21/8/14

Confesiones de un escritor cubano: cómo, qué, porqué, para quién...

El portal de cultura cubana CUBAENCUENTRO acaba de publicar la entrevista que me hizo Juan Carlos Romero. Aborda temas comola realidad, la fantasía, las fuentes literarias, los motivos e influencias en mi creación, entre otros temas. Forma parte de una serie que está publicando esta excelente publicación y que será posteriormente publicada en un libro.

¿En qué momento decidiste que querías escribir? 

Con mi madre, mi hermana, mi hermano, mi abuena y un tío en Sancti Spiritus.Tendría unos 9 años y ya nada me interesaba tanto como leer


Joel Franz Rosell (JFR): No es algo que uno decida. La literatura lo decide a uno. Yo empecé a contar historias a los 10 años; primero las dibujé en forma de comic, luego las narré oralmente a mi hermana, en el camino de regreso de la escuela, y finalmente, a los 13 años, escribí mi primera novela. Por entonces, como cualquier muchacho, a la pregunta “¿Qué harás cuando seas grande?” yo respondía: “veterinario”, “geógrafo”, “cosmonauta”. Pero no tardé en descubrir que en Cuba un veterinario debía vivir en el fango y curar vacas, que la geografía no se descubría ni exploraba: se enseñaba en las aulas, y que para ser cosmonauta había que ser piloto de guerra y saber mucha matemática. Poco a poco no me quedó más opción que la literatura.
Cuando me llegó la hora de escoger carrera universitaria, al pre-universitario de Santa Clara no llegó ninguna plaza de Periodismo ni de Historia del Arte (que se estudiaban en La Habana, sueño dorado de todo joven cubano en tiempos en que “el extranjero” no existía), pero la carrera de Letras abrió matrícula, por primera vez en cuatro años, en la Universidad Central de Las Villas. El camino que me conducía hacia la literatura se tornó entonces rectilíneo y desyerbado.

I Coloquio Internacional de Literatura Cubana. La Habana, 1981.
Vivía por entonces en Santiago, pero me senté con mis coterráneos Amelia Roque, Carmen Sotolongo, Arnaldo Toledo y Félix Luis Viera

¿Qué te aporta la escritura y la literatura, piensas que vale todo en la literatura?


(JFR): La escritura y la literatura me lo han dado todo, o casi. Creo poder decir sin retórica que yo vivo para escribir, y desde hace un tiempo escribo para vivir (modestamente, porque Lettera non dat panem). No creo haber tomado vacaciones —salvo por acompañar a mis parejas— desde que terminé mis estudios. Para mí escribir es viajar, divertirme, reposar (y eso que nunca estoy satisfecho, y reviso y corrijo hasta sacarle sangre a la página). Ateo que soy, mi dios es la literatura… por lo que cosecho grandes y repetidas decepciones; pero también una que otra recompensa. Por lo menos la mitad de mis viajes (a lo largo y ancho de Francia, por Europa y América Latina) y muchas de mis mejores experiencias, me han sido procurados por la literatura y los libros.
En consecuencia, lejos de creer que todo vale en literatura, tiendo a pensar que nada vale tanto como ella… Y llego al extremo de perdonarle cualquier cosa a un individuo con tal de que escriba bien.

Durante mi primer viaje a extranjero en 1986. En Colón, provincia de Manabí, Ecuador, con Antonio Orlando Rodrígues, las brasileñas Laura Sandroni y Gloria Pondé, y nuestro anfitrión el poeta Horacio Huidovro.
¿Qué es necesario para que una novela interese a los lectores?
(JFR): Eso no lo sabe nadie. Cada lector es diferente y espera algo distinto de la literatura. Algunos buscan historias que los alejen de lo cotidiano, otros, al contrario, buscan respuestas para los problemas del día a día. Estos desean un espejo donde mirarse y aquellos, algo trascendente, con respuestas para las Grandes Preguntas en torno a la vida, la muerte, el amor, la guerra… Pero también hay gente que solo anima el deseo de frotarse con la palabra excelsa, la construcción ingeniosa, la idea prístina.
Supongo que uno como escritor se parece a sí mismo como lector… Aunque los que hacemos literatura infantil hemos de tomar suficiente distancia, practicar una forma de esquizofrenia; con dos cabezas como la del dios Janus: una vuelta hacia la infancia (la nuestra, que dejamos atrás, y la ajena, que tenemos por público) y la otra vuelta hacia el adulto que somos. En cualquier caso, los lectores con los cuales me entiendo bien gustan de historias intensas, sorprendentes, bien hilvanadas, y al mismo tiempo escritas con esmero y creatividad. Alguna vez me definí como “un traficante de aventuras y leyendas”. Pero trafico con guantes de seda, intensamente convencido de que la literatura debe, como dijera Martí de la poesía, “resistir como el bronce y vibrar como la porcelana”.
¿Cuáles son tus géneros favoritos en la lectura, tus autores y quiénes te han influido más?
(JFR): Lo que menos leo es poesía y teatro. Me gustan el ensayo (cuando está bien escrito y no exige la pertenencia a una secta intelectual) y la Historia (cuando reconstruye los movimientos de masas sin descuidar los destinos de hombres concretos), pero lo que más leo son cuentos (infantiles) y novelas (para chicos y para adultos). Citar “mis autores” me resulta bien difícil pues he leído muchos, prefiriéndolos o descuidándolos según el momento vital o creativo. La mayoría son autores para niños, lo que es lógico teniendo en cuenta mi especialización.
Para empezar, creo que le debo mucho a Martí (me gustaría poder negarlo, porque es el autor que más revindicamos y traicionamos los cubanos) y a ese famoso desconocido que es Hans Christian Andersen. Sin dudas me han marcado Julio Verne y Alejandro Dumas (aunque no he escrito ninguna auténtica novela de aventuras), Charles Perrault, Road Dahl y Pierre Gripari. Debo enormemente a Hergé (pese a no cultivar la historieta), a Enid Blyton (una escritora mediocre que, no obstante, marcó mi infancia y mis inicios como novelista). También debo, aunque no sea más que una comprometedora admiración, a los cubanos Dora Alonso, Onelio Jorge Cardoso y Guillermo Cabrera Infante.
Hay libros que en algún momento orientaron mi carrera (de lector o de escritor; suponiendo que sean cosas diferentes) o me dejaron una huella indeleble: Aventuras de Guille (D. Alonso), Emilio y los detectives (Erich Kaestner), Los tres gordinflones (Yuri Olesha), El viejo Jottábich (Lazar Laguin), Timur y su pandilla (Arkadi Gaidar), las series “Aventuras de Kásperle” (Josephine Siebe), “Teban Sventon” (Ake Holmberg), “Club del Pino Solitario” (Malcolm Saville) y “Aventura” (E. Blyton), así como diversas novelas juveniles escandinavas (Lindgren, Unnerstand, Tove Jansson). En algún momento admiraba tanto Las aventuras de Tom Sawyer La isla del tesoro que los releí regularmente, procurando empaparme de su estilo.

