será para todos…
                                                       ... ¿o no?




me gustaría un Papá Noel multicultural


(No tengo la menor prueba,  pero sospecho que Papá Noel se pasa todo el año... excepto tal vez el mes de diciembre vacacionando en una soleada playa tropical) ¿A que sí?





EL MALDITO REGALO DE PAPÁ NOEL

Todos los años es lo mismo. Yo me escondo, pero Papá Noel siempre me encuentra.

 El viejo no es nada discreto con su traje rojo, sus botas negras y su barba impoluta, y mucho menos ágil (con su enorme barriga, su saco lleno, sus renos). Pero por discreto que yo me vuelva, por rápidos que sean mis movimientos… el maldito siempre da conmigo y me hace su regalo: siempre el mismo, el mismo regalo envenenado que no hay modo de rechazar.

Ya probé a esconderme entre las plumas de un espeso edredón, entre las botellas vacías del festín de Nochebuena, en una playa de sol cegador y arenas ardientes, e incluso, una vez, en el mismísimo Polo Norte, donde dicen que vive Papá Noel, pensando que allí precisamente él no iba a encontrarse, ocupado como está, por estas fechas, regalando juguetes en las cuatro esquinas del planeta…

¡Pena perdida! Siempre me encuentra el ocambo astuto y me suelta su temible e irrefutable obsequio: UN AÑO MÁS.

Y entonces se larga, tan contento, dispuesto a volver el año próximo, con infalible puntualidad.

Hay que reconocer que tuvo una genial idea, el maldito. Cada año me ofrece un año, ¡pero no un año cualquiera! El que me ofrece es su año, el que ya no tendrá él que cumplir porque soy yo quien habrá de cumplirlo en su lugar.

Es así como se las arregla para no envejecer.

Y cuando me haya liquidado, se buscará a otro para que pague por él los años rotos.

¡Cómo no va a ser eterno el maldito Papá Noel!


¿Y por qué no un Papá Noel rumbero?



AÑOS DE CRISIS




A veces tengo la impresión de que el tiempo no pasa, o que los años se repiten, o que nada cambia... y repito el mismo mensaje de Navidad. Así recuperé la postal de 2008 y la mandé de nuevo la pasada Navidad. Como era un mensaje ecológico, mi intensión de reciclaje, era acertada ¿no?


















Pero como Papá Noel es símbolo de infancia, ilusiones y alegría: siempre nos traerá algún regalito: yo "me pongo" con algunos bocetos más, que saqué de varios cuadernos de apuntes más o menos recientes.                                                                                                             
Ojalá les gusten.















26/10/11

BRASIL: UNA DE LAS GRANDES LITERATURAS PARA INFANTO-JUVENILES DEL CONTINENTE

 
Volví a Brasil en 2010 Tras diez años de ausencia, me di el gustazo de todo un mes en Brasilia, Sao Paulo, Rio de Janeiro, Palmas de Tocantins y varios puntos del estado de Goiás. Algo de ese viaje cuento en las líneas que siguen. La versión completa (con la parte turística, por ejemplo) puede ser leía en mi página facebook

frente al palacio de Planalto, Brasilia

Volé de París a Brasilia, que sería mi “centro de operaciones”. Invitado por la Feria Literaria Internacional de Tocantins, en la vecina ciudad de Palmas, también tenía actividades en Río de Janeiro, Sao Paulo y la propia Brasilia.

FERIA LITERARIA INTERNACIONAL DE TOCANTINS

El aeropuerto de Tocantins es pequeño y al salir del área de desembarque, detecté enseguida un cartel con mi nombre. Lo sostenía una muchacha que vestía una camiseta y un sombrero “tejano” (en realidad típico del muy rural centro-oeste de Brasil) ambos con el logo de la FLIT. Había acudido a recibirnos el Secretario (ministro estadual) de Educación en persona. La muchacha intentó darme la bienvenida en francés, pero yo le respondí en portugués, y en esa lengua conversé con el Secretario, quien me pareció un tipo entusiasta y competente; como los demás funcionarios de la secretaría que trabajaban para la feria. Junto a otras dos escritoras -una intelectual brasileña que no volví a ver y de quien no retuve el nombre, y una escritora peruana con la que conversé mucho a propósito de su yerno cubano- nos trasladamos al centro. Durante el prolongado trayecto desde el aeropuerto recorrimos vastos terrenos donde, de cuando en cuando, aparecía el edificio de una universidad y algunos negocios: todos esos terrenos están previstos para que la ciudad se extienda planificadamente sin acercarse demasiado al aeropuerto. El hotel que nos habían anunciado ya estaba lleno, pero no fue problema alguno pues en la acera del frente estaba otro incluso de aspecto más agradable. En fin de cuentas, estábamos en el Sector Hotelero.

Es que Palmas es la capital más joven de Brasil, creada según el modelo de Brasilia (aunque sin el aporte estético de Oscar Niemeyer) tras el nacimiento, en 1989, del estado de Tocantins. Se dividió entonces en dos el inmenso e inadministrable estado de Goiás; de la misma manera que antes el vasto Mato Grosso dio origen a dos estados y pronto el no menos inmenso Pará se dividirá en tres. El clima de Palmas es aún más cálido que el de Brasilia y sudé tanto como en Cuba. Pero, cosa típica de los climas semidesérticos, apenas el sol se oculta, refresca bruscamente. De todos modos, no logré aprovechar la piscina del hotel pues cuando al fin encontré unos minutos libres descubrí que un gato me había tomado la delantera: el minino flotaba, cadáver, en las azules aguas.


Visión de los aborígenes (colección de antiguos grabados del museo nacional)

La Feria Literaria Internacional de Tocantins se apoya en la experiencia de siete años de Salón del libro, que la Secretaría de Educación y Cultura decidió ampliar y convertir en todo un proyecto educativo popular. Para ello movilizaron a miles de funcionarios públicos, y organizaron un ambicioso (demasiado quizás) programa de conferencias y talleres que giraban en torno al tema de la diversidad cultural, con particular atención a los afrobrasileños y a los pueblos indígenas de Brasil. En cuanto al panel, comenzaron por invitar a Premios Nobel de Literatura como J.M.G. Le Clézio o Vargas Llosa. Como tales personalidades suelen tener la agenda repleta con años de anticipación, bajaron el nivel hasta llegar a escritores como este humilde servidor... al que no temieron poner al nivel de primeras figuras del libro infantil brasileño como Marina Colasanti y Roger Mello (a buen conocedor, esos ejemplos bastan; pero los menos literarios quizás reconozcan nombres como la actriz Fernanda Montenegro y los músicos Seu Jorge y Lenine). 

Fui invitado como escritor franco-cubano (la otra francesa era la galardonada franco-camerunesa Leonora Miano, y los demás escritores eran también creadores con doble pertenencia cultural, en particular con raíces africanas); por eso pronuncié mi conferencia en francés, con traducción simultánea al portugués. La inmensidad del auditorio (que solo se llenó durante los espectáculos y conciertos) no impidió el diálogo con los más interesados, entre ellos un cubano, de mi casi natal Santa Clara, que vive en Palmas desde su creación en 1991. Mi conferencia se titulaba “Yo es otro. Un escritor en el camino intercultural entre Cuba y Francia”. Partí de la famosa frase de Arthur Rimbaud que, completa, dice más o menos: “el primer estudio del hombre que quiere ser poeta es el conocimiento de si mismo. La cuestión es llegar a lo desconocido mediante el desajuste de los sentidos. El impropio decir: Yo pienso; habría que decir: Soy pensado... Yo es otro. Tanto peor para el madero que se descubre violín y exaspera a los inconscientes que pontifican sobre lo que realmente ignoran. Sin la altiva exasperación del poeta niño, me referí al hecho de que el escritor que emigra es siempre percibido de manera equívoca; tanto por los del país que le acoge (en mi caso Francia) o publica (España, por ejemplo) como por los del país que ha dejado (en mi caso Cuba).  



en el stand de mi editor brasileño en la FLIT
 2011 ha sido declarado por la ONU Año Internacional para las personas de origen africano, y bajo esa consigna se colocó la FLIT, con la multiculturalidad como tema central. La leyenda de Taita Osongo, el único libro que tengo actualmente en mercado brasileño es precisamente un libro multicultural que testimonia mi personal apropiación de la cultura afrocubana.  
 
Fue en Palmas que vi por primera vez la tercera versión de mi libro (estrenado en 2004 en francés y en 2006 en castellano) entre sus congéneres de Ediçoes SM, declinación brasileña del editor que ha publicado, en España, tres de mis libros. El traducido en Brasil no es ninguno de ellos, pues si buena parte del catálogo de SM do Brasil lo componen títulos españoles, esa no es una línea definitoria de su trabajo y los títulos de autor e ilustrador brasileño son cada vez más. Pienso que mi novela fue escogida porque aborda cuestiones como la esclavitud y el racismo, estrechamente relacionadas con los orígenes africanos que reivindica la mitad de los brasileños



Y no es que falten libros nacionales en torno a la historia, la narrativa tradicional y la vida actual de los afrobrasileños. Al contrario, en los últimos seis o siete años, todas las editoriales han publicado abundantes libros, e incluso colecciones, que abordan de la manera más diversa la cuestión. Sin embargo, en lo que he podido observar y leer predomina a veces la urgencia de abordar una temática sobre la elaboración formal, la complejidad y el atractivo narrativo.
                                                                                                                                                               

Gran logro de la FLIT fue la presencia popular. Tocantins tiene una población joven y mestiza que acudió masivamente a las conferencias, lecturas, debates, conciertos, espectáculos y hasta divertimentos que de una u otra manera permitieron apreciar y promocionar la diversidad cultural brasileña. Entre los catorce sitios de la feria, dos enormes carpas abrigaban los stands de editoriales y librerías, y cada vez que intenté comprar un libro tuve que hacer cola. Lo más vendido era, como suele ocurrir no solo en Brasil, la literatura infanto-juvenil.