Tumba de mi admirado Erich Kaestner (Munich, 2005), escritorio de Dumas en el Castillo de Montecristo (Pont-Marly, 1996),monumento a Andersen (Copenhague, 1993)
¿A qué te dedicas cuando no escribes?
(JFR): Yo soy un escritor profesional (aunque, no temo repetirlo, no dé para vivir) y casi todas mis restantes actividades tienen que ver con la promoción de la literatura, la lectura y la escritura. Desde 2005, además, he ilustrado unos cuantos de mis libros. Así que leo, dibujo, visito museos (numerosos y excelentes en París, a veces hasta me salen gratis), escucho la excelente radio pública francesa, acudo (sin la menor disciplina) al gimnasio, escribo a tanto amigo lejano y, últimamente, pierdo mucho tiempo en Internet. Tengo la manía de ordenar y la mala maña de dejar para última hora, o para nunca, lo urgente.

he ilustrado algunos de mis libros... y en los salones dibujo dedicatorias

¿Cuál es tu método de escritura? ¿Anotas lo que se te ocurre? 
(JFR): Tengo decenas de cuadernos (con notas escritas y dibujos) donde amontono nombres y anécdotas de personajes, nombres o descripciones de lugares, esbozos de escenas, ideas, referencias, chistes. En su mayoría, esos apuntes no encuentran lugar en mis libros (algún día deberé reunirlos en volúmenes heterogéneos que nadie querrá publicar), pero otros permiten el lento y progresivo desarrollo de algunos libros, e incluso constituyen cuentos casi completos y hasta algún poema (malo). Conservo varias agendas, apuntes, recortes y manuscritos que remontan a fines de los años 60. A veces reescribo proyectos antiguos, o no tanto.
En general soy un escritor lento. Puedo demorar 20 años en escribir un cuento de solo 10 páginas. Y no hablo en sentido metafórico: la trama de El pájaro libro ya la tenía completa en 1982, pero solo conseguí darle su forma definitiva un par de años antes de publicarlo en 2002. Más grave es el caso de mi novela La leyenda de Taita Osongo; la escribí en 1983 para optar al premio Heredia en Santiago de Cuba, que efectivamente gané. Pero no aproveché el derecho a publicación. Necesité casi 20 años para concebir las páginas —escasas pero esenciales— que diferencian el primer manuscrito del libro publicado en 2004 (se estrenó en traducción francesa) y 2006 (fecha de la edición mexicana). Una trama puede estarme dando vueltas durante años, o lustros, antes de que me empiece a redactarla o consiga terminarla, pasando en algunos casos por versiones que otros quizás considerarían publicables.
No me faltan ni ganas ni ideas, pero me cuesta mucho dar con el tono adecuado, con esos detalles que hacen viva a una criatura de palabras. A veces puedo ser muy indeciso, y si puedo quedar desconcertado ante el menú de un modesto restaurante, que solo propone una docena de ítems como entrada, plato y postre, ¿cómo entonces decidir entre las infinitas posibilidades de tono, estilo, perspectiva o subgénero que permiten abordar una historia? Yo acabo un libro cuando no puedo más, cuando estoy tan preñado de él que se me sale por los poros. Ningún método ni truco me resulta infalible para acortar los plazos: o leo libros parecidos o acumulo documentación, o bien escribo trozos que luego he de armar e interconectar o dibujo las situaciones antes de narrarlas, y a veces me dejo marcar la pauta por los ukases del editor… Pero el libro solo sale cuando tiene que salir.
¿Sí pudieras ser un libro, cuál serías?
(JFR): ¡Pero es que yo soy un libro! No voy a decir cuál, pues en este mundo cruel no es bueno que nos lean los secretos. Solo puedo revelar que soy un libro muy parecido a La historia interminable de Michael Ende.
¿En qué proyectos te encuentras sumergido en estos momentos?
(JFR): De mis respuestas anteriores se deduce fácilmente que estoy metido en varios proyectos en estos momentos. En unos me sumerjo un tiempo, en otros doy breves zambullidas...
Todo escritor tiene dos oficios: escribir y publicar. Y aunque soy un escritor relativamente bien aceptado, tengo una decena de libros (cuentos y novelas) terminados e inéditos, o actualmente fuera de catálogo (no son “seis personajes en busca de un autor” sino seis —o más— obras en busca de un editor… adecuado). Mientras no está publicado, un libro está inconcluso (como dirían ciertas madres: “hasta que la hija no está casada, no está encaminada”) y sigue pesando sobre las espaldas de su autor… aunque menos que los libros inacabados, condenados a girar en un torbellino similar al que imaginó Dante para las almas no bautizadas, exiladas en el Limbo.
Por método, por carácter o por accidente, trabajo en varios cuentos, novelas, artículos y proyectos de ilustración al mismo tiempo; hasta que uno de ellos está tan maduro que se pone delante de los otros y me acapara. A veces el que consigue protagonismo es un proyecto completamente nuevo, salido “de la nada”, pero con tanto brío que no hay quien se le resista.


¿Se escribe por placer o también por dinero y reconocimiento?


(JFR): Se escribe por placer, pero no hay placer sin reconocimiento y, por tanto, sin dinero (que es la justa compensación por la explotación comercial de nuestro trabajo y única forma, en una civilización mercantil como la nuestra, de hacer circular productos y servicios). Sin esa remuneración, los que vivimos de nuestros libros tendríamos que dejar de escribir para asegurarnos el pan, el techo, el fuego, los calzones… o nos veríamos en tal medida apaleados por la necesidad, que nos veríamos impedidos de consagrar a nuestras obras el tiempo y meollo que exigen.
El derecho de autor proporcional (X % por cada ejemplar vendido) es el mejor sistema de retribución literaria porque —a diferencia de las subvenciones y mecenazgos— garantizan la libertad de opinión y una cierta conexión del autor con la realidad. El problema es que el neoliberalismo y la financiarización de la economía también han contagiado a la industria editorial, y el aumento irracional de la oferta (de títulos “fusibles” que se clonan con pocos ambages) “pudre” el panorama y obliga al autor a cortar por la mitad cada idea que se le ocurre para hacer de uno, dos libros, y así intentar mantener su nivel de vida y su presencia en las librerías.
Escribir solo por dinero y reconocimiento (¿de quién?) es muy peligroso. No solo porque traicionaríamos a los lectores, sino porque nos traicionaríamos a nosotros mismos. A veces el escritor rico (o no tanto) y “reconocido” (y tampoco) es un cínico o un amargado que ya nunca volverá a escribir bien.