Con el tiempo, los organizadores de la FLIT entenderán mejor la diferencia entre una feria popular y un evento destinado a promover la lectura y la literatura. Según me dijeron, Palmas carece de librerías y en línea con su “cheque cultura” (25 euros anuales que cada tocantinense invertirá en el producto o servicio cultural de su preferencia), el gobierno estadual sabrá invertir en una infraestructura literaria permanente: librerías, bibliotecas, formación de maestros y bibliotecarios, ciclos de conferencias y lecturas de los numerosos y excelentes escritores brasileños.




meseta donde se encuentra Brasilia



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DE NUEVO EN BRASILIA, comencé por una conferencia en la Biblioteca Nacional. Hablé menos de identidad afrocubana y más de literatura que en mi conferencia de Palmas. Un poco tardíamente me había sido dicho que no se disponía de (prespuesto para pagar) un intérprete francés-portugués, pero que alguien podía traducirme del español. “Imposible, expliqué, pues no he preparado mi conferencia en esa lengua”. “¿Y usted no nos dijo que habla portugués?”, arguyó la coordinadora de mis actividades en la capital federal. “Hablar una lengua es una cosa, y otra dictar una conferencia en la Biblioteca Nacional. Puedo comunicarme con niños y adultos en talleres o conversatorios informales, pero para mi conferencia necesito apoyarme en un texto traducido o disponer de un intérprete”. Después de algún estira y encoje, se resolvió la traducción de mi texto francés al portugués. Por más que insistí, solo obtuve la traducción completa diez minutos antes de subir al podio. La coordinadora antes mencionada seguía sin ver problema en ello, pero el brevísimo lapso me bastó para detectar, pese a la competencia del traductor de la Embajada de Francia, las inevitables imprecisiones y errores. Uno era cómico: al aludir a los tutús del Ballet Nacional de Cuba, yo había confundido los casi homófonos franceses toutou y tutu. La primera palabra significa “perrito” y la segunda es la que el español y el portugués tomaron del francés para llamar las faldas de tul de las bailarinas. Mi traductor creyó que yo aludía a la presencia de algunos “mimados” en la troupe de Alicia Alonso, allí donde yo me limitaba a subrayar que el ballet cubano es más europeo que afrocubano, mientras una comparsa es todo lo contrario… sin que uno y otro sean menos excelentes ejemplos de la cultura cubana.

Algunos días en Brasil y el perfecto conocimiento del asunto me permitieron, pese a estar muy tenso al principio, comunicar decorosamente y hasta sentirme muy cómodo al final de mi intervención. El auditorio estaba repleto; menos por interés en mis desconocidas persona y obra como porque fui invitado a reabrir el ciclo de conferencias de la Biblioteca Nacional tras las vacaciones de « invierno ». Tuve un público talentoso y cálido, que me hizo preguntas interesantes y gentiles elogios. El presidente de la BN, un simpático señor que habla perfectamente el castellano y ha viajado a Cuba, me hizo el honor de presentarme, y se eclipsó después (otras tierras del mundo reclamaban el concurso de sus modestos esfuerzos, como dijera el Che Guevara en circunstancias más serias). El encargado de actividades de extensión asumió la misión de acompañarme hasta el final y ajustar detalles del taller previsto, a mi regreso de Río de Janeiro y São Paulo, en una biblioteca de la red.



42 HORAS EN RIO

El miércoles 3 de agosto tomé un nuevo avión, esta vez rumbo a Río de Janeiro. No aterricé e el internacional aeropuerto Galeão, sino en el aeródromo Santos Dumont, en pleno centro. Me esperaban Sabrina Derris, la misma funcionaria de la Oficina del Libro que había conocido en Palmas, y uno de los encargados de la Mediateca de la “Maison de France”.