¿Dominas los recursos de estilo, las figuras literarias o escribes con estilo propio y sigues experimentando y aprendiendo?
(JFR): El estilo propio lo conforman menos los recursos que uno acaba por dominar que, lo dijo Carpentier, las estrategias que uno inventa para eludir los escollos que jamás llega a vencer. Pero entiendo que te refieres a aquellos recursos que uno mismo ha inventado (o reciclado, adaptado, integrado; porque a estas alturas es difícil crear algo enteramente nuevo). Creo que “mi estilo” se configuró entre 1986 y 1993, en libros como Los cuentos del mago y el mago del cuentoAventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes, y Vuela, Ertico, vuela, gracias a la articulación de realidad y fantasía, a un discurso "estereofónico" que simultánea —pero diferenciadamente— se dirige a niños y adultos, a un lenguaje que busca ser juguetón, sin dejar de ser preciso e innovador. Procuro evitar la calcificación de esta estética con variaciones como Pájaros en la cabeza (2004) o Concierto n°7 para violín y brujas (2013), y con textos más despojados —a veces para niños muy pequeños— como la serie “Gatito” (iniciada en 2012) o novelas de aventura detectivesca como Exploradores en el lago (2009). Finalmente, mi debut en 2006 como ilustrador de algunos de mis textos, me obliga a explorar nuevos yacimientos y técnicas.
Siempre aprendes, inventas, descubres… incluso dentro de tu viejo coto de caza. Es más, desde el momento mismo en que dejas de experimentar y aprender, estás acabado.
Con Félix Luis Viera y Luis Cabrera Delgado
en el Coloquio de la Praxis Literaria. Santa Clara, 1993

Se dice que los escritores deben cuidar y ofrecer obras depuradas utilizando recursos narrativos. ¿O encuentras bien que lo que se cuenta, se limita a contar como se cuenta en la sobremesa?
(JFR): Nunca se escribe como se cuenta en la sobremesa. Incluso los narradores de estilo coloquial deben elaborar un discurso, seleccionar y organizar los elementos de realidad que ponen en la página. Aunque solo sea porque en la vida real, lo que decimos viene apoyado por entonaciones, pausas, gestos, y que lo que sucede es visto y referido por alguien (el narrador) que, incluso cuando no participa de la trama, no deja de ser un personaje...
El caso es que el realismo a secas no me interesa. Me considero miope y “duro de oído”, y por tanto no me estimo apto para la reproducción directa de la realidad… cosa que, de todos modos, no me interesa.
Antes me dije miope, pero también presumo de présbita. La distancia que me permiten poner la fantasía, la parábola, la aventura o el humor entre la realidad y yo, crea el espacio necesario para deslizar mi concepción del mundo. También, por supuesto, es una cuestión de placer creativo. No me parece que un espejo (retrovisor, de baño o de escaparate) tenga una vida muy divertida.
¿Regalas libros en alguna ocasión?
(JFR): Todo el tiempo. Regalo libros a alguna biblioteca o escuela, a familiares, amigos y colegas, y a veces a uno que otro que no es tan amigo (por razones, digamos, diplomáticas). También regalo mucho de mi trabajo, ya sea en mis sitios (http://elpajarolibro.blogspot.com es el principal), en Facebook y en diversas publicaciones electrónicas o impresas que no pagan la colaboración (en el terreno de la literatura infantil se remunera todavía menos, y peor, que en literatura para adultos). Soy generoso y por tanto pobre.
Mucha gente ignora que a los escritores no nos dan más que una ínfima cantidad de ejemplares de nuestros libros. Los ejemplares pertenecen a sus editores (que pagan papel, tinta, imprenta, distribución y promoción) y no a los autores, que solo poseemos “la obra” (nadie nos paga el trabajo de creación; solo nos dan una lasquita del beneficio que produce su venta). Cuando publiqué mi primer libro, un conocido me preguntó con falsa sorpresa: “¿Y no les regalas tu libro a los amigos?”, a lo que debí responder: “Mis amigos son los (primeros) que compran mi libro”.
Viejos mitos como el “derecho del pueblo a la cultura” y el “libre acceso a la creación” han engendrado su avatar post posmoderno con la “descarga libre”. En algún sitio pirata he descubierto alguno de mis libros que un “generoso” Robin Hook (Sic.) pone gratuitamente a la disposición de quienes se abonan a su pequeña empresa filibustera. Todo el mundo paga la computadora, la corriente y la conexión telefónica, pero se esfuerza en no pagar la música, las películas y los libros sin los cuales los tres primeros ítems resultarían muy poco apetitosos… Pero esto es h@rin@ d€ otro co$t@l...

Con Leonardo Padura y Karla Suárez en el festival América (Vincennes, Francia, 2012)

¿Crees que la literatura cubana está de moda y que el escritor, en tanto figura pública tiene responsabilidad social?
(JFR): Menos que hace una década, pero sí: Cuba está de moda. Eso sí, más que la literatura cubana, están de moda la música (salsa, jazz latino), el mar, el sol, las mulatas y las especulaciones sobre el futuro político de la Isla. Reconozco que es bastante fácil llamar la atención y alimentar una conversación con el solo hecho de ser cubano, y que hay eventos consagrados a Cuba, cuando no los hay a propósito de Mongolia, Honduras o Liechtenstein. La cara fea de la moneda es que muchos esperan que hagas “el cubano” y que tus libros muestren La Habana en ruinas, las mulatas ardientes, el exilio y los tambores. Si tus libros tocan otros temas (como ocurre en casi todos los míos), te cuesta encontrar editor o promotor tanto como a un escritor de Mongolia, Honduras o Liechtenstein.
Lo de la responsabilidad social es difícil de evocar en la época ultra individual y posmodernamente desencantada que vivimos (por lo menos en “Occidente”). Hay una minoría que sí cree en la responsabilidad del intelectual frente a las “impurezas de la realidad”, pero es difícil conseguir el equilibrio entre el compromiso ideológico y esa autonomía estética sin la cual no se hace literatura sino panfleto o, en mejor de los casos, periodismo.
Los autores de libros para niños lo tenemos más fácil porque no se espera de nosotros que hablemos de política, pero en realidad lo tenemos más difícil porque también se espera que contribuyamos a la formación de los chicos, sin manipularlos... Y cuando nuestra consciencia o nuestras cicatrices nos piden hablar de política o ética, hemos de hacerlo sin que lo parezca y sin que se note demasiado de qué lado estamos. Yo intenté mostrar con el máximo de neutralidad algunos problemas de la Cuba reciente en Mi tesoro te espera en Cuba; pero creo hablar de política (de la apropiación y ejercicio del poder) con más eficacia en las parábolas que son el cuento Pájaros en la cabeza, la novela Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes, y textos que no encuentro quien me publique como “El plátano republicano”.

mis últimos meses en Cuba (primavera de 1989) los dediqué a escribir en esta máquina Olivetti (regalo de una amiga argentina). Ahí comencé el que sería mi tercer libro "Los cuentos del mago y el mago del cuento".

¿Cómo te ha cambiado el mundo de la tecnología y el e-book?
(JFR): El e-book todavía no me ha cambiado nada. Tengo algunos libros en formato electrónico, casi toda mi bibliografía activa está a la venta en la web y tengo hasta un primer libro en formato electrónico que no existe (pese a la promesa del editor) en papel. No conozco gran cosa en materia de informática y mal me veo adaptando mi manera de crear a las nuevas herramientas y formas de comunicación (cuya influencia en la vida moderna no alimenta tampoco mis tramas). Otra cosa es el uso de la tecnología para escribir más cómodamente y comunicar más rápida y eficientemente. Me compré mi primera computadora en 1992, abrí mi primera cuenta de correo electrónico antes de 1998, y mi primer blog a principios de 2006. Al teclear casi tan rápida y silenciosamente como pensaba, y al disponer de amplias posibilidades de documentación, corrección y exploración de variantes, mi escritura se liberó de cierto peso y redujo errores e imprecisiones. Esta nueva libertad me ha dado alas para volar aún más lejos y codiciar el horizonte.
Pero nunca he leído en tableta, y no siento su falta. Para leer nada se ha inventado mejor que los libros. Puedes escoger tipografía, tipo de papel y encuadernación, sin preocuparte de la batería, la temperatura, la humedad o el polvo. Para documentarse, los “leedores” electrónicos son más eficaces, pero para leer literatura… ¡No!
¿Sentías que habías nacido con vocación literaria, cuáles son tus verdaderos orígenes en ese sentido?
(JFR): Ya lo dije al principio, empecé a escribir siendo niño, pero me consta que SIEMPRE conté historias (a mí mismo y a los demás). La realidad no me satisfacía y pronto me empeñé en mejorarla, “editarla”, remasterizarla. Pienso que, al margen de mi deseo de literaturizar la realidad, la necesidad de leer y luego de escribir me la impuso una pérdida jamás consolada: cuando tenía unos 3 años, mi familia cambió de ciudad. La nueva casa era pequeña y en el cuarto de desahogo del pueblo natal se quedaron unos comicsque nunca pudimos recuperar y ni siquiera sustituir, puesto que la Revolución decretó que el género (como su origen estadounidense) eran perjudiciales para el pueblo cubano. Por supuesto, yo no sabía leer (creo recordar que algunos de aquellos comics estaban en inglés), pero imaginaba las historias. Esa primera pérdida bibliográfica me condenó a ser un bulímico lector (cuando estoy “en falta” —en la cola del supermercado, por ejemplo— leo las etiquetas de las conservas que llenan mi canasta).

En 1979 gané mi primer premio literario nacional y fui entrevistado en el periódico Vanguardia, de Santa Clara
La segunda pérdida irreparable la sufrí cuando me “deportaron” de la Sala Juvenil de la biblioteca provincial. En la sección de adultos no hallé las novelas de niños detectives, las historietas de Tintín y demás libros que me gustaban todavía a los 14 años (aunque ya empezaba a leer literatura para adultos, y no solo novelas policíacas y de ciencia-ficción, sino grandes autores como Thomas Mann o Dostoievski). No pude resistir aquella amputación y comencé a escribir desaforadamente lo que me habían quitado (completé 54 novelitas en 5 años).
Cuando ingresé en la facultad de Letras de la Universidad Central de las Villas, a los 19 años, ya era miembro de un taller literario, había participado en un par de concursos literarios y había publicado (un dibujo y un cuentecito) en el semanario humorístico regional. A los 24 años, con mi primer cuento no realista, gané un premio nacional, y a los 29 publiqué mi primer libro.
Todo lo ocurrido desde que empezara a contar historias a los 10 años era mi “destino manifiesto”.
¿Lamentas que tu vida literaria no se hubiera desarrollado en otro medio más propicio?
(JFR): Todo tiempo pasado, presente y futuro pudo ser mejor. En Cuba nunca ha habido bastantes libros. Ni siquiera en la época en que más títulos se publican, los últimos 15 años, porque no se importan libros y la industria editorial de un pequeño país no puede dar cuenta de la vasta producción mundial (en el supuesto de que se lo propusiera, que no es el caso). Durante mi infancia y adolescencia era difícil acceder a, siquiera, una correcta representación de la literatura universal (contemporáneos menos aún que clásicos y). Sé que algunos compatriotas de mi generación lograron tener una buena formación literaria, pero mi familia no era nada intelectual y en la provinciana realidad villaclareña las vías alternativas eran escasas. Si mis lecturas hubieran sido más variadas, si mis profesores de Español y Literatura hubieran sido mejores, si hubiera tenido un mejor acceso a revistas y tertulias literarias, y a otras expresiones artísticas… yo sería ciertamente un mejor escritor… Pero ¿no estoy especulando? Acabo de explicar que fue precisamente la falta de libros lo que me incitó a escribir…
Ningún individuo plenamente satisfecho con el mundo en que vive, intenta reformarlo. Y los escritores somos eso: reformadores, cuando no revolucionadores, de la realidad gracias a esa forma objetiva del ensueño que es escribir.
Al salir de Cuba en junio de 1989 se me abrieron las grandes alamedas de la literatura. Y no solo pude acceder a ella en castellano, sino en portugués, francés (la lengua en que más leo), inglés e incluso ocasionalmente en italiano. He podido reformatear y enriquecer mi cultura, y desarrollar mi oficio. Pero los huesos necesitan el calcio que aporta la leche en la infancia y no en la madurez, y debo concluir que ciertas carencias de mi formación las guardaré para siempre (como una escoliosis y huecos de la dentadura que me acompañarán hasta el “FIN”).
¿Crees que la literatura cubana a veces tiene serios altibajos?
(JFR): Todas las literaturas tienen altibajos. La cubana tal vez más que otras porque nuestra realidad económica y política ha vivido muchos sobresaltos. Hay países más pobres y con mayores porcentajes de analfabetismo (nuestra vecina Haití, sin ir más lejos), que sin duda afrontan problemas que Cuba desconoce. Pero el nuestro es uno de los pocos países del mundo en que la simple condición de emigrado te impide publicar y ser leído allí donde nació, creció y se reprodujo (aunque no necesariamente muera).
La literatura cubana se ha dividido en dos ramas que solo unos pocos conocen a ambos lados del Estrecho de la Florida, acentuando la desnaturalización de un conjunto que, no obstante, ofrece flores intensas y fecundas. Al no poder contar con el cubano integral como receptor, muchos autores condicionan su discurso, sus referencias y sus alcances al destinatario más inmediato, y eso se paga en términos de trascendencia espacial y temporal. Hay mucha narrativa de la Isla que es excesivamente localista y autorreferencial, y mucha narrativa de la emigración que responde a esquemas proporcionales, aunque de polaridad contraria. ¿Cuánta novela no sobra sobre la picaresca de la Cuba post Muro de Berlín, cada una con su cruz en alto, a ambos de esas aguas que ningún Cristo va a cruzar? Oportunismo, populismo, revancha y poca exigencia estética empercuden la literatura cubana, y eso en una medida difícilmente comparable con la de cualquier otra nación.
¿Qué libros han cambiado tu vida?
(JFR): Eso suena un poco grandilocuente… ¿Puede realmente un libro cambiarle la vida a alguien?
En realidad sí, pero no son necesariamente grandes obras literarias. De pequeño me impresionó tuve un librito titulado, creo, El león rojo (aunque impreso en azul y rojo sobre grueso papel blanco), escrito y editado en castellano en algún país del llamado Campo Socialista. Contaba cómo un niño superaba sus miedos y flaquezas gracias a un amigo imaginario. Algunos años más tarde, ya en plena adolescencia, otro libro —quizás un mero manual— de psicología, me hizo descubrir que un carácter se modifica, se fortalece. Yo no estaba nada conforme conmigo mismo, y creo que esos libros me dieron, si no fuerzas, por lo menos esperanzas de cambio. Fueron esenciales para mí y, sin embargo ni del uno ni del otro recuerdo exactamente título o autor. Todavía pasaron muchos años hasta que, en 2003, ya un poco más conforme conmigo mismo, publiqué Javi y los leones, la historia de un niño que, ante la amenaza de un peligro real, enfrenta un miedo imaginario y parte a la defensa de su derecho a ser respetado.