Brasil ha cambiado bastante. No solo respecto a 1989-91, cuando viví en ese mismo Río de Janeiro, sino en comparación con mis dos últimas estancias en el país, a comienzos del milenio. Al margen de las cifras oficiales y las noticias que todo el mundo conoce (y más claramente que en Brasilia, ciudad peculiar y que de todos modos no conocí en otra época), noté la desaparición de aquella suciedad, tensión y ofensiva miseria que otrora oprimían el centro burocrático de Río, mientras que en la playa de Copacabana, donde por miedo a los asaltantes, yo mismo evitaba portar un reloj o gafas que no lucieran visiblemente baratos, vi ahora, en plena noche, turistas que se paseaban tranquilamente con una cara cámara colgando del hombro. Por supuesto, la criminalidad sigue siendo el mayor problema de las urbes brasileñas y la pobreza no ha desaparecido. La contrapartida de la elevación del nivel de vida y de la no diversificación y mejoramiento de los transportes públicos es que el número de automóviles se ha incrementado vertiginosamente y los embotellamientos de las calles interiores de Copacabana, Botafogo y Lagoa, ya notables hace dos décadas, alcanzan niveles de pesadilla. Padecí uno de ellos cuando me dirigí la noche del 3 de agosto a casa de mi amiga, la escritora  Luciana Sandroni, donde me esperaban también su madre, Laura, y su padre, Cícero. Los Sandroni integran un verdadero clan de intelectuales brasileños. Cícero (como otrora su suegro Athayde) preside la Academia de Letras de Brasil, y Laura creó la Fundación Nacional del Libro Infantil y Juvenil, organizando en Brasil uno de los dos únicos congresos de la IBBY que han tenido lugar en América Latina. Laura fue también mi iniciadora en la literatura infantil brasileña al ofrecerme en 1986 un ejemplar de la excelsa colección Ciranda de livros durante nuestro primer encuentro  en un congreso literario en Ecuador. Ya en 1991, durante mi segundo año en Brasil, fue ella la traductora de mi primer libro brasileño, Era uma vez um jovem mago (que tardaría cuatro años en convertirse en Los cuentos del mago y el mago del cuento, la tercera entrada oficial de mi bibliografía). El encuentro fue cálido y no se extendió más porque precisamente Laura partía temprano en la mañana a San Bernardo, donde nos reencontraríamos su hija Luciana y yo el viernes.

Yo también me levanté temprano. A las ocho, Sabrina y su colega de la mediateca me recogieron y nos adentramos en los populosos barrios del norte de Río. La biblioteca-parque de Manguinhos es el primer eslabón de un ambicioso proyecto del gobierno estadual, con respaldo francés. Ocupa uno de los tres edificios de un antiguo cuartel. Rodeada por dos favelas que otrora utilizaban la plaza como terreno de enfrentamientos, la institución se ha convertido en un terreno neutral y pacificador. Excelentemente equipada, la biblioteca posee, además de las salas de lectura, salas de informática y de reuniones; estas últimas suelen ser cedidas a la comunidad para usos sociales. Quedé convencido de que las bibliotecarias tienen tanta competencia en el cuidado de los libros y la promoción de la lectura como en la mediación social.   



Trabajé con una decena de niños, en su mayoría varones,  de entre 8 y 10 años. Mi taller « Fisiología de un cuento » parte de una presentación esquemática, con elementos de ficción y dibujos, de los elementos que componen un relato: trama, personajes, escenario, estilo, lenguaje... y concluye con una sesión práctica.

Era evidente que los chicos no tenían hábito de lectura y como habían trabajado recientemente con un historietista, sus propuestas estuvieron más cerca de la narración en imágenes que del discurso narrativo, pero eso no les impidió completar el taller con una producción propia.

De regreso a la ciudad, hice una rápida visita de la Maison de France, en particular de la moderna mediateca, que no conocí durante mi estancia en Río hace 20 años, pues se encontraba en proceso de reconstrucción. La responsable del buró del libro, Marion Loire nos convidó a almorzar en el restaurante cooperativo instalado en el patio del Hospital de Beneficencia; un majestuoso edificio que abarca dos manzanas del centro histórico. Recuerdo haber pasado en otros tiempos ante de aquella fachada neoclásica sin imaginar que su interior ofrecía a los pacientes un entorno tan agradable. Gastronómicamente no era muy interesante, pero arquitectónicamente sí.

Esa tarde tenía cita con mi amiga de tantos años Marina Colasanti. Uno de sus libros figuraba en aquella colección que me regaló Laura Sandroni en 1986. Traduje dos de los poéticos y profundos cuentos de Uma idéia toda azul para la revista Casa incluso antes de conocernos personalmente cuando Marina viajó a La Habana como jurado, precisamente, del premio Casa de las Américas. Desde entonces nos hemos encontrado en lugares tan diversos como Copenhague, París y Buenos Aires. En Palmas, caminaba rumbo a mi hotel cuando escuché un auto-parlante que anunciaba a todos los vientos: « Hoy, palestra del escritor cubano Joel Franz Rosell y de la destacada escritora carioca Marina Colasanti... ». Sin embargo, la vorágine de la Feria pospuso nuestro encuentro hasta el aeropuerto de Brasilia: ¡habíamos volado en el mismo avión sin saberlo! Esa vez actualizamos nuestros números de teléfono móvil y juramos: con lluvia, viento o marea, vernos en Río.