tapa del manuscrito de mi primera novela, terminada al cumplir 13 años

Para un escritor que casi no ha hecho otra cosa en la vida que leer, escribir y hablar de literatura, los libros son algo más que condimentos, algo más que ingredientes, son el caldero y el fuego mismo, y los libros que me han cambiado la vida son, sobre todo, libros que me cambiaron la escritura.
A los trece o catorce años descubrí un relato titulado algo así como El naufragio del “Continental”, en cuya primera página se precisaba que había sido escrito por un niño de 11 años. Sentí tanta envidia que me puse a falsificar las fechas que yo anotaba, escrupulosamente, en la primera y última página de cada una de mis novelitas. Fue una envidia estimulante porque si mi “competidor” se me había adelantado e incluso había publicado un libro, yo creía haber escrito más… y continuaría hasta completar 54 novelas (por supuesto impublicables) en seis años.

tapa que dibujé para presentar mi primer manuscrito a un concurso literario  (Premio Unión, 1977) 





















Cuando me puse a trabajar seriamente en lo que sería mi primer libro publicado, El secreto del colmillo colgante, releí atenta y repetidamente Emilio y los detectives, Las aventuras de Tom Sawyer y Timur y su pandilla; tratando de encontrar en esos modelos la levedad y solidez de estilo que debían caracterizar la que pudo ser primera novela detectivesca juvenil cubana (se me adelantaron Benítez Rojo con la —inigualada aunque impura— El enigma de los Esterlines y Pérez Valero con El misterio de las Cuevas del Pirata).
Un lustro después, El hombrecito vestido de gris, de Fernando Alonso, El bolso amarillo, de Lygia Bojunga Nunes y Gramática de la fantasía, de Gianni Rodari, abonaron el surco donde surgió la forma de narrativa que acabaría por definirme, pero que aún requirió la tardía lectura de Cabrera Infante para romper las últimas cadenas que ataban mi prosa.
No obstante es muy probable que los libros que más hayan cambiado mi vida los tenga ocultos en el subconsciente porque, parafraseando de nuevo a Martí: “… hay cosas que para lograrlas, han de andar ocultas”, y un escritor demasiado consciente de sus sueños, angustias y carencias no es verdaderamente libre.
¿Qué pintores cubanos te han influenciado más?
(JFR): Aunque comencé a dibujar de manera más o menos sistemática en 2005, y lo hice siempre para mí mismo o por encargo, no creo que ningún pintor cubano haya tenido una influencia decisiva en ese nuevo rubro de mi actividad, ni en mi cultura general. Pero es indudable que La jungla de Wilfredo Lam me conmueve desde que pude tocarla con los ojos en el MOMA de Nueva York, que el mundo de Pedro Pablo Oliva lo siento próximo a mi sensibilidad, que me gustaría ilustrar como Eduardo Muñoz Bachs, y a veces como Vicente Rodríguez Bonachea (sus mejores ilustraciones no están entre las que concibió para mi segundo libro y primero suyo, De los primeros lejanos tiempos la lechuza me contó), y que me gustaría poder fugarme de tanto en tanto a las comarcas poéticamente hiperrealistas de Tomás Sánchez.
El regreso, la nostalgia, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. ¿Tienes la obsesión del regreso a tenor de los nuevos cambios?
(JFR): Nunca he padecido la nostalgia de realidades conocidas y no me costó demasiado poner tierra (cuando aún estaba en Cuba) o mar por medio entre ellas y yo. He podido regresar a Cuba (solo cuatro años me duró la cuarentena del maldito “permiso de viaje”) y quizá por eso mismo no sueño con regresar definitivamente. Tal vez estoy demasiado afrancesado para eso, y ciertamente no son los modestos “nuevos cambios” los que me persuadirán de incendiar mis naves. Mucho más que la corteza económica y política tendría que cambiar para que me atrapara la obsesión de volver definitivamente a una Cuba que prefiero inventar.
¿Has tenido que esquivar la censura en tus escritos?
(JFR): Todo escritor cubano ha debido esquivar censuras. Lo que pasa es que a menudo el mejor esquive es la elusión anticipada del tema o enfoque conflictivo; la “fuga hacia adelante”, como dicen los franceses. En mi primer libro, publicado en 1983 (todavía tiempo de ojerizas, rescoldos del “quinquenio gris” que ni fue gris ni duró solo cinco años) hay uno que otro “teque” (“verdad revolucionaria” que se le sirve al auditorio con cuchara de palo) y algunas palabras que, incluso si entonces yo era “creyente”, subrayé con prestado lápiz rojo.
Si todavía hoy retengo de vez en cuando la brida, no es solo pensando en Cuba. Los que escribimos para niños debemos tener en cuenta que hay cosas que a los cuatro años no se entienden, que a los nueve años no interesan en absoluto y que a los doce deben seguir siendo ignoradas, y que hay asuntos que importan al adulto que soy, pero no puedo compartir con mis jóvenes lectores, por mucho que yo considere mi obra como un “medio de expresión” personal y no solo como un medio de comunicación estética con un determinado destinatario.
Por otra parte, hay cubanismos que un españolito desconoce o entenderá mal; como hay porteñismos, caraquismos o galleguismos que despistarán a lectores de otras células del cuerpo de “la lengua común que nos separa”. Un lector adulto puede extraer del contexto, buscar en el diccionario o saltar el vacío que abre bajo sus pies una palabra exógena, pero el chico caerá en ese agujero y puede hasta salirse por ahí del libro. Un autor cubano para niños y adolescentes que publica en España, Argentina, México o Colombia (países donde efectivamente he sido editado) y circula por todo el mundo hispánico, tiene a veces que tomarse bastante en serio aquello de género “definido por su destinatario”. Son muchos los valores, sabores y tenores que no compartimos mis lectores y yo. A veces el editor me da tijera y a veces me doy tijera yo. Es otra forma de censura, menos dolorosa, pero no menos cierta.
manuscrito de "El secreto del colmillo colgante, sanamente "tijereteado"
No obstante, la libertad es un material más plástico y elástico, y más dotado de capacidad autorregenerativa, de lo que suele pensarse y decirse. Como los gatos, un escritor, siempre que quiere, cae parado.
Isaac B. Singer afirmaba que tenía más de 500 razones para escribir para los niños. ¿Cuáles son tus razones fundamentales?
(JFR): Las mías no suman 500, pero ciertamente son más de las que caben en esta página. La primera es que no he sentido hasta ahora —fuera de mis ensayos y artículos— la imperiosa necesidad de “ir a ver si me encuentro en otro sitio” (traduzco una popular boutade francesa). A medida que me pongo viejo, noto que acumulo cosas que solo con un coetáneo puedo compartir plenamente, y eso puede acabar por conducirme a la ficción para adultos. Pero hasta ahora mi satisfacción estética ha sido plena dentro del coto de la literatura infantil (seguramente porque escribo para adultos artículos y ensayos que no carecen de jugos creativos).
Ya lo dije en otro sitio: empecé a escribir siendo niño y como escribía en primer lugar (como todo el mundo) para mí mismo, empecé a escribir literatura infantil. Dentro de ese “género” (en propiedad, un abanico de géneros) se desarrolló mi estilo, que se define en el abordaje de lo que me preocupa, me gusta o me interpela, usando la percepción y discurso que son propios o afines a la infancia. Es una cuestión de poética, de tipología discursiva: un poeta escribe versos, un dramaturgo escribe diálogos, un escritor infantil escribe a la manera esencial (no a la manera elemental) del chico. Prefiero a los más jóvenes como destinatario porque me gusta crear universos fantásticos (con cimientos realistas); algo que los adultos, cuando lo aceptan, es solo como táctica o técnica de extrañamiento. Los chicos, en cambio, me creen a pie juntillas todas mis “mentiras”. Y esas “mentiras”, fervorosamente construidas, son mi verdad estética.

Escribir para chicos no supone simplificación alguna. Lo que no puedes hacer es abusar de las descripciones, introspecciones y digresiones (que también puede ser defecto en la literatura mal llamada “general”) o presentar un mundo excesivamente pesimista, desencantado, agrio. No porque no les puedas hablar de los hoscos traspiés del humano, sino porque no tienes derecho a fastidiarles la existencia (aunque hoy la literatura juvenil, e incluso la infantil, acampa bastante a menudo en esos terrenos insalubres).
El caso es que esas supuestas limitaciones no lo son para mí… y por tanto ¡prefiero a los chicos!
¿Hay algún género más eficaz para trascribir la realidad cubana?
(JFR): Cualquier género de ficción me parece válido para transcribir una realidad, y lo mismo opino de los subgéneros (picaresca moderna, negra o detectivesca, novela-testimonio, thriller sentimental, relato histórico, realismo mágico, novela de aventuras o de ciencia ficción y, por supuesto, literatura infantil. El éxito internacional cosechado por Leonardo Padura inclina a creer que la novela negra lo hace muy bien.
Podría contentarme con responder a la pregunta en tanto que lector, pero no me parece tan interesante. Como lector soy una persona privada; como escritor, soy una persona pública.
primera versión de "Mi tesoro te espera en Cuba"
(Hachette. Paris, 2000)

Ya dije que no soy un escritor realista y que el tema cubano es infrecuente en mi narrativa… por lo menos explícitamente, porque más de una de mis comarcas mágicas y personajes fantásticos caben en el mapa de la Isla.
En Mi tesoro te espera en Cuba me valgo de una trama detectivesca en torno a un tesoro escondido, para abordar esa época de descomposición del modelo castrista que fuera bautizada, de modo abstruso, “período especial”. Mi novela fue tan bien recibida en Francia que, por su capacidad para explicar la realidad cubana a jovencitos que nada saben de nuestro país, resultó finalista del Prix des Jeunes Lecteurs y ganadora del Premio de la Ville de Cherbourg-Octeville. En La tremenda bruja de La Habana Vieja también abordo algunos aspectos del ¿quinquenio negro? sin abandonar los predios de lo magicómico, mientras que en la gran parábola que es Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes hay, igualmente, mucho de Cuba.


¿Crees que la cultura cubana tiene déficit de monografías, memorias históricas que den profundidad a esta cultura?, ¿cómo se puede suplir este vacío?
(JFR): Aunque no estoy suficientemente informado de la producción editorial en la Isla o en la diáspora, tengo la impresión de que hay pocos estudios competentes, variados y complementarios de los diversos aspectos de la sociedad, la historia y la cultura cubanas de hoy, de ayer y de antes de ayer. Si Cuba no ha sido siquiera capaz de publicar un lexicón cubano, pese a poseer una Academia de la Lengua, ni de actualizar el Diccionario de Literatura Cubana, pese a la abundante plantilla del Instituto de Literatura y Lingüística, y tampoco los numerosos emprendimientos individuales e institucionales en Miami o Madrid han logrado coagular en verdaderas investigaciones multidisciplinarias y trascendentes… ¿cómo esperar una seria valoración del amplio espectro de nuestra cultura?
En los últimos diez o doce años, por ejemplo, se ha destapado la temática afrocubana, pero ni siquiera esta abundancia evita que se repitan abordajes demasiado subjetivos o, por el contrario, excesivamente pragmáticos. ¿Qué decir, entonces, de otros aspectos menos “sexy” como la vida colonial o las facetas no estrictamente político-económicas de la primera mitad del siglo xx? Probablemente hay una que otra obra que ha hecho lo que pido de manera honesta y rigurosa, pero su escasa visibilidad me daría, de todos modos, la razón.
Para disponer al fin de una abarcadora “Memoria Cubana”, haría falta que superásemos el recelo, el individualismo, el revanchismo; que aprendiéramos a trabajar en equipo, de manera científica, y a crear proyectos editoriales y universitarios sólidos, convincentes, dotados de los necesarios recursos para expurgar archivos que están en Cuba, España y Estados Unidos. Y que hubiera público para ello. No solo los cuatro gatos intelectuales de siempre, sino un amplio destinatario —apasionado, pero crítico— que prefiera saber a tener, leer a consumir, compartir a facebookear. En fin, deliro…
¿Sin memoria histórica no hay imaginación?
(JFR): Sin memoria histórica la imaginación es volátil, superficial, enfermiza; más juego de estilo e imitación de otros imaginarios que exploración de una selva que, pese a todas las apariencias, no ha sido talada. Muchos cuentos y algunas novelas juveniles cubanas (ocurre lo mismo en literatura para adultos, pero prefiero referirme a lo que mejor conozco) repiten los modelos y trucos de la literatura fantástica del norte de Europa, despreciando los tesoros enterrados de la mitología afrocubana, indocubana y hasta hispanocubana. ¿Cuándo tendremos fantasía heroica inspirada en el panteón yoruba?, ¿cuándo un güije cabalgará un manatí y desafiará a la Madre de Agua en la conquista del gran cemí de oro?, ¿cuándo la Madre de los Tomates y el Ñame con corbata bailarán el Son de la Ma’Teodora...?. Con una historia tan rica y movida como la nuestra, vinculada a la fabulosa conquista y colonización de los imperios azteca e inca; poblada de piratas formidables como Drake, Morgan y el cubano Diego Grillo; con páginas de fuego e intriga como la ocupación inglesa, la rebelión de La Escalera, las guerras de independencia (despojadas de epicidad retórica y manipulaciones ideológicas), la presencia nazi en nuestras aguas… ¿qué poca novela histórica y de aventuras hemos producido? Y si alguno de esos temas ha sido abordado, las candilejas politiqueras han ocultado los dramas humanos intensos y la acción puramente novelesca… que tanta lívida luz puede arrojar sobre nuestros drama, tragedia y comedia nacionales.
¿Qué significado tiene para ti la ciudad dónde has vivido la mayor parte del exilio?
(JFR): He vivido 25 años fuera de Cuba. Más de la mitad de ese tiempo (el resto se divide entre Río de Janeiro, Copenhague y Buenos Aires) lo he pasado en París, que es un fabuloso escenario literario. Pero como ya dije, mi literatura no es realista, y raramente aprovecha fuentes directas y menos aún autobiográficas. Hasta el momento no he escrito ni siquiera un cuento que transcurra en una de mis cuatro (¡interesantes!) capitales de Sudamérica y Europa. Tentado he estado, y algún vago proyecto mantengo calentito entre las cenizas del fogón, pero de momento, nada. Sin embargo ¿se puede imaginar mejor ciudad para un escritor que París? Aquí he escrito la mayor parte de mis libros y he estrenado algunos de ellos; he tenido importantes experiencias profesionales, vitales y culturales que sin dudas han aportado consistencia, singularidad y trascendencia a mi obra.
Sin haberme convertido en un escritor francés y ni siquiera en un escritor parisino, algo de la concepción y práctica de la literatura y la edición del país que me ha hecho un ciudadano pleno, han modulado mi personalidad creativa. La mejor prueba de que me estoy afrancesando es que me siento cada vez más tentado por Cuba como fuente de paisaje, conflictos y formas expresivas… porque si algo caracteriza a la literatura francesa es que, aparte de contemplarse con delectación el ombligo, adora dar cuenta del mundo exterior.
¿Qué objetivo persiguen tus libros?
(JFR): Esta es quizás la pregunta más difícil que se le puede hacer a un escritor. En la plena extensión del término, un escritor no tiene objetivos netamente delimitados y conscientes. Es al cabo de muchas leguas (recorridas con los pies y con la pluma) que vuelves la cabeza atrás y descubres a dónde ibas.
Yo escribo de manera irreprensible (no confundir con “incontinente”), arrastrado por la necesidad de dar vida a ciertos personajes y desarrollar determinada historia. Pero fuera de algún que otro divertimento en que, una vez concluida la reflexión retrospectiva, no descubro motivaciones consistentes, todos mis cuentos y novelas se apoyan en una concepción del mundo basada en “la utilidad de la virtud” (por tercera y última vez cito a Martí, pero nótese que lo hago sin tirar de las riendas ni pararme en los estribos). En mis textos suelo ridiculizar a los poderosos, burlarme de los burócratas y los imbéciles (¿redundancia?), defender la naturaleza, la generosidad y la imaginación, recompensar la inteligencia, la perseverancia y el coraje… Rápidamente se nota por qué no me preocupo por mis “objetivos”: todo lo anterior es tan tradicional y bien pensante que debía haberme conducido a tramas insípidas y polvorientas. Tengo, en cambio, la vanidad de creer que suelo andar a campo traviesa y hasta a veces con cierto aire insolente.
Seguramente, aspiro a que mis lectores salgan de mis libros más inteligentes, más prevenidos contra las ideas prefabricadas y los discursos politiqueros. Pero también tengo motivaciones muy íntimas, como se puede deducir de mi abundancia en personajes solitarios que buscan que los quieran, en pájaros y otros vuelos, en destinos insospechados, en victorias de la inteligencia sobre el egoísmo pedestre, en conflictos que no por escasamente tortuosos se resuelven en victorias menos brillantes… ¡Qué sé yo! Ya dije que un escritor que se conoce demasiado se seca. Porque si no te sorprendes a ti mismo… ¿qué gracia tiene escribir?
¿Qué mensaje deseas trasmitirle a los cubanos y a tus lectores en el próximo año?
(JFR): Me gustaría poder decirles: “¡Patria y Vida! ¡Al fin vencimos!”