Y fue bajo un aguacero torrencial que llegué al vasto edificio de Ipanema donde Marina y su esposo, el poeta Affonso Romano de Sant’Anna poseen un dúplex abarrotado de libros en varias lenguas. Encontré a mi amiga con una neumonía provocada por los brutales cambios de temperaturas de Palmas (de 32ºC a pleno sol pasábamos a poco más de 15ºC en los locales provistos de aire acondicionado). Marina tuvo que cancelar su participación en la Feria del libro infantil de San Bernardo, pero «¡A nuestro encuentro, jamás! » dijo con una sonrisa radiante pese a la fiebre. Intercambiamos noticias y libros, arreglamos el mundo de la literatura infantil, nos refocilamos con algunos chismes literarios.


SAN BERNARDO DO CAMPO es una ciudad más antigua que la propia São Paulo, con la que hoy se confunde en una monstruosidad urbana de 11 millones de habitantes (19 en el “área metropolitana”). Prueba de la anárquica circulación es que entre el hotel y el espacio ferial no había más de 400 metros, pero eran necesarios varios minutos de confusos rodeos para que un automóvil consiguiera ir de uno a otro. De San Bernardo solo vi esos tres espacios: el hotel, la Feria y el camino entre ambos. Pero yo no tenía la menor intención de hacer turismo en esa etapa de mi viaje.


La FELIT surge por iniciativa del municipio de San Bernardo do Campo, que puso abundantes recursos en manos de la Fundación Nacional del Libro Infantil y Juvenil (FNLIJ, sección brasileña de la Organización Internacional del Libro Infantil y Juvenil, IBBY) para organizar un evento similar al “Salón” que esta dinámica institución celebra en Río de Janeiro desde 1999. El espacio ferial era austero, sin los habituales colorines, ruido de payasos y otras animaciones supuestamente indispensables y que convierten muchas ferias del libro infantil en FERIAS INFANTILES del libro. La secretaria general de la FNLIJ, Elisabeth Serra, me dijo con visible satisfacción: “La FELIT se centra en la lectura, los libros y sus autores; nada más”. ¡Y funcionó! Tengo mala memoria para las cifras, pero creo recordar que entre 8 y 15 mil niños vinieron con sus maestros cada día lectivo, y que el sábado más de 500 adultos habían pagado la entrada (según el chófer que me devolvió al aeropuerto el domingo por la mañana, no hubo más gente porque el estacionamiento no era gratuito, y la zona era de acceso bastante complicado; pero este es quizás un típico punto de vista de chófer profesional).

Las mejores editoriales estaban representadas con sobrios y bien organizados stands, pero no me consta que hubiera numerosos responsables (que se reservan seguramente para las grandes ferias ya instaladas, las de Río, San Paulo o Paraty; que son también ferias de negocios). No obstante, hablé con profesionales de Peirópolis, RHJ, Larrousse y Callis.


Numerosos autores figuraban en la programación, y coincidí con el gran ilustrador Roger Mello, el laureado poeta Bartolomeu Campos Queiroz, el muy conocido autor aborigen Daniel Munduruku, los prolíficos escritores Julio Emilio Braz y Rogério Barbosa, mi amiga Luciana Sandroni y su tocaya Luciana Savaget. A Luiz Antonio Aguiar lo conocí de manera peculiar. Cenábamos juntos una veintena de participantes en la feria y estaba yo contando que había formado parte del equipo de especialistas convocado por el Centro de Literatura Infantil de la Biblioteca Nacional de Francia para elaborar, a fines de 2010, una selección de libros infanto-juveniles en lengua portuguesa (100 libros de Brasil, Portugal y África lusoparlante).


“Pues precisamente yo tengo un libro en esa selección”, dijo el señor que estaba sentado a mi lado. “¿De veras -le pregunté- y cómo se titula?” “Brincos de ouro e sentimentos pingentes”, me dice. Me levanté para darle un abrazo, pues era probablemente el libro que más me impresionó en esa lectura… Nos habían presentado esa mañana y habíamos simpatizado, pero yo no reconocí en su nombre el del autor de aquella excelente novela juvenil leída casi un año antes. Aguiar estaba muy orgulloso de la inclusión de su libro en la selección “Lire en V.O.” y prometí gestionar el envío de un ejemplar del folleto en cuanto regresara a París.

Los encuentros con escritores (debidamente remunerados) se sucedían a sala llena, en un ambiente de animación y disciplina. Confirmé lo poco que varía de un país a otro este tipo de actividad literaria: los chicos hacen siempre las mismas preguntas: ¿cuánto tiempo lleva escribir un libro?, ¿cuántos libros has escrito?, ¿cuál es tu libro preferido?, ¿eres famoso?... Unos escritores hablaban con humor, otros de manera convencional, algunos tomaban en cuenta a su auditorio real y otros hablaban de lo que les daba la gana, sin fijarse en si los chicos sintonizaban. Pero cada encuentro estaba bien preparado, con libros del autor en un estante visible. Mis dos intervenciones tuvieron lugar el sábado por la tarde, cuando no había visitas escolares, así que mi público estuvo esencialmente compuesto por adultos. Eran personas suficientemente curiosas como para acercarse a escuchar un autor que sin dudas no conocían, pues mi primer libro brasileño se publicó hace 20 años y está agotado hace 10, y el segundo, con dos ediciones desde 2007 no creo que haya beneficiado de promoción particular.