http://www.cubaencuentro.com/entrevistas/articulos/muchos-esperan-que-hagas-el-cubano-y-que-tus-libros-muestren-la-habana-en-ruinas-319861

8/8/14

un tardío homenaje a Onelio Jorge Cardoso


 

En mayo pasado se cumplió el centenario de una de las mayores figuras de la narrativa cubana, Onelio Jorge Cardoso (11 de mayo de 1914 en Calabazar de Sagua, en la antigua provincia de Las Villas-La Habana, 29 de mayo de 1986). Pese a no pasar del Bachillerato, dio muestras de una ciencia literaria incomparable en la decena escasa de libros de cuentos que publicó a partir de 1945. “Taita, diga usted cómo”, “Mi hermana Visia”, “El caballo de coral”, entre otros, se encuentran entre las joyas del relato breve cubano y le ganaron el epíteto de El Cuentero Mayor (glosando el título de otro de sus famosos cuentos de ambiente campesino). El otro terreno donde alcanzó el más alto prestigio es la literatura infantil, especialmente con la publicación de “Caballito blanco” (1974), designado el mejor libro infantil cubano por las principales autores para niños en activo a fines de los 80 (encuesta desarrollada por el sociólogo Sergio Andricaín). Onelio, que también publicó la novela ecológica juvenil Negrita (1984), publicó su primer cuento infantil en 1960, cuando la moderna literatura infantil cubana apenas daba sus primeros pasos, pero el mundo de la infancia siempre le interesó. En la mayoría de sus colecciones de cuentos (para adultos) no solo hubo siempre piezas que profundizaban en las complejidades del alma infantil, sino textos dirigidos expresamente a los chicos.

junto a otra grande de la literatura infantil cubana, la mucho mejor recordada Dora Alonso (1910-2000)
Si la fecha del centenario de Onelio (así lo llamábamos todos, “Onelio” a secas) se me escapó es porque el Cuentero ha sufrido en los últimos 25 años el mismo olvido que otras grandes figuras de la literatura cubana del siglo XX. La lucha por la vida cotidiana y los cambios brutales experimentados por el quehacer artístico en la Isla, han hecho olvidar a muchos escritores contemporáneos lo que debemos a nuestros inmediatos predecesores. No es realmente mi caso, pero igual se me escapó la fecha del centenario… y ninguna información procedente de Cuba me alertó sobre la efemérides. Fue solo hace unos días que me dio por frecuentar el portal de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba http://www.uneac.org.cu y en su página dedicada a la literatura infantil, “La lechuza andarina” (que glosa el título del primer cuento infantil cubano contemporáneo “La lechuza ambiciosa”, del propio Onelio) hallé un grupo de artículos consagrados al gran autor.  
O sea, que el centenario no fue pasado por alto en Cuba, pero… ¿basta con esto?

No, puesto que el mejor homenaje que se puede rendir a un escritor, y la mejor manera de hacer fructificar su legado, es reeditar su obra. Y eso se ha hecho raramente en los últimos 25 años (basta con echar un vistazo a su bibliografía).
Ocurre con los grandes autores que todo el mundo cree ver en ellos una confirmación de sus propias ideas estéticas y hasta en su acción cotidiana. Y cuanto menor es el creador que a su sombra se pone, más es la deformación del modelo. Así, entre mediados de 70 y principios de los ochenta proliferaron en Cuba libros de cuentos protagonizados por animales que supuestamente seguían los caminos abiertos por el siempre aplaudido “Caballito blanco” (o por “Compay Grillo”, de Anisia Miranda, que durante un tiempo pareció emular al susodicho), sin que los imitadores fueran capaces de insuflar a sus textos lo que distingue y eleva los de Onelio: la gracia criolla de su lenguaje y situaciones, la ligereza de sus mensajes y la hondura de sus lecciones de vida (implícitas, por supuesto), por no hablar de la estructura impecable.

Más recientemente he visto con asombro cómo un teorizador de la generación de los 90 asegura que Onelio era partidario de los llamados “temas difíciles”, confundiendo la franqueza y profundidad de los cuentos infantiles del Cuentero con cierta narrativa (y la crítica que pretende imponerla como modelo) que ve en el abordaje crudo de los momentos más duros de la realidad, la gran contribución estética de la literatura infantil cubana posterior a 1990 (que de paso resulta reducida a la producción de un grupo autores emergidos durante el llamado Período Especial). Peor aún, hay quien osa cuestionar la legítima aspiración de los escritores de la Isla en ver remunerado de la mejor manera posible su trabajo (tanto en cuestión de derechos de autor como en el terreno de las actividades de promoción) asegurando que Onelio no hubiera reclamado el tratamiento justo y hubiese hecho don de su persona y obra. Es una lamentable traspolación de una figura que, fuera del coro de elogios generados por su centenario, había sido –ya lo dije- bastante olvidada.