No obstante, el viernes, mientras visitaba el stand de un gran editor comercial pude intercambiar con los chicos. Eran alumnos de una escuela pública, todos de azul uniforme, y ciertamente de extracción popular (en fin de cuentas, no muy diferentes de los que frecuento en el Salón del libro de Montreuil, suburbio obrero de París). El avispado que nunca falta, leyó mi credencial y gritó a los otros: “¡Oigan, éste es un escritor!”. Todos vinieron a mirar, pero sobre todo a escuchar, al “bicho raro”: “Habla claro, tú”, me lanzaban cada vez que mi acento portugués no les convencía. “Es extranjero”, explicó el avispado a un camarada recién llegado, que decidió ponerme a prueba lanzándome un disparate en inglés. Yo le respondí, por una vez, en perfecto portugués y el anglófilo le dio un manotazo al otro: “Me mentiste: es brasileño”.


No debían haber visto nunca un extranjero y suponían que, forzosamente, yo hablaba inglés. Cuando comencé a hablarles en español y francés, prefirieron abandonar la cuestión lingüística y preguntaron por mis libros. Pasamos al stand de Ediçoes SM do Brasil y les mostré la traducción de La leyenda de Taita Osongo. Aunque aquellos chicos quizás debían esperar un año o dos para apreciar mi novela, la profesora compró un ejemplar y me pidió una dedicatoria para el colegio.

TAGUATINGA

De regreso a Brasilia me esperaba un último compromiso profesional en una de las ciudades surgidas en las inmediaciones de la capital federal.

Como el desarrollo urbanístico del “Plan Piloto” está estrictamente reglamentado y como los precios inmobiliarios son demasiado altos, el crecimiento demográfico capitalino se afianza en unos suburbios que ya no tienen nada que ver con la improvisación y la pobreza iniciales. Actualmente ciudades independientes que rechazan, con razón, la peyorativa denominación de “satélite”, esos centros urbanos superan ampliamente en población a Brasilia. La primera vez que aterricé en el aeropuerto capitalino creí que el remedo de Manhattan que se perfilaba en el horizonte era mi destino. Craso error: aquel tinglado de rascacielos indicaba el emplazamiento de las ciudades satélites.

Unos quince minutos nos bastaron para ir del centro de Brasilia a Taguatinga, separadas apenas por algunas hectáreas de bosque y matorrales. Tras contornear una zona residencial, con altísimos edificios parcialmente en construcción, ingresamos en el centro. Enseguida me percaté de que las ciudades-satélites “corrigen” el sueño de perfección urbanística de Costa y Niemeyer, reproduciendo el mismo caos vital que caracteriza las ciudades brasileñas.

taller con niños en la biblioteca municipal de Taguatinga (Distrito Federal)
La biblioteca comunal forma parte del conjunto cultural de Taguatinga, una empresa industrial esmeradamente reciclado y arbolada que acoge un teatro, una biblioteca y otras instalaciones dedicadas al arte y la literatura. Era poco más de las 9 de la mañana y ya la sala de lectura estaba casi llena. Nos recibió la responsable de la biblioteca y al poco rato me reuní, en una sala equipada a propósito, con una veintena de niños que portaban el azul uniforme de la escuela pública brasileña. Los acompañaban dos profesoras tan motivadas como la más emotiva de sus alumnas.


Yo había previsto repetir el taller de unos días antes en la biblioteca de Manguinhos. Pero la citada experiencia me permitió enriquecer mi “Fisiología de un cuento”: introduje, a modo de preámbulo, de ejemplificación y de conclusión, la narración de algunos de mis álbumes. De esa manera la actividad ofreció momentos lúdicos y mi demostración quedó apoyada en textos concretos… cuya versión impresa estaba en la mesa al alcance de los chicos.

De todos modos, eran alumnos mejor preparados y la parte práctica del taller –la creación de pequeñas historias empleando los “órganos” vitales que, según mi presentación, constituyen el “cuerpo” de todo relato- fue todo un éxito.


Dos de los chicos trabajaron tan rápido y bien que nos leyeron sus respectivos textos. ¡Y eran excelentes! Los  tras responder algunas preguntas acerca de mi obra, doné a la biblioteca ejemplares de dos de mis libros. De esta manera, en la Biblioteca Nacional y en las bibliotecas de Manguinhos y Taguatinga hay ahora ejemplares de mis tres libros en portugués (dos brasileños y uno editado en Portugal) con dedicatoria autógrafa. No es gran cosa, pero es una manera de dejar “pruebas materiales” de mi paso por esos lugares. Yo soy un “pichón de biblioteca” y nada me gusta tanto como “anidar” en cuantas puedo.

Recuerdo de la parte turística de mi viaje: una pequeña muestra de la asombrosa variedad vegetal del "cerrado" zona típica del centro-oeste de Brasil
LIBROS EN BRASILIA

Un escritor nunca está totalmente de vacaciones, y si es buen lector (ambas condiciones son casi inseparables) todavía menos. Aunque mi última actividad profesional tuvo lugar quince días antes de mi regreso a París (dediqué ese tiempo a visitar la Chapada dos Veadeiros, magnífico parque natural del centro-oeste de Brasil y la histórica ciudad de Goiás Velho), el tiempo que pasé en Brasilia lo dediqué en gran parte a comprar libros, visitar librerías y leer.

La primera librería que visité, en un concurrido centro comercial, fue la olvidable FNAC, repleta de productos que más parecían juguetes que libros. El único estante con literatura infantil casi no contenía otra cosa que títulos de Companhia das Letrinhas, poderosa editorial cuya producción, excelente sin dudas, ya había consultado en otros sitios; por ejemplo, en la librería del aeropuerto de Brasilia que es, paradoja solo aparente en un país con tan pocas librerías de calidad, muy superior a cualquiera de las que encuentras en los aeropuertos de París o Madrid. La librería del Centro Cultural Banco do Brasil ya me dejó más satisfecho. Situada en un imponente navío de hormigón cultural, esta librería-café oferta abundantes obras relacionadas con las artes, pero también una selecta muestra de literatura, ensayo y libros para niños.

Pero solo pude darme por satisfecho cuando “viajé” a la librería Cultura, que está en un remoto shopping de muebles, situado a unos 400 metros del mayor centro comercial del norte de Brasilia. Para llegar allí hube de bajarme en la última estación de metro dentro de la ciudad, pasar bajo la línea del susodicho, cruzar el inmenso estacionamiento del hipermercado Carrefour, atravesar una calle sin gracia, entre edificios que parecían deshabitados sin serlo y un par de tiendas desangeladas. Solo entonces, en el segundo piso del gélido Casa Shopping, entré en la amplia y bien equipada librería.

Además de libros, había artículos informáticos, discos compactos, DVDs, y compañía. Creo que había incluso un café, pero yo me dirigí rápidamente a la sección infanto-juvenil, bastante surtida aunque de organización incomprensible. Pasé allí más de dos horas, examinando cada estante, libro a libro. Examiné decenas de ellos, leí media docena de álbumes y tomé notas sobre la personalidad cada editorial, la producción de autores cuya amplia bibliografía destacaba del común de la oferta; tratando de comprender la tendencia general de la edición brasileña para chicos (según el testimonio de esa librería). Compré varios títulos: dos de autores que había conocido en la Feria del libro de San Bernardo, dos cuyas ilustraciones o nota de solapa me sedujeron y uno recomendado por el Correio Brasiliense en ocasión del Día de los Padres (no estaba en la estantería, pero un empleado me lo trajo del almacén, lo que me hizo comprender que seguramente había muchos libros interesantes que escapaban a mi visita).

Comprobé lo que ya venía sospechando: que algunos autores deben su reputación más a la cantidad que a la calidad, malgastando a veces un talento cierto. Pero tampoco faltan los que, como la fiel Marina Colasanti, resisten los cantos de sirena (con partitura compuesta por los responsables de marketing) y se mantienen fieles a un estilo personal, al rigor formal y al tratamiento consecuente de sus temas. Como en todas partes, abundan las series para adolescentes (vampiros, piratas, magos, diarios de supuestas jovencitas, etc) de abundantes páginas, sólida encuadernación y tapas chillonas, firmadas por Meg Cabot y otros angolsajones/as a la moda, acompañados por libros-juguetes, ilustrados inconsistentes, textos didácticos y oportunistas. La literatura brasileña de calidad deja su huella indeleble en el conjunto de la oferta. Fuera de algún clásico y los consabidos bestsellers internacionales, encontré raras traducciones de literatura infanto-juvenil contemporánea.


Paso por alto una que otra librería-papelería o de cadena generalista que me salió al paso en alguna supercuadra o centro comercial, pero hago una pausa en la librería Paulinas, a donde fui para recoger el ensayo sobre literatura infantil que mi colega peruano-brasileña Gloria Kirinus había encargado para mí. La librería de la editorial Paulinas ofrece por supuesto literatura religiosa y otros materiales sin interés literario, pero también un catálogo de libros infantiles de calidad, entre ellos algunos de poesía bilingüe o temáticas afro-brasileñas.