Testimonio

No recuerdo cuándo exactamente conocí a Onelio. Fue ciertamente a fines de los años 70 cuando yo comenzaba a abrirme paso en el ambiente literario; menos como narrador (mi producción por entonces era muy inmadura y nadie daba “un peso” por ella) que como crítico (en 1977 comencé a colaborar con El Caimán Barbudo y otras publicaciones culturales donde adquirí merecidamente la reputación de crítico implacable). Tuve el placer de coincidir con él en algunas jornadas literarias, pero recuerdo en particular un momento no particularmente glorioso. Creo que fue en 1979, cuando su natal provincia Villa Clara le rindió un muy regateado homenaje con motivo de su 65 cumpleaños. Los responsables culturales se las habían arreglado para organizarlo todo de manera lamentable, pese a los buenos consejos y generosa disposición prodigados por los responsables de la Brigada Hermanos Saíz de Escritores y Artistas Jóvenes (yo era entonces presidente de la Sección de Literatura) y los escritores de mayor dimensión que residían por entonces en la capital provincial, encabezados por de Carlos Galindo y Félix Luis Viera.

Onelio era extremadamente popular, incluso entre gente que raramente leía, y muy querido por su buen carácter y humildad (virtud escasa en el mundillo literario), pero en ocasión del gran homenaje público, que tuvo lugar en centenario Teatro La Caridad,  los funcionarios que yo acostumbraba a llamar “cultureros”, por parecer más sepultureros que promotores de la cultura, se contentaron con llenar el coliseo de estudiantes secundarios a los que lo único que les interesaba era escapar, por unas horas, de sus aulas. Yo estaba cerca de Onelio en el momento de salir al escenario a recibir una ovación barata. Lo vi recorrer con la mirada el graderío y sacudir la cabeza, disimulando su decepción. Nada dijo, porque su modestia era tan proverbial como sincera, pero había comprendido perfectamente la estafa. Cuando le ofrecí mis excusas por aquella culpa ajena, se limitó a darme una palmadita en el brazo, como diciendo: “No te preocupes, muchacho, ya he pasado por otras”.

primera edición de "Negrita"


Poco tiempo después supe, por una entrevista, que Onelio trabajaba en un nuevo libro. Era el regreso del “Maestro”, que llevaba varios años sin publicar, e incluso lo haría en un género enteramente nuevo para él: la novela juvenil.  Por entonces yo me interesaba especialmente en la narrativa para jóvenes. No tanto porque yo mismo estaba por publicar mi primer libro dentro de ese género (El secreto del colmillo colgante, 1983), sino porque hasta entonces no llegaban a la media decena las publicadas o en proceso editorial.

La publicación de Negrita demoró muchísimo (ignoro la razón, pero la pereza editorial cubana era bien conocida) y yo me impacientaba. En más de una ocasión le pedí a Onelio que me dejara leer el manuscrito, pero siempre, con su ejemplar delicadeza, se las arregló para no complacerme sin darme tampoco una negativa clara). Yo adivinaba, sin embargo, que Onelio me tenía miedo. Creo que por entonces se sentía un tanto inseguro respecto a su capacidad creadora y yo, con la falta de tacto que me caracterizaba, hubiera cometido la imperdonable pifia de señalarle los defectos que, pese a la singularidad de la obra, vi en su primera lectura.

Mi afecto por Onelio era, sin embargo, muy grande. Tengo en mi archivo un estudio que no llegué a publicar, titulado “Y Onelio nos regaló un caballo blanco y una perrita negra”. No recuerdo que esas páginas contengan otra cosa que un análisis inflamado de las virtudes de los dos grandes libros que el Cuentero legó a los niños (de cualquier edad) de nuestro país. 

En cambio publiqué dos versiones de mi estudio sobre "Negrita". La primera, más corta, apareció en junio de 1985 en el periódico Granma, y la segunda, más amplia, un mes después, en la revista Casa de las Américas.






Bibliografía infantil y juvenil:

La lechuza ambiciosa. Departamento de Cultura del Gobierno Municipal Revolucionario, Santa Clara, en 1960

Tres cuentos para niños.  Editorial Gente Nueva, La Habana, 1968

Caballito blanco. Editorial Gente Nueva, La Habana, 1974

Los indocubanos. Editorial Gente Nueva, La Habana, 1981 (relato informativo, en colaboración con Modesto García, ilustrador)

Negrita. Editorial Gente Nueva, La Habana, 1984

Dos ranas y una flor.  Editorial Gente Nueva, La Habana, 1987

"Caballito blanco"
  (fragmento) 
Era, primero un carrusel, o un niño primero y un carrusel después. Nunca se sabrá.
La cosa es que el niño estaba enfermo de un mal de pie o de pierna que lo tenía impedido de caminar. Así pues, se pasaba el tiempo mirando por la ventana abierta dar vueltas al carrusel y oyendo su música alegre del otro lado de la calle.
Veía los corcelitos pasar corriendo, desbocados, las bocas rojas de grandes dientes blancos y las crines de madera sueltas al viento.
De modo tal que le fue tomando tanta simpatía al caballito, que no hubo tarde que no lo mirara ni noche que no soñara con él. Y, precisamente, una de esas noches en que estaba soñando, sintió un fuerte resoplido junto a la ventana, ¡brrrrr!, y despertó sorprendido por los ojos del caballito que lo miraban.
— Oye, ¿qué te parece si damos una vueltecita por el campo? —dijo, y el niño se sintió tan contento que le saltó el corazón de alegría.
— ¡Ahora mismo! —dijo
— Pues monta —respondió el caballito. Pero de repente el niño se contuvo:
— Es que la pierna... el pie... Mi tía dice que hay que esperar.
— Bueno —contestó el corcelito blanco—, si te alegra, ¿qué daño puede hacerte?
— ¿Tú crees? Tal vez puede que sea así.
— Entonces no perdamos más tiempo. Salta y monta, que viene el día.
Y así lo hizo el muchacho, más contento que nunca y oyendo en la noche el galope del caballito que golpeaba las calles de la ciudad.
Claro, que hay que ver lo que es el nacimiento del día cuando queda aún alguna estrella demorada en el cielo. Y luego, cuando la mañana se va desprendiendo de las nubes, con su pupila de colores bonitos. Estas cosas son más lindas de ver que de contar; y eso fue lo primero que asombró al muchachito, ya en pleno campo, al amanecer, cuando el caballito se detuvo resoplando [...]



"Dos ranas y una flor" es el último libro infantil publicado por Onelio Jorge Cardoso. Apareció dos años después de su muerte, pero los dos textos que lo componen "Carapacha y el río" y el que le da título" los había incluido en su última colección general, La cabeza en la almohada (1983), confirmando su costumbre de ofrecer sus textos infantiles a sus lectores adultos, y de no establecer diferencia alguna (que en su práctica no la hay) entre esos dos destinatarios. Es el único libro de Onelio que me parece ilustrado a la altura de lo que él merece, gracias al indiscutido talento de Reinaldo Alfonso.

La tercera novela detectivesca juvenil cubana cumple 40 años

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