Otro encuentro con los libros y la literatura, interesante aunque superficial, lo tuve en el restaurante-librería Rayuela, situado en una de las calles comerciales del Ala Sur de Brasilia. Es un sitio encantador, con un menú de calidad en que cada plato lleva el nombre de una obra literaria famosa, y una sala de lectura donde da gusto sentarse, con una taza de té o de chocolate, a hojear los ejemplares presentados en los anaqueles que tapizan las paredes. Fui allí invitado a cenar y me prometí volver con hambre de lectura; pero me faltó tiempo.
 
También me quedé con ganas de explorar a fondo “Sebinho de libros”, una espaciosa y bien organizada librería de segunda mano (eso es lo que en portugués significa “sebo” ( “inho” es sufijo diminutivo, en este caso cariñoso). Pude hojear ediciones hoy históricas, una magnífica colección de historietas y cómics (“gibis” los llaman en Brasil) y, en mi especialidad, muy buenos libros infantiles, sobre todo títulos agotados y que no se reeditan o solo se encuentran en ediciones sin charme. Resistí a muchas tentaciones (no solo por una cuestión de precio –ya dije que libro brasileño es más caro que el libro francés- sino por las limitaciones de peso que imponen las compañías de aviación (el saber no ocupa espacio, pero nada es tan pesado como los libros que contienen el susodicho). Entre otros, me llevé un ejemplar de un libro de Joao Ubaldo Ribeiro que quera releer y un volumen conteniendo Viagem ao céu y O saci, del fundador de la literatura infantil brasileña, Monteiro Lobato. Se trata de una edición menos voluminosa que las otras que había visto; aunque igual de fea (los espectaculares progresos de la ilustración brasileña no han conseguido aprovechar a un autor controlado por los intereses mercantiles de unos herederos que no testimonian el menor respeto a quien no solo fue el padre de la literatura, sino de la edición para chicos en Brasil).

Aunque por su brevedad pude leerla en la librera misma, cedí a la tentación de llevarme una novelita de Rogério Andrade (uno de mis colegas de San Bernardo), cuyo principales escenarios  son la Chapada dos Veadeiros, que había visitado diez días antes, y Vila Boa de Goiás, de donde acababa de regresar. Como si no bastara con lo anterior, el relato se centra en el monstruoso asesinato del joven aborigen Galdino, cometido por unos muchachones de clase media (blancos) a quienes un exceso de cerveza exacerbó la fibra racista y decidieron prender fuego al indígena (un primer jurado calificó de mero “acto irresponsable”, pero la indignación de la opinión pública condujo a un segundo veredicto, más severo). Por pura casualidad, pasé por el lugar del crimen el primer día de mi estancia en Brasilia y mi Ciceronne me explicó el sentido de la bastante abandonada escultura-homenaje.

“Sebinho de livros” ocupa la planta principal y el sótano de uno de esos edificios típicos de las calles comerciales de la zona residencial del Plan Piloto. El amplio espacio incluye un café-restaurante (el lector atento habrá notado la recurrente asociación brasileña entre el libro y los placeres del paladar), una sala para conexión internet (con el propio ordenador portable o mediante las tres o cuatro computadoras puestas a disposición del público) y un personal atento y competente. En el sótano hay una sala con un estrado y butacas donde tienen lugar lecturas y debates.

Un comentario aparte merece el proyecto “Mala do libro”. Se trata de colecciones de 160 libros de todos los géneros y temáticas, instaladas en espacios públicos o locales privados puestos a disposición de una comunidad. Frecuenté la “Mala do libro” de la estación 102 Sur del metro de Brasilia. Allí estaban las dos estanterías (que pueden cerrarse como baúles) y una mesa de control donde los usuarios deben registrar el título que toman en préstamo. “Bah, no hay control ninguno y nadie lo usa”, me dijo un amigo. Es cierto que solo en dos ocasiones vi a un niño (¿sería el mismo?) sentado entre los libros; pero también vi a un funcionario que retiraba las hojas de la víspera y en ellas, me consta, habían sido anotados no solo el préstamo y devolución de algunos títulos, sino varias donaciones. Pienso que algunos hacían como yo: tomaban un libro al coger el metro y lo devolvían, ya leído, en el viaje de regreso; pero también me llevé algunos a casa. El día de mi regreso a París me di un salto a la estación del metro para donar dos libros que había comprado y que consideré podrán ser más útiles a los lectores brasileños.

Evidentemente a la hora de salir rumbo al aeropuerto, me di cuenta de cuántas cosas no había logrado hacer durante mi estancia de ¡todo un mes! en Brasil. También me percaté de que los 23 kg de peso autorizado eran insuficientes para la cantidad de libros, catálogos y revistas que había venido acumulando. Dejé en casa de mi gentil anfitriona unos 15 kg de papel impreso que ella me enviará por correos en caso de urgencia o que me traerá en su ligera valija cuando venga a Francia dentro de unos meses.



una niña de visita en el museo nacional de Brasilia

un niño en San Gabriel, Estado de Goiás


 

La tercera novela detectivesca juvenil cubana cumple 40 años

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